Cuanto más retrógrada es una sociedad, mayor es el volumen de negocio
de los cuerpos. Al contrario de lo que pretenden hacernos creer y tal como
indica el sentido común, la prostitución (junto a los vientres de alquiler y
cualquier actividad que suponga comerciar con nosotras mismas) se encuentra en
el otro extremo de la libertad, de la libertad sexual en este caso. Una mujer
libre, dueña de sí misma, que busca el placer como lo puede hacer cualquier
varón y no pasa por apuros económicos propiciados por una economía que la
discrimina, puede actuar como ellos, buscar pareja si lo desea o bien aventuras
esporádicas. Eso es ser realmente libre. Como regla sencilla, solo hay que
comparar: si la práctica que examinamos es común a ambos sexos no habrá
discriminación, en caso contrario, el machismo ha invadido la plaza pública. Y
es un hecho que el invasor está presente en todo el planeta. No hay más que ver
las restricciones en la venta de órganos, nadie puede comerciar con ellos en
pro de una supuesta libertad, por mucha necesidad que tenga, en cambio, cuando
el objeto de comercio no es común a ambos sexos, es decir, cuando se trata de
vender algo que no poseen los varones, las trabas legales desaparecen, se
relajan o los encargados de hacerlas cumplir hacen la vista gorda. De ese modo, el mercado de trabajo disponible se amplía para el privilegiado varón, ya que
se elimina una gran cantidad de competencia y el cupo disponible se reserva
para su propio placer. O para obtener hijos por un módico precio sin que haga
falta una pareja femenina –en el caso de los gays – o que la esposa fértil se estropee
soportando embarazos y partos cuando siempre habrá alguien –una mujer sin
medios, empobrecida adrede, junto con otras muchas, para utilizarlas sin
escrúpulos– dispuesto (dispuesta, en este caso) a sustituirla porque es la
única manera de que entre comida en su casa.
Pero volvamos al asunto de la prostitución. Decía, hablando en plata,
que cuanto más retrógrado es un pueblo más puteros produce. España –que, mal
que nos pese, sigue siendo puritana hasta límites inverosímiles– no es
precisamente un dechado de virtudes paritarias, solo hay que fijarse en esos
supermercados del sexo que inducen a la Europa patriarcal a cruzar los Pirineos
y sumarse a la torpeza y falta de escrúpulos de los foráneos. Les importa un
bledo que esas mujeres hayan sido víctimas de trata, vivan esclavizadas y sus
servicios supongan una tortura continua; como si de objetos se tratase observan
de soslayo su preocupante falta de autoestima, el desamparo, la vulnerabilidad,
la confusión mental y el estado de esclavitud en que malviven.
Much Loved se estrenó en Francia allá por septiembre de 2015 y ha sido exhibida
en los festivales de Cannes y Toronto, su acción se situa en Marruecos, en
Marrakech, concretamente. A través de cuatro mujeres (Noha, Randa, Sukaina e
Hilma) y a pesar de evidentes omisiones –siempre hay métodos para retratar algo
mejor la humillación sin abandonar la elegancia ni llegar a rozar lo
pornográfico– refleja parte de la realidad más cruda insistiendo en sus
aspectos amables y evitando estigmatizar a las víctimas. Pero resulta evidente
que cada una de las protagonistas, a pesar de su extrema juventud, arrastra una
experiencia que la ha marcado, envejecido prematuramente por dentro, arrebatado
la ilusión y convertido en una cínica que disimula como puede su desprecio y
hastío en los momentos que necesita poner buena cara, ya que lo material es el
único valor que aprecia porque eso es lo que le ha enseñado la vida.
Las comprendemos, porque ni siquiera imaginan vivir de otra forma, y
hasta las admiramos por ser supervivientes auténticas. Y claro que nuestras protagonistas tienen
sentimientos: encontramos instinto de protección en Noha (solo unos años mayor
que las otras tres), el anhelo por encontrarse con un supuesto padre que según
parece vive en España en un caso, el sentimiento amoroso en otro, una
camaradería y espíritu de grupo envidiables, quizá un poco idealizado pero
fácil de imaginar en circunstancias como estas. Tampoco faltan las rencillas,
envidias y disputas. Lo cierto es que acabamos tomándolas cariño, y hasta nos
desarman a veces con sus actitudes ingenuas. Hay que ponerse una venda en los
ojos para seguir viviendo de esa forma, rodearse de un falso glamour, fingir
alegría, aceptar humillaciones, emborracharse, bailar, ser el alma de la
fiesta, vestirse provocativamente, acicalarse, flirtear, soportar al baboso de
turno. No encontraremos escenas excesivamente sórdidas, al contrario, la
escenografía es festiva la mayor parte de las veces, pero, tras tanto alarde
frívolo la amargura espera a manifestarse dentro del hogar, una vez bajado el
telón.
Desde luego, nunca llueve a gusto de todos. A mí me hubiera gustado que
el director se mostrase más explícito, no sé si tenía intención de denunciar
esta práctica perversa, es cierto que hablamos de un varón, pero solo por el
hecho de tratar este asunto se le presume cierta conciencia y la muestra de una
realidad, implícita pero aún así sin paliativos, ya es un aldabonazo para
conciencias mínimamente sensibles. Pero así es como yo lo vivo, el gobierno
marroquí en cambio censuró la película por considerarla un ataque contra la
moral de la mujer marroquí, un escándalo por el asunto que trata y una defensa
de la homosexualidad. Puede que esos jerarcas piensen que lo de la prostitución
en Marruecos es una patraña de Ayouch. Aunque no los imagino tan ingenuos,
supongo que más bien se trata de la actitud cínica con que se asumen estas
prácticas y todas las que supongan discriminación hacia el sexo que dieron en
llamar débil para sentirse más fuertes en su masculinidad todopoderosa.
La narración evoluciona a buen ritmo manteniendo en todo momento el
interés del espectador. De las escenas iniciales, en las que se enfoca más bien
al grupo y predominan vorágine y desenfreno se pasa a individualizar
progresivamente, primero al colectivo de chicas, luego a cada una,
individualmente. El tono se va volviendo más serio, íntimo y profundo, el drama
empieza a percibirse en toda su dimensión haciendo resaltar, por contraste, la
hipocresía del paripé multitudinario que predomina al principio.
Una película valiente y muy necesaria, que como casi era de esperar
ha atraído la violencia ultra: tanto su director como la actriz principal
fueron atacados y, en el caso de ella, increpada y ninguneada por la policía y negado
el auxilio hospitalario, las demás tuvieron que esconderse e incluso uno de los
actores sufrió heridas en el cuello. Una vergüenza, por supuesto, pero que pone
de manifiesto la mala conciencia de esos usuarios, beneficiarios y cómplices
que habitan en Marruecos y en todos los lugares del mundo.
Título original:
Zine li fik
Año: 2015
País:
Marruecos
Dirección:
Nabil Ayouch
Guion: Nabil
Ayouch
Reparto:
Loubna Abidar, Alima Karaouane, Asmaa Lazrak, Sara Elhamdi Elalaoui, Abdellah
Didane, Danny Boushebel, Carlo Brandt
Duración:
108 minutos
Música: Mike
Kourtzer
Fotografía:
Virginie Surdej
Género:
Drama
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