No
hace mucho descubrí que aquellas leyendas ancestrales –más tarde convertidas en
cuentos infantiles que muchos consumimos junto a productos mucho más modernos,
pretendidamente más adultos, y que no eran ni una cosa ni otra– descubrí,
decía, que eran infinitamente más sabios de lo que parecía dar a entender su
estatus pretendidamente infantiloide. El mundo se dividía en buenos y malos,
existía un héroe salvador, una princesa a quien salvar (bueno, esto es una
reminiscencia del machismo monárquico de entonces, quitémosles referencias
tanto a sexo como a jerarquías y se queda en individuo mondo y lirondo), un
dragón que impedía encontrar el tesoro. ¡Un tesoro! efectivamente, obstáculos
naturales: mares, montañas, huracanes, lluvias ardientes, pero también episodios
en los que la naturaleza se vuelve protectora en forma de grutas que ocultan,
acogedores osos que abrazan al aterido cuerpo que sucumbe en la nieve, brotes
gigantescos que nos pueden elevar hasta las nubes…
Esas
fábulas, cuya sabiduría ignoramos según fuimos creciendo, sobre todo desde que
pudimos acceder a obras de primera fila, a la literatura en toda su dimensión,
mucho más complejas y menos ingenuas, elementales, lineales y toscas que aquellos
primeros cuentos, relegados ya al rincón más polvoriento de nuestra memoria.
Muchas
vueltas hubo de dar la vida para que advirtiera que si un relato es sabio, si
nos habla de nosotros, si nace de las
más recónditas profundidades humanas, lo es por los siglos de los siglos.
Lo haya escrito Coetzee, Homero o Kafka, provenga de los corrillos de
campesinos acurrucados junto al fuego en días de lluvia o lo haya concebido en
la soledad de su escritorio el catedrático más eminente.
Siempre
han existido (y existirán) ogros prepotentes, brujas malvadas de ambos sexos que
envenenan manzanas o elaboran pócimas de dudoso contenido, castillos
tenebrosos, sastrecillos valientes, azarosos viajes por procelosos océanos,
corceles alados, calabozos lóbregos, cofres del tesoro, paraísos repletos de prodigios,
gnomos, hadas, avaros (y avaras) reyes midas, sospechosos videntes amparados en
sus bolas de cristal. Si enfocamos bien la mirada, podríamos percibir incluso la
fina línea –no por fina menos real– que separa los buenos de los malos. El
mundo es, probablemente, mucho más maniqueo de lo que estamos dispuestos a
creer en esta era nuestra, en este siglo XXI de la técnica y los inabarcables avances.
¿No conocéis a ningún pulgarcito, a ningún enano del bosque o a la última mujer de barba azul? En realidad, los hay a millares. En ellos, y en ese maniqueísmo tan indiscutible como anacrónico en apariencia, he pensado desde que vi esta película.
¿No conocéis a ningún pulgarcito, a ningún enano del bosque o a la última mujer de barba azul? En realidad, los hay a millares. En ellos, y en ese maniqueísmo tan indiscutible como anacrónico en apariencia, he pensado desde que vi esta película.
También
La jaula dorada es una especie de parábola,
laica por supuesto y situada en la época actual. Encantadora, es cierto, pero
con un trasfondo más crítico y menos amable de lo que aparenta a primera vista.
¿Gente
sencilla, crédula, eficiente y convencida de su eficacia, abnegada, sin doble
fondo ni maldad? Cuando aparecen en el film, les reconocemos pues, aunque ocultos
en lo más recóndito, todavía quedan unos cuantos. Gente que un día se lleva un
chasco, que cae en la cuenta que no todo es tan justo como pensaban, que les
han estado engañando, abusando de ellos siempre que era posible y si venían mal
dadas dorándoles la píldora, con intenciones aviesas, exprimiéndoles, tratando
de sacar tajada, sin interés alguno en su bienestar, ignorándoles,
despreciándoles, fingiendo una amabilidad inexistente. No puede faltar la subtrama
romántica, con pareja de distinto extracto social al estilo de West Side Story, aunque bastante
convincente y con su propio peso específico en el conjunto de la historia.
Otro
aspecto de interés es el repaso a los tipos sociales, que no se reduce a meros
arquetipos: hasta el más secundario presenta un esbozo de personalidad. Bajo el
pretexto de la casa de vecinos, van apareciendo diferentes especímenes de los
más diversos extractos. El barrio, la portería, los chismes de vecindad,
siempre han dado mucho juego, sobre todo cuando un guión sencillo y convincente
cuenta con interpretaciones tan soberbias. Junto a la convivencia y los niveles
socioeconómicos, aparecen cuestiones como la inmigración o el ascenso
meteórico, todo bien sazonado de hipocresía, complicidad y conflictos diversos
para lograr una comedia costumbrista tan verosímil como coherente y, a pesar de
presentar huellas del más diverso pelaje, con un sello particular procedente de su inspiración autobiográfica.
· Duración: 90 minutos
· País: Francia, Portugal
· Director: Ruben Alves
· Guión: Ruben Alves, Hugo Gélin, Jean-André Yerles
· Fotografía : André Szankowski
· Reparto : Rita Blanco, Joaquim de Almeida, Roland Giraud, Chantal Lauby, Barbara Cabrita, Lannick Gautry, Maria Vieira, Jacqueline Colorado, Jean-Pierre Martins, Alex Alves Pereira, Sergio Da Silva.
· Género: Comedia
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