viernes, 15 de agosto de 2025

Taller de Escritura Magerit



 





A mis potenciales alumnos:

Supongo que ya me conocéis por este blog y, quizá, por los otros dos que tengo activos.

Soy Kina Fernández, (profesora de Primaria y licenciada en Filología Hispánica)madrileña afincada en Málaga desde hace más de una década. 

Puedo aportar mucha vocación didáctica, más de una década escribiendo crítica literaria, asequible pero rigurosa, en Unlibroaldía (blog colectivo) desde 2009 con los alias Montuenga y Nieves J. (este último solo al final: unos pocos meses a mediados de 2022) y Orlandiana (blog individual) iniciado en 2013 hasta ahora; además de una buena colección de artículos y piezas de narrativa en este mismo blog

También publiqué algo en papel hace tiempo (una novela, un poemario y un libro de relatos). Sin contar mi experiencia de varios años en El Búho de Minerva, un taller presencial de narrativa y poesía ubicado entonces en la plaza del Callao de Madrid.

Este curso, que comenzará hacia el 20 de octubre, estará dirigido a un nivel medio. Me adaptaré a las necesidades de mis alumnos, por supuesto, pero si no has escrito nunca esto no es para ti. Por eso es necesario que me envíes alguna muestra de tu narrativa, ya que cuanto más parecido sea vuestro recorrido, más posibilidades tendré de ayudaros. Mi intención es que seáis un grupo lo más reducido y homogéneo posible

Para recibir más información tienes que escribirme a molinadetirso@gmail.com. No importa dónde vivas, este curso se realizará a través de un grupo de Facebook cuyo nombre facilitaré cuando os apuntéis.


Foto: Gloria Torres

domingo, 27 de julio de 2025

Mi mundo de madera (Relato de superación) )


Fui la pequeña de tres, y la única chica. Junto a nuestros padres representábamos el espíritu del bosque. Nunca vivimos aislados, los vecinos más cercanos vivían a cincuenta metros de nosotros, pero había otras muchas viviendas diseminadas por la zona, participábamos de las veladas colectivas y, con lo que vendíamos a los más cercanos y a la gente del pueblo vivíamos holgadamente. Papá era ebanista, se encargaba de surtir de muebles a los hogares de la región. Mamá vendía semillas y  tiestos, cultivaba plantas, tanto de invernadero como de jardín, y era nuestra mejor relaciones públicas. Él, por su parte, nos fabricó una casita de madera en lo alto de un árbol centenario, con su escalera, su mobiliario y todo tipo de utensilios que compartíamos con nuestros amigos a la menor ocasión. Sí, teníamos un idilio con la vida, no lo voy a negar.

Hasta que... Hasta que pasó algo, porque ya se sabe que nada es eterno en esta vida. Un mal día mi padre desapareció sin avisar. Cuando logramos salir del estupor sufrimos el drama de la pérdida y, después de un breve sentimiento de culpa, nos sumimos en una cólera feroz, todos menos mi madre, que, ¡pobre! no levantaba cabeza. Tan abatida la veíamos que nos sorprendió a  todos una mañana después de desayunar, arrastrando su equipaje hasta el vestíbulo y abrazándonos a todos.

Ella sí se despidió, pero nos dejó completamente solos. Dijo que iba a buscarle y desapareció pedaleando detrás de una curva.

Aunque apenas rebasábamos la adolescencia éramos capaces de valernos por nosotros mismos. O eso descubrimos cuando no tuvimos más remedio. Yo no tenía más que dieciséis años y todavía iba al instituto, pero los chicos se encargaron de que no me faltase de nada: Juan continuó con el negocio de los muebles y Pedro con el de las plantas. Les iba regular, pero nunca les vi desanimarse, lo único que cambió fueron sus visitas al pueblo: primero se hicieron asiduos al baile de los domingos, luego  las escapadas se volvieron diarias, hasta que, uno tras otro, acabaron casándose. También de repente, como se hace todo en mi familia.

El mayor se dedicó a la cría de ganado, el otro trabajaba en el campo como temporero, los dos vivían en el pueblo y yo me quedé un poco más sola que antes.

Salí adelante. Para entonces me había convertido en toda una mujer y supe ganarme la vida. Del taller de papá, aproveché los herramientas y toda la madera que sobró para convertirla en una fábrica de juguetes. De mis manos salieron casitas en miniatura, toda clase de utensilios para amueblarlas y las propias muñecas y muñecos. Yo les daba forma, pintaba y vestía. Después llevaba mi artesanía al pueblo y me la quitaban de las manos. También aproveché el jardín de mamá para cultivar flores, que vendía en bodas, aniversarios y cualquier ocasión que se terciase. Esto producía bastante menos, pero era una ayuda a tener en cuenta.

No sé por qué estoy hablando en pasado. Han transcurrido algunos años pero aún me dedico a lo mismo. Mi pequeño paraíso es un magnífico punto de reunión. Ahora las festividades ya no se celebran en la plaza sino alrededor del viejo árbol, que se ha convertido en un vecino más. Los niños me visitan para trepar hasta mi casita encantada un día sí y otro también. Yo los miro mientras trabajo y, si tengo tiempo, les preparo algún dulce. Los fines de semana la familia invade mi hogar, ya tengo cinco sobrinos y sospechamos que en camino viene otro. O dos, nunca se sabe.

No me falta de nada, pero no puedo negar que llevo en las venas la sangre de mi gente. No será hoy ni mañana. El día menos pensado, sin avisar, como han ido haciendo todos ellos, me liaré la manta a la cabeza y recorreré esos mundos buscando a mis padres. A no ser que ellos vuelvan antes de que consiga decidirme. Pienso aprovechar algunas pistas que dejaron y me presentaré donde supongo que pueden estar. Y si no los encuentro, me convertiré en una aventurera deseosa de conocer lo que se oculta tras esas montañas. Un mundo fabuloso me espera. ¡Ten paciencia, Mundo! que tarde o temprano cogeré mis bártulos e iré a descubrir qué es lo que tienes que ofrecerme.

martes, 28 de enero de 2025

Estoy pensando en dejarlo ( I'm Thinking of Ending Things) - 2020

I

A veces me pregunto si el cine actual sigue siendo capaz de impactarnos o ha acabado adoptando una rutina cómoda y fácil de consumir. Me refiero a esa sensación de entrar en un bosque oscuro, lleno de sombras amenazantes, de pequeñas explosiones que nos sobresaltan –y no hablo de terror sino de emoción, intriga, identificación con los personajes – que por lo general es más fácil de encontrar en los clásicos. Estoy pensando en dejarlo (estrenada en su plataforma correspondiente el pasado 4 de septiembre) no nos dará un minuto de respiro, pero exige una contrapartida: aceptar lo que se nos ofrece aunque no acabemos de entenderlo, incluso si al final no estamos seguros de lo que hemos visto. Pues lo que intenta provocar es una reflexión profunda, no solo sobre lo que propone el director o el autor de la novela original, también acerca de esas cuestiones, más particulares, que vamos descubriendo en nosotros según va avanzando la trama.

Su director, Charlie Kaufman, se ha basado en el thriller psicológico homónimo publicado por el canadiense Iain Red en 2016, con algunas modificaciones, en particular la última escena y, tal como acostumbra, no poniéndoselo nada fácil al sufrido espectador. Presenciamos un espectáculo que, además de hermético y complejo, puede resultar fascinante, pero a cambio se nos exige: por una parte, atención máxima, por otra, que no nos creamos nada de lo que estamos viendo y oyendo. Algunas pistas:

Si vemos a una pareja emprendiendo un viaje para conocer a los padres de él, y los conocemos a través de los pensamientos de la chica, deducimos que el título se refiere, tal como ella aclara, a que está dispuesta a cortar la relación. Pero hasta esa intención de dejar algo puede esconder alguna ambivalencia o, sencillamente, referirse a un asunto completamente distinto. Solo hay que fijarse en el original inglés (I’m Thinking of Ending Things).

Nos sentimos cómodos dentro de una situación de lo más lógica, y hasta tópica, hasta el final del primer viaje, ahí es cuando lo que vemos comienza a volverse enrevesado. Habrá quien tilde al argumento de absurdo e incomprensible, -y en efecto, el surrealismo lo acapara todo–, quien afirme que lo que no se entiende no vale la pena, opiniones no van a faltar y todos tendrán razón. 

Y es que lo que aparece en escena puede estar ocurriendo o tratarse de simples pensamientos, recuerdos, deseos o temores del personaje principal, un protagonista que, por cierto,  puede no ser el más evidente, y me refiero a la persona que suele acaparar la pantalla. Existe, por tanto, algún desdoblamiento aunque una lectura literal también sería válida.

Mezcla épocas distintas presentando a algunas personas en edades diferentes dentro de la misma secuencia, o al mismo personaje encarnado en varios actores que a veces, incluso, comparten plano, y hasta pueden tener distinto sexo.

Superpone conceptos procedentes de películas, novelas o poemas a reflexiones y conflictos aportados por los propios de los personajes-

Bien, pues con toda esa mezcolanza, Kaufman logra componer un hermoso tapiz en el que casting, caracterización, interpretaciones, música y hasta danza no pueden dejar de seducirnos. Sin olvidar el inquietante clima que se establece desde la primera escena –y que va en aumento, casi exponencialmente– al que contribuyen todos los elementos: la claustrofobia automovilística, el infernal clima meteorológico, ese  paisaje desolado, prácticamente desértico, que les acompaña la mayor parte del tiempo, el lóbrego caserón de los suegros, los largos y solitarios pasillos del instituto, la extrema lentitud de algunos tempos (un viaje que no acaba nunca, los padres tardan una eternidad en bajar a recibirlos), los animales: ese perro  real o imaginario, los cerdos y su truculencia. Todo, absolutamente, abunda en lo mismo.

Queda claro, pues, que nos inquietaremos por el destino de los personajes, de Jake (el tipo aparentemente pacífico que sufre accesos violentos periódicamente) y de Lucy (el personaje más proteico de todos, que constantemente cambia de nombre y profesión), pero deberíamos preocuparnos más por lo que sucede dentro de nosotros, pues sufriremos, seguro, un pequeño cataclismo ya que la película nos enfrentará a nuestras propias certezas y acabaremos planteándonos cuestiones como la frustración por una vida desperdiciada, lo ilusorio de las fantasías masculinas y las inseguridades que producen, la incomunicación en general, el mito del amor romántico, la realidad de las relaciones tóxicas, tanto en la pareja como entre padres e hijos, el terror que siempre acecha a las mujeres y un largo etcétera. Pero, sobre todo, vamos a preguntarnos por el motivo de la misoginia omnipresente, de una quimera de posesividad nunca superada –que se manifiesta, tanto en el propio relato como en retazos de películas y en alusiones diversas– que acaban anulando a quien las ha aceptado toda su vida. Se nos sitúa, pues, en un ambiente de derrota donde las fantasías ya se han esfumado y no hay posibilidad de resucitarlas.

Título original: I'm Thinking of Ending Things
Año: 2020
País: Estados Unidos
Dirección: Charlie Kaufman 
Guion: Charlie Kaufman, Iain Reid
Reparto: Jesse Lemons, Jessie Buckley, Toni Collette, David Thewlis, Guy Boyd 
Duración: 134 minutos
Música: Jay Wadley
Fotografía: Lukasz Zal
Genero: Drama psicológico


martes, 31 de diciembre de 2024

Mis lecturas de 2024

 Este año y el anterior he leído mucho menos que de costumbre, a ver si en el que empieza vuelvo a los buenos hábitos. Dejo aquí mis valoraciones por orden cronológico:

* Volver la vista atrás, de Juan Gabriel Vásquez ................................................9.5

* Dientes rojos, de Jesús Cañadas ..................................................................... Abandonado

* Fortuna, de Hernán Díaz .................................................................................9.5

* De bestias y aves, de Pilar Abdón .................................................................. 4

* En la boca del lobo, de Elvira Lindo ............................................................. 6.5



* La ternera, de Aurora Freijo Corbeira ........................................................... 8

* La muerte en sus manos, de Otessa Moshfegh ............................................. 5

* Música acuática, de T. C. Boyle ................................................................... 7

* La llamada, de Leila Guerriero ................................................................... Abandonado

* Pensilvania, de Juan Aparicio Belmonte .................................................... Abandonado

* Un detalle menor, de Adanía Shibli .......................................................... 7.5

* Rinconete y Cortadillo, de Miguel de Cervantes ..................................... 10

* La juguetería errante, de Edmund Crispin ............................................... 5

* Una historia romántica, de Antonio Scurati ............................................ Abandonado

* Ética para inversores, de Petros Markaris ............................................... Abandonado

* El asesino dentro de mí, de Jim Thompson ........................................... 7

* Diario de un hombre superfluo, de Iván Sergueevich Turguenev ,,,,,,,, 9

* La vegetariana, de Han Kang ............................................................... En proceso

* El parque de los perros, de Sofi Oksanen ............................................ En proceso

viernes, 11 de octubre de 2024

¿Una tragedia? (Relato con sorpresa)




-Soy cubana.
Ella era un revoltijo de rizos oscuros, sonrisa acogedora y ojos como pozos que reflejaban el sol y el aire en aquella mañana ventosa. Salíamos del aeropuerto, habíamos coincidido recogiendo nuestras maletas y, como no tenía destino concreto, la invité a subir a mi taxi. Nos sentamos en una terraza del centro a tomar una ración de tortilla española y luego hicimos un poco de turismo, yo de cicerone, preguntándome dónde iba a pasar la noche, de qué iba a vivir, qué pensamientos tenía tras esa apariencia tan serena. Cuando nos estábamos despidiendo recibió un mensaje. Alguien, un hombre, le ordenaba que recogiese al niño inmediatamente. Tenía un hijo y no había dicho nada. Me dio la dirección. Cuando llegamos a la colonia de chalets y lo vi en el jardincillo, con la misma sonrisa esperanzada de su madre, empecé a sentirme responsable de ellos. Pero ella solo era una compañera de viaje, no tenía ninguna obligación ni debía hacer preguntas que acabasen implicándome en sus vidas.
Marina y Marino.
-Me esperan a las seis en la casa dónde voy a trabajar, él se queda conmigo hasta que podamos permitirnos vivir independientes.
Iba de sorpresa en sorpresa. Ahora, de repente, tenía prisa. Su teléfono no paraba de escupir mensajes. Mientras ella tecleaba con fruición, el chaval se agarraba a mi mano, entornaba los ojos y arrugaba la frente. No sé si era felicidad o miedo, puede que un poco de cada. Intenté transmitirle confianza pero mi mirada nunca se cruzó con la suya. 
Ahora corríamos, sugerí tomar otro camino, más corto, pero ella se empeñó en cruzar el puente. Comenzaba a levantarse un viento helado, nos subimos las solapas, la noche nos cayó encima como un fardo antes de llegar al otro extremo. Ya allí, Marina se detuvo, y tras acariciar el pretil un momento descendió por los tablones lentamente.
-¿Adónde vas?
No era una auténtica pregunta. Delante de ella no había más que heladas aguas negras y una bruma oscura rodeándolo todo. 
-Por ahí no bajes, que cubre. ¿Qué vas a hacer? ¡Vuelve aquí!
Jamás me he sentido tan estúpida, ni tan impotente. Preguntas y recomendaciones inútiles. Marino me apretaba con su manita caliente. No quería mirarle ahora.
Ella, sin embargo, me escuchaba. Se encogió de hombros y desapareció. Nos apartamos de allí. Marqué el número de emergencias. Corrí buscando a ayuda aunque estaba segura de que ya no serviría de nada. No había un alma en ningún sitio. El niño daba saltitos a mi lado: necesitaba utilizar un urinario.
Desde la plazoleta del otro lado del puente vimos llegar el coche patrulla. Una mujer acompañó al niño a un bar. Sacaron a la suicida mareada y chorreando agua, pero viva.
La agente y el niño se reunieron con nosotros.
-Tú mamá se pondrá bien.
-No es mi mamá. Y no me llamo Marino sino Sandro. Él me prometió que si estaba callado y dejaba a Marina hacer teatro, una señora me llevaría a su casa y se haría cargo de mí para siempre.
-¿Él? ¿Quién es él?
-Mi padre.

viernes, 6 de septiembre de 2024

El ojo que todo lo ve (Relato panorámico)



Ripples on the Ocean - Vladimir Kush - Óleo sobre lienzo


Eso que estaba viendo era un aeropuerto. Me sorprendí. Nubes de aviones levantaban nubes de humo entre nubes de polvo y se perdían entre las auténticas nubes, muchos kilómetros por encima del suelo. Era de noche. La negrura ambiental se interrumpía por potentes focos que lanzaban una luz amarilla brillante. Sobre esas manchas luminosas destacaban las siluetas de aviones, personas y vehículos. Y frente a todos ellos, estaba yo, contemplando la maravillosa escena de negros, amarillos y grises, como un cuadro al óleo del mejor artista que podáis imaginar: la realidad. ¿Qué quién soy y qué pinto en todo ese maremágnum? Pues pintar no pinto nada, pero grabar lo grabo todo porque soy la cámara que registra lo que ocurre. Y no tengo detrás a ningún técnico ni a nadie, me manejo yo sola ya que la mente pensante soy también yo misma: la persona que está soñando.

viernes, 30 de agosto de 2024

Catálogo de sueños (Relato cínico)

 









Fue leyendo a Freud una vez más, como hacía todos los veranos tumbado al borde de la cascada, en la vieja casona de la familia, cuando se le ocurrió la idea. La psicología moderna ya había superado al viejo maniático, pero a él le seguía fascinando por su valentía, su brillantez indiscutible y, sobre todo, por esa faceta literaria suya que provenía de una imaginación fuera de lo común. Probablemente, su mayor acicate para crear una teoría de la nada y a la vez el hándicap que restaba rigor científico a su natural pensamiento desbocado.

La interpretación de los sueños era uno de sus favoritos. Fue con él en la mano, mirando caer el agua desde la hamaca sin abandonar su obsesión favorita de esa época cuando se le ocurrió la idea que su socia calificaría de genial. Habían dejado de ser los psicólogos de moda hacía demasiado tiempo y ni siquiera habían caído en la cuenta. Ahora urgía, dada la competencia de profesionales jóvenes y el callejón sin salida en que estaban atascados, dar un giro radical al bufete, encontrar una idea que atrajera de nuevo a los clientes y alzase la firma por encima de la competencia. El médico vienés estaba más desfasado que ellos mismos, resucitarle hubiera sido una locura, pero apoyarse en la que fue una de sus teorías más populares, limpiarla de telarañas, vestirla con colores atractivos, en definitiva, pasarla por el filtro del marketing más actual podía ser el moderno enfoque que estaba necesitando la consulta.

Contrataron al mejor equipo de marketing y ellos se ocuparon de todo. En un par de meses, tenían la web más atractiva y completa que hubiesen podido imaginar, publicidad por todas partes, presencia en todas las redes sociales y entrevistas con periodistas e influencers varios. Con una pátina pseudocientífica que el público se tragó sin pestañear, habían inventado ONIRIC. Fue un pelotazo en toda regla, les llovían los contratos y antes de darse cuenta tenían más dinero del que hubieran podido soñar en sus momentos más optimistas. Si seguían por ese camino, se convertirían en una de las mayores fortunas del país. ¿Qué digo? Adelantarían, incluso, a los grandes potentados del mercado internacional. Contrataron administradores, corredores de seguros, expertos en bolsa y todo lo que hizo falta. Solo habían pasado unos meses y ya eran propietarios de medio centenar de mansiones repartidas por el mundo entero. Tanto éxito fue como una apisonadora que les hubiera pasado por encima, su rostro aparecía en la calle, en la prensa y los informativos de casi cualquier esquina del planeta. También se multiplicaron los bulos sobre su actividad profesional y su vida privada. Tenían tantos enemigos como adoradores incondicionales.

A ver, dirán ustedes, en definitiva, ¿cuál era exactamente esa idea tan lucrativa, amén de genial, que puso patas arriba el equilibrio económico de medio mundo? Ahora se lo explico, aunque, realmente no sé si llegaron a tanto los efectos. Quizá sí. Desde luego, fue un cataclismo a nivel mundial que puso en solfa muchas de las creencias y prioridades de la gente además de desequilibrar la balanza económica a favor de un producto tan novedoso como ilusionante. Lo que había provocado tanto barullo era, nada más y nada menos, que el procedimiento patentado para soñar a voluntad, cada noche, según un argumento previamente clasificado y estructurado a gusto del consumidor y mediante contrato vinculante que prometía devolver el modesto capital que cada cliente invertía en el proyecto en caso de que el procedimiento no surtiera el efecto deseado. En resumen, habían creado un catálogo de 346 sueños que admitía ligeras variantes individuales y garantizaba noches de película, lo nunca visto, el paraíso en la tierra. Ríase usted de los viajes idílicos, de aventura, de intensos placeres, de los viajes astrales, los viajes alucinógenos. Naturalmente, el fortunón que costaba la experiencia no admitía repetirla cada noche, a no ser que fueras uno de aquellos elegidos por los dioses que lo mismo se podían permitir escoger experiencias oníricas que un paseo por el espacio, monitorizado y con todas las garantías. Pero esos seres de luz nunca estarían interesados en algo así ya que su opulencia les garantizaba vivirlo todo con los ojos bien abiertos y en plenas facultades. El experimento estaba pensado para ricos pero no demasiado, advenedizos de medio pelo, gente de quiero y no puedo que ansiaban presumir ante sus amistades de unas vivencias tan extraordinarias que ningún mortal podía imaginar sin haberlo vivido. Por cierto, tampoco estaba en manos de nadie comprobar si las maravillas descritas por los clientes eran o no ciertas.

Primero se rellenaba un formulario, su análisis determinaba si el aspirante era apto o no para convertirse en cliente de la empresa. En él, aparte de explorar su capacidad mental y su salud emocional, se estudiaba a conciencia su estado financiero. A continuación, se realizaba un sondeo aproximativo por parte de un coach o psicólogo contratado al efecto, que se encargaba de la primera entrevista. Nunca nadie vio sus títulos, pero se creía firmemente en su habilidad profesional y los primeros incautos que se pusieron en sus manos manifestaron tanto entusiasmo que atrajeron una avalancha de inscripciones. 

El resto de entrevistas estaba a cargo de un equipo multiprofesional y su número dependía de la complejidad de cada caso. Los dueños de ONIRIC habían renunciado a su antigua profesión para dedicarse exclusivamente al negocio. 

Finalmente, se presentaba una sección del catálogo general adaptado a las preferencias e idiosincrasia del sujeto, este elegía el escenario de cada sueño así como su evolución en líneas generales, que según el gusto del consumidor, unas veces era siempre el mismo y otras variaba por sesiones, se le asignaba una periodicidad determinada basada tanto en gustos como en posibilidades económicas, se le facilitaba un parche de usar y tirar, programado para ocho horas de sueño y ya estaba en marcha la aventura.

Esta consistía, simplemente, en acostarse con el parche en la mano, y una vez apagada la luz, ponérselo en la frente y cerrar los ojos. El efecto resultó ser mágico en palabras de los pioneros. Su testimonio atrajo a tal muchedumbre que fue preciso multiplicar los recursos, simplificar el proceso de selección -que cada vez era más simple-, abaratar los precios y facilitar su acceso de todas las formas posibles. En una palabra, el mundo se volvió loco.

Y no era para menos, escuchando las maravillas que se contaban. Los mundos idílicos, las aventuras fabulosas, los amores extraordinarios, los lugares paradisíacos o exóticos, las situaciones relajantes eran descritos con tal profusión de detalles que lograron convencer al más escéptico.

Y todo el mundo les creyó.

Nadie cayó en la cuenta de que la información era suministrada por la clientela pero quien la traducía en palabras eran verdaderos expertos en publicidad y marketing ni que el contenido final pasaba por el filtro de asesores literarios con experiencia, incluso en algunos casos de escritores de renombre que jamás hubieran accedido a confesar que se rebajaban a colaborar con ellos a cambio de una sustanciosa suma.

En consecuencia, el catálogo de sueños fue un boom que duró más o menos un lustro. Alcanzó su apogeo año y medio después de su inicio y se mantuvo en auge hasta el último momento. Esto es así porque, para sorpresa de muchos, la decadencia llegó bruscamente, en cuanto se filtraron las psicosis, depresiones y hasta suicidios que habían traído consigo los parches en cuestión. A partir de ahí, el derrumbe fue fulminante, la empresa quebró trayendo consigo la ruina de sus inversores, hubo denuncias, procesos muy sonados, desaparición sin dejar rastro de los dos primeros socios, condenas a los actores secundarios y absoluciones a los auténticos corruptos. La economía mundial dio un vuelco, todo cambió de sitio y se produjo una crisis general.

Aun así, todavía hay gente que añora la periódica revisión del catálogo, la ceremonia de elección del producto, los parches, la ilusión que estos provocaban y todo ese mundo fantástico y derrochador en el que pudieron vivir por un tiempo. El mundo puede romperse en pedazos, pero que nadie se atreva a quitarnos los sueños. 

lunes, 26 de agosto de 2024

Enredando (Relato humorístico)

 

Claudio Bravo - Chale frange (1990) Lápiz conté sobre papel

Angélica:

Al principio no se veía nada. Éste me ha dado un empujón y hemos entrado al cuarto, respira a mi lado muy fuerte. Conozco ese sonido de lobo en celo que acobarda un poco en esta cama de noventa. Decía que íbamos a estar solos, pero a la luz de la farola veo un bulto y una mancha borrosa en la almohada. La monja no se iba a quedar hoy en el hospital, eso seguro. Ana me ha dicho que esta noche se encargaba ella. ¡Ay!...

Pablo:

¡Venga! arrímate más. Está sudando, su piel es más suave cuando resbala. Tengo que apartar las mantas y conseguir que suba, así, como un jinete. Siempre quise aprender a montar. Eso es, Angélica, me gusta que seas perezosa al principio. Ahora, sígueme...

Angélica:

Es tan morboso esto. ¿Estará dormida? ¡Ojalá! Si pienso que lo está viendo todo me pongo a volar y él lo nota.

Inés:

¡Qué lindo! ¡Qué natural! ¡Qué humano! ¡Tengo sensaciones tan nuevas! Parece que floto en un mar de agua de colonia. ¿Será eso de lo que la gente habla tanto? Nunca he sabido... ¿Cómo va a ser pecado esta delicia?

Pablo:

Ha sido glorioso, Angélica. Ahora, ¡arrópate!

Angélica:

Sí, mejor cierro los ojos y no pienso en nada. ¿Cómo hemos podido? ¿Es que no tenemos vergüenza?

viernes, 2 de agosto de 2024

Lucrecia (Relato con anagnórisis)

Esas cosas es imposible imaginarlas. Quién lo hubiera dicho cuando era un bebé y alguien entró con ella en brazos en el asiento trasero de un taxi. El nombre se lo había puesto ella pero de la identidad de sus padres adoptivos no sabía absolutamente nada. Curiosamente, cuando la bebé -nacida del amor con un chico africano que vino a trabajar a su pueblo- no solo había dejado de serlo hacía mucho, sino que había cumplido doce años esa primavera, todo empezó a encajar. Primero, conoció sus apellidos gracias al chivatazo del entorno familiar. "Ni se te ocurra comentar que te lo he dicho yo, si mi madre se entera me deja de hablar un año". La madre de Feli era amiga íntima de la suya y participó a su manera en todos los tejemanejes de un rapto supuestamente legal. En realidad, se la arrebataron de los brazos cuando aún no se había repuesto de la anestesia, le obligaron a firmar unos papeles, bajo amenazas que ahora consideraba irrisorias, y ocultaron la información con siete llaves. Hasta Feli, una chica cabal, amiga de la infancia, había tardado todos esos años en soltar la bomba. Seguramente pensó que el dato no le iba a servir para nada, pero los planetas se habían alineado en su favor. Pocos meses después, Lu se hizo con el trofeo a la mejor deportista de la región dentro de su categoría, y su nombre, junto a su foto, entre otros muchos detalles que podían parecer triviales para cualquiera que no fuese ella, apareció en primera página de la prensa nacional. De ahí a poderla ver en persona solo había un paso.
Y lo dio. Un martes de noviembre, después de un largo seguimiento por los alrededores del domicilio, de esperar su salida del colegio bien camuflada bajo el casco de la moto o al volante del coche de un amigo, de conocer sus idas y venidas, las costumbres familiares e incluso intuir sus pensamientos bajo aquellos rizos oscuros, pudo acercarse a ella en la zona de los columpios del parque adónde solían llevarla. Lu estaba siempre muy protegida, era algo desconfiada también, así que no fue fácil.
Esa tarde, calculó meticulosamente distancias y tiempos. Cuando la niña, en sudadera color mostaza, bajaba a toda velocidad del tobogán, ella pasó por delante, se agachó un poco para quedar a su altura y susurró: "Conozco a tu mamá biológica, si quieres que te traiga una carta suya súbete la capucha". Lu lo hizo al instante y ella se apartó rápidamente para que no la viese llorar.
Después de ese día, la esperaba, siempre a la misma hora, sentada con un libro en el banco más apartado de la zona infantil. Ya empezaba a desanimarse, cuando una tarde levantó la vista y vio como caminaba resueltamente hacia ella, ponía un pie a su lado para atarse la zapatilla y hablaba sin casi mover los labios. "Si la tienes, levántate y déjala aquí mismo. No te preocupes, la pienso guardar en el calcetín".
Madre mía, ¡qué hija tan lista había parido! Lamentó no poder darse la vuelta para ver cómo se las arreglaba, pero había que caminar tranquilamente, no dejar traslucir su emoción, pasear sin rumbo entre los setos y, finalmente, alejarse de allí sin saber qué podía esperar de ese encuentro. Pero aquel era un triunfo mucho mayor de lo que nunca habría podido soñar. Así que sacó fuerzas de donde no las tenía y se fingió indiferente mientras se veía acosada por mil ojos desde todos los rincones del parque.
Dejó pasar un par de semanas antes de aparecer por la zona. Su carta decía:
"Querida Lu. (Yo te llamo así cuando pienso en ti, o sea a todas horas). Me prohibieron quedarme contigo y me ha sido imposible encontrarte hasta ahora. Ha sido gracias a tu premio. No imaginas lo orgullosa que me siento de tu talento como deportista, lo feliz que me hizo tener pistas de tu paradero y cuánto te he empezado a querer desde que te conozco. Me gustaría que habláramos, pero no sé si tienes prohibido encontrarte conmigo. Supongo que muy fácil no será, ya que no te atreves a mirarme. Te quiere con toda su alma y espera ansiosamente tu respuesta. Mamá."
La vio en cuanto llegó a la explanada, estaba agachada sobre el que ahora consideraba su banco, el de ellas, y eso le pareció buena señal. A su lado, un par de mujeres charlaban de sus cosas. Esperó hasta que la vio alejarse. Sobre la piedra, había escrito con tiza: "Déja aquí tu teléfono". La tiza estaba en el suelo. Se sentó, sacó el libro y fingiendo que leía hizo lo que le indicaban. Una de las señoras la miró fijamente cuando abrió el pañuelo y borró las palabras de Lu, pero ya no pintaba nada allí. Metió el libro en el bolso y vio perfectamente cómo su hija la estaba observando desde lejos.
Semanas e infinidad de chats más tarde, había conseguido convencerla de que la decisión estaba en sus manos. Solo tenía que hablar con sus padres, hacer valer sus razones. Sin su consentimiento ella no tenía fuerza legal ni moral para cambiar nada.
Han pasado tres años. Ahora Lucrecia tiene dos madres, un padre y una sombra en África cuyo rastro tratan de encontrar las dos juntas.