domingo, 30 de abril de 2017

Don Rufo bufa: ¿Para qué queremos la tradición en España?

Don Rufo bufa
A veces, un artículo de prensa te deja con un come-come que, instalado en algún lugar privilegiado del cerebro, se alía con tus vísceras y no te deja vivir hasta que no lo expulsas. Así que voy a hacerlo. Con cariño, con delicadeza, sin groserías ni malos modos, pero expresando toda la indignación que me produce.

Llevamos ya muchos años contemplando el enfangamiento en el que se halla sumergido un amplio sector de nuestra clase política. Al principio, nos congratulábamos de que se hubiera descubierto un caso, luego dos o tres, más tarde pensábamos que con cinco o seis había más que suficiente, que ya había salido todo a la luz, que no podía quedar nada más salvo alguna historia de poca monta. Ahora asistimos con estupor a un espectáculo que no tiene visos de concluir, porque se va renovando con el tiempo, porque todavía existen los anclajes suficientes para que muchos de estos sujetos se sigan creyendo invulnerables. En el fondo de todo encontramos, claro está, una codicia desmedida y una absoluta falta de escrúpulos. Pero existe otro factor que, quizá, pase algo más desapercibido y que es condición sine qua non para la existencia y persistencia de este aborrecible estado de cosas: le pese a quien le pese, nos toman por tontos.

Pero ¿lo somos? ¿Somos tan tontos como se piensan esos corruptos que nos han gobernado tanto tiempo? Pues, según yo lo veo, sí y no. En principio, confiábamos en ellos, se nos puede tachar, por tanto, de confiados, y eso está bien, si no establecemos vínculos en los que previamente se dé por hecho que alguien no nos va a fallar, no tendría sentido ni cuerpo de policía, ni socorristas, ni médicos, pero tampoco arquitectos ni albañiles. Un conjunto de personas donde nadie se fíe de nadie no podría llevar el nombre de tejido social. Pero, según pasaba el tiempo, algunos comprobábamos que la simple confianza comenzaba a convertirse en credulidad algo bobalicona y, de golpe, dejamos de ser ingenuos y empezamos a darle la vuelta a todo para averiguar si el forro de la chaqueta estaba podrido o no.
Gregorio Fernández fue uno de los escultores del Barroco que más contribuyó a crear la imaginería propia de la Semana Santa española.
Gregorio Fernández - La Piedad (Detalle de grupo escultórico) - 1616
Museo Nacional de Escultura - Valladolid

Y lo que vemos, mirando un poco más allá de lo aparente, es que quienes protagonizaban esas corruptelas, esos que se molestan cuando los investigan, que reclaman objetividad y racionalidad mientras esconden las pruebas del delito, esos que nos ha ido expoliando poco a poco o mucho a mucho, son los mismos que reclaman respeto por las creencias, los mismos que defienden lo irracional, las tradiciones, lo antediluviano, el sinsentido, la falta de espíritu crítico, la sinrazón en suma. Tanta procesión, jaculatoria, golpe de pecho, capelo cadenalicio, llagas supurantes en el pecho de las estatuas ¿adónde conducen? Tras la excusa del respeto a las creencias ¿no se intentarán perpetuar las adhesiones incondicionales, el asentimiento acrítico y una aberrante falta de lógica? No se engañen, tanta tradición sin sentido, tanta creencia sin cotejar con la realidad científica -como yo misma apuntaba hace poco- es la forma más certera de mantener a la gente en la inopia. Y si muchos parados, contratados temporales, personas con una economía precaria siguen votando a los que trasladan a los bolsillos propios lo ganado con el sudor ajeno es porque la treta les funciona como un reloj.

Ayer mismo (29-4-2017), Antonio Muñoz Molina manifestaba en Babelia un sentimiento de desolada impotencia , -que comparto-, al comprobar que la evolución esperada al inicio de la Transición española se ha convertido en lo contrario. Nos movemos, como los cangrejos, para atrás. Cada vez, triunfa más el fanatismo y la intolerancia, la superstición y la hipocresía. Y lo hace, no se engañen, para que cuatro espabilados se llenen los bolsillos. Esto no lo dice el artículo, lo digo yo, lo dicen muchos otros y, sobre todo, lo grita la realidad a los cuatro vientos. Solo tienen que leer las noticias. Con los ojos abiertos, si es posible.

lunes, 24 de abril de 2017

Fences (2016)

Carátula de Fences

Aunque Denzel Washington comenzase en 2002 su carrera como director de cine y tenga en su haber varias películas además de una serie televisiva, esta es la primera oportunidad que he tenido de valorar esa faceta suya y, desde mi condición de simple aficionada, afirmo que ha hecho un magnífico trabajo, tanto en sus decisiones sobre la película en sí misma (casting, dirección de actores, escenografía, ejecución del guion etc.) como en la elección de la obra homónima de August Wilson. Escrita en 1983, triunfó por primera vez en los escenarios en 1987 y en 2010 volvió a repetir el éxito, esta vez protagonizada por Denzel Washinton. Era, pues, el candidato perfecto para dirigirla pues la tenía perfectamente interiorizada y porque Wilson, fallecido en 2005, había exigido en su día que la dirigiese un afroamericano, imposición que ha ido demorando el proyecto hasta ahora.
A medida que pasan los días, el tamaño de la película va creciendo en mi recuerdo, y esa es la señal más clara del valor que le doy.
En cuanto a los valores objetivos, me han llamado la atención los siguientes:
Escena de la película Fences
  • Sobriedad en la ambientación. Aparte de las primeras escenas en el camión de la basura, no hay más espacios que el patio de la casa y varias zonas del interior. Solo con esto es suficiente.
  • Eso la convierte en una obra de teatro rodada cuya gran economía de medios presta gran intensidad a lo narrado.
  • Retrata una época y una clase muy concretas, con sus posibilidades más o menos limitadas de ascenso social, así como ideología, prejuicios, asimetría por razones de género etc.
  • Presenta multitud de matices, tanto en lo que se refiere a recursos narrativos como en el mensaje que pretende trasmitir, convirtiéndola en un artefacto complejo.
  • El esquema narrativo sigue los cánones realistas, no se dulcifica nada aunque se hacen numerosas elipsis.
  • El relato es perfectamente verosímil, los personajes no representan arquetipos sino auténticos seres humanos y aparecen con toda su crudeza, sin maniqueísmos de ninguna clase.
  • La problemática familiar, amistosa y de pareja es tan enrevesada y ambivalente como en la vida real.
  • Se muestran los hechos y cada espectador saca sus conclusiones, no existe moraleja explícita.
  • Fino y sutil análisis psicológico. Por ejemplo, el protagonista aparenta una cosa y es otra: al principio parece rudo pero entrañable y vamos rectificando a medida que lo vamos conociendo.
  • Interpretaciones, en general, muy convincentes, y las de la pareja central sencillamente espléndidas.
  • Este año ha sido nominada a los Oscar como Mejor Película, Mejor Guion Adaptado, Mejor Actor Protagonista, y Mejor Actriz de Reparto, aunque solo Viola Davis, en el papel de esposa de Washington, haya ganado el premio.

Escena de la película Fences

    * País: Estados Unidos
    * Duración: 139 minutos
    * Director: Denzel Washington
    * Guion: August Wilson (Obra de August Wilson)
    * Música: Marcelo Zarvos
    * Fotografía: Charlotte Bruus Christensen
    * Reparto: Denzel Washington, Viola Davis, Stephen Henderson, Jovan Adepo, Mykelti Williamson, Russell Hornsby, Saniyya Sidney
    * Género: Drama

    sábado, 22 de abril de 2017

    La Baronesa (XVI)

    Pido anís para desayunar a Black Lagoon, mi servicio de catering. Son eficaces, no ponen ni una pega y están aquí en menos de diez minutos. Anís, dulce y denso, para alejar el hambre mañanera y, de paso, despistar a la resaca, acompañado de puros enanos, que ellos saben mantener con el grado exacto de humedad. Guardarlos en casa sería, además de un sacrilegio, una ordinariez de cuidado. Recibo al mozo en turbante para cubrir el revoltijo que tengo en la cabeza y con la túnica de seda más colorida que encuentro. Acumular diez kilos de colada supone una contrariedad enorme, pero no voy a perder por ello mi aspecto de gran diva. Y ni hablar de agenciarme otra lavandería, estos son indolentes pero al menos no me pierden la ropa.
    Richard Estes - Times Square (2004)
    Recojo los paquetes, pago y suena el teléfono. Veo al chico recostado en la puerta esperando la propina y lo dejo estar, cuando se convenza de que no tengo ninguna intención de soltar más pasta por la jeta se cansará de hacer el mono y me dejará tranquila. Fui rumbosa hasta que pude permitírmelo, y reconozco que disfrutaba bastante viendo a tanta gente comer de mi mano, pero no es posible dilapidar cuando el chorro que sale no se renueva nunca. Daniel se ha vuelto un tacaño desde que descubrió que me veía con otros hombres.
    -¿Miss Catalina?
    -¿Quién habla?
    -Su humilde servidor, quiero proponerle un negocio.
    El chaval del restaurante continúa sujetando la puerta con el hombro, arrimo el teléfono a su boca y le hago señas de que hable. Se encoge de hombros, me alejo y hablo entre dientes.
    -Di que estamos ocupados.
    Parece que me entiende a la primera. De algún lugar de su enclenque cuerpecillo, saca un vozarrón inaudito para explicar que sus jefes no admiten recados. Hasta después de la reunión, añade, y todavía puede durar horas. De repente, le admiro infinito y hasta me siento gorda y vieja a su lado con mi caftán sobado y estas ojeras enormes. Voy hacia él y pongo dos monedas en su mano abierta. Terreno despejado, ya puedo beberme el anís.
    Daniel siempre dio por sabido lo que yo iba a buscar a otras casas, si se hubiera tomado la molestia de creerme, me consta que se habría decepcionado. Seguiríamos juntos, es verdad, pero no podría sentirse el héroe de novela que se cree ahora. Continuaría reprochándome haber participado en sesiones donde no buscaba otra cosa que flotar y perderme, pero de haber sabido lo castas que eran (en el fondo, al menos), no podría alardear ya de hombre traicionado, se le caería esa aureola trágica que, según él, le rodea desde entonces y que no le corresponde en absoluto.  Fue aquí en Nueva York, pero también en Tailandia y Venezuela, acompañando a John y a Serafín Vergara, el primo de Rosario, donde me convertí en una morosa crónica. Tengo a medio Bronx pisándome los talones y todavía he de estar agradecida por que no hayan dado con este apartamento.
    Richard Estes . Museo Thyssen Bornemisza (Madrid)
    Lo que son las cosas, mientras viví con el degenerado de Tristan seguí siendo una mujer virtuosa. Solo la desesperación consigue desbocarme. A los quince años, intenté asesinar a Rosario porque no era más que una marioneta de Alphonse, luego me cobijé entre fuegos artificiales para olvidar mi condición de semilla malograda. Consiguieron arrebatarme a la niña que Daniel y yo esperábamos como si fuese nuestra; si después de haber perdido tres hijos, hubiese engendrado un cuarto, habría acabado con mi vida antes de volver a parir.

    jueves, 20 de abril de 2017

    La Baronesa (XV)

    René Magritte - Le Model Rouge (1935)
    He decidido convertirme en niña otra vez y refugiarme, como entonces, en mi casita de muñecas, que eran seis pedazos de cartón, abrazada a Dominique, una pelota de tenis arrojada a un vertedero cercano, sobre la que había pintarrajeado unos ojos y unos labios en medio de unas hebras de lana azul, pegadas a modo de mata de pelo. Mi Dominique sin cuerpo –¿para qué? lo que de verdad define a un ser humano es la cabeza, si careciéramos del resto de los órganos nos ahorraríamos muchas calamidades– esa compañera, tan peculiar y querida, ha viajado conmigo por tres continentes unas veces en bolsa de arpillera, otras alojada en su propio departamento de un cofre-neceser de Louis Vuitton. Ahora reposa aquí convertida en gran objeto artístico, Moon’s Kiss, la célebre artista de performances, la reelaboró para mí (a un precio simbólico ya que nunca nos hubiésemos podido permitir sus tarifas), debido a la amistad que la unía a Daniel, al interés que suscitó en ella la idea en sí y, sobre todo, al afecto que la propia Dominique, tan retraída en su casi irremediable humildad, provocaba a los pocos que tuvieron el honor de conocerla en aquella, su versión original. Kiss la hizo brillar por fin, barnizando la superficie, acoplándole unos ojos de nácar con pupilas de mica, coloretes esmaltados, una falda abullonada pegada al lienzo e instalándola en una especie de vitrina con marco de escayola dorada, extraída de quién sabe qué cuadro antiquísimo, que cuelga sobre el escritorio del antiguo despacho de Daniel, el lugar más emblemático de esta humilde guarida.
    René Magritte - Faux Miroir (1928)
    Hasta las cucarachas que pululan ante mis ojos han adquirido formas suntuosas. Las imagino como yo, de puro ébano, gloriosamente cinceladas por algún artesano y dotadas de un motor invisible que les permite danzar por la atmósfera. Adoro lo negro. Y las cabezas, aunque la mía esté a punto de estallar por el exceso de presión a que la estoy sometiendo. Debería ingerir un tranquilizante y quedarme dormida hasta mañana. Los euforizantes son mis preferidos pero provocan en mí visiones aberrantes que acaban dejándome sin fuerzas.
    Mi primer hijo también nació negro, no parecía llevar ni una gota de sangre de Tristán. Como es natural, no me dejaron verlo, había que guardar las apariencias, convencer a todas las amistades y hasta a la propia madre que era yo de que, a pesar de los siete meses largos de embarazo, había tenido un aborto. Pero siempre conté con espías, todo el cuerpo de casa al servicio de Bruno, los que habían sido mis compañeros a la vez que mis sirvientes, se puso de mi lado y, aunque no estaba en sus manos cambiar gran cosa, me mantuvieron informada de lo que iba sucediendo con mis niños. Este vivió sus dos primeros años con una familia parisina, luego Tristán se lo vendió a un comandante de Texas con hijos ya mayores y una esposa menopáusica.
    (Continuará)

    martes, 18 de abril de 2017

    La Baronesa (XIV)

    He debido caer a un pozo muy hondo, floto de cara a un agujero azulado y al otro lado no veo  más que niebla. Transitan por ella unos bultos negros parecidos a cucarachas flotantes. Se balancean y giran a mi alrededor como si yo fuese el eje de una noria. Me mareo. O ellas bailan. En un lienzo emborronado levito, entonces se paran y explotan en medio de un charco de luz.
    No sé si me he desmayado o estoy borracha otra vez. Esta tarde hacía ir y venir a los barcos al compás de mis pensamientos. Después… No recuerdo más. Es de noche y solo tengo poder sobre los reflejos de la luna en las nubes, pero mi cabeza se ha vaciado y solo veo cucarachas.
    Estas de ahora son bichos aéreos que chocan entre sí como los coches de las ferias. Nunca he visto nada parecido, solo conocía cucarachas corrientes como las que correteaban en el patinillo de Henriette y se esfumaban entre los resquicios de las baldosas cuando te acercabas con la linterna.
    Salvador Dalí - La verdad te hará libre
    Jamás me he olvidado de ella ni de cómo huimos Rosario y yo dejándola a merced de aquel borracho, ni de su piel como el verdín, la grisura de sus ojeras, aquellas horquillas mal ajustadas –pues en medio de tanta miseria hasta peinarse parecía frívolo–. Fue mucho más tarde cuando empecé a calibrar el alcance de su generosidad y su resignada sumisión. Nunca dudé de que volvería y lo hice. La vivienda permanecía en pie, pero tan derrengada como lo estuvo en tiempos su inquilina. No me pudo extrañar que hubiese muerto, fue aquella soledad llegándome en oleadas lo que por poco consigue derrumbarme. Ya no quedaban niños. Ni alegría. En cambio el hambre, contumaz, continuaba allí cercando al tercer heredero. Más bien a lo que quedaba de él: un despojo de veinticinco años, con la misma expresión desencajada de entonces, que me podía recordar a duras penas. Aunque en la época no midiese más de medio metro, tenía grabado a fuego aquel día: Henriette abortó horas más tarde pero aún llegó a parir otros dos. De todos ellos, no quedaban ya más que una niña algo más pequeña que Pierre, que estudiaba enfermería de balde en una institución religiosa, y Armand, mi preferido, que volaba por ahí en su camión y del que se me habían borrado los rasgos. Los refresqué mirando la fotografía familiar, exigida por el gobierno en su día para justificar el número de niños, que Pierre había pegado con cinta adhesiva al cristal de su mesilla de noche.
    Estaba allí, de visita, con mi hija alojada en el vientre y una recién estrenada sensación de libertad tras haber conseguido dar esquinazo al déspota. Pierre parecía sinceramente emocionado dentro de su piel transparente por las penurias. Se esforzó por agasajarme, avergonzado ante tanta carencia, y yo, más abochornada aún por lo que podría considerar petulancia mía, no se me ocurrió nada mejor que llevármelo a comer a una brasserie recién inaugurada. Él se subió dócilmente al deportivo como si fuese lo más natural. Ya en la carretera, con el viento colmándonos de euforia, anuncié que le compraría todo el género que pudiese proporcionarme. Me pareció la mejor manera de ayudar a aquel chico, siempre podría deshacerme del bulto arrojándolo a los contenedores que se alineaban en la pared trasera de mi hotel. Ni pensar en colocárselo a alguno de los amigotes de Tristán y sacar mis buenas ganancias, me hubiera arriesgado a que el otro recuperase la pista con lo mucho que me había costado disolverme.

    domingo, 16 de abril de 2017

    La Baronesa (XIII)

    ¿Se puede amar a un niño antes de conocerlo por el mero hecho de ser su madre? ¿Se le puede amar, incluso, cuando te consta que no lo conocerás nunca?
    José Domínguez Álvarez - Sin título
    Nunca sabré si esto es amor. Una insatisfacción constante, seguro que sí. Herida que no cicatriza, ansia insaciable de comerse el mundo, palmo tras palmo, o de desmenuzarlo entre las uñas hasta encontrar lo que se anhela. Que no es poco: dos muchachos y una jovencita que llevan mis genes y los de un blanco sinvergüenza.
    Nos casamos un día cualquiera a las seis de la mañana en una ermita perdida en la campiña. Bruno lo arregló todo y luego se desentendió. Con mi porvenir en manos de aquel mocoso, de pronto me sentí huérfana y ese desamparo no era un buen combustible para encender la llama. Todo iba de mal en peor: ahora que se le habían cedido los derechos sobre mí, sustituyó los celos malsanos por un desprecio total a mi persona. Se creía todopoderoso, sensación que iba en aumento cuanto más se incrementaba su dominio. Con el dinero que obtuvo para comprar una casa, pequeña pero bien situada, alquiló un cochambroso apartamento en un barrio de mala muerte y el resto se lo gastó en juergas. Al principio las celebraba allí mismo, pero hasta sus visitas consideraban desastroso el cuartucho que hacía de salón y, sobre todo, les molestaba mi presencia. No es que él se olvidase de mantenerme a buen recaudo detrás del cerrojo más firme, pero no podía impedir que me pusiese a llorar a gritos. 
    José Domínguez Álvarez - Casaria e figuras de um sonho

    Se las había arreglado para vivir como un señor sin tener que dar palo al agua. A base de trampas, claro. Prometiendo jugosos sobornos, repartió entre los encargados de los establecimientos las tareas de vigilancia, gerencia y administración que le había adjudicado su padre en atención a sus responsabilidades recientes. Me consta que los seis, aparte de su sueldo oficial, esperaban sacar un buen pico por encargarse de todo manteniendo en secreto que Tristán no pisaba la tienda. Por algo era yo la que tenía que revisar los libros de contabilidad, las entradas y salidas de género, los honorarios del personal, los seguros sociales y todo lo habido y por haber. De esta forma, Tristán –sin ningún esfuerzo– fue mi segunda escuela (o mi segunda experiencia autodidacta), siguiendo, a su manera, el modelo paterno. La principal diferencia entre las dos no estribaba en los contenidos –humanísticos primero, comerciales después– sino en la angustia que ahora me atenazaba ante la posibilidad de cometer un error. Y comprobar que estuviese todo bien cuadrado no era lo más importante: una vez al mes, había que escurrir (era su expresión favorita) una cifra con muchos ceros que acabarían cayendo en sus mangas.
    También hay que contar con que no siempre tenía tiempo para sumergirme entre papeles; solo podía trabajar a gusto si mi marido se iba a jugar a la taberna, cuando volvía –borracho y habiéndolo perdido todo– se despatarraba molido en el catre y había que atenderlo. Atenderlo y recibir las consecuencias de su furia. Me pregunto si fue Bruno el que siempre se negó a volver a verme o era cosa de Tristán con el fin de ocultar mis moretones.

    (Continuará)

    miércoles, 12 de abril de 2017

    Don Rufo bufa: A vueltas con el respeto a los creyentes

    Artículos de opinión heterodoxaTodo eso del respeto a los creyentes me suena a música ratonera -una expresión que no uso desde mi infancia, por cierto-. Empecemos por definir términos, ¿quiénes son, en realidad, los conocidos como creyentes? Así, en general, el término podría referirse a todos, porque todo el mundo cree algo: que sus hijos son encantadores, que nunca le tocará la lotería, que ha subido el precio del pan... Aquí, sin embargo, el ámbito significativo se ha restringido hasta abarcar únicamente a aquellos que tienen una religión o siguen algún tipo de doctrina de carácter sobrenatural o místico. Es decir, son creyentes quienes están convencidos de algo que, en principio, la ciencia no ha confirmado o rechaza. ¿Hay motivo para respetar a personas cuyas creencias no están demostradas sino más bien todo lo contrario? Efectivamente, hay motivo para respetar a esas personas, precisamente porque son personas, al margen de las creencias que tengan. Esto es lo que se especifica en la Declaración de Derechos Humanos, en la Constitución Española y en cualquier otro manual legislativo que tenga en cuenta la dignidad del ser humano, de todos, sin tener en cuenta su raza, sexo, religión etc.
    ¿He dicho que hay que respetar a las personas? Pues voy a repetirlo por si acaso no ha quedado claro: todas las personas merecen un respeto. Todas. Al margen de sus creencias. En consecuencia, si estas personas no creen en ninguna religión, si son ateos, agnósticos o mediopensionistas, incluso si creen que Bambi les visita mientras duermen, hay que respetarlas igual. Porque, insisto una vez más, son personas. Y sus pensamientos, así como su adscripción a un grupo determinado, no las convierte en menos dignas. Los ateos en concreto sostienen la hipótesis más avalada por la ciencia actual, no creo que eso sea motivo para menospreciarlos. Ni a ellos ni a sus creencias que, en este caso como decimos, más que creencias son hipótesis contrastadas con la realidad y confirmadas.
    Llegados a este punto, vamos a distinguir entre creencias y creyentes. Los señores creyentes son seres humanos y, por tanto, respetables. La sagrada orden de la hamburguesa a mí, permítanme, me da mucha risa. Respeto infinito a quienes creen en lo que sea, en papa Noel, en las hadas de los cuentos, en que Maradona es de naturaleza divina, pero tendrán que disculparme si las historias que me cuentan me hacen gracia. Quienes las inventaron debían tener mucho sentido del humor y yo soy un ser humano con capacidad de asimilar la vena cómica de las historias y con todo el derecho a reírme de lo que me hace gracia. He dicho “de lo que me hace gracia”, con el pronombre en género neutro, es decir, “de las cosas que me hacen gracia”, nunca de las personas.
    penitentes en procesión
    Pero resulta que, igual que no tengo derecho a reírme “de los que no piensan como yo”, tampoco tengo derecho a denunciarlos, ni a faltarles al respeto, ni a divulgar sus comentarios si estos defienden sus creencias (ateas) y son, por tanto, legítimos. Mucho menos a condenarlos o encarcelarlos. Los señores ateos tienen el mismo derecho a que se respeten sus creencias que los señores creyentes. Y mofarse de una creencia ataca solo a la creencia, pero calumniar, divulgar contenido privado, procesar, imputar, condenar ataca directamente a la persona de carne y hueso. A esa que, según toda la legislación occidental aprobada en las convenciones internacionales tenemos el deber de respetar. El derecho a que se nos respete como personas es inviolable, aunque no creamos en seres fantasmales, aunque nos chanceemos de esos seres –no de quienes creen en ellos, que eso es cosa distinta–. Es cierto que las creencias de los no creyentes son mucho menos divertidas, pero da la casualidad de que la ciencia les da la razón y eso molesta infinito. Sin embargo, y por mucho que moleste, hay que recordar que también los ateos son personas.
    Una cosa está clara. Los legisladores establecieron mecanismos de respeto a los creyentes porque, se suponía, estaban discriminados en relación con el resto. No invirtamos ahora las tornas y pensemos que los que no tienen una creencia de carácter sobrenatural merecen menos respeto. Hay que respetar a todos, creyentes y no creyentes, paisanos y foráneos, bebés y adultos, mujeres y hombres. A ver si empezamos a poner las cosas en su sitio y no hacemos demagogia descarada para arrimar el ascua a la sardina que más nos convenga en cada momento.
    Mucho cuidado con no respetar a las personas. Si yo me mofase de una creencia, por mucho que moleste a sus catecúmenos, estos siempre quedan incólumes, mi burla no les perjudica en absoluto y, si tienen la piel especialmente fina, peor para ellos. En cambio, imputar, detener, juzgar, condenar o, simplemente, impedir la libre expresión de quienes piensan distinto es una persecución en toda regla. Se les expone en la prensa, se les difama, se pone en tela de juicio su honor, se ataca su dignidad, se les obliga a temer por su libertad, incluso se les puede privar de ella. Esto sí es un ataque, eso es no respetar a todos los creyentes. A los que creen que dios no existe, a los que creen que un dictador actuó de tal forma y tal otra, en una palabra, a los que no piensan lo mismo que los cerebros dominantes. Atacar la libertad de expresión significa atacar a la gente. Expresarse libremente es sinónimo de atacar puras ideas, y son esas las que se pueden atacar, incluso deben atacarse, para que circule el aire puro, se renueve la ideología y entre el oxígeno a raudales. Que últimamente huele ya mucho a rancio.

    lunes, 10 de abril de 2017

    Paterson (2016)

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    Ni perfección técnica ni efectos especiales ni apabullantes presupuestos. Al cine actual le pedimos algo muy sencillo: que respire verdad, no queremos otra cosa de él. Algo tan novedoso y revolucionario como eso, nada de cortas-y-pegas de la historia del cine, de repetir fórmulas exitosas, de calcular minuciosamente el porcentaje de cada elemento en juego, de eludir aquello que –se prevé- disminuirá el número de espectadores, apartarse de lo considerado minoritario, aplicar criterios rigurosamente comerciales, de…
    La vida suministra historias extremadamente sencillas a las que solo hace falta poner al menos un poco de alma, mimarlas y quererlas. Con esos mimbres, el buen hacer del auténtico cineasta aportará lo que sea necesario.
    Un matrimonio joven. Él trabaja, ella no. Se quieren. Ambos, sin saberlo, poseen un alma sensible. Son felices a su modo. Mejor dicho, son felices en unas condiciones que la mentalidad de hoy día consideraría fuente de todas las desdichas. No poseen más que lo imprescindible, el medio que les acoge es esencialmente feo: una ciudad anodina, una vivienda pequeña y no demasiado confortable. Para ganarse el pan es preciso madrugar, llevar a cabo un trabajo tan rutinario y poco agradecido como es el de conductor de autobús. Día tras día, el protagonista contempla las mismas calles, idéntico panorama, hasta las caras de los pasajeros se repiten. La melancolía se adueña de los días. Parece que nos hallamos ante una historia triste. Pero ellos son felices porque nada les impide soñar.
    Cada uno a su modo, uno en su simplicidad teñida de lírica, la otra con su manía decorativa monotemática y sus anhelos de grandeza se elevan sobre su vida cotidiana. El mundo nunca es como es, todo depende del color del cristal: se puede ser profundamente infeliz teniéndolo todo y viceversa.
    Resultado de imagen de paterson peliculaPorque Paterson –sí, se llama igual que la ciudad donde vive; es plano y sin relieve hasta su nombre– Paterson, decía, posee algo único e irrepetible: una libreta. No una cualquiera sino la suya, esa en la que anota los poemas que se le van ocurriendo, un verdadero tesoro. También tiene otra cosa, admiración incondicional por un poeta que habitó en su misma ciudad: William Carlos Williams. Vivir con eso dentro de uno es algo maravilloso que no está al alcance de cualquiera, y solo quien lo experimenta lo sabe.
    Habrá quien piense que al personaje le sobra algo, los molestos viajeros de cada día. Pero hasta eso depende del enfoque de cada cual: él los ve como un entretenimiento, fuente de amenos diálogos, eternos proveedores de historias.
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    La pareja convive con un perro, tan encantador como feo, tan peculiar como antipático, que tiene a su cargo el único giro argumental de importancia.
    Un casting acertado, unas interpretaciones más que convincentes y una fotografía estilizada, que acentúa la impresión de simplicidad, completan el efecto.
    Jarmusch consigue algo casi insólito: que a base de minimalismo, con solo un puñado de elementos, el espectador ni siquiera pestañee. Precisamente por eso, puede que sea una película para ver, por lo menos, dos veces. No porque nos hayamos perdido nada, al contrario, debido a una desnudez de recursos que, al pillarnos desprevenidos, nos impedirá asimilarla por completo hasta que ya es demasiado tarde.


    ·         Director: Jim Jarmusch
    ·         Reparto: Adam Driver, Golshifteh Farahani, Sterling Jerins, Luis Da Silva Jr., Frank Harts, William Jackson Harper, Jorge Vega, Trevor Parham, Masatoshi Nagase, Owen Asztalos, Jaden Michael, Chasten Harmon, Brian McCarthy, Jared Gilman, Kara Hayward
    ·         Guion: Jim Jarmusch
    ·         Fotografía: Frederick Elmes
    ·         Año: 2016
    ·         País: Estados Unidos
    ·         Duración: 113 minutos
    ·         Género: Drama

    jueves, 6 de abril de 2017

    La escapada (y VI) [Relato fantástico]

    Hasta un mes más tarde no recibí su informe.

    Señor don Carlos Vallejo. Acompaño a la presente los documentos de rigor para demostrar la veracidad de mis investigaciones referidas a don Ildefonso Perales, Alejandra Frutos y Adelaida (a secas).
    El primero tuvo fácil seguimiento. Don Ildefonso sufrió una embolia la noche anterior a su visita, fue ingresado en la Unidad de Neurología del Hospital Provincial donde pasó algo más de una semana. Actualmente, se está recuperando de las secuelas, aprende a caminar de nuevo y se comunica aceptablemente. Esa ha sido su perdición, pues su relato de lo sucedido en el último año era tan fantasioso y tenía tan poco fundamento, que se le hubo de diagnosticar esquizofrenia aguda. A resultas de esto y desde hace un par de semanas, se recupera en la Unidad de Psiquiatría del citado Hospital Provincial.
    La segunda investigada se esforzó lo que pudo en borrar pistas, pero finalmente hemos podido dar con su rastro. Alejandra Frutos, cuarenta y tres años. Ex drogadicta, ex prostituta, ex presidiaria. Actualmente, parece haber dado un vuelco a su vida, dispone de una vivienda con piscina y amplia zona ajardinada en un parque residencial de primer nivel a las afueras de una ciudad costera cuyos datos incluyo en los documentos pertinentes. Posee acciones de un afamado prostíbulo con clientela internacional de alto nivel, pero sus costumbres son pacíficas y ordenadas, siendo muy respetada por sus convecinos, todos con un poder adquisitivo comparable al suyo.
    Última entrega del relato La escapada
    Ernst Ludwig Kirchner - Cinco mujeres en la calle - (1913)
    No nos ha sido posible dar con la tal Adelaida. Rogamos que nos facilite algún dato más, al menos un apellido. Las personas interrogadas a petición suya, a saber, un carnicero de barrio y tres dependientas que comparten piso en una calle cercana, afirman no conocerla. No obstante, tenemos información de tres mujeres llamadas Adelaida que tomaron un vuelo internacional el 27 de marzo por la tarde. 1) Adelaida Marklund. 22 años. Soltera. Estudiante en la escuela actoral de Estocolmo, padres fallecidos en accidente de automóvil. Sin hermanos. Actualmente, en paradero desconocido. 2) Adelaida Camila Espejo, de familia nómada, nacida en caravana, inscrita en el registro civil de Toledo, abandonada en el hospicio poco después y adoptada a los diez meses por una familia riojana. 26 años. Soltera. Actualmente, trabaja en Logroño como profesora de ciencias naturales. 3) María Adelaida Rodriguez, nacida en Barcelona. 47 años. Casada. Tres hijos. Profesión: ama de casa. Actualmente en trámites de divorcio, se ha trasladado a Tanger, donde vive una hermana suya y ha dejado a los niños al cuidado del padre y abuelos.

    Tengo que olvidarme de este episodio maldito que me ha llenado de obsesiones la cabeza y ha trastornado a Ildefonso, debo aceptar que ni recuperaré el dinero perdido ni encontraré nunca a la culpable. La vida solo merece la pena si sabemos disfrutarla cuando todavía estamos a tiempo.
    Ayer visité a Ildefonso en la clínica privada que he empezado a sufragarle para que le atiendan los mejores profesionales y pueda vivir a todo confort hasta que esté en condiciones de ser dado de alta. El pobre no levanta cabeza. Al entrar yo en su cuarto, abrió unos ojos incapaces de reconocer a nadie y se levantó con esfuerzo de la silla. Conseguí que me acompañase a visitar los jardines, nada más que por cortesía, lo único que, quizá, conserva intacto, pues, ni le acompañaban las fuerzas ni tenía idea de quien estaba con él.

    Esta mañana he encontrado unos informes en el despacho de Ildefonso. Iban acompañados de un mapa panorámico, otro mucho más detallado y el plano de una ciudad. Tanto los gráficos como los textos, coinciden, punto por punto, con las confesiones de Adelaida. ¿Será tan insensato como parece contratar a un equipo de científicos para que busquen un lugar llamado Astro?

    martes, 4 de abril de 2017

    La escapada (V) [Relato fantástico]

    La pensión de la austríaca era un tugurio de mala muerte regentado por una sevillana que había vivido diez años en Viena. De ahí el apodo. Y la fortuna. Según las malas lenguas, había ganado millones conspirando en plan matahari  de poca monta y se lo había gastado todo en chulos. Solté un billete a la susodicha antes de que me pusiese mala cara y en un santiamén estaba ante la puerta de Alejandra. O Adelaida. O Aleluya, como se hizo llamar en esta ocasión. En cualquier caso, una pájara de mucho cuidado, que había dejado al pobre Ildefonso, siempre tan cumplidor y animoso, como una auténtica piltrafa.
    Convencer a esta me llevó mucho más rato que a la otra. Soltaba quejidos lánguidos, suspiraba, pero no conseguía que dijese una sola palabra y mucho menos que abriese la puerta. Hasta que me acordé de la llave mágica.
    -Alejandra, ¿qué hago? ¿le dejo el sobre con el dinero a la patrona?
    Un argumento que ablanda a las piedras tenía que surtir efecto.
    -¿Qué sobre? – Solo era un hilo de voz, pero, después de todo, eran palabras. Una novedad.
    -El que me ha dado para usted la empresa Vallejo y Hermanos, se trata de una gratificación a la que ha renunciado…
    La puerta se abrió de golpe.
    -… en su beneficio Ildefonso Perales.
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    Egon Schiele - Mujer sentada con la rodilla doblada (1917)
    Una mujer rubia, con el pelo revuelto, los ojos vidriosos, algo gruesa, no demasiado joven se dejó caer en la butaca amarilla. Sudaba, como si estuviésemos en plena canícula, por todos los poros de su cuerpo. La habitación era sencilla pero alegre, aseada y estaba amueblada con gusto. En un rincón, junto al armario, había un barullo de ropa sucia, Ella siguió mi mirada pero no se movió de su sitio.
    -Siéntese. – Me señalaba un canapé, a listas moradas y blancas que, supuse, se abriría para hacer las veces de cama cuando fuese necesario.
    -No hace falta. Puedo estar de pie. Aquí tiene su dinero, pero antes quiero rogarle que deje en paz a Ildefonso. Si me promete…
    Me interrumpió silbando como una serpiente.
    -Mentiras, todo mentiras. Es la desgracia que nos invade. Cruces para aguantar sobre el hombro derecho, y el izquierdo libre. Pero ¿es que los hombres no tienen hombros? Sí, también tienen dos. Ahora que lo pienso, hombros son los hombres y hombres son los hombros. Modifica tu camino, escucha a la aurora, que sople la brisa sobre la cama del tuerto.
    Quedé tan conmocionado que no era capaz de interrumpirla. Hasta que reaccioné.
    -Piense usted lo que quiera. He preparado doscientos billetes, que le abonaré con la condición de que se vaya de aquí ahora mismo. Y si Ildefonso vuelve a encontrar su pista, deshágase de él. ¿Me ha entendido o no?
    -Se funden mis lágrimas en lo más profundo del secreto, pero el monte se eleva sin permiso y todo puede cambiar para peor.
    -En fin. Ya ve que lo he intentado. Lástima de dinero que ahora no va a ser para nadie.
    Vi la chispa de la codicia en sus ojos, alargó la mano pero ni siquiera se dignó levantarse. Arranqué un cheque del talonario, lo rellené y me acerqué con él a la butaca.
    -Le voy a dar más todavía. Seiscientos, si le parece. Mañana ya puede cobrarlo, pero antes tiene que darme su palabra.
    -Siií, siií.
    Chillaba como una rata con los ojos cerrados y los brazos en cruz, pero no había de qué asustarse, era evidente que estaba fingiendo.
    -Si me entero de que no ha sido así, tendrá que vérselas conmigo.
    -Eres el viento que azota los verdes prados como un látigo maligno, pero puedes conmigo porque soy una frágil mujer. Ni siquiera sé quién es ese Ildefonso, nunca hablaré con nadie que se llame Ildefonso, ni siquiera hablaré con ningún hombre. Nunca más.
    -Pero sí sabes quién es Demetrio.
    -¿Mi padre? ¡Qué sabrás tú!
    Aquello era cada vez más confuso. Supe que me estaba jugando el dinero sin ninguna garantía, pero ¿qué seguridad podía darme aquel ser? Ni aunque me lo jurase de rodillas la hubiese creído del todo. Me invadió una ola de resignación y, sin más, solté aquella fortuna en sus manos.
    -Con esto puedes empezar una nueva vida. ¿Estamos? Anda, vete a otra ciudad y pórtate bien.
    -Me esperan los aztecas saltando de sus tumbas.
    -Sí, sí. Venga, duerme la mona o lo que tengas y mañana será otro día. Pero ni se te ocurra molestar a Ildefonso.
    -Y dale… ¡Qué perra te ha entrado con ese nombre tan feo! ¿Por qué no le llamas Bruno? O Gonzalo, que es mucho más bonito. A ti qué más te da.
    Sentí la tentación de dar un portazo al salir, pero no quise meterme en problemas, bastantes sobresaltos había sufrido esa noche.
    Al día siguiente recibí una carta.

    Para el señor Carlos, amigo de Ildefonso Perales. Caballero, como amigo que es de Ildefonso, le suplico con todas mis fuerzas que no le permita seguirme. Soy un alma débil y me siento confusa. El mundo se ha derrumbado de pronto, ya no me queda nada. Necesito volver a mi país, pero se ha quedado en otra dimensión y no conozco el camino de regreso. No quiero molestar a las buenas personas, viviré en cualquier otro sitio, aún no sé cual, buscaré trabajo y no contaré mi secreto a nadie. Bastantes perjuicios he causado ya. Su amigo me convirtió en una mujer civilizada y espero ser feliz alguna vez, enamorarme y tener hijos cuando tenga edad para ello. Todavía no he cumplido veinte años, Ildefonso tiene más de cincuenta, nunca podría ser su mujer. He dado instrucciones para que no me encuentre nunca. Por favor, cuide mucho de él y dígale que es imposible dar conmigo. Ayer tarde cogí un avión y pasé una frontera, no le digo cual para que no se vaya de la lengua. Ahora tengo que aprender otro idioma, adaptarme a nuevas costumbres, pero creo que estoy preparada para cualquier tipo de vida que quiera brindarme el destino. Soy trabajadora y creo que no me irá mal aquí. He tenido mucha suerte conociendo a Ildefonso, pero he sido su perdición sin pretenderlo. Me gustaría, si no es mucha molestia, tener noticias suyas de vez en cuando. Nada me alegraría más que enterarme de que ha superado el bache y se encuentra perfectamente. Puede enviar la correspondencia a través del carnicero o de mis compañeras de piso. Cualquiera en el barrio puede dar razón de mí, han sido mis cómplices durante todo este tiempo y, de alguna manera, una auténtica familia. Entre todos, hemos hecho lo posible por quitarle la obsesión a Ildefonso, pero no le conocemos tanto como usted.
    Perdone estas líneas tan liosas. Las releo y no hay quien las entienda, pero no tengo tiempo de escribir otra carta. Estoy en una estación de autobuses y antes de que llegue el que espero quiero echarla al buzón y quedarme con la conciencia tranquila, aunque no sé si será posible.
    Le deseo todo lo mejor, a usted y a su respetable familia. Espera sus noticias
    Adelaida  

    Me urgía recuperar el dinero. Volé a la pensión y ni siquiera esperé a que el taxista me devolviese el cambio. A la mujer del día anterior le lancé unos cuantos visajes desesperados y me entendió sin necesidad de palabras.
    -Puede subir si quiere, pero no va a encontrar a nadie. Aleja se fue anoche, sin equipaje ni nada, en cuanto usted salió por la puerta.
    El cuarto estaba de par en par en el mismo estado que lo dejé. Lo único que faltaba era el espantajo sentado en la butaca amarilla.
    Bajé a la carrera de nuevo.
    -¿Sabe dónde puedo encontrarla?
    -No señor. Me pagó y se fue a toda prisa, yo creo que huía de alguien.
    -¿De mí, por ejemplo?
    -No lo creo, señor. Usted se portó de una forma muy civilizada, no escuché ni un solo grito en el tiempo que duró su entrevista.
    -¿Entrevista? Le aseguro que no soy de la prensa.
    -Por decir algo. Soy una mujer discreta y no me gusta entrometerme.
    Discreta o no, si sabía algo, lo disimulaba muy bien. En el taxi de vuelta, decidí contratar a un detective.
    (Continuará)