domingo, 30 de septiembre de 2018

La sana paranoia feminista

Vivimos tiempos de cambio, casi revolucionarios en algunos aspectos. O eso queremos creer las mujeres concienciadas. 
Hemos despertado, nos estamos rebelando contra cierto estado de cosas y sentimos en nuestra nuca un aliento de odio. Son los lobos con disfraz de cordero disfrazados de víctimas, que nos atacan inventándose adjetivos denigrantes con los que simulan una supuesta violencia por nuestra parte, un supuesto intento de dominio, una amenaza absurda. Pero no hemos sido educadas para la violencia sino para ser responsables del orden y los cuidados (del hogar, de las personas, del bien común). Nuestra radicalidad no es hostil sino racional, no es un radicalismo de barricadas ni de incendios sino de estudiar con profundidad la situación y llegar hasta la raíz del asunto. El remoquete de feminazis, la retorcida acusación de que denunciamos falsamente no son más que malvados intentos de desprestigiar nuestro discurso igualitario.
Mientras tanto, las mujeres siguen muriendo, a veces incluso los hijos como venganza suprema cuando no se consigue la sumisión absoluta por parte de una esposa o pareja. A las mujeres se nos cosifica con procedimientos cada vez más sibilinos y siniestros. Ellos tienen el dinero, nosotras somos el producto. Hasta ahora, se obtenía dinero a cambio de sexo mediante la prostitución o se conseguía estabilidad economica y personal por medio del matrimonio. En los últimos años, a estos chantajes se ha añadido otro: dinero a cambio de embarazos con ese endiablado invento conocido como vientres de alquiler. ¿Para qué robar niños exponiéndose al descrédito y la cárcel si pueden comprarse por medio de maniobras que pretenden parecer legales? Sor María se ha transmutado en empresa, mercantilizándose y adoptando un aspecto respetable. Primero nos relegan a la indigencia y luego nos adquieren bien envueltas en papel de regalo.
Y pobres de las emanicipadas, a quienes siempre acompañará la sombra de la sospecha. A no ser que se pasen al campo contrario y lo demuestren ensañándose más que nadie con las de su sexo, así, convertidas en las mayores aliadas del machismo serán consideradas como iguales. Solo entonces serán aceptadas como uno más.
Y no olvidemos las violaciones. Cualquier delincuente que sepa moverse en su campo estudia previamente las posibilidades de salir impune. Y los hombres que quieren ejercer dominio sexual sobre nosotras no pueden ser una excepción. Hasta que saltó a los medios el caso de la manada, nos encontrábamos en la inopia. Pensábamos, como es lógico, que cualquier abuso sexual estaba categorizado como tal, que el concepto de violación estaba bien claro y no admitía interpretaciones. De repente, nos dimos cuenta de que no, de que todo es ambiguo, relativo, poco claro, un camino legislativo arduo y lleno de limitaciones. Es uno de los caminos que ha encontrado el machismo para perpetuarse, para que los ataques a nuestra libertad sexual se sigan produciendo y que la impunidad esté (casi) garantizada. La mentalidad patriarcal alcanza a los legisladores -que han perpetrado unas normas tan estrafalarias como injustas- a los jueces y hasta a ciertas mujeres poderosas. Por eso, se pueden alardear de las agresiones grabándolas con toda tranquilidad. Porque las leyes para garantizar la integridad sexual de las mujeres -eso que no sabíamos hasta los sucesos de Pamplona- están pensadas para que pueda burlarse todo rastro de sensatez y sentido común. Porque ¿en qué cabeza cabe que sea preciso oponer resistencia para catalogar estos hechos como lo que son, crímenes gravísimos, terribles ataques a la libertad y dignidad de las personas? Se trata de un requisito aberrante, pues si se trata de lograr que no haya resistencia solo hay que subir muchos grados la escala: atacar a las niñas o atacar en grupo son artimañas para asegurar la pasividad y por tanto la impunidad de los agresores.
Manifestación Día de la Mujer 2018

Todo esto es tremendo. Sin embargo, casi me dan más miedo todos esos que en los últimos tiempos se han convertido en nuestros cómplices. Los que colocan el problema en candelero y se erigen en nuestros defensores. Algunos serán sinceros, pero en general, como reacción a las reivindicaciones feministas, les temo más que a un nublado. Y no, no es paranoia. La historia nos demuestra que desde los remotos tiempos de las sufragistas normalizar determinadas situaciones no soluciona nada, al contrario, se le da una vuelta de tuerca a las cosas, modificando lo necesario para que todo quede igual y callarnos la boca de paso. El objetivo es que nos quedemos tranquilas de nuevo y asumamos la nueva subordinación como si nada. Queríamos votar y votamos, queríamos estudiar y de muchas universidades salen más licenciadas que licenciados (aunque luego eso no repercuta demasiado en la categoría laboral y económica), queríamos trabajar y lo hacemos. eso sí, cobrando menos y compatibilizándolo con el peso del hogar y los hijos. Pues bien, ha vuelto a pasar: nos hemos vuelto a poner de moda. La estrategia está más que clara:se trata de hablar tanto de la mujer, de mostrar tanta comprensión, de debatir una y otra vez sobre la evidente desigualdad, de exhibir una receptividad tan clara que acabemos convencidas -una vez más y van... - de que lo hemos conseguido. Así nos quedaremos calladitas, que estamos muchísimo más guapas, y les dejaremos continuar sujetando las riendas del mundo tranquilamente, como han venido haciendo desde el principio de los tiempos. Porque, no nos engañemos. hasta el más decidido de nuestros aliados está convencido de que están en posesión de un derecho legítimo.
Manifestación 8 de marzo de 2018

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