1
La noche
palpitaba, como una masa enorme que avanzase sobre el agua, derrumbando a su
paso las naves más frágiles, haciendo titilar pequeñas luces, propagando una
fragancia algo acre. Como una ballena ciega que susurra.
2
Ella se
acercó al tocador. Rozó con las uñas la raíz del pelo, de la frente a la nuca,
observándose de reojo; se aplicó dos toques de perfume, dejó caer el frasco en
el fondo del bolso y abrió la puerta. La recibió una ráfaga de viento hostil.
3
Él había
llegado ya. Durante unos segundos contempló a través de la vidriera su figura
taciturna. Luego irguió el busto, tomó aire, saludó al maitre uniformado y
avanzó entre las mesas sonriendo.
Se besaron
con pasión contenida. Habían llegado a una fase en que las manos se buscan y
los ojos se rehuyen. Ella había pasado alguna noche en la casa del hombre, él
no conocía la suya aún.
La
estrechó más tiempo del necesario y ella se sentó disimulando el disgusto. Le
tranquilizó pensar que él apenas hablaba, pero cuando le escuchó las frases de
siempre se sintió incómoda otra vez. Claro que era suave, ninguna piel está
hecha de roca, claro que era femenina, las mujeres suelen serlo.
4
El que se
acercó con toda ceremonia más que un chef parecía un oficiante.
-Buenas
noches, les recomiendo en esta ocasión…
Reparó en
que ahora sujetaba algo, el abrazo lo había puesto en su mano izquierda.
-Como
entrante, un surtido de…
La voz era
vaselina, el cuerpo una continua reverencia.
El papel
resultó ser un billete de avión. A las Maldivas. Viajarían pasado mañana a la
otra punta del mundo y ella acababa de enterarse.
5
La cortina
aún oscilaba cuando entró en el vestíbulo. Solo un poco. ¿Para qué montar un
escándalo?
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