Yo sé que alguna vez
has leído versos míos,
lo noto en la manera de mirarme a los ojos.
Si me espías,
tu mirada se pierde en la hojarasca,
en los ojos del gato que asoma tras la verja,
en la espuma reseca de esos remos
o en aquella pastilla de jabón
que quedó flotando en la bañera
cuando cerramos la puerta para siempre.
Son mis frases,
nada más que palabras de un cuaderno,
llamas fugaces que apuntan al vacío,
la nimiedad convertida en signo gráfico.
Nunca has visto ese gato ni esa orilla,
jamás flotamos juntos tres horas seguidas
con el vientre frío y la cabeza ardiente.
En mi casa no tengo cadelabros,
no cuelga en el pasillo el óleo de una sílfide,
no existe ese sillón de orejas,ni un marino de escayola con su pipa humeante,
nunca me escuchaste interpretando a Brahms
tras un piano de cola mientras cenas,
ni hemos viajado juntos a las islas Seychelles.
Son episodios que están en mis papeles.
No son trozos de vida
ni pesan tras tus párpados.
Cada vez que atraigas uno de esos recuerdos
desecha lo que evocan:
no son más que delirios
que acechaste una tarde sobre mi hombro
Nuestros gestos más íntimos son solo una quimera.
Nunca traspasamos en globo una montaña.
Es mi brazo quien arroja sombras de malicia
sobre una hoja de papel en blanco.
Vete ahora.
Después de emborracharte con mis versos
navega hasta una playa resacosa,
serénate con la brisa de la noche
y no vuelvas a escudriñar en mis escritos.
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