miércoles, 25 de noviembre de 2015

El lobo-hombre y dios


Gustave Klimt - Death and Life (1916)

Hablemos de luchas por el poder más que de guerras de religión. Y el poder se impone con terror, de otra forma habría que convencer a los potenciales dominados, y no parece viable que ningún país se coloque bajo yugos espurios por voluntad propia.
Pero el poder es una cosa y sus ejecutores otra. Escucho constantemente que es muy difícil combatir a quien no tiene ningún problema en inmolarse. Existe una falacia en esa afirmación, pues quienes se inmolan no son el origen, mucho más atrás hay un foco muy potente que es quien les lava el cerebro con argumentos religiosos y quien les envía a una muerte segura. Es decir, la raíz del asunto se encuentra más allá, en esos responsables refugiados en la lejanía, el anonimato y un espacio seguro y honorable. Estos, en caso de peligro, claro que tendrían miedo a morir. Y a ellos hay que dirigir nuestras miradas. Quienes tengan la responsabilidad y el poder necesarios deben estudiar sus movimientos, cortar sus fuentes de financiación, lograr en lo posible que sientan el peso de la justicia internacional. No hay acción más efectiva que cortarles las alas.
Aún así, mientras la ignorancia y la miseria campen a sus anchas por oriente y occidente siempre habrá cabezas de turco para utilizar interesadamente. Solo ilustrando a esas personas vulnerables suprimiremos su vulnerabilidad. Solo facilitándoles algo parecido a una existencia acomodada conseguiremos que tengan algo que perder. Hace unos siglos también aquí nos lanzábamos a luchar con entusiasmo, el que vive a salto de mata está mucho más dispuesto a morir por la causa que sea, la solución pasa por suministrar una cantidad suficiente de confort y bienestar, de aprecio por los placeres de la vida, de reconocimiento de la propia dignidad y respeto por la ajena para que el caudal de los dispuestos a inmolarse disminuya drásticamente. Y esto solo se consigue disminuyendo las desigualdades económicas. Si falta la convicción de que estamos ante una causa justa actuemos por puro y simple egoísmo: para no sentirnos amenazados ahora o más tarde.
En cuanto a la ignorancia, no se trata solo de democratizar la cultura, además tanto respeto por el hecho religioso me parece una exageración. Cuando la lógica y la ciencia han demostrado que las creencias surgen de la mente humana y que de existir algo insospechable no tendría nada que ver con lo espiritual ni con la moral ni con la otra vida sino con realidades puramente materiales, aunque imposibles de demostrar con los actuales instrumentos científicos. Ya es hora de que consideremos las creencias una cuestión subjetiva, cuyas prácticas todo el mundo tiene derecho a realizar en público o en privado, pero que no es recomendable alentar pues la posibilidad objetiva de que esas doctrinas posean una base real es inexistente. No nos engañemos, la única explicación para tanta tolerancia es eliminar de cuajo las consabidas preguntas incómodas manteniendo así sometida a una multitud de individuos. Fomentar el oscurantismo a grupos enteros les impide rebelarse y es la garantía de que el poder dictatorial siga perpetuándose.
Hace falta explicar desde la escuela que los fundamentos religiosos no se sostienen ni mental ni experimentalmente. Tolerar no es fomentar: la libertad de creencias, la no persecución no impide señalar que están equivocados. La actual situación no es solo tolerante, también da a entender que, de alguna manera, los creyentes están en lo cierto.
Frida Khalo
(Entronizarse a uno mismo)

Un saludable realismo produciría sociedades más igualitarias, implantaría democracias auténticas y no esa suerte de remedo en el que vivimos hoy. Y, por encima de todo, impediría que ciertos caudillos se erigiesen en los mensajeros de dios en la tierra, en los únicos facultados para interpretar consignas que nadie puede escuchar, porque eso significa otorgar un poder infinito –el que se supone que merece la deidad– a seres tan humanos, tan susceptibles de corromperse y abusar, tan colmados de defectos, vicios y ambiciones como cualquier hijo de vecino.
Si alguna vez conseguimos convencer a cada ser humano de que es él quien debe ocupar el trono pues no existen fuerzas invisibles sobrevolándonos, que no debe temer a fuerzas sobrenaturales ya que más allá de la naturaleza no hay absolutamente nada, que lo que debe evitar es el hambre, las inclemencias del tiempo, la barbarie, el pillaje o el abuso de quienes ponen sus peores instintos en marcha, este mundo será mil veces más habitable.

2 comentarios:

  1. Muy lúcido, particularmente, eso de que los intoxicadores que convierten a otros en suicidas sí que deben de tenerle bastante miedo a la muerte. Los norteamericanos parecen haberlo entendido ya.

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  2. Gracias.
    Sospecho que lo sabían desde el principio pero les interesa que pensemos que todo esto es obra de cuatro dementes. Y los medios de comunicación siguen con la matraca, cada vez que oigo o leo que "el cerebro" de la operación de París... me gustaría poder contestarles. ¿El cerebro de qué? Una víctima más, que ya no les puede llevar la contraria, los verdaderos cerebros de la violencia ya se aseguran de quedar a cubierto, muy mala suerte tienen que tener para que les alcancen sus propios proyectiles..

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