Expuesta y bebiendo un instinto,
que a estas horas parece transformarse
ante los ojos del fondo de la noche,
bebo la calma a sorbos,
rasgo la cortina ensombrecida,
aspiro el vino rociado en un tobillo vegetal,
me enrosco en el penacho que corona
la palmera más esbelta,
deslumbrante de verde savia y guacamayos.
Una brasa de anhelo pone mi sangre en vilo.
Sopor y lucidez
en el mismo, y único, instante.
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