Entonces, mientras medito en la injusta suerte del ciudadano, más aún si es mujer, que no solo ve conculcados sus derechos básicos, sino que ni siquiera se le permite decidir sobre lo que hace consigo mismo: su sexualidad, sus embriones, a la vez que se le colocan muros por doquier impidiéndole avanzar, grasa y mugre en el suelo para que patine, enormes bloques de plomo sobre sus hombros, una mordaza en la boca, musgo en el cerebro… Entonces, decía, me he puesto a recordar aquella película con la que me topé por casualidad hace unos años y que me impresionó tanto como a cualquiera que haya tenido la suerte de verla. He leído comentarios por ahí, he hablado con unos y con otros y me consta que no dejó indiferente a nadie.
Ya la escenografía asesta la
primera bofetada. Se nos enfrenta a un producto realizado con medios
escasísimos pero –por su estilo cercano al documental– suficientes para mostrar
la sordidez del ambiente retratado. Recuerda además a esa España que aún
aparece en los retazos de Nodos que asoman por televisión de vez en cuando y en
las películas de una más o menos inmediata posguerra. Y no solo es la fisonomía
lo que nos trae reminiscencias del pasado, también, y sobre todo, esa sensación
de clandestinidad, la conciencia culpable, el miedo a represalias, la desorientación
producida, no solo por la juventud de los personajes femeninos, sino por las
mentiras, oscurantismo, hipocresía, amenazas que han envuelto a los personajes
hasta entonces. Quiero dejarlo muy claro: es el ambiente –llamémosle
circunstancias, tan amenazantes como turbadoras para espectadores y protagonistas–
el ambiente y nada más, lo que da lugar a todo ese desasosiego y desamparo.
¿Hace falta explicar que una
muchacha queda embarazada y emprende una lamentable peregrinación para esconder
lo que –sorprendentemente –es considerado todavía, casi en cualquier sitio,
algo reprochable? Y lo hace sin medios económicos ni experiencia de la vida,
con la autoestima por los suelos, con un candor y un remordimiento que la
arrojan, indemne, en las garras de cualquier desaprensivo. Pero ¿qué es lo que
convierte en desgraciada esa situación? ¿El hecho de haber tenido relaciones
sexuales sin pasar por el matrimonio? ¿Es que todavía seguimos cargando sobre
la mujer la culpabilidad de un acto, el sexual, para el que, les recuerdo, son
imprescindibles dos personas.
No negaré que cualquieraborto
se convierte, necesariamente, en una experiencia dramática por demasiados
motivos, que no detallaré aquí. Pero, como sucede en el resto de vivencias
trágicas que se producen a lo largo de una vida, las condiciones materiales y emocionales
resultan decisivas para aumentar o, por el contrario, paliar la imprescindible
angustia que asalta a quien las sufre.
Y el argumento, digan lo que
digan, no relata las circunstancias de un aborto, de cualquier aborto,
producido en un indeterminado lugar del mundo no importa por parte de quién. Es
el marco de este caso concreto, el represor estado rumano de los estertores del
comunismo –y, repito, los españoles sabemos bien de lo que habla– lo que
convierte un periplo doloroso en pura y simple miseria.
La película es digna de verse.
Contiene sinceridad, realismo a raudales y una visión desnuda de los hechos.
Induce a la reflexión. Y, a pesar de
todo, por paradójico que resulte, advierto que es tendenciosa hasta el límite.
Y lo explico. En primer
lugar, porque, como he venido diciendo, la sociedad que retrata de forma tan
precisa, su carácter represor y su enorme pobreza no son extrapolables a
cualquier época y lugar. En consecuencia, la experiencia no tiene que ser necesariamente
tan trágica. Cuando una eventualidad como esta se encuentra regulada por la
ley, cuando se pone en manos de profesionales expertos y honrados, cuando no
hay un mercado negro que se puede aprovechar de la desgracia, se elimina la sordidez,
el peligro para la salud y el ánimo de lucro ilícito.
Esto en lo que concierne al
mensaje general de la película. Pero hay más. Concretamente, dos escenas en las
que hay que fijarse porque, si llegamos a pasarlas por alto, transmiten un
tramposo y subliminal mensaje antiabortista. La primera, un primer plano excesivamente
prolongado en el tiempo, demasiado explícito y, sobre todo, amañado hasta lo inverosímil.
Pues lo que muestra no puede ser, en ningún caso, lo que da a entender. Y el
que no sepa de lo que hablo que se aguante.
La segunda de estas dos escenas
demagogas es también la última del film. Ambas chicas merodean entre cubos de
basura en medio de la noche y la cochambre. Se nos ofrece su deambular lastimero
mientras ellas, enfermas de culpabilidad y abandono, cargan injustamente con un
peso que, por supuesto, no les corresponde. No hace falta ser muy listo para
adivinar por qué están allí. Y esto da lugar a un mensaje insidioso que, a
pesar de las virtudes narrativas del conjunto, considero un deber denunciar.
Lo peor de todo,
centrándonos ya en cuestiones prácticas, es que, por el camino que vamos, no
estamos muy lejos de recorrer el camino inverso, dejar atrás las legítimas
conquistas, y tener ocasión de contemplar (o intuir), a dos pasos de nosotros,
situaciones muy similares a las que se describen en esta película.
Año: 2007
País: Rumanía
Duración: 113
minutos
Dirección: Cristian
Mungiu
Reparto: Anamaria
Marinca, Vlad Ivanov, Laura Vasiliu, Alesandru Potoceanu
Guión: Cristian
Mungiu
Música: No tiene
Fotografía: Oleg
Mutu
Género: Drama
Coproducción:
Rumanía-Bélgica
Premios: Múltiples.
Entre ellos la Palma de Oro de Cannes
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