Pero algo
tendremos que hacer.
¿Puede la
decepción sumirnos en una pasividad tal que nos impida perseguir nuestros
propios intereses o supone una inyección de energía, un estado de alerta, un
impulso insoslayable que no remitirá hasta lograr el tan deseado éxito? Es
probable que un exceso de certezas resulte contraproducente. Por mi parte, y en
lo relacionado con estas cuestiones, jamás renunciaría a tres principios
básicos relacionados estrechamente.
En primer
lugar, una sólida escala de valores
que nos facilite la convivencia, y que nunca obtendremos sin una educación –tanto reglada como
autodidacta, y en todas las etapas de la vida– que nos capacite para entender
lo que ocurre a nuestro alrededor y actuar en consecuencia. Finalmente, el esfuerzo necesario para conseguirlo.
Esto último no es un asunto menor pues, si algo ha logrado este enrevesado
inicio de siglo, es producir una ingente cantidad de escépticos. Y no
para bien, precisamente: un escepticismo moderado puede resultar saludable,
pero al recrudecerse acaba convirtiéndose en un arma arrojadiza que, tarde o
temprano, golpeará a quienes lo practican y a todo el que se encuentre dentro
de su área de influencia.
Para
colmo, llueve sobre mojado. Hasta hace muy poco, cualquier conversación
desembocaba en airadas protestas al menor intento de analizar mínimamente
cuestiones de índole colectiva. El argumento, manido como ninguno y, no
obstante, repetido casi con soberbia, como si aquel que lo emitía se sintiese
muy superior a los otros, consistía en cuatro sencillas palabras: “no entiendo
de política”. Un comportamiento que, tras cuarenta años de amenazante
dictadura, era perfectamente comprensible, pero que a medida que avanzaban las
décadas y se comprobaba que la libertad de expresión era un hecho –aunque hoy amenace
otra vez con disolverse– empezaba a convertirse en ridículo, mera expresión de
la desidia mental de mucha gente. Porque ¿qué es la democracia sino la
expresión del deseo de toda una sociedad? Y para intervenir en cualquier
decisión colectiva ¿no es absolutamente imprescindible entender de las
cuestiones sobre las que se va a decidir?
Han
acertado. Me estoy refiriendo al próximo plebiscito (y a todos los demás, por
otra parte). ¿A qué otro asunto voy a aludir en un año saturado de ellos y en
vísperas del 24 de mayo, fecha de elecciones municipales y autonómicas? Algunos,
demasiados, eluden su responsabilidad alegando que no piensan depositar su
papeleta. Otra insensatez. A estas alturas, deberíamos estar enterados de que,
mientras conservemos la nacionalidad, cualquier cosa que hagamos: abstención,
voto nulo o elección más o menos informada, repercute directamente en el
resultado que van a arrojar las urnas y, por tanto, en el mayor o menor bienestar
de nuestros conciudadanos y de nosotros mismos en, nada menos, que los próximos
cuatro largos años. Naturalmente, admito el derecho que cada uno tiene a
pretender soluciones egoístas, a equivocarse, a votar algo y arrepentirse, a no
prever el futuro porque nadie posee una bola de cristal. Esa no es la cuestión.
Lo desastroso es votar arbitrariamente, porque se ignora la ideología de los
candidatos y no existe ninguna voluntad de informarse, porque se vota por la
foto o por cualquier otro motivo anécdótico, porque ni siquiera nos hemos
molestado en comprender en qué consisten los derechos humanos, cómo repercute
la historia más reciente en lo que sucede ahora mismo, qué proclaman las
principales tendencias ideológicas, ni en plantearnos qué es lo que cada uno de
nosotros considera justo para sí mismo y para el resto. Con naipes así, no solo
estamos expuestos a errar como cualquier hijo de vecino, también tenemos todas
las papeletas para que nos manipulen con todo el descaro de que son capaces los
poderes públicos, incluida la prensa.
Durante
años, y desde mi privilegiado observatorio rufianesco,
me fue posible conocer las reacciones de una gran diversidad de personas. Para
mi sorpresa, y desde un punto de vista general, la disposición a mover ficha en
el tablero de las decisiones sociales –tanto a través del voto como de una
participación más próxima y directa, basada en observaciones, opiniones y
conciencia solidaria– solía ser inversamente proporcional a la tendencia a
protestar por las normas y usos que les afectaban directamente. Me parece una
postura inmensamente egoísta, una ley del embudo que jamás entenderé, no solo
desde un punto de vista ético, es que repugna hasta a la más elemental lógica.
Espero que mañana gane la esperanza y la ilusión, y si no podemos echar a todos los corruptos, ineptos y caciques espero que sí logremos moverles las silla a unos cuantos.
ResponderEliminarEn los festejos del 15M en Sol había una pancarta que decía "Qué largo se no está haciendo el franquismo" Pues sí, muy largo.
Y a los que no votan porque van de "puretas" o de pasotas sólo les digo que son complices de que nos gobiernen las peores personas, como ya dijo Platón hace ya más de cuatro mil años.
En fin, guapa, deseo de corazón que mañana tengamos algo que celebrar.
Muchos besos, vuelvo a leerte con calma.
Un beso
Gracias por leerme, guapísima.
ResponderEliminarYa he votado, que era lo primordial hoy, si no hiciese nada más en todo el día daría lo mismo.
Por cierto, ayer escuché a tres chavalas de unos 18 hablar del asunto. Dos de ellas intentaban convencer a la otra de que tenía que votar hoy, pero estaba muy pasota, decía que lo fundamental era prepararse los temas para poder trabajar aquí o fuera, que lo demás le daba lo mismo, que ella era lo primero, que bajar al colegio electoral la iba a hacer perder mucho tiempo. Debía estar de exámenes. Pero tanto insistieron las otras que, finalmente, claudicó un poco. "Bueno, si veo que me da tiempo bajo". "Inténtalo, en estas tenemos que votar". Y así quedó la cosa. Un diálogo que hace solo cuatro años hubiese sido inconcebible y, por tanto, me pareció una buenísima señal.
Cuando he entrado en mi colegio electoral, estaba hasta la bandera de gente, y eso no ha pasado otras veces. Así que, de momento, estoy ilusionada. Pienso que, en los últimos años, mucha gente se ha dado cuenta (por fin, ya era hora) de que informarse y acudir a las urnas NO DA LO MISMO.
Esta noche saldremos de dudas. ¡Que Zeus reparta suerte a quien se la merezca!
Un beso