
El mismo entarimado de fuera, alacenas, un diván naranja y un biombo de esterilla ocultando la cama sencilla y grande. Al pie de ella, un jarrón estriado y barrigudo del que sobresalía una muñeca vestida de azul, como en la canción. Pero nada de vestiditos: unos vaqueros cochambrosos e increíblemente grandes para ella y una camisa de chico con las mangas remangadas. Al principio solo asomaba la cabeza y parecía ser del mismo tamaño que el jarrón, luego, a medida que iba saliendo, la muñeca animada, fue pareciéndome más grande. Una enanita articulada con mejillas ardiendo, como si las hubiesen pintado con carmín. Intenté levantarla sujetándola por las axilas y noté que forcejeaba un poco
- Me llamo Auko y no estoy en venta - dijo.
Me llevé el susto de mi vida, di un salto atrás y ella aprovechó para sacar las piernas. No era una persona ni un maniquí ni un holograma ni un robot, y lo era todo al mismo tiempo.
- ¿Estás viva?
Puso cara de asco y me dio la espalda. Naturalmente, ¿qué te crees? No sé de qué te extrañas - parecía decirme - cuando lo más natural del mundo es que un ente inclasificable con aspecto de camionera minúscula salga de un balón de cerámica y deambule por tu casa tan campante. Yo seguía petrificada, no sabía qué pensar.
- ¿Quién eres? - Deseé intensamente que todo fuese un sueño y entonces supe que era mentira, que me moría de ganas de que aquello estuviese pasando. Había un extraño encanto en toda la escena, como si la iluminase una luz de ultratumba. Nunca he creído en los espíritus pero todo lo que sea misterioso me atrae.
- Pues Auko - ladró - ¿quién si no?
- Aaaauko, ya, ya, - dije para mí misma. Alguien me estaba tomando el pelo. Una ristra de películas empezó a desfilar por mi mente.
Además, me temblaban las piernas, así que le di la espalda. Si quería algo de mí, que lo dijese, yo tenía que deshacer el equipaje. Nunca me ha gustado discutir, y con muñecas parlantes menos aún.
- Me llamo Auko y no estoy en venta - dijo.
Me llevé el susto de mi vida, di un salto atrás y ella aprovechó para sacar las piernas. No era una persona ni un maniquí ni un holograma ni un robot, y lo era todo al mismo tiempo.
- ¿Estás viva?
Puso cara de asco y me dio la espalda. Naturalmente, ¿qué te crees? No sé de qué te extrañas - parecía decirme - cuando lo más natural del mundo es que un ente inclasificable con aspecto de camionera minúscula salga de un balón de cerámica y deambule por tu casa tan campante. Yo seguía petrificada, no sabía qué pensar.
- ¿Quién eres? - Deseé intensamente que todo fuese un sueño y entonces supe que era mentira, que me moría de ganas de que aquello estuviese pasando. Había un extraño encanto en toda la escena, como si la iluminase una luz de ultratumba. Nunca he creído en los espíritus pero todo lo que sea misterioso me atrae.
- Pues Auko - ladró - ¿quién si no?
- Aaaauko, ya, ya, - dije para mí misma. Alguien me estaba tomando el pelo. Una ristra de películas empezó a desfilar por mi mente.
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Salvador Dalí "Ecuestre retrato" Óleo
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Pero hicimos buenas migas pronto. Me dijo que vivía en la terraza y que cuando me vio trepar entre las rocas corrió a esconderse dentro. Auko - como comprobaría más tarde - se regía por una lógica incontestable, pero los materiales que tenía a su alcance no iban más allá del cálculo elemental: era extremadamente simple. Y, sin embargo, nadie más imprevisible que ella. Eso me confundía e inquietaba, aún no era capaz de barruntar si era peligrosa o no. Me tumbé en la hamaca, ella puso un cojín sobre la tierra reseca de una de las macetas y se sentó encima.
- No creas que estoy siempre despierta. - me confió. - Solo cuando los árboles de allá abajo se vuelven azules.
- ¿Qué árboles azules? - me asombré. Había visto unos palitroques desnudos dispersos por la arena antes de encaramarme a la roca. Esas ramas secas tenían un color parduzco, nada que ver con el azul.
- Se vuelven azules en mayo. ¿Ha llegado ya?
- ¿El qué, el mes de mayo? Auko, - resoplé - estamos a mitad de noviembre.
- ¡Ah!, bueno. - pareció tranquilizarse - Entonces has sido tú.

(Continuará)
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