Pido anís
para desayunar a Black Lagoon, mi
servicio de catering. Son eficaces, no ponen ni una pega y están aquí en menos
de diez minutos. Anís, dulce y denso, para alejar el hambre mañanera y, de
paso, despistar a la resaca, acompañado de puros enanos, que ellos saben
mantener con el grado exacto de humedad. Guardarlos en casa sería, además de un
sacrilegio, una ordinariez de cuidado. Recibo al mozo en turbante para cubrir
el revoltijo que tengo en la cabeza y con la túnica de seda más colorida que encuentro.
Acumular diez kilos de colada supone una contrariedad enorme, pero no voy a
perder por ello mi aspecto de gran diva. Y ni hablar de agenciarme otra
lavandería, estos son indolentes pero al menos no me pierden la ropa.
Richard Estes - Times Square (2004) |
Recojo los
paquetes, pago y suena el teléfono. Veo al chico recostado en la puerta
esperando la propina y lo dejo estar, cuando se convenza de que no tengo
ninguna intención de soltar más pasta por la jeta se cansará de hacer el mono y
me dejará tranquila. Fui rumbosa hasta que pude permitírmelo, y reconozco que
disfrutaba bastante viendo a tanta gente comer de mi mano, pero no es posible
dilapidar cuando el chorro que sale no se renueva nunca. Daniel se ha vuelto un
tacaño desde que descubrió que me veía con otros hombres.
-¿Miss
Catalina?
-¿Quién
habla?
-Su
humilde servidor, quiero proponerle un negocio.
El chaval
del restaurante continúa sujetando la puerta con el hombro, arrimo el teléfono
a su boca y le hago señas de que hable. Se encoge de hombros, me alejo y hablo
entre dientes.
-Di que
estamos ocupados.
Parece que
me entiende a la primera. De algún lugar de su enclenque cuerpecillo, saca un
vozarrón inaudito para explicar que sus jefes no admiten recados. Hasta después
de la reunión, añade, y todavía puede durar horas. De repente, le admiro
infinito y hasta me siento gorda y vieja a su lado con mi caftán sobado y estas
ojeras enormes. Voy hacia él y pongo dos monedas en su mano abierta. Terreno
despejado, ya puedo beberme el anís.
Daniel siempre
dio por sabido lo que yo iba a buscar a otras casas, si se hubiera tomado la
molestia de creerme, me consta que se habría decepcionado. Seguiríamos juntos,
es verdad, pero no podría sentirse el héroe de novela que se cree ahora.
Continuaría reprochándome haber participado en sesiones donde no buscaba otra
cosa que flotar y perderme, pero de haber sabido lo castas que eran (en el
fondo, al menos), no podría alardear ya de hombre traicionado, se le caería esa aureola
trágica que, según él, le rodea desde entonces y que no le corresponde en
absoluto. Fue aquí en Nueva York, pero
también en Tailandia y Venezuela, acompañando a John y a Serafín Vergara, el
primo de Rosario, donde me convertí en una morosa crónica. Tengo a medio Bronx
pisándome los talones y todavía he de estar agradecida por que no hayan dado
con este apartamento.
Richard Estes . Museo Thyssen Bornemisza (Madrid) |
Lo que son
las cosas, mientras viví con el degenerado de Tristan seguí siendo una mujer
virtuosa. Solo la desesperación consigue desbocarme. A los quince años, intenté
asesinar a Rosario porque no era más que una marioneta de Alphonse, luego me
cobijé entre fuegos artificiales para olvidar mi condición de semilla malograda. Consiguieron
arrebatarme a la niña que Daniel y yo esperábamos como si fuese nuestra; si
después de haber perdido tres hijos, hubiese engendrado un cuarto, habría
acabado con mi vida antes de volver a parir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Explícate: