viernes, 11 de octubre de 2024

¿Una tragedia? (Relato con sorpresa)




-Soy cubana.
Ella era un revoltijo de rizos oscuros, sonrisa acogedora y ojos como pozos que reflejaban el sol y el aire en aquella mañana ventosa. Salíamos del aeropuerto, habíamos coincidido recogiendo nuestras maletas y, como no tenía destino concreto, la invité a subir a mi taxi. Nos sentamos en una terraza del centro a tomar una ración de tortilla española y luego hicimos un poco de turismo, yo de cicerone, preguntándome dónde iba a pasar la noche, de qué iba a vivir, qué pensamientos tenía tras esa apariencia tan serena. Cuando nos estábamos despidiendo recibió un mensaje. Alguien, un hombre, le ordenaba que recogiese al niño inmediatamente. Tenía un hijo y no había dicho nada. Me dio la dirección. Cuando llegamos a la colonia de chalets y lo vi en el jardincillo, con la misma sonrisa esperanzada de su madre, empecé a sentirme responsable de ellos. Pero ella solo era una compañera de viaje, no tenía ninguna obligación ni debía hacer preguntas que acabasen implicándome en sus vidas.
Marina y Marino.
-Me esperan a las seis en la casa dónde voy a trabajar, él se queda conmigo hasta que podamos permitirnos vivir independientes.
Iba de sorpresa en sorpresa. Ahora, de repente, tenía prisa. Su teléfono no paraba de escupir mensajes. Mientras ella tecleaba con fruición, el chaval se agarraba a mi mano, entornaba los ojos y arrugaba la frente. No sé si era felicidad o miedo, puede que un poco de cada. Intenté transmitirle confianza pero mi mirada nunca se cruzó con la suya. 
Ahora corríamos, sugerí tomar otro camino, más corto, pero ella se empeñó en cruzar el puente. Comenzaba a levantarse un viento helado, nos subimos las solapas, la noche nos cayó encima como un fardo antes de llegar al otro extremo. Ya allí, Marina se detuvo, y tras acariciar el pretil un momento descendió por los tablones lentamente.
-¿Adónde vas?
No era una auténtica pregunta. Delante de ella no había más que heladas aguas negras y una bruma oscura rodeándolo todo. 
-Por ahí no bajes, que cubre. ¿Qué vas a hacer? ¡Vuelve aquí!
Jamás me he sentido tan estúpida, ni tan impotente. Preguntas y recomendaciones inútiles. Marino me apretaba con su manita caliente. No quería mirarle ahora.
Ella, sin embargo, me escuchaba. Se encogió de hombros y desapareció. Nos apartamos de allí. Marqué el número de emergencias. Corrí buscando a ayuda aunque estaba segura de que ya no serviría de nada. No había un alma en ningún sitio. El niño daba saltitos a mi lado: necesitaba utilizar un urinario.
Desde la plazoleta del otro lado del puente vimos llegar el coche patrulla. Una mujer acompañó al niño a un bar. Sacaron a la suicida mareada y chorreando agua, pero viva.
La agente y el niño se reunieron con nosotros.
-Tú mamá se pondrá bien.
-No es mi mamá. Y no me llamo Marino sino Sandro. Él me prometió que si estaba callado y dejaba a Marina hacer teatro, una señora me llevaría a su casa y se haría cargo de mí para siempre.
-¿Él? ¿Quién es él?
-Mi padre.

viernes, 6 de septiembre de 2024

El ojo que todo lo ve (Relato panorámico)



Ripples on the Ocean - Vladimir Kush - Óleo sobre lienzo


Eso que estaba viendo era un aeropuerto. Me sorprendí. Nubes de aviones levantaban nubes de humo entre nubes de polvo y se perdían entre las auténticas nubes, muchos kilómetros por encima del suelo. Era de noche. La negrura ambiental se interrumpía por potentes focos que lanzaban una luz amarilla brillante. Sobre esas manchas luminosas destacaban las siluetas de aviones, personas y vehículos. Y frente a todos ellos, estaba yo, contemplando la maravillosa escena de negros, amarillos y grises, como un cuadro al óleo del mejor artista que podáis imaginar: la realidad. ¿Qué quién soy y qué pinto en todo ese maremágnum? Pues pintar no pinto nada, pero grabar lo grabo todo porque soy la cámara que registra lo que ocurre. Y no tengo detrás a ningún técnico ni a nadie, me manejo yo sola ya que la mente pensante soy también yo misma: la persona que está soñando.

viernes, 30 de agosto de 2024

Catálogo de sueños (Relato cínico)

 









Fue leyendo a Freud una vez más, como hacía todos los veranos tumbado al borde de la cascada, en la vieja casona de la familia, cuando se le ocurrió la idea. La psicología moderna ya había superado al viejo maniático, pero a él le seguía fascinando por su valentía, su brillantez indiscutible y, sobre todo, por esa faceta literaria suya que provenía de una imaginación fuera de lo común. Probablemente, su mayor acicate para crear una teoría de la nada y a la vez el hándicap que restaba rigor científico a su natural pensamiento desbocado.

La interpretación de los sueños era uno de sus favoritos. Fue con él en la mano, mirando caer el agua desde la hamaca sin abandonar su obsesión favorita de esa época cuando se le ocurrió la idea que su socia calificaría de genial. Habían dejado de ser los psicólogos de moda hacía demasiado tiempo y ni siquiera habían caído en la cuenta. Ahora urgía, dada la competencia de profesionales jóvenes y el callejón sin salida en que estaban atascados, dar un giro radical al bufete, encontrar una idea que atrajera de nuevo a los clientes y alzase la firma por encima de la competencia. El médico vienés estaba más desfasado que ellos mismos, resucitarle hubiera sido una locura, pero apoyarse en la que fue una de sus teorías más populares, limpiarla de telarañas, vestirla con colores atractivos, en definitiva, pasarla por el filtro del marketing más actual podía ser el moderno enfoque que estaba necesitando la consulta.

Contrataron al mejor equipo de marketing y ellos se ocuparon de todo. En un par de meses, tenían la web más atractiva y completa que hubiesen podido imaginar, publicidad por todas partes, presencia en todas las redes sociales y entrevistas con periodistas e influencers varios. Con una pátina pseudocientífica que el público se tragó sin pestañear, habían inventado ONIRIC. Fue un pelotazo en toda regla, les llovían los contratos y antes de darse cuenta tenían más dinero del que hubieran podido soñar en sus momentos más optimistas. Si seguían por ese camino, se convertirían en una de las mayores fortunas del país. ¿Qué digo? Adelantarían, incluso, a los grandes potentados del mercado internacional. Contrataron administradores, corredores de seguros, expertos en bolsa y todo lo que hizo falta. Solo habían pasado unos meses y ya eran propietarios de medio centenar de mansiones repartidas por el mundo entero. Tanto éxito fue como una apisonadora que les hubiera pasado por encima, su rostro aparecía en la calle, en la prensa y los informativos de casi cualquier esquina del planeta. También se multiplicaron los bulos sobre su actividad profesional y su vida privada. Tenían tantos enemigos como adoradores incondicionales.

A ver, dirán ustedes, en definitiva, ¿cuál era exactamente esa idea tan lucrativa, amén de genial, que puso patas arriba el equilibrio económico de medio mundo? Ahora se lo explico, aunque, realmente no sé si llegaron a tanto los efectos. Quizá sí. Desde luego, fue un cataclismo a nivel mundial que puso en solfa muchas de las creencias y prioridades de la gente además de desequilibrar la balanza económica a favor de un producto tan novedoso como ilusionante. Lo que había provocado tanto barullo era, nada más y nada menos, que el procedimiento patentado para soñar a voluntad, cada noche, según un argumento previamente clasificado y estructurado a gusto del consumidor y mediante contrato vinculante que prometía devolver el modesto capital que cada cliente invertía en el proyecto en caso de que el procedimiento no surtiera el efecto deseado. En resumen, habían creado un catálogo de 346 sueños que admitía ligeras variantes individuales y garantizaba noches de película, lo nunca visto, el paraíso en la tierra. Ríase usted de los viajes idílicos, de aventura, de intensos placeres, de los viajes astrales, los viajes alucinógenos. Naturalmente, el fortunón que costaba la experiencia no admitía repetirla cada noche, a no ser que fueras uno de aquellos elegidos por los dioses que lo mismo se podían permitir escoger experiencias oníricas que un paseo por el espacio, monitorizado y con todas las garantías. Pero esos seres de luz nunca estarían interesados en algo así ya que su opulencia les garantizaba vivirlo todo con los ojos bien abiertos y en plenas facultades. El experimento estaba pensado para ricos pero no demasiado, advenedizos de medio pelo, gente de quiero y no puedo que ansiaban presumir ante sus amistades de unas vivencias tan extraordinarias que ningún mortal podía imaginar sin haberlo vivido. Por cierto, tampoco estaba en manos de nadie comprobar si las maravillas descritas por los clientes eran o no ciertas.

Primero se rellenaba un formulario, su análisis determinaba si el aspirante era apto o no para convertirse en cliente de la empresa. En él, aparte de explorar su capacidad mental y su salud emocional, se estudiaba a conciencia su estado financiero. A continuación, se realizaba un sondeo aproximativo por parte de un coach o psicólogo contratado al efecto, que se encargaba de la primera entrevista. Nunca nadie vio sus títulos, pero se creía firmemente en su habilidad profesional y los primeros incautos que se pusieron en sus manos manifestaron tanto entusiasmo que atrajeron una avalancha de inscripciones. 

El resto de entrevistas estaba a cargo de un equipo multiprofesional y su número dependía de la complejidad de cada caso. Los dueños de ONIRIC habían renunciado a su antigua profesión para dedicarse exclusivamente al negocio. 

Finalmente, se presentaba una sección del catálogo general adaptado a las preferencias e idiosincrasia del sujeto, este elegía el escenario de cada sueño así como su evolución en líneas generales, que según el gusto del consumidor, unas veces era siempre el mismo y otras variaba por sesiones, se le asignaba una periodicidad determinada basada tanto en gustos como en posibilidades económicas, se le facilitaba un parche de usar y tirar, programado para ocho horas de sueño y ya estaba en marcha la aventura.

Esta consistía, simplemente, en acostarse con el parche en la mano, y una vez apagada la luz, ponérselo en la frente y cerrar los ojos. El efecto resultó ser mágico en palabras de los pioneros. Su testimonio atrajo a tal muchedumbre que fue preciso multiplicar los recursos, simplificar el proceso de selección -que cada vez era más simple-, abaratar los precios y facilitar su acceso de todas las formas posibles. En una palabra, el mundo se volvió loco.

Y no era para menos, escuchando las maravillas que se contaban. Los mundos idílicos, las aventuras fabulosas, los amores extraordinarios, los lugares paradisíacos o exóticos, las situaciones relajantes eran descritos con tal profusión de detalles que lograron convencer al más escéptico.

Y todo el mundo les creyó.

Nadie cayó en la cuenta de que la información era suministrada por la clientela pero quien la traducía en palabras eran verdaderos expertos en publicidad y marketing ni que el contenido final pasaba por el filtro de asesores literarios con experiencia, incluso en algunos casos de escritores de renombre que jamás hubieran accedido a confesar que se rebajaban a colaborar con ellos a cambio de una sustanciosa suma.

En consecuencia, el catálogo de sueños fue un boom que duró más o menos un lustro. Alcanzó su apogeo año y medio después de su inicio y se mantuvo en auge hasta el último momento. Esto es así porque, para sorpresa de muchos, la decadencia llegó bruscamente, en cuanto se filtraron las psicosis, depresiones y hasta suicidios que habían traído consigo los parches en cuestión. A partir de ahí, el derrumbe fue fulminante, la empresa quebró trayendo consigo la ruina de sus inversores, hubo denuncias, procesos muy sonados, desaparición sin dejar rastro de los dos primeros socios, condenas a los actores secundarios y absoluciones a los auténticos corruptos. La economía mundial dio un vuelco, todo cambió de sitio y se produjo una crisis general.

Aun así, todavía hay gente que añora la periódica revisión del catálogo, la ceremonia de elección del producto, los parches, la ilusión que estos provocaban y todo ese mundo fantástico y derrochador en el que pudieron vivir por un tiempo. El mundo puede romperse en pedazos, pero que nadie se atreva a quitarnos los sueños. 

lunes, 26 de agosto de 2024

Enredando (Relato humorístico)

 

Claudio Bravo - Chale frange (1990) Lápiz conté sobre papel

Angélica:

Al principio no se veía nada. Éste me ha dado un empujón y hemos entrado al cuarto, respira a mi lado muy fuerte. Conozco ese sonido de lobo en celo que acobarda un poco en esta cama de noventa. Decía que íbamos a estar solos, pero a la luz de la farola veo un bulto y una mancha borrosa en la almohada. La monja no se iba a quedar hoy en el hospital, eso seguro. Ana me ha dicho que esta noche se encargaba ella. ¡Ay!...

Pablo:

¡Venga! arrímate más. Está sudando, su piel es más suave cuando resbala. Tengo que apartar las mantas y conseguir que suba, así, como un jinete. Siempre quise aprender a montar. Eso es, Angélica, me gusta que seas perezosa al principio. Ahora, sígueme...

Angélica:

Es tan morboso esto. ¿Estará dormida? ¡Ojalá! Si pienso que lo está viendo todo me pongo a volar y él lo nota.

Inés:

¡Qué lindo! ¡Qué natural! ¡Qué humano! ¡Tengo sensaciones tan nuevas! Parece que floto en un mar de agua de colonia. ¿Será eso de lo que la gente habla tanto? Nunca he sabido... ¿Cómo va a ser pecado esta delicia?

Pablo:

Ha sido glorioso, Angélica. Ahora, ¡arrópate!

Angélica:

Sí, mejor cierro los ojos y no pienso en nada. ¿Cómo hemos podido? ¿Es que no tenemos vergüenza?

viernes, 2 de agosto de 2024

Lucrecia (Relato con anagnórisis)

Esas cosas es imposible imaginarlas. Quién lo hubiera dicho cuando era un bebé y alguien entró con ella en brazos en el asiento trasero de un taxi. El nombre se lo había puesto ella pero de la identidad de sus padres adoptivos no sabía absolutamente nada. Curiosamente, cuando la bebé -nacida del amor con un chico africano que vino a trabajar a su pueblo- no solo había dejado de serlo hacía mucho, sino que había cumplido doce años esa primavera, todo empezó a encajar. Primero, conoció sus apellidos gracias al chivatazo del entorno familiar. "Ni se te ocurra comentar que te lo he dicho yo, si mi madre se entera me deja de hablar un año". La madre de Feli era amiga íntima de la suya y participó a su manera en todos los tejemanejes de un rapto supuestamente legal. En realidad, se la arrebataron de los brazos cuando aún no se había repuesto de la anestesia, le obligaron a firmar unos papeles, bajo amenazas que ahora consideraba irrisorias, y ocultaron la información con siete llaves. Hasta Feli, una chica cabal, amiga de la infancia, había tardado todos esos años en soltar la bomba. Seguramente pensó que el dato no le iba a servir para nada, pero los planetas se habían alineado en su favor. Pocos meses después, Lu se hizo con el trofeo a la mejor deportista de la región dentro de su categoría, y su nombre, junto a su foto, entre otros muchos detalles que podían parecer triviales para cualquiera que no fuese ella, apareció en primera página de la prensa nacional. De ahí a poderla ver en persona solo había un paso.
Y lo dio. Un martes de noviembre, después de un largo seguimiento por los alrededores del domicilio, de esperar su salida del colegio bien camuflada bajo el casco de la moto o al volante del coche de un amigo, de conocer sus idas y venidas, las costumbres familiares e incluso intuir sus pensamientos bajo aquellos rizos oscuros, pudo acercarse a ella en la zona de los columpios del parque adónde solían llevarla. Lu estaba siempre muy protegida, era algo desconfiada también, así que no fue fácil.
Esa tarde, calculó meticulosamente distancias y tiempos. Cuando la niña, en sudadera color mostaza, bajaba a toda velocidad del tobogán, ella pasó por delante, se agachó un poco para quedar a su altura y susurró: "Conozco a tu mamá biológica, si quieres que te traiga una carta suya súbete la capucha". Lu lo hizo al instante y ella se apartó rápidamente para que no la viese llorar.
Después de ese día, la esperaba, siempre a la misma hora, sentada con un libro en el banco más apartado de la zona infantil. Ya empezaba a desanimarse, cuando una tarde levantó la vista y vio como caminaba resueltamente hacia ella, ponía un pie a su lado para atarse la zapatilla y hablaba sin casi mover los labios. "Si la tienes, levántate y déjala aquí mismo. No te preocupes, la pienso guardar en el calcetín".
Madre mía, ¡qué hija tan lista había parido! Lamentó no poder darse la vuelta para ver cómo se las arreglaba, pero había que caminar tranquilamente, no dejar traslucir su emoción, pasear sin rumbo entre los setos y, finalmente, alejarse de allí sin saber qué podía esperar de ese encuentro. Pero aquel era un triunfo mucho mayor de lo que nunca habría podido soñar. Así que sacó fuerzas de donde no las tenía y se fingió indiferente mientras se veía acosada por mil ojos desde todos los rincones del parque.
Dejó pasar un par de semanas antes de aparecer por la zona. Su carta decía:
"Querida Lu. (Yo te llamo así cuando pienso en ti, o sea a todas horas). Me prohibieron quedarme contigo y me ha sido imposible encontrarte hasta ahora. Ha sido gracias a tu premio. No imaginas lo orgullosa que me siento de tu talento como deportista, lo feliz que me hizo tener pistas de tu paradero y cuánto te he empezado a querer desde que te conozco. Me gustaría que habláramos, pero no sé si tienes prohibido encontrarte conmigo. Supongo que muy fácil no será, ya que no te atreves a mirarme. Te quiere con toda su alma y espera ansiosamente tu respuesta. Mamá."
La vio en cuanto llegó a la explanada, estaba agachada sobre el que ahora consideraba su banco, el de ellas, y eso le pareció buena señal. A su lado, un par de mujeres charlaban de sus cosas. Esperó hasta que la vio alejarse. Sobre la piedra, había escrito con tiza: "Déja aquí tu teléfono". La tiza estaba en el suelo. Se sentó, sacó el libro y fingiendo que leía hizo lo que le indicaban. Una de las señoras la miró fijamente cuando abrió el pañuelo y borró las palabras de Lu, pero ya no pintaba nada allí. Metió el libro en el bolso y vio perfectamente cómo su hija la estaba observando desde lejos.
Semanas e infinidad de chats más tarde, había conseguido convencerla de que la decisión estaba en sus manos. Solo tenía que hablar con sus padres, hacer valer sus razones. Sin su consentimiento ella no tenía fuerza legal ni moral para cambiar nada.
Han pasado tres años. Ahora Lucrecia tiene dos madres, un padre y una sombra en África cuyo rastro tratan de encontrar las dos juntas. 

miércoles, 17 de julio de 2024

Malos presagios (Relato agorero)


Blanca está sentada en su escritorio anotando cifras en el Excel. Un mechón se le desparrama por la mejilla izquierda. Cuando se ha parido, aunque haga ya tantos años, cualquier mohín se anota y se identifica casi sin dudar. Cree que ha llorado esta tarde, que le abruma tanta responsabilidad, la gente a su cargo, los presupuestos, ve como su vida se mide por gestos controlados, medidos al milímetro, pero solo por fuera. Su cabeza palpita alocada, tiene que adelantarse a lo que le exige una actividad que, por otra parte, adora. Sin ella esa alegría que desprende se esfumaría en pocos segundos.

Su Blanca. Tan llena de proyectos, tan enamorada, tan amable y cariñosa con los suyos. A veces teme que algo se tuerza en ese panorama sin fisuras. Y, como siempre que esos fantasmas la acosan, vuelve a ver el cuarto vacío, la cuna revuelta, el cajón sin juguetes, las perchas todavía balanceándose. Alguien entró y la niña ni siquiera dio un grito. Eso es lo que le dio la pista de que debía ser algún conocido: sabía dónde estaba cada cosa, cada persona, ella trabajando en el jardín, la bebé acostada, su maletita en el lado derecho del ropero. 

A los diez minutos la casa estaba llena de agentes recorriendo pasillos, haciendo preguntas. "Lo siento, no he visto a nadie pero tiene que haber sido una persona de confianza" "¿Usted confía en secuestradores, señora?" "No, no, quiero decir..." Ni sabía por dónde se andaba, todo era confusión y nervios. Llegó Tomás, sus padres, su hermano Fede. "No puede estar muy lejos, que vaya, cada uno en su coche, en todas las direcciones posibles". ¡Qué absurdo! pensó ella, repartirse las zonas sin saber a quién se está buscando ni dónde. Se quedó sola, temiendo escuchar el timbre del teléfono, imaginando una voz cavernosa que exigía una suma inverosímilmente alta. "Has visto demasiadas películas" pensó, y era verdad.

Blanca se levanta, corre a su habitación y al rato vuelve con el pelo mojado y taconeando. "No tengo tiempo de peinarme, que se seque al aire él solo". Es tan evidente que está contenta. ¿Qué habría sido de ella si no la hubieran encontrado?

"Señora, un crío de quince meses se olvida de su familia en menos de un año. Ustedes tardarán un poco más, pero los niños cambian mucho, así que deben darse prisa." ¿Prisa? Si estoy paralizada, no hay nada que podamos hacer, ya hemos buscado por los alrededores, visitado a todos los conocidos, llamado a hospitales, agencias de viaje, aeropuertos. "Primero, haga memoria y luego apúntelo todo. Una lista de potenciales..." "¿Secuestradores? Pero como voy a poder escribir un solo nombre. Si sospechase remotamente que alguien es capaz de hacerme algo así, no le permitiría ni acercarse a nosotros." "De acuerdo. Usted coja un boli y piense, se sorprenderá de lo que puede recordar a poco que se esfuerce".

Recordó. Y no solo eso, puso a la policía sobre la pista de aquella peluquera sin escrúpulos que vivía a cientos de kilómetros. Un detalle minúsculo le vino a la mente en cuanto se sentó con su libreta, pero le habían asegurado que nada, nada de lo que pudiese aportar les parecería irrelevante y mucho menos motivo de burla. Una tarde en la piscina, Camelia había asegurado que en la zona donde trabajaba había potentados que darían millones por cualquier crío de menos de tres años. Se ruborizó al contárselo al agente, pero él se sentó y la acribilló a preguntas. Entonces, aquella urbanización de lujo con salida directa al mar, repleta de yates y coches de alta gama que tantas veces le había descrito la ladrona se le apareció con todo lujo de detalles sin haberla visto nunca. "¿Habrá cogido un avión?" preguntó Tomás. "No señor, eso habría levantado sospechas, además esa vía ya está investigada, ha debido salir por carretera".

En un taxi. Camelia había contratado sus servicios días antes de llevarse a la niña, le compensaba haberse gastado un dineral. La policía de allá peinó la zona y no les costó gran cosa encontrarla. Lloraba fingiéndose arrepentida, le dijeron. Lágrimas de cocodrilo, claro. Le cayó la pena que se merecía antes de que llegase a cerrar ninguna operación, aunque había tanta competencia por quedarse con Blanca que más que venderla la estaba subastando. A su hija, esa mujer que ahora sale sin apenas despedirse, abre la puerta de su deportivo y arranca a toda velocidad. 

"Solo deseo que todo le vaya bien, su vida es demasiado perfecta, nunca ha tenido ningún contratiempo, salvo aquel que ni siquiera recuerda, y por suerte solo duró una semana. Una felicidad tan completa no parece natural, tengo miedo de que se haga añicos cuando menos me lo espere."

viernes, 5 de julio de 2024

Un matrimonio (Relato controvertido)

Emil Nolde - Young couple (1935)


Era la enchufada de la clase porque sus padres tenían pasta y las monjas no eran inmunes a la promesa de beneficios económicos ni al prestigio que suponía para ellas que Paula fuera su alumna. Una chica del montón en todo pero le ponían sobresalientes a porrillo. Y muy rara además: la encontrábamos parada en medio de un pasillo mirando al techo como petrificada, algunas decían que se le aparecía la virgen, yo creo que tenía algún tornillo mal ajustado.

Pero coincidimos en biológicas e hicimos cierta amistad. Ella se acercó a mí y poco a poco, por inercia en mi caso, nos fuimos viendo regularmente. No era mala chica, le gustaban las pelis con subtítulos, jugar al tenis y hacer senderismo. En realidad, nos unieron las aficiones. Por mi parte, tampoco le hacía ascos a esa casa enorme que tenía donde se podía nadar a todas horas y cuya biblioteca era interminable, aunque ella no solía visitarla. Tenía unos padres añosos que nos permitían hacer lo que quisiéramos y organizaban unas fiestas de lujo para toda la pandilla que podían durar un fin de semana entero. Acabábamos dejando aquello hecho un asco, pero el servicio se ocupaba de todo.

Cuando nos acercábamos a la treintena pasó por otra mala racha. Por entonces apenas nos veíamos porque yo estaba muy ocupada, preparando el doctorado y ocupándome de mi bebé. No tenía tiempo para nada pero ante su insistencia permití que me invitase a comer uno de esos sábados en que mi marido salía de guardia del hospital. Nunca lo hubiese hecho, me puso la cabeza como un bombo con su obsesión por una soltería que no acababa de asumir. Por entonces, la mayoría estábamos casadas, unas cuantas teníamos hijos e incluso hubo quien ya se había divorciado. Fue una velada agónica, repetida mil veces por teléfono y por todos los medios electrónicos posibles. Para librarme de ella, le aconsejé que se subscribiese a una página de citas. 

Y funcionó. Empecé a sospecharlo cuando me di cuenta de que habían pasado dos semanas sin tener noticias suyas y respiré aliviada cuando me mandó un escueto correo dándome las gracias. Tres meses después recibí una tarjetita en la que se me invitaba a una cena formal en su nueva casa, situada en la mejor zona de Argüelles. Por fin, había salido de La Moraleja y ahora estaba viviendo con Ángel. Fue agradable verla tan feliz. Era obvio que sus padres no habían reparado en gastos después de haber conocido al chico, un pelagatos simpático sin oficio ni beneficio hasta entonces, natural de la provincia de Burgos, que había terminado la carrera de periodismo y no encontraba ninguna ocupación a la medida de su talento. Pero se entendían bien, ya que en este caso el otro papá, dueño de una empresa agrícola -aunque mucho menos opulento que los de ella y con varios hijos a su cargo- también proveía. Por el momento, pues parece ser que el grifo estaba a punto de agotarse.

Pocos meses después se reanudaron las llamadas. Ahora el problema consistía en que el muchacho era reacio al matrimonio, y para colmo quería tener hijos. ¡Habrase visto! Fue cuando me enteré de que Paula carecía de instinto maternal, reloj biológico y de todo lo que se relacionara con una hipotética prole. Yo no sabía qué aconsejarle pero al fin consiguieron llegar a un acuerdo: si él accedía a casarse, ella consentía en quedarse embarazada, pero solo de uno, nada de hijos en plural. Ni para ti ni para mí. Me pareció un arreglo sabiamente salomónico.

Como pueden imaginarse, aún no ha acabado, ni siquiera ha empezado del todo, este interminable culebrón. Cuando menos lo esperaba, Paula apareció en mi rellano sin avisar, envuelta en lágrimas, farfullando algo incomprensible y señalándose la barriga. Para entonces ya había nacido mi segundo hijo, y cuando entró y se encontró rodeada de aquel mar de pañales, papillas y niños alborotando, no solo no se calmó sino que sufrió una crisis de histeria. Tuve que dejar a Ramón organizando aquello y llevármela a algún sitio donde pudiésemos hablar. Entonces me contó su gran drama, se había quedado embarazada aunque no estaba en sus planes ni de lejos.

- Pero, vamos a ver. ¿No era lo que habíais acordado?

- Sí, pero era mentira.

- ¿Qué era mentira? 

- Que pensase tener ningún niño, solo lo dije para convencerle de que teníamos que casarnos.

Su boda había sido tan elegante y lujosa como era de esperar, quizá un poco kitsch en algún momento. Todo perfecto hasta que volvieron de la luna de miel y ella se negó en redondo a cumplir lo que había prometido. Lo que no podía entender de ninguna manera, decía, era cómo él había conseguido preñarla. Mucho después, cuando ya estaban divorciados y Ramón aún seguía frecuentando a Ángel, nos enteramos de que mi amiga había encargado a este el espinoso cometido de colocar cada día el anticonceptivo en el lugar conveniente de su anatomía. ¡A quien se le ocurre encargar algo así a quien desea ser padre a toda costa! Pero Paula seguía siendo la niña caprichosa de siempre, incapaz de responsabilizarse de nada ni de realizar ninguna tarea útil. Él, en cambio, ya trabajaba. La mamá jurista había movido los hilos en cuanto la ceremonia estuvo apalabrada, y meses más tarde aprobó la oposición de auxiliar de juzgado, con una nota mediocre pero suficiente para acceder a una plaza en propiedad. 

Nació Uriel. Ella se negaba a darle el pecho y amenazaba con pegarle cuando se quedaba con él a solas. Creo que nunca lo hizo, pero Ángel tuvo que pedir un permiso especial para ausentarse cada vez que al niño le tocase una toma. Su jefe se lo concedió oficiosamente y aprovechó para burlarse de él con todo descaro, aquello no debía parecerle cosa de hombres. Aunque, hay que reconocerlo, el flamante padre cumplió con su obligación día tras día sin quejarse, y cuando le pareció que la integridad del recién nacido estaba en peligro, salió de aquella ratonera, buscó un piso humilde en la periferia, una guardería en su nuevo barrio e inició una vida sin sobresaltos centrada en el bebé. 

Paula me contaría tiempo después que había pasado a la acción, tirar una pelota al chaval con toda la mala puntería posible, para convencer a su marido de que debían divorciarse. Ya el hecho de convivir con el niño no le hacía maldita la gracia. Y eso no era todo, para colmo a Ángel le dio por confesar su reciente obsesión por los bigotes y su proyecto de tener alguna aventura masculina en cuanto se presentase la ocasión. Dudaba entre acudir a la web de citas donde la conoció a ella, en su sección para gais, claro está, o visitar algún bar de ambiente de vez en cuando. En ese momento, ella lanzó el proyectil en dirección a la cuna, y aunque no llegó ni a acercarse al bebé, su padre decidió que no pasarían ni un minuto más cerca de aquella loca. Las dos versiones coincidían, con las lógicas omisiones según conveniencias.

Años después, yo me rompí el esternón haciendo montañismo y Ángel venía a ayudar  siempre que lo necesitábamos. La amistad entre nosotros dos se afianzó y cada vez que estábamos a solas él se enzarzaba en sus confidencias. Así me fue haciendo partícipe de todas sus aventuras, que fueron más bien pocas porque era novato en esas lides y no sabía moverse bien por aquel azaroso mundo. Hasta que conoció a Jorge, su gran amor recién llegado de Cuba, y nos lo presentó en una larga y embarullada visita que nos hizo llorar a todos por lo emotivo del asunto. No se lo oculté a Paula, tampoco lo hubiese hecho de saber cómo iba a reaccionar, porque ella entró en cólera y a partir de ese momento nuestra amistad acabó para siempre.

La pareja se consolidó, nos seguimos visitando con frecuencia y una noche, nunca lo olvidaré, recibimos la fatídica llamada. Ramón y yo asistimos, como era obligado, al funeral. Nos habíamos perdido el entierro por la mala cabeza de Uriel, que se olvidó de avisarnos hasta casi un mes después del atentado. Sí, Ángel perdió la vida un 11 de marzo en aquel tren de cercanías que le trasladaba cada día muy temprano al centro de Madrid. En la iglesia abrazamos al atribulado cubano, dimos el pésame al padre del fallecido y a su abatido hijo adolescente, y nos condolimos con su pueblo natal, que acudió en bloque a las exequias. A la que no vimos por ninguna parte fue a Paula.

miércoles, 26 de junio de 2024

El agresor burlado (Relato paradójico)

Edward Hopper. Ventana del hotel (140 x 102 cm.)1955


Se bajó del autobús a la entrada del puente, como siempre que salía de noche, y caminó sin fijarse en las vías ya que a esas horas su brillo le provocaba un poco de vértigo. Aquel domingo, día de Reyes por cierto, había quedado a cenar con Rosa para aclarar cierto incidente fastidioso relacionado con el ex de la susodicha y una mujer con quien Elena se había encontrado en su último viaje a Galicia. Este encuentro casual amenazaba con destruir aquella amistad incipiente y ella se arrepentía ahora de haber contado a una recién divorciada que había coincidido, casualmente, por supuesto, con la amante de su ex marido. ¡Un lío de narices! No es que pretenda que lo entiendan, solo quiero mostrar a una mujer cabizbaja y con algún remordimiento avanzando bajo las farolas en la noche de invierno sin atisbar un alma en todo lo que abarcaba la vista.

Un vez rebasado el puente, siguió su camino y no miró atrás hasta que llegó al arranque de su calle. El hombre llegaba en ese momento a su punto más alto y, pesar de la distancia, envuelto en luz como estaba, se podía distinguir la gabardina, una bufanda oscura y algo bajo el brazo que parecía una cartera. Elena salvó los tres metros de calzada y al llegar a su acera, algo como una vibración del aire la impulsó a volverse otra vez. El fulano debía haber corrido lo suyo porque ahora le pisaba los talones. Conmocionada pero haciendo acopio de sangre fría se desvió por el camino que llevaba a la primera casa de la urbanización para aparentar que vivía allí y no al otro extremo de la avenida. Pero el hombre le cortó el paso. No dijo qué pretendía, solo ordenó: "Camina. Rápido. Y como chilles te pego un tiro".

Como la mente humana es imprevisible, en ese momento crucial de su vida, Elena se concentró en banalidades. "Ha dicho chilles y no grites, tengo que recordarlo cuando lo cuente mañana en la oficina" "¿Será verdad que lleva pistola? seguro que es un farol, pero cualquiera sabe, desde luego no pienso llevarle la contraria" "Elena, no tiembles que es peor, tienes que aparentar serenidad".

Segundos más tarde habían llegado a ese portal que no era el suyo, bastante bien iluminado por suerte. Agitó el llavero, que llevaba bien sujeto en el puño, y arañó como pudo la cerradura pensando que aquel simulacro no podía engañar a nadie; era absurdo intentar abrir la puerta y hacía un ruido tan poco convincente que casi parecía una broma. Sin embargo coló. El agresor desapareció por la esquina del edificio para internarse en los jardines circundantes. Esperó un poco y aún tuvo valor para asomarse por el hueco para comprobar que no estaba siendo espiada. Lo vio a pocos metros, montando guardia en el terraplén que caía sobre la acera por donde ella tenía que haber pasado minutos antes, encendiendo un cigarro y esperando pacientemente a otra incauta. Este primer intento debió parecerle demasiado arriesgado, pensó Elena, y ya más tranquila tocó varios botones hasta que alguien decidió abrirle la puerta.

Justo en ese momento, escuchó un estruendo terrible que venía de la parte de atrás. Nunca sabría de dónde sacó valor para poner un libro entre las dos hojas de la puerta y asomarse de nuevo al peligro. El hombre estaba tendido en la acera, la luz de una farola le daba en toda la cara, rodeada de tiestos rotos y adoquines. Parecía inconsciente, seguramente había perdido el equilibrio. Ya no había de qué preocuparse, así que volvió a la puerta milagrosa, quitó el libro y entró. Conocía bien aquellos portales, con sus dos alas, sus cómodos tresillos, la gran mesa esquinera con su lámpara iluminada y los cuadros de la pared, todo por duplicado. Una excelente calefacción mantenía el lugar calentito. Se sentó y llamó a emergencias para que vinieran a recoger a quien la había amenazado de muerte.

Lo peor del caso es  que la telefonista le obligó a facilitar su nombre y dirección. "No conozco de nada a esa persona". "Da igual, si ha ocurrido un accidente necesitan sus datos, y si no los tienen investigarán hasta dar con usted". Así que dijo la verdad y esperó acontecimientos.

Una semana después recibió una llamada del hospital. El herido había vuelto en sí -dijo el comunicante anónimo- y había testificado que su accidente se debió a una imprudencia suya. La voz se preguntaba si Elena no estaría interesada en ir a verle, ahora que estaba casi restablecido y que, probablemente, desearía darle las gracias. "¿Él ha pedido que vaya?" "No no. Está un poco aturdido aún, pero si lo desea le doy los datos."

Y allá que se fue. Es difícil saber qué le pasó por la cabeza, pero media hora después estaba mirando por segunda vez esa cara. Lo que leyó en ella fue una mezcla de sorpresa, estupor y pánico, a lo que correspondió con una decidida sonrisa de triunfo. No hablaron. Se contemplaron durante treinta segundos eternos, luego ella se volvió en redondo agarró el picaporte y salió de allí. La enfermera, que lo había presenciado todo, se puso a su lado en el pasillo. "Dijiste que no le conocías" "Y es verdad, si tienes un minuto te cuento toda la historia."

Tomaron un refresco en la cafetería reservada al personal. La chica escuchaba extasiada como si le estuvieran contando una película. Cuando acabó, le hizo una promesa. "No te preocupes, ahora mismo me pongo al ordenador y borro tus datos. Ese malnacido no va a poder acercarse a ti nunca más."

lunes, 20 de mayo de 2024

No se puede vivir sin los pájaros (Relato costumbrista)

 


Antes vivía en una casita muy coqueta, con azotea y una terraza con vistas. Pero las vistas no eran lo mejor (y eso que al este, por debajo, había unos jardines preciosos y encima de ellos una hilera de montañas que cambiaba de color constantemente, y al sur un mar de tejados con el mar auténtico al fondo). Lo mejor eran los pájaros.

O uno en particular, con unos arpegios que para sí quisieran muchos cantantes. Ejercía de solista y solo actuaba cuando no encontraba competencia. Si sus colegas de otras especies iban de acá para allá soltando algún trino, el reservaba su garganta para cuando podía contar con un buen auditorio. No sé de qué especie era, ¿ruiseñor, calandria?, pero me hubiera gustado conocerlo. Habríamos hablado de lo mal que nos caían las gaviotas, esas pesadas que no paran de chillar, y sin el rumor de un océano que atenue sus voces son bastante inaguantables.

Mi pajarito preferido era como la cigarra de la fábula, se sabía con talento y gustaba de prodigarlo a su público. Lo imagino parado en una rama, estirando un poco el cuello para que su música se extendiese sin obstáculos por el parque y más allá. 

Pero ya no vivo allí, me he mudado a una placita triangular, recoleta, con una columna en el centro encaramada a un pedestal y rematada por una cigüeña con un gran pico anaranjado. Debe ser, supongo yo, un homenaje a las aves. Esta plaza, aunque con menos vegetación que aquel parque, no tiene ni un rincón libre de árboles, bien frondosos por cierto, y está plagadita de pájaros. Y aunque echo de menos al artista, he de reconocer que estos, en conjunto y a su manera, también son entrañables. No necesito verlos para adivinar que se pasan el día trabajando. Su conversación es industriosa, colaborativa, todos rezan a un mismo son. No sé qué tejemanejes se traen, pero noto que se llevan bien y que están entregados a alguna tarea que varía según el momento. Estos nuevos vecinos, gorriones probablemente, desempeñarían el papel de la hormiga en el cuento. En una sociedad como la suya -tan diferente de la humana- nunca les faltará comida y cobijo.

Les escucho parlotear a todas las horas del día y son como la fuerza vital que dota de vigor a este rincón del mundo y a quienes lo habitamos. Sin ellos, el sol siempre presente, el verde de las hojas, los niños que salen a jugar a sus anchas y el pequeño obelisco central no serían capaces de otorgar a mi placita ese dinamismo suyo tan fuera de lo común.