domingo, 16 de diciembre de 2012

Don Rufo bufa: Lacras sociales


La opinión pública, nos guste o no, suele estar distorsiada. Se dan por buenos una serie de esquemas, procedentes por lo general de quienes tienen la sartén por el mango, y se atacan los adoptados por otras tierras y otros tiempos. En nuestra sociedad es un lugar común pensar que hemos superado la antigua barbarie y, por tanto, nuestras costumbres son civilizadas correctas y justas. Que estamos por encima del bien y del mal, que hemos llegado al fin de la historia, a partir del cual lo único que necesitamos es repetir las magníficas soluciones que hemos descubierto. Que todo está ya hecho, que las actuales mentalidades son las adecuadas y, en consecuencia, no hay nada que cambiar.

Craso error. Tanto hoy como en la Edad Media o en cualquier otro momento histórico, así como en cualquier punto del planeta se aceptan muchas conductas aberrantes. Por ejemplo, aunque hasta hace poco lo hemos considerado anacrónico, es un hecho irrebatible que sigue habiendo piratas - que son perseguidos -, esclavitud - más tolerada que otra cosa, prostitución - que algunos sectores aplauden -, mendicidad - que, si nadie lo remedia, acabará proliferando en muy poco tiempo -, ejecuciones en la plaza pública - en forma de crueles programas televisivos, perpetuados e incrementados gracias al (para mí incomprensible)  consentimiento social -, enconadas persecuciones callejeras con el único fin de rellenar programación de forma barata y cómoda sin que los perjudicados tengan la opción de defenderse. En otros países se valora mucho más la intimidad, aquí da la impresión de que hemos olvidado aquello tan elemental de que la libertad de uno acaba dónde empieza la de los otros.

Pero volviendo a las lacras sociales, querría echar un vistazo a dos de ellas en concreto: prostitución y esclavitud. Y si las menciono a la vez es para defender que, por mucho que ahora se sostenga lo contrario, no son la misma cosa, es más, ni siquiera se parecen. A algunos esta confusión les conviene, otros la aceptan de buena fe pero, si se sigue perpetuando esa idea, muchas generaciones futuras habrán asimilado estos esquemas - cuidadosamente presentados para instalarse como convicción casi general - y perpetuarán la división entre sexos, sobre todo entre las clases menos favorecidas cultural y económicamente.



Las señoritas de Avignon. Pablo Picasso
Oleo sobre lienzo. MOMA
En primer lugar, y aunque nadie parezca ponerlo en duda, la prostitución no es el oficio más antiguo del mundo. Y aunque lo fuese, una gran parte de estructuras antiguas se han rechazado por obsoletas: las primeras viviendas fueron cuevas y hoy nadie viviría voluntariamente en una gruta prehistórica. Y, sobre todo, no es un oficio. Los primeros oficios, como todo el mundo sabe aunque parece olvidarlo cuando se trata esta clase de asuntos, fueron la caza y la recolección. En cuanto a la sexualidad, o bien era una actividad voluntariamente aceptada por ambas partes o era una forma de esclavitud, de dominación, del más fuerte hacia el más débil. Podemos imaginar la existencia de lo que en la actualidad consideramos violaciones y que en aquella época debían tener rasgos muy distintos ya que, probablemente, eran aceptadas con la resignación e inevitabilidad imaginables en etapas previas a la aparición de los derechos humanos.
Asimetría
La prostitución aparece únicamente cuando entra en juego el dinero y eso no ocurre hasta la llegada de la civilización industrial. Y jamás fue voluntaria, como no puede ser voluntaria ninguna forma de exclusión social. Las mujeres que procedían de clases humildes y no estaban protegidas por un marido ni por un padre no podían ganarse la vida de otra forma. Hoy día la sociedad se ha diversificado, es más igualitaria en lo referente a los sexos, existen instituciones que defienden a los débiles. Si los varones que atraviesan momentos difíciles, por extremos que sean, no piensan recurrir a medios que atentarían radicalmente contra su dignidad de personas, ¿por qué algunas mujeres lo hacen argumentando que su decisión es voluntaria? Por pura manipulación, porque se ha intentado con la mayor vehemencia - y, lamentablemente, conseguido en gran parte - identificarlo con la liberación femenina. Pero nada más lejos, en realidad se trata del fenómeno contrario. Cuando el dinero está en juego lo que se entroniza es la genitalidad del varón. Aquí los deseos y decisiones de las mujeres no tienen ninguna importancia, su dignidad queda en entredicho. Y ¿quien podría argumentar seriamente que se trata de un trabajo como cualquier otro? Acaso usted, señora, recurriría a ello si se encontrase en apuros. La respuesta es obvia. Solo aquellas que han sido confundidas por un propaganda interesada y sexista intentan convencerse de que lo que hacen es de lo más natural.  Mientras siga instalada tal desigualdad, el espectáculo que supone ese tipo de transacciones (sean o no visibles, eso es lo de menos, pues, en cualquier caso, son sobradamente conocidas) inclinarán la balanza del lado de siempre, la mujer - como género - se mantendrá en inferioridad de condiciones, su dignidad seguirá en entredicho. La de todas: vengan del lugar que vengan, cualquiera que sea su mentalidad, formación o costumbres. Por esa enorme razón, el reinado del placer masculino debería acabar cuanto antes. Pero para instalar el equilibrio con la urgencia necesaria, es preciso olvidar la frivolidad con que se contempla. Por parte del sector femenino, porque piensan que no les concierne, por el masculino, porque se considera una diversión más, sin consecuencias. Y mientras tanto el abismo continúa abierto.

Hablaba antes de esclavitud. Cualquier iniciativa que se realice contra la voluntad de los que participan en ella merece exclusivamente este nombre. Así ha de llamarse cualquier forma de lucro que se ejerza a costa de la libertad de las personas. Ya sea el comercio de mujeres, la reclusión de seres humanos de cualquier sexo para ejercer trabajos poco o nada remunerados y en condiciones abusivas, el trabajo infantil o cualquier otro. Da igual lo que se obligue a hacer, lo importante aquí es la coacción, el enclaustramiento, la ausencia de una vida libre. En estos casos, los que se consideran dueños de personas deberían responder ante la ley. En cambio, para merecer el nombre de prostitución, dicha actividad debe ser ejercida por decisión propia – al menos aparentemente, sin tener en cuenta la (más que segura) coacción subliminal – solo así, al tener por objeto a personas plenamente responsables de sus actos, podrá perseguirse debidamente.

Basta de confundir a la gente. Ni las esclavas son prostitutas, ni la prostitución voluntaria es liberal y progresista, ni es un oficio y menos aún el más antiguo del mundo. Solo la llegada del comercio - que aportó unos valores y pervirtió otros - trajo consigo el denominado comercio carnal. Cualquier otro argumento no es más que pura demagogia.

Emil Nolde - "Naturaleza muerta con bailarinas" (1914)
Esto se entenderá mejor si consideramos que, todavía en estos tiempos, cualquier cuerpo femenino es, para la mayoría de los hombres, aunque ya no se atrevan a confesarlo, objeto de de transacción comercial en potencia. Una mujer es siempre un cuerpo, haga lo que haga, pertenezca al estatus que sea, trabaje duramente o no, tenga formación universitaria, un cargo directivo, responsabilidades de gobierno o permanezca en casa con sus hijos. Las atractivas porque poseen lo que ellos codician. Las que no lo son porque tienen la desfachatez de no ser agradables a la vista. Es así nos guste o no y todavía no podemos evitarlo. Si alguna vez  llegasen a ser conscientes de ello, se sentirían sumamente incómodas pero las ironías, desprecios y marginaciones continuan estando a la orden del día. Mientras el sambenito sexual vaya por delante de cualquier otra consideración, ninguna mujer será considerada persona en la plena acepción del término.

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