Rastros
de sándalo ¿eh? Tras un recorrido por la red no salgo de mi asombro. Quizá
tenga que pasar algún tiempo para que puedan verla también aquellos a quienes
no mueve ningún afán publicitario, esa minoría cuyo mayor crédito consiste en
que no desea sino mostrar su honesta opinión.
A partir
de determinado momento, empiezas a notar cómo se adueña de tu cara una
sonrisita escéptica, entonces te arrellanas en la butaca con el fin de soportar
lo más cómodamente posible el culebrón que se avecina. Pero vayamos por partes.
Los
primeros fotogramas son impresionantes, de quedarse sin aliento. Intuimos allí
un drama social de dimensiones colosales protagonizado por mujeres. No quiero
adelantar demasiado, me conformo con destacar lo más relevante. En primer lugar,
ese comienzo está ambientado en un mísero barrio hindú, las imágenes son
espectaculares, su verosimilitud absoluta, lo que sucede sobrecoge. Y en vista
de todo ello, crecen enormemente las iniciales expectativas del público. No nos
cabe duda de estar presenciando la más valiente de las denuncias sobre las condiciones
de vida de las mujeres pobres en la India llevada a cabo por alguien tan
alejado de aquellos problemas como una directora española y valoramos su compromiso
como merece. Sin embargo, justo cuando la situación parece desbordarse y, por
tanto, nos va a ser dado presenciar, casi como si de un documental se tratase, lo
que tienen que padecer esas jóvenes, de qué forma se abusa de ellas, en qué acciones
se concretan tamañas crueldad e injusticia, se produce un vuelco descomunal en la
trama, a partir del cual se muestran una sucesión de incongruencias y lugares
comunes, más propios de un convencional cuento de hadas que de una película
seria, que consiguen transformarla, solo un par de secuencias más tarde, en uno
de los artefactos más inverosímiles que se hayan rodado nunca. ¡Y mira que
hemos visto cosas!
Entonces,
¿todas aquellas imágenes formaban parte de una mirada al pasado? Pues ni
siquiera las dificultades que entraña este recurso se asumen. Mediante una
ingeniosa estratagema, la guionista se las arregla para que no haga falta
ninguna coherencia entre el antes y el después, ni parecido entre los
personajes a edades diferentes, lo que se une al hecho de que no se justifica
de ninguna forma el espectacular cambio de fortuna de que disfruta la
protagonista.
Además,
y para anotar en el suma y sigue de disparates, la otra cara de este relato de
familiar perdido –tan de moda últimamente, aunque esto no hubiese sido óbice
para convertirla en una conmovedora peripecia humana– se beneficia del mismo
golpe de suerte. Dos mujeres, pues, abocadas a enormes padecimientos –esclavitud,
desnutrición, un quehacer indigno y extenuante, que, por suerte, tras el prematuro
final que les aguardaba sin duda, acabarían más temprano que tarde– reciben ya
desde niñas la bendición de la fortuna, tanto afectiva como económica, rematada
¡cómo no! por un éxito profesional indiscutible.
¿Qué
es esto sino el cuento de La Cenicienta?
Pero
había que adaptarlo a esta época, las fábulas concebidas entonces resultan
demasiado inocentes para el gusto de hoy. En nuestro mundo no hay nada
gratuito, ni siquiera tan barato como lo que puede costar una entrada de cine. Parece
obligado entonces aprovechar el recorrido de la pareja hindú para mostrar/rentabilizar
las bellezas de nuestra amada ciudad condal mediante un conjunto de estampas
dignas del mejor catálogo turístico. Y, no contenta con ello, la guionista –o quien
sea– ni se molesta en desarrollar el argumento de una manera medianamente
sólida. De hecho, los pufos saltan por doquier: personas de la otra punta del
mundo que se entienden perfectamente en Cataluña sin necesidad de ningún
intérprete –no se aclara si en castellano, catalán, inglés o hindi–, encuentros
inesperados que tienen lugar en el porteño ambiente de postal barcelonés, desastrosas
interpretaciones en todas las escenas de ambientación contemporánea, reacciones
de los personajes más propias del relato infantil que de la vida tal como es. Y, para colmo, dos historias de amor que no hay por dónde cogerlas por mucho que se intente.
Resumiendo,
un balance tan desastroso que salí del cine preguntándome quién o quienes habrán
subvencionado esta película. Entonces me vino a la memoria aquella de Woody
Allen, de infausto recuerdo, titulada Vicky,
Cristina, Barcelona. Ciertamente, el título de la que nos ocupa es mucho
más afortunado, al menos tiene coherencia sintáctica, pero quizá habría que
añadirle alguna coletilla, llamarla Rastros
de sándalo en Barcelona o algo similar, para que el sufrido espectador
pague la entrada sabiendo con exactitud a qué atenerse.
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Título original: Rastres de sàndal
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Fecha: 2014
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Duración: 95
minutos
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País: España
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Directora: María
Ripoll
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Guión: Anna
Soler-Pont
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Música: Zeltia
Montes
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Fotografía: Raquel
Fernández
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Reparto: Nandita
Das, Aina Clotet, Naby Dakhly, Rosa Novell, Godeliv van den Brandt, Subodh
Maskara
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Coproducción
España-Francia
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Género: Drama
Querida amiga, te imagino aguantando el bodrio este del que hablas y no puedo menos que compadecerte. Ánimo y gracias por el aviso. El primer cafelito cuando nos veamos lo pago yo.
ResponderEliminarEntrar en una sala sin haberlo planeado antes, y sin consensuar apenas pues solemos elegir la que está a punto de empezar, es algo que me ha pasado unas cuantas veces. De está forma me encontré, hace ya años, con maravillas como Azul o como Las invasiones bárbaras. Pero esta vez no hubo tanta suerte.
ResponderEliminarY... ¡vale! te tomo la palabra, pero el siguiente me toca a mí :)