El verano pasado decidí
desempolvar una vieja historia de la que había oído hablar rara vez y siempre
en voz baja. Fue una indagación premeditada. Desde hacía meses acaricié esa
idea recreándome en las sucesivas etapas que debía recorrer, las
circunstancias, los obstáculos, las preguntas y respuestas, el recorrido
expectante por las páginas de cartas y documentos. Me trasladé hasta el pueblo manchego
donde vivía mi abuela, el único testigo, aunque indirecto, de unos sucesos que
el tiempo había ido difuminando.
Cuando le expliqué a lo que había
ido se escandalizó (o fingió que lo hacía).
Diario de Dora
Para mi nieto Julio. Querido: Empecé a escribir estas memorias cuando
solo tenías cinco años. Siempre supe que en cuanto crecieses querrías saber. En
el cuaderno que encontrarás dentro del paquete va mi testimonio, todo lo que sé
sobre el asunto. No me culpes de un silencio que solo entenderás con el tiempo
y la ayuda de estos papeles. Todavía has de comer muchas longanizas, hacerte un
hombre aunque tú creas que ya lo eres –y
eso significa esperar a que esté muerta– para que te permita husmear en los
secretos de familia. Agradece que no espere a que tengas mi edad, aunque solo
entonces podrás comprender lo incomprensible y, sobre todo, entender la
importancia de estas confidencias.
-No comprendo qué pretendes. –protestaba– ¿Por qué ahora, después de tanto tiempo, se
te ocurre escarbar en la basura? Deja al pobre Blas tranquilo, esté donde esté.
-Se me ocurre ahora, abuela,
porque cuando pasó aquello yo aún no había nacido. Inicio el camino ahora y
aquí estoy. De niño me hacía otra clase de preguntas.
-Bueno, bueno –murmuró– Pero, ¿por
qué ese interés por Blas?
-Porque nadie quiere hablar de eso.
-¿Sólo por eso? ¿Siempre llevando
la contraria?
Noté que los labios le temblaban
un poco y me ablandé.
-No es por fastidiar, en serio.
–la miraba fijamente, un truco que no solía falla–Lo que pienso es…
-No pienses.
Me sorprendió el tono chillón,
tan impropio de ella, o eso pensaba.
-¿Cómo?
-Lo que te digo. Me parece bien
que seas fantasioso, pero imaginar no sirve de nada, no puedes adivinar y la
verdad es la verdad, no hay vuelta de hoja, no hay que inventarse cosas y
pensar que son ciertas.
Edward Hopper - The Bistro or the Wine Shop (1909) |
-Abuela…
-Ni abuela ni gaitas –rezongó, y
se puso a buscar las gafas como hacía siempre, a tientas, palpando la mesa
camilla igual que si estuviera ciega, para que yo adivinase lo que quería y
fuese a buscarlas a su cuarto. A la abuela, mi capacidad deductiva le parecía
bien cuando le convenía, como a todo el mundo, pero resultaba extraño en
alguien tan cargado de razón como ella.
Diario de Dora
Siempre has sido muy novelero, Julito. Te advierto que no lo sé todo y
te prevengo: si no intentas averiguar más de la cuenta, mucho mejor para ti. El
tiempo ha envuelto los hechos con una niebla benigna, los ha convertido en
leyenda. Déjalos así, si quieres escribir sobre ello inventa lo que haga falta
e intenta no escarbar demasiado. Blas era mi primo, habíamos jugado de
pequeños, cuando sucedió aquello yo era una cría, tu abuelo no había llegado al
pueblo aún. Tú no alcanzaste a conocerlo. Vino a tomar posesión de su plaza,
nos gustamos ya en el primer baile y enseguida hablamos de boda. Con él tuve
una buena vida, rutinaria, consagrada a cuidar de él, a bordar y a leer, sin sobresaltos
que alterasen nuestra paz.
Ignoré su mueca de disgusto y me
senté para fingir que leía mientras ella movía garbosa las agujas con las
lentes resbalando por la rampa de su augusta (y afilada) nariz. Suponía que
todo ese silencio ocultaba una historia inquietante y extraña, pero su actitud
me prohibía explicárselo. La verdad es que no hacía ninguna falta: ella también
adivinaba el pensamiento. Noté sus esfuerzos por evitar que la comprometiese,
nuestra complicidad era tan grande que mis zalamerías podían soltarle la lengua
fácilmente y acabar arrepintiéndose cuando ya no tenía remedio. Enderezó la
espalda y apuntó los cristales a mis ojos.
-No te quepa duda.
Me pareció que hablaba con esa
volubilidad que se suele atribuir a los ancianos, pero cuando puso mis pensamientos
en palabras me alarmé de verdad.
-Inquietante y extraña, por
supuesto que sí. Y las cosas raras que molestan mejor dejarlas como están.
-¿Yo he dicho eso?
Esbozó una sonrisa traviesa.
Sospeché que había pensado en voz alta, pero ella agitó los brazos sin parar de
tejer.
-No has hablado pero piensas muy
fuerte y los viejos, a veces, podemos oír esas cosas.
Diario de Dora
Sí, lo confieso. Tal como imaginas, después de desaparecido llegaron a
mis manos sus memorias. Las leí, claro, como cualquier otro papel que se
cruzase en mi camino, pero de eso hace –hoy, mientras escribo– más de cuarenta
años, y tu abuelo se empeñó en que quemásemos todo. El tío Blas era un chico
delgado e inquieto, todavía más novelero que tú, Julito, (Deja que te llame así
por una vez). Por eso, porque sois parecidos, me preocupa que te metas en
berenjenales. Sé lo que estás pensando, que tú no vas a acabar como él, pero
este es el día en que todavía no sé si acabó. Sí, después de tanto tiempo, ni
siquiera puedo afirmar que haya muerto; si tengo que ser honesta, he de reconocer que no
estoy segura de nada.
(Continuará)
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