Esto parece
obvio, pero no es tan raro que el escritor en ciernes acuda a la hoja en blanco
en busca de inspiración, sin tener ni la más ligera idea del argumento, y puede
que ni siquiera del tema, que va a trasladar a sus lectores. A a veces
–muy pocas– puede funcionar, pero en general es un error. Nunca tienes que pensar
que estás en período de sequía porque no te salga bien una treta como esta, piensa que te has puesto a pintar un cuadro sin óleo ni pinceles y, como puedes
imaginar, un pintor necesita algo más que un simple lienzo. Por eso, la primera
pregunta que has de hacerte antes de enfrentarte a la hoja en blanco es básica:
“¿Sobre qué escribo?” “¿En qué tema,
argumento, historia concreta puedo involucrarme lo suficiente, cuál me dará la
oportunidad de demostrar que soy capaz de hacerlo y, – aún más importante –
qué es lo que puede interesar a mis
lectores en potencia?”
La
elección del tema es fundamental, pero no lo valores por su posible espectacularidad
o porque creas que está de moda, lo que has de plantearte es el interés que ese
tema despierta en ti mismo como escritor. Si una historia te apasiona de
verdad, no importa que parezca banal a primera vista, serás capaz de
presentarla de forma atractiva y acabará pareciendo emocionante, porque lo que
interesa realmente no es qué se
cuenta sino cómo se cuenta. Todos
necesitamos contar historias y, aunque no seamos muy conscientes de ello, lo
hacemos continuamente. El punto de partida es convencerte de que tienes una
buena historia que algún día alguien querrá leer.
El
mundo está lleno de historias: la nuestra, la de la gente que conocemos, las que
hemos leído o visto en el cine, las que aparecen en los sueños, las que
imaginamos cuando vemos a alguien pasar y suponemos adónde va y cómo es. Solo tienes
que diseñar unos personajes, unas situaciones y dejar que ellos actúen por sí
mismos. Cuando pongas punto final, aquello que existía al principio – ya sea en el interior de los personajes o
fuera de ellos – habrá sufrido una transformación.
Francisco de Goya - El sueño de la razón produce monstruos (Caprichos) 1799 |
Dicho
esto, tampoco has de preocuparte si acabas contando algo ligeramente distinto, o
incluso muy alejado, de aquello que te habías propuesto. Esto es porque las
historias tienen vida propia y a veces nos llevan donde ellas quieren. Cuando
ocurre esto, suele significar que lo que está surgiendo de tu pluma está más
vivo que aquello que habías planeado. Entonces, tienes que dejar al relato seguir
su curso, procurando, eso sí, que no te vaya de las manos del todo.
No
cometas el error de pensar que en el panorama literario está todo dicho. Esto
no es así exactamente y solo servirá para bloquear tu creatividad. Es verdad
que se ha hablado largo y tendido sobre cualquier asunto que podamos
imaginarnos, pero lo que se ha dicho lo han dicho otros y nadie puede hacerlo
de la misma forma que uno mismo si verdaderamente escucha a su interior, porque
el ser humano es irrepetible.
Volvamos
ahora a la cuestión del principio: ¿qué contar? ¿sobre qué hablar? Pues sobre la
vida tal como la ves. No es necesario acumular detalles extraordinarios o crear
un mundo que parezca el producto de una alucinación. Tu relato puede ser fantástico
o realista, puede estar repleto de sucesos o no ocurrir en él apenas nada,
ninguna de las opciones escogidas alterará su valor. Lo que no te conviene es
querer abarcarlo todo, pretender escribir una gran obra donde se hable de lo
divino y lo humano, que incluya las cuestiones fundamentales de la vida y que
dé respuesta a los mayores interrogantes. Esta desmesura es difícil de manejar,
además puede resultar pedante o trivial o inverosímil. Lo que importa es sacar
partido de tu capacidad de observación, creer que sabes lo bastante de la vida
como para poder extraer su jugo y, por otra parte, darte cuenta de que eso que
ves tienes que mirarlo en profundidad, descubrir su significado, presentar al
lector el aspecto o la zona que, por relevante, te interesa darle a conocer.
Para
llegar hasta ese punto tendrás que convencerte de que el germen de una historia
está en todas partes, solo hace falta verlo, comprender el interés que puede
suscitar, tratar de darle verosimilitud y encontrar el hilo narrativo que le
otorgue un alma. Es más, cuando seas
capaz de localizar la historia allá
donde los demás no ven más que hechos triviales y de contarla de forma amena y
entretenida, podrás decir que dentro de ti ha nacido un escritor. Pero tienes
que estar atento, porque el fogonazo, la chispa, surge de pronto, en el momento
que menos piensas y. además, es efímero. Al segundo desaparece sin dejar
rastro. Esto es un hecho y debes estar prevenido si quieres empezar a escribir.
Si lo haces, te sorprenderás anotando febrilmente, forjando un párrafo tras
otro, cuando estabas convencido de que aquello se reduciría a un renglón o dos.
Por supuesto, siempre tienes que estar preparado. Lo mismo que el agricultor o
el albañil precisan de diversos utensilios, el escritor debe ir armado de los
suyos, la diferencia está en que ellos empiezan a usarlos cuando se lo proponen
y el artista no: debe llevar encima lápiz y cuadernillo, porque no sospecha en
qué momento los va a necesitar.
Pero también puede ocurrir lo contrario: historias
que en un principio prometían tienen que ser abandonadas a medias por carecer
del mínimo interés. Solo el tiempo logrará proporcionarte el olfato necesario
para distinguirlas.
Un
buen punto de partida puede ser hablar
de lo más cercano, de aquello que conoces bien. Cuando hayas conseguido
arrancar, solo tienes que repetir lo que has hecho, y eso es mucho más
sencillo. Puedes comenzar por describir tu calle, el colegio adónde ibas de
niño, la cocina de casa… Si a partir de ahí, lo que es más que probable, van
surgiendo personajes y anécdotas, la historia estará servida. Lo que es un
hecho que no debe desanimar al principiante, – ya que todos los grandes genios
han pasado por ello – es que hay emborronar muchas cuartillas y llenar muchas
papeleras antes de conseguir algo que pueda considerarse decente. Como apunta
García Márquez, solo superará esta prueba quien lleve a un auténtico escritor
dentro de sí. Hay que saber que la escritura exige mucho trabajo y dedicación,
y que escribiendo la primera frase ingeniosa que a uno se le ocurre no se llega
a aprender el oficio.
(Continuará)
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