Te lo aseguro, lector. Los sueños pueden ser la vía de escape perfecta,
hasta diría que, bien manejados, pueden llegar a hacernos felices. No creas que
exagero tanto. Imagínate a un náufrago, tipo Robinson Crusoe en su solitario
paraíso, una vez ha conseguido asegurar su subsistencia, o lo que es igual, con
la cabaña construida, acopio de leña para asegurarse el fuego, construcción de
trampas que impidan el acceso a animales salvajes, elaboración de artilugios de
caza y pesca así como aparatos y utensilios que le sirvan para cocinar y
vestirse. Bien, ahora es cuando Robinson II echa una ojeada a su alrededor y
cae en la cuenta de que está completamente solo. No se ve ningún Viernes por
los alrededores ni le va a visitar un dios para concederle compañía del otro sexo.
Robinson II empezará aburriéndose y acabará deprimido. Pero nos olvidamos de que,
como ser humano que es, no tendrá más remedio que dormir unas cuantas horas
todos los días. Y ahí es dónde mi teoría adquiere consistencia.
Tampoco le vendría mal amaestrar a alguna cría de cualquier mamífero
que aparezca por allí, pero convengan conmigo en que no va a resultarle fácil a
Robinson II.
Tampoco es un manitas.
Pero imaginación tiene, y mucha. Hasta se ha construido una tumbona uniendo
jirones de redes que alguna vez debieron servir para pescar, y la ha atado a
dos palmeras para tomar el sol a la caída de la tarde.
Robinson II teme sufrir alucinaciones, además detesta deprimirse. Como
carece de teléfono, prensa y cualquier medio audiovisual, se le ocurre que la
soledad, en el mundo civilizado, era algo muy diferente.
Pero necesita una segunda vida con urgencia. Una virtual a falta de
algo más consistente. Si encontrase una cabaña, quizá el antiguo propietario le
hubiese dejado una tele en herencia. Pero no hay rastro de construcciones, ni
de antenas, ni ningún aparato electrónico.
Paul Gauguin . Day of the Gods (1894) |
Ha pasado casi un mes.
Robinson II está sentado frente al mar, recordando. La noche pasada
mantuvo una discusión con Ricardo, este extrajo una navaja del bolsillo y la
hizo brillar a la luz de la araña del salón. Sonreía con malevolencia. Luego se
dio media vuelta y se evaporó en el aire. Frente a Robinson II, que en ese
momento no se llamaba así sino Esteban, apareció una mesa, enorme y bien
servida aunque sin comensales a la vista, y decidió caminar hacia el lado
opuesto en busca de respuestas. A su izquierda, por un balcón que daba al
jardín, apareció un perro enorme que saltó hasta colocarse encima y corrió por
el mantel huyendo de dos perseguidoras furibundas. Esteban se apartó de aquel
tumulto, caminó unos pasos más y se topó con el maître que parecía estarle
esperando.
-Buenas noches, señor, acompáñeme a su asiento.
El resto de
las plazas se habían ocupado ya, detrás de él sonaba una orquesta; intentó
entablar conversación con sus vecinos, pero el de la derecha hablaba un idioma
que no identificó y a su izquierda…
Hasta ahí
llegaba su aventura. Robinson II se sentía feliz y acompañado, como si hubiese vivido
un encuentro casual y estuviese invitado a una cita con ella esa misma noche.
¿Quién era su vecina de mesa? Porque era mujer, eso seguro. ¿Qué motivo provocó
su desaparición, y la de Ricardo, las dueñas del mastín, el atento maître y el
comedor completo con todo lo que contenía? Se sentía nervioso y lleno de
expectación, estaba deseando que oscureciese para vivir dormido lo que no le
era posible hacer despierto.
Robinson II,
que tampoco se llama Esteban sino José Manuel, me contó esta experiencia suya
una tarde de mayo delante de un vaso de oporto, mientras contemplábamos al viejo Poseidón esperando su turno para atracar en el muelle. Aseguraba que había sido feliz
durante los tres años que duró su estancia en la isla. Con el tiempo, aprendió
de alguna forma a convocar los sueños, y aunque casi nunca tenían continuación
ni podía escogerlos a capricho, incluso aunque no los recordase a veces, encontró
en ellos un sucedáneo de compañía, vivió momentos apasionantes y, a falta de
algo mejor, fueron el clavo ardiendo que le sirvió para mantenerse cuerdo hasta
que acudieron a rescatarlo.
A veces le
invitan a dar charlas para que narre sus peripecias en aquel islote inmundo. Porque
el engaño no fue eterno, poco después se dio cuenta de que había vivido una
experiencia terrible, pero en aquella época fue razonablemente feliz. ¿Cuánto
tiempo le hubiese durado la ilusión? Quizá decenas de años, quizá toda la vida,
o puede que estuviese a punto de extinguirse. ¿Quién lo sabe? A día de hoy
sigue practicando la técnica y le va bien, pero las circunstancias han
cambiado: ahora su vida está colmada, se dedica a aquello que le gusta y cuenta
con el apoyo de su familia.
Sorolla - Puerto de Valencia |
“Los sueños, mi querido auditorio, si sabemos manejarlos, pueden convertirse en la vía de escape perfecta. Manipularlos a nuestro antojo en lo posible nos hará mucho más felices, mejorará nuestro estado de ánimo y hasta puede prevenir alteraciones más o menos severas. Tened presente que soñando tenemos la oportunidad de vivir por segunda vez: deberíamos hacer lo posible para que la vida nocturna se convierta en el mejor auxiliar de la vigilia. El mundo onírico no es más que un viaje misterioso a nuestro inconsciente que emprendemos todas las noches. Hasta la peor de las pesadillas, bien dirigida por una mente alerta, puede convertirse en el contenedor de nuestras frustraciones, con su ayuda amaneceremos limpios de polvo y paja. Trabajar los sueños del futuro consiste en cultivar la imaginación, llenar de fantasías el cerebro, sumergirse en mundos de ficción, en el océano, en plena selva o en la urbe más superpoblada, penetrar en lo más hondo de una realidad cualquiera siempre que nos parezca apasionante. Y, sobre todo, no sean perezosos. Antes de irse a la cama, lean una novela, contemplen un cuadro maravilloso o una película fascinante. Ese será el material con que su cerebro realizará la metamorfosis que considere más conveniente. En pocas semanas se habrán convertido en personas distintas y volverán para contármelo.”
Me despedí de
él cuando empezaba a caer la noche. Las luces del puerto se iban encendiendo,
una tras otra. Le di una palmadita en la espalda. Me faltó la sangre fría necesaria
para desengañar a aquel perfecto iluso. Naturalmente, Esteban continúa atrapado
en aquel peñón reseco al que ni los peces se acercan demasiado a menudo, y sigue
tan solo como al principio pero con menos recursos que nunca. Yo, como habréis supuesto
ya si es que conserváis el caletre en su sitio, soy solo una quimera, el
protagonista de otro de sus sueños recurrentes.
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