Gracias a su estreno en el festival de
Sundance a principios de este año y a que fue recuperada poco después por
Netflix, hemos podido ver Horse Girl aunque,
por el momento, nos hayamos quedado sin salas. Una peli rara, de las que te
dejan pensando y no acabas de saber a qué carta quedarte. En estos casos, las
únicas alternativas parecen ser genialidad o fiasco, cualquiera de las dos nos
convencen en un momento dado y al siguiente nos pasamos al otro extremo. Pero
bueno, habrá que decidirse, o bien encontrar un término medio. Yo apuesto por
una combinación de aciertos y errores; aunque es difícil dar en el centro de la
diana, al menos habrá que intentarlo.
La protagonista absoluta es Sarah,
interpretada por una genial Alison Brie, que también participó en el guión y
cuya expresividad y economía interpretativa supone una de las mejores bazas de
la cinta. Perseguimos sus miradas y el menor de sus gestos porque son creíbles
y cautivadores, porque vemos en ellos a la mujer antes que a la actriz y porque
despiertan en nosotros toda clase de sensaciones contradictorias.
La puesta en escena abunda en imágenes introspectivas muy bellas, incluso poéticas, con frecuentes incursiones en lo onírico. En ocasiones, nos parece haber entrado en territorio surrealista, pero la vida real, con su crueldad característica, invade de repente la pantalla cortando de raíz nuestros sueños e interfiriendo en los del personaje. Sueños extraños, visiones que nos informan progresivamente de su indeciso estado mental, afirmaciones que rozan lo demencial emitidas con la mayor contundencia, la actitud del que se cree un elegido, muy por encima de los mortales corrientes. No tengo nada en contra de esos alardes de fantasía, tampoco me parecen mal los momentos en que predomina el enfoque realista, lo que no acaba de encajarme es esa mezcolanza de categorías tan dispares que apenas caben en el mismo producto, por lo menos, no con la frecuencia e intensidad con que se alternan aquí.
También el director debe decidir qué
terreno pisa. Todos son válidos pero no siempre pueden coexistir sin que el
resultado se resienta. Podía haber optado por un hermoso paseo por la mente de
una mujer algo confusa, cuyo grado de perturbación nos trae al fresco porque se
ha eliminado todo raciocinio y nos centramos en la cascada visualmente emotiva,
en el torrente de sentimientos que se manifiestan a través de una cuidada fotografía
y un trabajo actoral excelente. La otra posibilidad consistiría en el concienzudo
análisis de una determinada patología mental –pónganle nombre si lo saben, yo
no soy especialista– explicitada en confusión entre mundo real e imaginado,
sueños recurrentes, angustia, afirmaciones que asustan a su entorno, ingresos
psiquiátricos y otros síntomas de trastorno. Pero todo ello forma parte del
mismo relato, que no acaba de resolver en qué terreno quiere moverse y acaba
dando traspiés por carecer de una base sólida. Incluso ese final, que se
anuncia como maravilloso, me ha parecido la solución de compromiso que es
preciso adoptar cuando se ha llegado a un callejón sin salida sin ninguna posibilidad
de regreso a los orígenes para enderezar lo que se torció desde el inicio.
Fecha de estreno: 2020
País: Estados Unidos
Dirección: Jeff Baena
Guión: Jeff Baena, Alison
Brie
Reparto: Alison Brie, Debby Ryan, John Reynolds, Molly Shannnon, John
Ortiz, Paul Reiser, Jay Duplass
Música: Josiah Steinbrick,
Jeremy Zuckerman
Fotografía: Sean McElwee
Género: Drama
Duración: 104 minutos
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