Debí
dormirme antes de llegar a los doscientos. Estaba rendida, en poco tiempo había acumulado
demasiada tensión. Durante los últimas horas, me había fugado de
casa, había caminado pegada a los muros de mi pueblo (aunque fuera noche
cerrada, ya presentía que las ventanas tienen ojos), me había colado en el
coche de línea y, espiando la taquilla, convertido en la sombra de un elegante
caballero que tuvo la feliz idea de guardar su billete en la chaqueta y dejarla
luego, perfectamente doblada, en uno de los bancos del andén. Desgraciadamente
no pude utilizarlo: viajando en primera clase me hubiesen descubierto enseguida.
No tuve más remedio que afanarle la cartera a otro hombre; la verdad es que casi
se la arrebaté de las manos en cuanto la apoyó en la taquilla y se puso a
contar monedas. Por entonces estaba tan enclenque, tenía un aspecto tan insignificante
con mi sayo negro y deslucido por debajo de las rodillas que pasaba
desapercibida con bastante facilidad. De espaldas podría haber parecido una
vieja consumida de no haber sido por las trenzas.
En
cuanto vi los primeros carteles en un idioma extraño atravesé el pasillo
corriendo y salté a la estación. Aprovechar el billete hasta el final hubiese
aportado pistas si alguien se molestaba en buscarme, y barruntaba que cada vez
habría más gente con motivos suficientes para hacerlo. Pero el hambre era aún
más fuerte que el miedo. Coloqué en la bandeja de la cantina una botella de
agua mineral, un plato de patatas fritas y otro que contenía un bulto oscuro parecido
a un gran trozo de carne envuelto en salsa. Llevaba un día entero sin comer y me
alegré de que fuera tan bajo el precio que leía en las etiquetas. Pagué. O
intenté pagar. Cuando la camarera chilló y me arrebató la comida, un hombre con
pajarita apareció detrás de ella y me insultó. Aunque no entendía ni palabra, era
fácil deducir el sentido de aquellos escupitajos verbales. Solo saqué en claro que
mi dinero no valía porque era español. Me encorajiné. Aunque entonces no
entendía nada de fronteras, no me faltaba sentido común. Exigí mi dinero y el
encargado se dobló de la risa. Se había esfumado el desayuno y casi todo lo que
encontré en la cartera. Me expulsaban a empellones del local cuando una manga
me rozó el hombro y, de refilón, reconocí la chaqueta que tiré en el lavabo de
señoras tras sacar el billete de su bolsillo interior y antes de comprender que
birlársela a su dueño no iba a servirme de nada.
Debí
quedarme en blanco, mi cabeza empezó a girar, entreví un torbellino que giraba
velozmente con un pedazo de esa elegante tela en el centro. Un tejido grueso de
mezclilla con un fondo mostaza atravesado por líneas granates y negras. La cara
del dueño de la chaqueta también era granate. Estaba congestionado y amenazaba
al personal con el puño. Alguien le puso el dinero delante de los ojos, lo
cogió y me empujó hacia la puerta.
Eres
una ladrona muy rara –observó media hora más tarde, sentado frente a mí en
aquel office de película con cocinera uniformada y cortinas de encaje. Fue lo
primero que dijo, y lo último antes de largarse. Tenía miedo de que fuese
policía, así de desorientada vivía entonces. El pomo de la puerta relucía, los
resaltes de escayola azul celeste bordeaban un techo sin goteras, armarios
plateados, una nevera barriguda, la primera que tenía a mi alcance. Con tantas
sorpresas seguidas apenas queda nada que pensar.
-Ha
dicho el doctor que…
-¿Es
médico?
-Yo
no sé nada.
Una mulata esbelta, con cofia, que observaba recelosa la puerta como si temiera
ser escuchada y torcía la boca con desprecio cada vez que hablaba conmigo. Yo aún
seguía obnubilada con los dos, me parecían el colmo de la distinción.
Exquisitos. Muy diferentes de todo lo que hasta entonces había sido para mí lo
habitual. Aquella debía ser la idea que tenía yo entonces de la aristocracia. No
faltaría mucho para que me pareciesen siniestros.
A
la mañana siguiente emprendimos el viaje a París.
(Continuará)
Pues habrá que pasar a menudo por aquí, todo no me lo puedo leer hoy. ¡Volveré!
ResponderEliminarPues encantada, Maru, serás bienvenida siempre.
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