jueves, 20 de noviembre de 2014

El almuerzo de Casimiro



Compulsión, de Richard Fleischer

Cuando Miguel Ángel –a quien una pareja de la guardia civil había detenido en la autopista y multado por exceso de velocidad, provocando que llegase tarde al juicio– entró en la sala por fin, un ujier, con el rostro como la grana y los ojos reventándole dentro de las orbitas, chorros de sudor en la frente, temblándole la punta de los dedos y la piel del cuello turgente hasta reventar, gritaba:

-¡Silencio!

Los murmullos remitieron un poco, la testigo se tapó las mejillas y miró al frente con serenidad. El juez la animó a seguir hablando

-Señorita Crespo, continúe.

-Le aseguro, señoría, que no me invento nada. ¿Puedo explicarlo con detalle? Es que, si no, no se entiende.

Gesto de resignación, de hastío incluso, en las abotargadas facciones de la autoridad civil.

-Federico me llamó en cuanto le abrieron la puerta desde arriba. No se sentía tranquilo. Mucho más que eso, le invadía una desazón que no había experimentado nunca, una especie de hormigueo que empezaba en la raíz del pelo y llegaba hasta las puntas de los pies. Aquello le pareció un presentimiento y sentía la necesidad de estar comunicado con alguien.

'Anatomía de un asesinato', de Otto Preminger
Anatomía de un asesinato de Otto Preminger
-Y la eligió a usted, su antigua novia.

-No, solo éramos conocidos de clase.

-Ya. Usted era quien le prestaba los apuntes.

-Sí, porque no venía casi nunca. Parece que la clase de paleografía coincidía con su horario de spinning.

-¿Y a usted le parece verosímil  que alguien tan musculado como el que hemos visto en las fotos pueda haber sido agredido por una mujer sola y, para colmo, haber sufrido anteriormente ese ataque de pánico?

-Por supuesto, señoría. Escuché cómo le castañeteaban los dientes.

-¿Y por qué la eligió a usted, una simple proveedora de apuntes?

-No tengo ni idea, puede que llamase a otros antes y solo me encontrase a mí.

-Eso está comprobado, solo la llamó a usted. Un detalle que puede implicarla.

-Yo solo puedo decir lo que escuché, estaba fuera de sí, pero siguió subiendo la escalera. Cuando llegó al segundo piso, escuché el sonido del timbre. Luego dejó el teléfono encendido porque necesitaba un testigo de todo lo que fuese ocurriendo.

-Ya. -Por un momento, las mejillas del jurista se animaron, hasta sus ojos apagados emitieron alguna chispa-. Y decidió retransmitírselo a usted como si fuese un partido de futbol

-Solo puedo repetir lo que escuché. Una bola de sebo enorme, con ojos, que le miraba relamiéndose…

-Casimiro, supongo.

-No creo que se llame así, ese nombre lo han debido inventar los periodistas. Federico no sabía cómo se llamaba, iba describiendo la escena, estaba cada vez  más asustado. La mujer…

-¿María Jesús?

-Sí. María Jesús Vilaespesa. O Villamediana. Algo parecido, no lo recuerdo bien. Trajo barreños repletos de verduras cortadas y aliñadas con alioli, un barril de vino, unos cubiertos tan enormes que al pobre Federico le hicieron temblar…

La atmósfera de la audiencia se estremeció una vez más. Uno de los auxiliares tuvo que trasladar a una mujer casi a rastras, estaba medio inconsciente, blanca como la tiza; se emitieron alaridos tenues, hubo un revuelo en la zona de los reporteros. Dos o tres personas se levantaron de los asientos del fondo sin llegar a moverse de su sitio.

-Bien. Según usted, la mujer misteriosa había preparado una encerrona a ese hombre. ¿Cómo explica que no fuera capaz de defenderse tratándose de un fortachón de ese calibre?

-No lo sé. El monstruo debía de ser tremendo, a él le daba pánico.

-Sí, pero según parece no era más que una bola de sebo sin ninguna movilidad. Y la mujer…

Uno de los alguaciles, con voz tronante, se dirigió a la concurrencia.

-Ustedes. Hagan el favor de volver a sentarse.

-Ella –continuó Adela Crespo– era delgada y alta, iba muy maquillada, llevaba el pelo rubio platino y un mono beige sin mangas.

-Y, en su opinión, ¿tenía fuerza suficiente para reducir a ese amigo suyo?

-Amigo no, compañero de facultad. No tengo ni idea, yo a María Jesús no la he visto nunca, solo sé lo que Federico me iba retransmitiendo.

El juez la miró con sorna, los murmullos arreciaron otra vez.

-Sí, ya sé, como en un partido de futbol.

-Así no. En los partidos se grita y él hablaba en voz muy baja y temblando, se escondía, disimulaba que estaba hablando conmigo mientras esperaba a que se lo comiese el monstruo.

Nuevo gesto, más escéptico aún.

-Ya. Como en un cuento para niños. ¿Es consciente, señorita Crespo, de que se está jugando su libertad?

-Espere. Lo que pasó después no se lo he contado aún. No podía colgar mi teléfono, así que cogí el móvil de Miguel Ángel, que estaba en la otra punta de mi casa reparando una puerta, me lo puse en la otra oreja y llamé a comisaría.

-Que se presentó inmediatamente en la dirección indicada y no encontró ni rastro de las personas descritas por usted.

-Escaparían. Supongo que ella pilló a Federico hablando conmigo y tuvieron que salir por piernas.

El juez hizo girar los pulgares sin dejar de observarla.

-Escaparon. De acuerdo. Según usted, ¿antes o después de hacer la digestión?

-No sea cruel, señoría.

-Si me insulta, lo consideraré desacato. Veamos: usted utilizó el teléfono de su novio sin necesidad de consultarle.

Escena de la película 12 hombres en pugna
Doce hombres sin piedad, de Sidney Lumet
-Es que no me daba tiempo. No podía soltar el cable del teléfono y me daba perfecta cuenta del peligro.

-¿No será que su novio, don Miguel Ángel, estaba tapiando el hueco que antes había sido puerta? ¿Qué ustedes dos, y no una tal María Jesús, han actuado como cómplices en la desaparición de don Federico?

Llegados a este punto, Miguel Ángel, que estaba allí a cara descubierta, con el exclusivo –y ridículo– camuflaje de unas gafas de sol para esquiadores, se escurrió todo lo que pudo en su silla.

-La policía ha rastreado mi casa y no ha encontrado ni una sola pared hueca, señor juez, espero que haya utilizado el mismo celo en las señas que le facilité aquella tarde. Tenga en cuenta que es mucho más fácil cuadrar todas las pistas en cualquier episodio imaginado que demostrar la pura verdad sin dejar ni un solo cabo suelto.

-¿Ah sí? ¿Y eso por qué?

-Pues porque la ficción juega con unos pocos elementos tan sencillos de encajar como los de un puzle. En cambio, la realidad está llena de imponderables. Además, un testigo inocente no puede conocer todos los datos de una investigación.

-La encuentro muy segura de sí misma, sobradita, que diría alguien que me sé. ¿Me puede decir quién es usted para saber tanto sobre la verdad y la mentira, sobre la ficción, la realidad y todas esas cuestiones que…?

-Muy fácil. Soy María Elena Adela Crespo San Marcial y otras yerbas, la escritora que ha inventado de cabo a rabo la escena que estamos protagonizando ahora mismo. Usted sabrá mucho de leyes pero de fantasía la que entiende soy yo. Y, desde luego, por mucho que se empeñe, jamás me podrá meter en la cárcel.

4 comentarios:

  1. Desde luego que me ha atrapado la historia. Iba leyendo y no podía parar...

    Lo del barreño de patatas para acompañar el menú, me ha encantado.

    Me ha pillado por sorpresa el final, muy ingenioso.

    Al menos en España en los últimos tiempos la realidad supera a la ficción, porque si te inventas a alguien como el pequeño Nicolás y su peripecias, en un taller de escritura te dirían que no es verosímil, por poner sólo un ejemplo.


    Genial el relato. Un beso, y que tengas una estupenda semana.

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  2. Mil gracias, Tesa. ¡Me encanta lo que dices!

    Lo de Nicolasillo ("le petit Nicolas" sería únicamente en francés) no tiene nada de aventura adolescente ni de delirio de grandeza. Lo pensé casi desde el principio y compruebo que se va demostrando. Probablemente, este tipo de casos se da con cierta frecuencia (y, de hecho, me recuerda a otra gente que pasó por lo mismo) pero este chico ha pecado de soberbia y de ignorancia: no creo que sea muy consciente de la realidad. Exceso de incultura y pocos años mala combinación.

    En cuanto al relato, se me ocurrió la fantasía de alguien muy grande y con pocas neuronas y quise utilizarlo para hablar de la ficción: tanto en el sentido metaliterario (un relato que trata de los mecanismos narrativos) como en el ético (los límites entre verdadero y falso y la utilización interesada de este último). En concreto, eso de que la realidad es mucho menos creible que una construcción mental bien urdida lo tengo cada vez más claro, y es un asunto que me preocupa, sobre todo porque creo que no se reflexiona sobre ello lo suficiente.

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  3. Ingenioso final, metatextual y creativo. Me gustó. ¡Seguí así! Un saludo desde mi humilde blog (viajarleyendo451.blogspot.com.ar)
    Luciano.

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  4. Gracias. Hace bastante tiempo que conozco su blog y lo sigo.

    Continuamos leyéndonos.

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