La ciencia
ficción, como el género negro, cuando no se queda en la superficie nos cuenta
algo (o mucho) de nosotros. Personalmente me aburre la acción pura, pero también
empiezan a cansarme un poco todas esas películas de autor, perfectamente narradas
y con una fotografía maravillosa que plantean cuestiones éticas de actualidad; aunque
siga disfrutando con ellas, últimamente salgo del cine con la sensación –cada
vez más insidiosa– de haber visto lo mismo que la semana pasada, la anterior,
la otra y la otra. En este momento lo que necesito son films que, contando una
historia coherente y haciéndose preguntas, asuman más riesgos conceptuales y
formales, contengan más dinamismo y sus planteamientos no sean necesariamente de
índole moral
En este
caso, la investigación científica se alía con la ciencia ficción, sin olvidar
la humanidad de los personajes (humanidad que se hace extensiva a los
extraterrestres) para situarnos en una encrucijada que nos mantiene en vilo
durante gran parte del tiempo, pero que se resuelve a base de topicazos,
simplicidad y sensiblería sin llegar a conseguir un desenlace convincente. Y
esa ha sido mi mayor decepción.
A los
espectadores se nos sitúa en un escenario algo apocalíptico y, ciertamente,
hipnótico, una gran puesta en escena para mostrar el
encuentro entre un puñado de seres humanos con dos de habitantes de otra
galaxia que han llegado, aparentemente, en son de paz a la tierra. A mí esto me interesa porque
me da igual quien de ellos es, supuestamente, capaz de fabricar las armas más
potentes, las más rápidas, las que sean capaces de desintegrar primero al otro, lo que me importa es algo mucho más sutil, constructivo y complejo: cómo pueden llegar a
entenderse dos tipos de organismos biológicos tan alejados y, por tanto, dos
sistemas lingüísticos absolutamente independientes.
La grafía de
los extraterrestres, así como su forma de materializarla me han parecido ingeniosos
y esperanzadores: en ese momento, todavía estábamos a tiempo de asistir a una convincente puesta en escena.
Me interesé
por esta película tras haber leído por ahí que en caso de descubrir alguna vez
esa inteligencia interestelar que tanto se nos resiste, resulta
prácticamente imposible que exista comunicación
entre ambos sistemas mentales. Se argumentaba que no hay más que fijarse en
los órganos de fonación de otras especies que habitan nuestro planeta –es
decir, cuyas condiciones ambientales son más o menos las mismas, al menos en
aquellas que se desenvuelven en un medio terrestre. Cualquiera de ellos –y
otros muy diferentes al haber nacido en condiciones tan distintas, mucho más
que la de un ornitorrinco o un gusano por ejemplo– podrían caracterizar a los eventuales
alienígenas. Y si dejamos los rasgos físicos y nos fijamos en estructuras del
pensamiento que dan lugar a
un lenguaje, articulado o no, una sintaxis, semántica etc, concluiremos que, aunque
llegásemos a encontrarnos con ellos, adentrarnos en su pensamiento no parece nada
realista. En cierto modo, esto es lo que sucede en la película, donde la
elipsis absoluta de los métodos de transcripción y traslación eluden el
espinoso asunto de los métodos.

No voy a desvelar
los elementos que han servido de pauta a los guionistas para sacar adelante un
esquema argumental tan ambicioso. Solo diré que son de dos tipos y que ninguno
de los dos me parece afortunado.
El primero lleva
los postulados científicos a un punto tan inverosímil que desmiente cualquier
razonamiento. Esto sería aceptable si la trama se hubiese construido con
materiales exclusivamente fantásticos, pero su fundamento eminentemente
racional le obligarían a mantener una coherencia que se pierde por completo
cuando se nos conduce por los caprichosos y facilones derroteros que acaban enfrentándonos a un desenlace increíble.
Pero aún me
molesta más el que sirve de base al desenlace. Un pegote sentimentaloide que coloca dos valores en el mismo contexto:
el factor-hijos y el factor-enfermedad incurable. Valores seguros
desde el punto de vista comercial que, desde un enfoque exclusivamente
narrativo, constituyen un chantaje emocional, una trampa tan obvia que resultará
cargante y hasta antiestética a cualquier espectador con un mínimo de capacidad crítica.
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Director: Denis Villeneuve
·
Reparto: Amy
Adams, Jeremy Renner, Forest Whitaker, Michael Stuhlbarg, Mark O’Brien, Tzi Ma,
Nathaly Thibault, Pat Kiely, Joe Cobden, Julian Casey, Larry Day, Rusell Yuen,
Abigail Pniowsky, Philippe Hartmann, Andrew Shaver
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Guión: Eric
Heisserer (Relato: Ted Chiang)
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Música:
Jóhann Jóhannsson
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Fotografía:
Bradford Young
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Género:
Ciencia Ficción
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Duración:
116 min.
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Año: 2016
Gracias por tu trabajo, muy interesante tu exposición. Esperaré a verla cuando toque en la tele. Un abrazo.
ResponderEliminarHola Maru,
ResponderEliminarEs bastante entretenida, espero que la disfrutes pronto.!Un abrazo y feliz año nuevo!
Uf, no sé, creo que no la veré porque la ciencia ficción me gusta cuando me parece verosímil mientras la veo, por muy loca que sea, pero si ya es un género que no me atrae así de primera, si encima no me la acabo de creer...
ResponderEliminarA mí me encanta Blade Runner, es de esas pelis que guardo y me gusta volver a ver.
Y de las últimas que he visto "El libro de Eli"
Un beso,
En realidad, no es una historia de ciencia-ficción al uso, plantea problemas humanos y el género es el marco en que se encuadran. Puede que te guste, pero ¡vamos! dentro de nada la tenemos en la tele y ahí puedes elegir.
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