Hay dos cosas que me
gustan del cine, como dicen algunos, más que comer con los dedos y más que
mojar pan en la salsa. La primera es acudir a una sala de confianza,
acompañando a alguien cuyos gustos coinciden con los míos (dos garantías de
éxito) sin tener ni pajolera idea de lo que voy a ver. Sobre todo si salgo
encantada. Y con esas premisas es casi seguro que ocurra.
La segunda son las
pelis de tramposos. Es un subgénero que me chifla, no puedo evitarlo. Me muero
de emoción cuando alguien sale escaldado, pero si todo resulta una conjura y el
verdadero timador es el que nos parecía un inocentón sin remedio a lo largo de
toda la trama, entonces se puede decir que entro en éxtasis. Claro, que todo
eso está ya muy explotado y hay que reinventarlo sin cesar. Lo peor que puede
ocurrirte si te has molestado en acercarte a la pantalla grande es ver un clon
de otra película.
Pero a los diez minutos
de estar sentada ya reventaba de placer. ¡Madre mía, que guión tan bueno! Y aún
quedaba lo mejor. Estoy segura de que me brillaban los ojos aunque estuviese en
una sala oscura rodeada de hombros y espaldas.
Una joven que padece
agorafobia contrata a un experto en arte bastante maniático para que subaste los
objetos de su rica mansión heredada de unos padres millonarios. Lo más curioso
es que el tasador, a pesar de eludir activamente todo contacto físico y de que
no se le conoce relación con mujer, está fatalmente obsesionado con la belleza
femenina. La prueba es su fabulosa, y algo espeluznante, colección de retratos
que guarda como oro en paño y que no permite contemplar a nadie nunca. Pero,
tal para cual, su cliente tampoco permite que la vean.
Si el primer acierto es
el guión, con esa tensión psicológica que envuelve al espectador y lo mantiene
en vilo durante las ¡tres horas! de espectáculo, el segundo, sin duda, es el
casting. El protagonista, Virgil Oldman (¡pedazo de apellido irónico!), es
interpretado por Geoffrey Rush que, no solo da perfectamente el perfil físico,
es que se apropia del personaje por entero, lo convierte en suyo de principio a
fin, produciendo, a su vez, una gran evolución mental y física. Hasta tal punto
llegan sus progresos que acaba expulsando la mayor parte de sus manías para ir
por delante de su amada y guiarla en la gestión de su patología, lo que conlleva
una evidente transformación corporal, incluso parece embellecer algo. Finalmente,
Oldman se ha transformado en la mejor obra de arte de Oldman.
Igual de bien elegida
está la dama del cuento. Sylvia Hoeks encarna a Claire, la aparición tan impactante como largamente esperada. ¿Puede ser que una chica tan guapa...? Pero la vida es así de cruel a veces: existe la manzana envenenada, tras un aspecto agradable se puede ocultar la enfermedad más terrible.
¿Y Donald Sutherland? Tan
extraordinario como siempre ejerciendo de amigo incondicional. Es el único que
no engaña de todo el reparto, aunque esa fisonomía francamente pícara se utiliza
para confundirnos y, de hecho, lo hace. La idea es que el espectador no se fie de
nadie para que la liebre salte dónde menos se la espera.
¿Y Jim Sturgess? A mí me daba mala espina. Estaba
convencida de que la chica se la iba a pegar con él. Al fin y al cabo es el
galán joven. Peor aún, se descubren una sarta de mentiras que giran en torno a
su novia. Pero eso no es más que otra treta del guionista para mantenernos en
la inopia.
Estamos ante una
estrategia parecida a la de las muñecas rusas. El fraude y la falsificación del
mundo artístico involucra a unos personajes que, a su vez, nos engañan a
nosotros en un film que carga con una tradición equívoca, tomando prestadas sus
fórmulas sin llegar a plagiar del todo, manteniéndose en una difícil zona entre
dos aguas, a igual distancia del fiasco que del producto irreprochable.
Con una fotografía que
nos envuelve en una abrumadora sucesión de hermosas imágenes, resulta algo
artificiosa en ocasiones pero eso no importa mucho. Se produce como un baile algo
estilizado entre dos personalidades complejas y bastante patológicas que se
reconocen mutuamente. Eso dota de un encanto inusual al conjunto y aporta una
verosimilitud paradójica, pues algo tan enrevesadamente increíble no se puede
fingir fácilmente, ha de ser cierto por fuerza.
Tampoco hay que olvidar
algún cabo suelto en la trama. ¿Cómo un carácter tan escrupulosamente
meticuloso y una auténtica autoridad en el mundo del arte puede meterse en
tamaña ratonera? Pero el hombre otoñal actúa así a veces. Se trabuca, pierde
pie. Cuanto más le engañan más se obstina en creérselo. Su dignidad de varón
está en juego, y eso es tanto como el concepto global de sí mismo. Hay que
tener en cuenta la diferencia de edad y la belleza de la chica. En cuanto, por
fin, se mostró en la pantalla, encontré que había gato encerrado, entonces y no
después. Pero luego me dejé envolver por los acontecimientos que me condujeron,
de escena en escena, hasta la gran traca final. Si nos divertimos con un
espectáculo de magia no es porque ignoremos que tiene truco. Y aquí sucede
exactamente lo mismo.
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técnica aquí
Pues tiene un pinta para no perdérsela, y con tu crónica se me han puesto los dientes largos, así que a mi lista va.
ResponderEliminarDespués de leer, el cine es mi otra gran pasión, aunque adoro ir a las salas, mi economía no da para ver todo lo que veo, así que tiro bastante de videoclub.
Gracias por tus comentarios, son demasiado para mí.
Muchos besos,
Pues sí, te la recomiendo. Espero no haberme excedido y que ahora te decepcione. No es perfecta pero a mí me encantó.
ResponderEliminarA ver, reconoce que tu blog es personal, diferente y muy artístico. Yo no tengo la culpa.
Besos ;)))