Editorial
Turner – Colección Noema
308
páginas
Un
ensayo que, para hablar con propiedad, en lugar de El libro tachado podría titularse El autor diluido o alguna
otra expresión en esa línea. Su objeto no es otro que las diversas formas de
desaparición (obligada o voluntaria, real o metafórica, accidental o
planificada, momentánea o definitiva) de la mente creadora, así como la
(i)rrelevancia de la autoría en sí y los efectos que acarrean estas ausencias,
tanto para la literatura en general como para sus consumidores potenciales.
Tachadura
del escritor pues –y no del libro– que adopta diversas modalidades. A lo largo
de sus diez capítulos, revisaremos desde la invención de un programa
informático capaz de producir textos de forma automática –que cuenta con un
precedente analógico de la época dieciochesca– a los procedimientos
combinatorios, como OuLiPo y similares, que si bien precisan de una mano
ejecutora, difuminan bastante su sello personal. Reflexionar sobre ello nos
enfrenta a paradojas curiosas, por ejemplo: la mera posibilidad de su ocaso ¿no
será el mayor aliciente para cultivar la literatura con más empeño aún? O bien,
¿de verdad es el autor quien escribe o se trata del propio lenguaje que va
construyéndose a sí mismo?
No
hay que menospreciar el papel del azar en la literatura y el arte en general;
en unos movimientos –como el surrealista– más valorado, en otros menos, pero,
en mayor o menor medida y aunque cueste reconocerlo, siempre presente.
Todo
hecho artístico guarda en sí mismo el germen del cambio, de ahí que su historia
se convierta en una sucesión de derribos (del pasado) y edificaciones (del
presente), aún así, todas las épocas renuevan la sospecha de haber agotado
temática y recursos, de que quizá los que llegaron antes lo han dicho todo, que
ya no queda espacio para la originalidad en los textos. Se recurre entonces al collage, la intertextualidad y a métodos
como los descritos más arriba, que las nuevas tecnologías han venido a
facilitar. Obras de índole acumulativa como la Wikipedia resultarían
inconcebibles hasta hace solo dos décadas.
“[Pese a todo] la noción de autoría y el dispositivo legal y económico articulado sobre ella siguen siendo lo suficientemente fuertes como para que la persecución del plagio no haya decaído por completo” (Pg. 22)
En
el aire queda la pregunta de si esta situación durará todavía mucho o pronto quedará
obsoleta. Algo menos fundamental de lo que parece si contemplamos una historia
de la literatura repleta de tachaduras por
diversas circunstancias (pérdida, destrucción o quema de libros, censura,
autores represaliados, incapacitados, ocultos, fallecidos o retirados
prematuramente), de las que Pron realiza un breve aunque exhaustivo repaso en
el que incluye también procedimientos más sutiles, como ideas que nunca se
concretaron u obras sin concluir.
Otras
veces la existencia del autor es aún más endeble, al menos en teoría. Esto
ocurre cuando resulta de la combinación de dos o más personalidades. O bien se
trata de una construcción mental, traducida en falsificaciones (con ánimo
fraudulento, reivindicativo, de diversión etc.), pseudónimos o heterónimos. En
ocasiones, esta ocultación de identidad favorece la atención hacia la obra en
sí misma, una obra que, por lo general, aparece mezclada o disuelta en el
heterogéneo conjunto de la producción individual.
Crisis de valores
Todo
este entramado teórico finaliza en el capítulo VIII. El siguiente, titulado Crisis, más ideológico y centrado en el
presente que los anteriores, se pregunta por las causas que han provocado la
del sector editorial, a saber, el contexto de la economía general y el influjo
de las nuevas tecnologías. Y, aunque las soluciones que aporta parecen haberse
convertido en un lugar común, supongo que llegados a este punto era inevitable
señalar la necesidad de nuevas estrategias de publicación y financiación:
“… parecen constituir una alternativa plausible para aquellos que desean ser leídos sin tener que adecuarse a las políticas editoriales de los sellos tradicionales y para los que consideran que el actual modelo de negocio es en esencia injusto y está caducado…” (Pg. 116)
O
la de establecer un marco que contemple relaciones y presencias realmente
innovadoras. O la de establecer criterios de calidad opuestos a un todo vale bastante extendido hoy día.
Finalmente,
tras investigar sobre el efecto que publicar en la red tiene sobre originalidad
y complejidad de los contenidos, Patricio Pron cierra el volumen con una
bibliografía cuya extensión –de una veintena de páginas– ya habíamos previsto.
Uf, qué complicado el tema que planteas después de la lectura de este libro.
ResponderEliminarNecesitaríamos una tarde entera, en un lugar fresquito para pergeñar un mínimo esbozo de en qué términos razonables dejamos la autoría.
Para mí crear es una necesidad vital, y nunca lo he hecho pensando en un resultado económico. Hay muy pocos artistas que puedan vivir de su arte.
Vayamos a lo que plantea el libro, claro que en el proceso de creación influye todo lo que ha despertado alguna emoción, lo que ha leido, visto...sentido...el artista no vive en una burbuja ajeno al resto del mundo, pero así y todo seguro que si se diera el caso su obra evocaría a algo que ya hemos visto.
Cuando se defiende la gratuidad de los contenidos artísticos el final de la autoría por tanto, argumentando que el autor se nutre de otras fuentes o que encima disfruta ...es tan loco como decirle a un mecánico que no le voy a pagar la reparación del coche, porque no ha sido sólo su habilidad la que ha arreglado la avería, sino los manuales que otros han escrito para arreglarlas, las herramientas que otros han diseñado... etc..
Al diluir la autoria lo único que se consigue es que cualquiera pueda llenar de contenidos "artísticos" los soportes desde los cuales se sirven gratis el resto de personas. Lo que llevaría a la mediocridad del arte.
También el que se niegue a un artista poder vivir de su arte. ¿Por qué el frutero no me da gratis las cerezas y yo le tengo que regalar una novela, una fotografía, un cuadro o una idea que sólo se me ha ocurrido a mí?
Me recuerda aquel viejo chiste.
Un grupo de ingenieros son incapaces de poner en marcha una maquinaria complicada, viene el mecánico y le da un martillazo y la máquina empieza a funcionar.
¿Cuanto le debemos?
500 euros
¿Por un martillazo?
No, por el martillazo y el desplazamiento les cobro 50 el resto es por saber dónde dar el martillazo.
Pues eso.
Muchos besos,
Nada que añadir a lo que dices, Tesa. Tú, como siempre, tan sabia.
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