Los
vaivenes de la cultura. Respuesta de creadores y público a los avatares
históricos. Tengo la sensación –desde luego, completamente personal y subjetiva–de
que el último período testimonial del cine tuvo lugar hace décadas. Se
desarrolló, quizá, paralelamente a la experimentación formal, luego fue
sustituido por un periodo mucho más frívolo, desenfadado y consumista. La
reflexión se mantenía en el cine asiático, el africano, el latinoamericano, en
una minoritaria producción europea y algún residuo norteamericano quizá más
extenso en Canadá. Por supuesto, todas las líneas coexisten, nada desaparece
del todo, pero hablo de predominio de tendencias.
Por fin, hemos vuelto a mirarnos al espejo. El cine testimonial ha
regresado, incluso, parece, va adquiriendo la pujanza de otrora. Esta vez no
parece tener ganas de embarcarse en experimentos, la herencia de producciones
lineales, de los films de consumo fácil que han inundado las pantallas desde
hace lustros, pesa demasiado en el inconsciente colectivo. Para bien o para
mal, la moda de embarcarse en aventuras formalistas ya paso.
Hace
unos meses, repusieron Mi tierra en
un Cine Club cercano. Cuando yo la vi, hacía tiempo que había salido de las salas
comerciales en las que se había estrenado hacía apenas seis meses. No sé
durante cuánto tiempo la exhibieron, muy poco en cualquier caso. Este tipo de
cine sigue reservado a minorías. Por fortuna, ni siquiera se molestan en
doblarlo. Como siempre, en realidad. La diferencia con épocas recientes, si es
que la hay, estaría en que esta minoría va en aumento, en que los rodajes que
imprimen un sello personal –al margen de modas, sin ninguna expectativa de
ganancia, realizados igual que se emite un grito de rabia o se da un puñetazo a
la mesa– parecen estar multiplicándose.
Siempre
hay un síntoma, un descubrimiento. Llamémosle una toma de conciencia. Me consta
que la expresión está pasada de moda, quizá sea hora de recuperarla, no lo sé.
En este caso lo que desencadena la explosión de rebeldía es la constatación de
que se han creado dos mundos separados por una frontera muy frágil. De que
pertenecer a uno o a otro es simple cuestión de suerte y de que, en ciertos
casos, basta dar un mal paso para caer de bruces al abismo. Que no es tan
sencillo regresar una vez se ha traspasado la frontera, que muchos deberán
asumir su destino sin ningún atisbo de vuelta atrás, y que otros se quedarán
siempre allí, en el horror, y que este seguirá existiendo durante mucho tiempo,
pues por mucho que miremos el horizonte no se vislumbra ningún indicio de cambio.
Eso
que hemos dado en llamar Occidente está plagado de defectos y, según parece, estamos
yendo a peor. También es cierto que aún contiene suficientes elementos para
dotar de esperanza a una vida. A muchas. No a todas, por desgracia. Pero al
otro lado de ese muro invisible, el panorama que la gente tiene ante sus ojos
solo puede calificarse de terrorífico, el futuro no existe, su destino es la
desesperación más absoluta. No existen las medidas higiénicas, la sanidad está
en mantillas, se encuentran a merced de las plagas, resulta imposible acceder a
la cultura, la libertad es una palabra vacía porque los integrismos han
arrasado los espacios comunes, las guerras asolan el territorio, la infancia es
mero tránsito hacia la muerte, una sala de espera en la que se mendiga en la
calle, se juega a ser soldado o se padecen trabajos extenuantes por un sueldo
de miseria. Condiciones que, una a una, o todas a la vez, impulsan a la gente a
escapar, la arrastran hacia el borde de la nada, hacia la muerte en pateras, o
en verjas electrificadas, hacia una angustiosa y desgraciada huida para ser, en
demasiadas ocasiones, reportados al poco tiempo.
Farid,
el personaje principal de esta cinta, tuvo más suerte. El había adquirido el
privilegio de residir en la parte habitable del planeta. Cayó por casualidad al
otro lado y se libró por muy poco de quedar atrapado allí. Por fin, en un
desenlace con demasiadas concesiones para mi gusto, logra aclarar el embrollo,
demostrar su verdadera identidad. Otro guión que acaba bien, pero la pantalla
es una cosa y la vida otra mucho menos previsible.
El
relato está irreprochablemente construido, repleto de guiños cómplices, de
simpatía a raudales, pero el humor contiene grandes dosis de ironía y no se excluyen
las sombras que arrojan esas luces. Contemplamos una Argelia que no es,
precisamente, una sucursal del país galo, piensen lo que piensen quienes viven
en él. Y lo hacemos por medio de los alucinados ojos de Farid, el joven que
viajó al país de sus ancestros para resolver una cuestión administrativa y se
encontró atrapado en una ratonera.
Un
casting perfecto, actuaciones impecables, una escenografía correcta convierten
a esta película en un producto lleno de virtudes, uno más que el gran público
se habrá perdido sin saberlo. Y es una pena, porque este tipo de relatos es lo
único que tenemos, lo auténtico y sincero, lo que, al margen de interesados
cantos de sirena, construye nuestra realidad, la de unos y la de otros, porque
los detalles son lo de menos, lo que importa es la frustración, la
incomunicación, el deseo de prosperar, el apego a las raíces, la solidaridad,
la rebeldía, la desorientación, la impotencia, la ilusión, los descubrimientos. Y esas son experiencias que todos
tenemos en común.
La
fuente en que bebe el argumento no es otra que la memoria del director. “En el año 2005 mi padre enfermó y me di cuenta que nunca
podría disfrutar de esa casa con él. Así que me fui a Argelia con mis padres,
mis dos hermanos y una de mis hermanas. Para mí fue como volver a mi patria,
después de 21 años de ausencia. Cuando vi a mis primos me pregunté: ¿Y si mi
padre se hubiera quedado aquí? ¿Y si hubiera nacido aquí? ¿Cuál sería mi vida
sin escuela, cine, algo? La historia se desarrolló alrededor de eso".
No
se trata de una historia coral, su protagonista está perfectamente definido.
Sin embargo, me resisto a llamarle así porque la fuerza del resto del reparto
es tal que consigue hacer girar la rueda argumental, desarrollar hechos,
producir desencadenantes. En una palabra, hacer avanzar el vehículo fílmico
hasta un desenlace que, por demasiado
previsible, empaña un poco el conjunto.
*Título original: Né quelque part
*Año: 2013
*Duración: 87 minutos
*País: Francia-Argelia
*Director: Mohamed Hamidi
*Guión: Alain-Michel Blanc, Mohamed Hamidi
*Música: Gigi Akota
*Fotografía: Alex Lamarque
*Reparto: Tewfik Jallab, Jamel Debbouze, Fatsah Boullamed, Abdelkader Secteur, Malik Bentalha, Fehd Benchemsi, Mourad Zaoui
*Género: Comedia dramática
te he encontrado en mi camino de letras
ResponderEliminarme ha dado placer el leerte
Muchas gracias "Recomenzar", espero que te quedes como lectora fija del blog y que comentes lo que te parezca.
ResponderEliminarUn saludo, seguimos leyéndonos