viernes, 30 de diciembre de 2016

La Baronesa (X) - SEGUNDA PARTE

Un nuevo bofetón de la vida. Rosario ha vuelto a aparecer, no en persona sino su presencia virtual en forma de fotos e información de primera mano, después de tantos años sin pensar en ella y mucho menos indagar sobre su paradero. Cuidado con revolver cajones buscando algo –me decían en el albergue donde me crié– porque encontrarás lo que menos te esperas. ¡Qué gran verdad! Éramos unas crías entonces. Ella me escandalizaba, aunque no tanto como yo a ella, y me aterraba con aquellas ideas suyas que tan insólitas me parecían en esa época y que he ido incorporando a mi vida a medida que iba viviéndola. Arrinconé sus consejos en lo más hondo de la memoria y quedaron allí, como un sedimento que ha servido de faro cuando me sentía más perdida.
¡Bendita y maldita Rosario! No sé cómo pudiste enseñarme tanto en tan poco tiempo con todo lo que me odiabas, con esa superioridad que creías tener sobre mí, no porque fuera negra –aunque por entonces no hubieses visto ninguna– sino por lo pequeña e ignorante que te parecí desde el principio. En lo segundo acertabas de pleno; y mi aspecto, siendo casi dos años mayor que tú, era el de una niña, demacrada y escuálida, tan inquieta como si bailase sobre brasas, toda yo ojos y labios, con la cabeza cuajada de liendres.
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George Bellows - New York (1911)
Te evoco ahora, desde mi modesto apartamento neoyorquino adónde llegamos en busca de algo inmensamente más valioso para mí y que, por desgracia, no he encontrado ni encontraré en lo que me queda de vida. Sí, me casé. Y luego volví a casarme, esta vez con un canadiense, Daniel. Daniel Legard, (¿recuerdas lo bien que hablaba francés?), y ahora estoy, como tú, tramitando el divorcio aunque las causas sean bien distintas. No creo que volvamos a vernos, tú volviste a España hace tiempo y yo me he quedado varada en este diván –espléndido, pese a haber sido rescatado de un contenedor–  frente al enorme ventanal de un piso 38 con vistas a la bahía y a un paso elevado y que escogimos, aunque no es más que una cajonera de apenas treinta metros,  por nuestra precariedad de entonces y porque el vértigo producido por tanta inmensidad consiguió elevarme el ánimo un poco.Me zarandearon los recuerdos la primera vez que John me habló de ti. Incluso antes, cuando vi tu foto en el despacho con él y tus hijas. Un monumento al convencionalismo y un icono a la respetabilidad, a pesar de los pesares, pues es precisamente en esos trances de la vida cuando de verdad hay que guardar las apariencias.
Sin pretenderlo, lo sé todo de ti, Rosario. Ambas tuvimos muy buena y muy mala suerte. La tuya seguramente mejor que la mía, pero no sabrás apreciarla en lo que vale porque siempre has sido bastante ambiciosa, no te conformas con nada y eso, digas tú lo que digas, te impide disfrutar de lo que tienes.
Desenvuelvo otra chocolatina. Ya hace diez minutos que no como, pero tengo la mesita de té a mi lado bien surtida de dulces. ¿Sabes cuantos quilos peso ahora? Nada menos que ciento catorce, si me tuvieses delante no podrías reconocerme. En cambio tú estás igual que en mis recuerdos. Más vieja, claro, y con un tinte rubio que, aunque esté mal decirlo, te sienta fatal, pero con la misma chispa en la mirada y con ese mentón voluntarioso que se ha convertido en tu sello. Desde que viajamos a Francia en aquel tren que se caía a pedazos el mundo ha cambiado tanto que nos ha vuelto del revés a las dos;  no sé muy bien quienes somos ahora pero me cuesta muy poco comprender a las que fuimos entonces.
Joaquín Torres García - La feria  (1917)
Si John y tú pudieseis hablar alguna vez –pero es imposible porque él ya no existe, hace tres meses que se esfumó en el aire y lo peor es que nunca vas a aceptarlo– te mostraría entusiasmado la voluptuosa hembra en que me convertí años atrás, gruesa pero espléndida y mucho menos cascada que ahora, elegante en su caftán de raso, la mirada retadora desde la portada de Fruits, aquella efímera revista que tuvo a bien promocionarnos. Una negra decorativa es el mejor emblema para un decorador de éxito, pero yo soy una mujer angustiada y no puedo cuidar mi imagen con el afán que se espera de mí. La imagen y el matrimonio siguen siendo la tabla de salvación de las mujeres en esta sociedad, eso y los hijos. A mí ya no me queda ninguna de esas cosas. Soy una adicta que renunció a sentarse en círculos bienintencionados y reconocer lo bajo que ha caído. Fumaré, me pincharé, beberé y comeré todo lo que quiera, nadie podrá arrebatarme ese consuelo, ni Daniel, por mucho que me pese. No soy una buena compañía ni una buena influencia ni siquiera he podido ser madre. Pero vivo en un piso 38 con solo tres paredes, y si un día resbalase en el alfeizar tendría garantizado el fin.
Continuará

domingo, 25 de diciembre de 2016

La llegada - Arrival (2016)

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La ciencia ficción, como el género negro, cuando no se queda en la superficie nos cuenta algo (o mucho) de nosotros. Personalmente me aburre la acción pura, pero también empiezan a cansarme un poco todas esas películas de autor, perfectamente narradas y con una fotografía maravillosa que plantean cuestiones éticas de actualidad; aunque siga disfrutando con ellas, últimamente salgo del cine con la sensación –cada vez más insidiosa– de haber visto lo mismo que la semana pasada, la anterior, la otra y la otra. En este momento lo que necesito son films que, contando una historia coherente y haciéndose preguntas, asuman más riesgos conceptuales y formales, contengan más dinamismo y sus planteamientos no sean necesariamente de índole moral
En este caso, la investigación científica se alía con la ciencia ficción, sin olvidar la humanidad de los personajes (humanidad que se hace extensiva a los extraterrestres) para situarnos en una encrucijada que nos mantiene en vilo durante gran parte del tiempo, pero que se resuelve a base de topicazos, simplicidad y sensiblería sin llegar a conseguir un desenlace convincente. Y esa ha sido mi mayor decepción.
Resultado de imagen de la llegada criticaEl punto de partida deriva de las teorías lingüísticas de Sapir y Whorf concebidas en la primera mitad del siglo XX, que han sido bastante malinterpretadas y que, en definitiva, vienen a señalar que las características de una lengua configuran la visión del mundo de los hablantes. Idea más que brillante para emprender una aventura cinematográfica, y que, por otra parte, supone un gran reto, porque no era nada fácil conseguir que desarrollo y desenlace estén a su altura. Y ahí es donde se ha perdido la oportunidad de llevar a cabo una aventura tan memorable como la que se contempla en la pantalla, la rara oportunidad de ejecutar una gran obra de arte que perdure en la historia del cine. Una lástima que tantas potencialidades se hayan quedado a mitad de camino por haber perseguido un sensacionalismo tan estéril como absurdo.
A los espectadores se nos sitúa en un escenario algo apocalíptico y, ciertamente, hipnótico, una gran puesta en escena para mostrar el encuentro entre un puñado de seres humanos con dos de habitantes de otra galaxia que han llegado, aparentemente, en son de paz a la tierra. A mí esto me interesa porque me da igual quien de ellos es, supuestamente, capaz de fabricar las armas más potentes, las más rápidas, las que sean capaces de desintegrar primero al otro, lo que me importa es algo mucho más sutil, constructivo y complejo: cómo pueden llegar a entenderse dos tipos de organismos biológicos tan alejados y, por tanto, dos sistemas lingüísticos absolutamente independientes.
La grafía de los extraterrestres, así como su forma de materializarla me han parecido ingeniosos y esperanzadores: en ese momento, todavía estábamos a tiempo de asistir a  una convincente puesta en escena.
Me interesé por esta película tras haber leído por ahí que en caso de descubrir alguna vez esa inteligencia interestelar que tanto se nos resiste, resulta prácticamente imposible que exista comunicación entre ambos sistemas mentales. Se argumentaba que no hay más que fijarse en los órganos de fonación de otras especies que habitan nuestro planeta –es decir, cuyas condiciones ambientales son más o menos las mismas, al menos en aquellas que se desenvuelven en un medio terrestre. Cualquiera de ellos –y otros muy diferentes al haber nacido en condiciones tan distintas, mucho más que la de un ornitorrinco o un gusano por ejemplo– podrían caracterizar a los eventuales alienígenas. Y si dejamos los rasgos físicos y nos fijamos en estructuras del pensamiento que dan lugar a un lenguaje, articulado o no, una sintaxis, semántica etc, concluiremos que, aunque llegásemos a encontrarnos con ellos, adentrarnos en su pensamiento no parece nada realista. En cierto modo, esto es lo que sucede en la película, donde la elipsis absoluta de los métodos de transcripción y traslación eluden el espinoso asunto de los métodos.
Resultado de imagen de la llegada criticaPero una hipótesis atrayente,  por muy inverosímil que parezca, nunca invalida un argumento, al contrario, lo dota de un encanto del que carecen la mayor parte de los relatos anclados firmemente en el territorio conocido (y trillado) de la vida real.
No voy a desvelar los elementos que han servido de pauta a los guionistas para sacar adelante un esquema argumental tan ambicioso. Solo diré que son de dos tipos y que ninguno de los dos me parece afortunado.
El primero lleva los postulados científicos a un punto tan inverosímil que desmiente cualquier razonamiento. Esto sería aceptable si la trama se hubiese construido con materiales exclusivamente fantásticos, pero su fundamento eminentemente racional le obligarían a mantener una coherencia que se pierde por completo cuando se nos conduce por los caprichosos y facilones derroteros que acaban enfrentándonos a un desenlace increíble.
Pero aún me molesta más el que sirve de base al desenlace. Un pegote sentimentaloide que coloca dos valores en el mismo contexto: el factor-hijos y el factor-enfermedad incurable. Valores seguros desde el punto de vista comercial que, desde un enfoque exclusivamente narrativo, constituyen un chantaje emocional, una trampa tan obvia que resultará cargante y hasta antiestética a cualquier espectador con un mínimo de capacidad crítica.


·         Director: Denis Villeneuve
·         Reparto: Amy Adams, Jeremy Renner, Forest Whitaker, Michael Stuhlbarg, Mark O’Brien, Tzi Ma, Nathaly Thibault, Pat Kiely, Joe Cobden, Julian Casey, Larry Day, Rusell Yuen, Abigail Pniowsky, Philippe Hartmann, Andrew Shaver
·         Guión: Eric Heisserer (Relato: Ted Chiang)
·         Música: Jóhann Jóhannsson
·         Fotografía: Bradford Young
·         Género: Ciencia Ficción
·         Duración: 116 min.
·         Año: 2016

martes, 20 de diciembre de 2016

Leído en 2016



NOVELA:
-         La tierra que pisamos – Jesús Carrasco 7
-         El rumor del oleaje – Yukio Mishima 7
-         Las chicas – Emma Cline 3
-         Los versos satánicos – Salman Rushdie 9
-         Zona – Mathias Enard 9
-         Farenheit 451 – Ray Bradbury 5
-         Meridiano de sangre – Cormac McCarthy 10
-         El origen. Una indicación – Thomas Bernhard 8
-         Un detective en Babilonia – Richard Brautigan 5
-         Familia – Ba Jin 6
-         El perfeccionista en la cocina – Julian Barnes 4
-         Brújula – Mathias Enard 9
-         La muerte bebe en vaso largo – Manuel Vicent 6
-         Las lanzas coloradas – Arturo Uslar Pietri 8
-         La mano invisible – Isaac Rosa 6
-         El museo de la inocencia – Orhan Pamuk 8

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RELATO:
-         Crónicas del encierro – Izaskun Gracia Quintana 7
-         Mi vida querida – Alice Munro 8
-         El corazón tardío – Antonio Gala 5
-         Las aventuras de Sherlock Holmes – Arthur Conan Doyle 8
-         El ángel negro– Antonio Tabucchi 9
ENSAYO
-         No leer (artículos) – Alejandro Zambra 6
-         En defensa del error – Kathryn Schulz 10
-        La fábrica de la infelicidad – Franco Berardi (Bifo) 7
-         ¿Es usted un psicópata? – Jon Ronson 4
-         Tratado de ateología – Michel Onfray 10
-         La sociedad invisible – Daniel Innerarity 8

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sábado, 10 de diciembre de 2016

Feminizar la política

"Cuando a las personas se nos coloca en estratos y no en eslabones todos salimos perdiendo"
Gloria Steinem

Hace pocos días se formó en los medios de comunicación una de esas tormentas cíclicas, basadas en declaraciones de personajes con proyección social, que al periodismo tanto le gusta provocar. En este caso, el político en cuestión había declarado que incrementar el número de parlamentarias estaba muy bien, que era necesario pero no suficiente, que lo urgente ahora, además de esto, era feminizar la política.
Como pueden imaginar, la demagogia más rastrera se cebó con la frase en cuestión, con quien la emitió y, naturalmente, con el partido que representa. Periodistas conchabados con el gobierno, representantes de este, y prácticamente todos los que no comulgan con las siglas del interviniente fingieron que no habían entendido el mensaje, le dieron la vuelta como si fuera un calcetín y ofrecieron al público una interpretación machista diametralmente opuesta, tanto en espíritu como en letra, de aquellas afortunadas palabras.
Y las considero afortunadas porque representan lo realmente esencial, no solo del feminismo sino de cualquier humanismo que se precie de tal, porque solo su puesta en práctica representaría un verdadero avance social y porque hicieron tanta pupa a los oponentes que tuvieron que esforzarse a conciencia para que el mensaje no obtuviera el éxito que, sin duda, tendría asegurado de no ser por su torticera interpretación.
Feminizar la política significa que no solo las mujeres accedan a los puestos ocupados hasta hace poco por hombres, sino que el papel de cuidadoras, mediadoras, etc. que tenemos reservado hasta ahora sea patrimonio de todo el mundo. Se necesita, sin más pérdida de tiempo, una conciencia solidaria, una empatía, un humanismo, una forma de ver la vida más pacífica, no tan economicista y utilitaria, y eso lo traemos nosotras de serie, no porque lo llevemos en los genes -aunque convenga y se intente hacernóslo creer- sino porque se nos ha inculcado desde que estábamos en el vientre materno para que al crecer nos convirtiésemos en ese canal de apoyo y ayuda que está dispuesto a volcarse y hacer sacrificios sin pedir nada a cambio, y que tan conveniente resulta a los grupos humanos de cualquier tipo, complejidad y dimensión.
Que los varones se eduquen en unos valores diferentes, que dejen de primar la codicia y la violencia, nos convertiría en más igualitarios, la sociedad se volvería menos convulsa, más pacífica y empática, menos jerárquica, más respetuosa, menos materialista, más centrada en los seres humanos.
¿Hay algo de malo en esto?
Lo único malo es que levanta ampollas en los que temen que el ciudadano de a pie capte el mensaje y comience a considerarlo. Se trata de un mensaje pacíficamente revolucionario pues pone en cuestión muchos de los fundamentos sociales que desestabilizan la convivencia para beneficiar a los cuatro privilegiados de siempre. Muchos intereses creados se tambalean con un planteamiento así, pero la inmensa mayoría nos beneficiaríamos de sus consecuencias. Por eso había que poner el grito en el cielo desde la primera décima de segundo y tergiversarlo antes de que penetrase en la conciencia de la gente.
Existe una línea invisible que separa lo tradicionalmente considerado femenino de su homólogo masculino. Esto último se beneficia de su propia agresividad por una parte y, por otra, de la predisposición a ayudar del sexo contrario que la humanidad ha venido sembrando en sus mentes desde los comienzos de las civilizacioens. Mandatarios versus servidoras, violencia masculina en contraposición a una pujanza femenina orientada a servir a los demás. El crimen perfecto, sí, pero también el caldo de cultivo para gran parte de los desastres que afectan a todos los seres humanos. Modificar esto supondría un gran paso adelante pues solo de esa forma sería factible eliminar las ventajas de unos pocos en beneficio de todos los demás.
Como explica la activista norteamericana Gloria Steinem en su último libro publicado en España:
“… empecé a comprender que las mujeres también éramos un exo-grupo. Esa constatación despejó misterios como el de por qué el rostro del Congreso era masculino y en cambio el de la asistencia social era femenino: por qué a las amas de casa se las denominaba “mujeres que no trabajan” pese a que trabajaban más tiempo, más duro y por menos dinero que cualquier trabajador; por qué las mujeres llevaban a cabo el setenta por ciento del trabajo productivo del mundo, remunerado y no remunerado y, sin embargo, solo poseían el uno por ciento de las propiedades; por qué masculinidad era sinónimo de liderazgo y feminidad era sinónimo de seguir el extraño baile de la vida diaria."

Mi vida en la carretera, Gloria Steinem - Editorial Alpha Decay, 2016 (Pag. 88)

viernes, 25 de noviembre de 2016

¡NI UNA MENOS! (Día Mundial contra la Violencia de Género)



Pregunta: ¿De dónde viene tanta violencia?
Respuesta: De la prepotencia machista, de la costumbre ancestral de tratar a las mujeres como objetos. Y a los objetos se les usa: para asegurar la comodidad del déspota, como recipiente de sus deseos sexuales, para dar rienda suelta a su ira, para satisfacer su afán de dominio… (PUNTOS SUSPENSIVOS QUE ADMITEN MÚLTIPLES OPCIONES)
 P: ¿Hasta tal punto llega ese afán de dominar que llega a aniquilar la vida?
R: La vida, la autoestima, la salud, la tranquilidad, y todo lo que se ponga por delante. Es como una borrachera de poder, no conoce límites, derriba lo que tiene delante (es decir, a la mujer que ha caído en sus redes) para convencerse a sí mismo de su propia valía.
P: En el fondo no son más que pobres cobardes, alfeñiques sin más valor que unos puños o un arma y mucha, mucha furia. ¿No te parece?
R: Por supuesto. Pero no te confundas. Estos vándalos, que empiezan por erosionar las defensas psíquicas de su pareja, apartándola de su entorno, moldeándola a su antojo y convirtiéndola en insegura y frágil, pertenecen a todas las clases sociales y culturales. Son unos pobres de espíritu, cierto, pero, la mayor parte de las veces, cuentan con el respeto de su círculo social, que no llega a sospechar lo que ocurre hasta que es demasiado tarde.
P: ¿No lo sospecha o lo justifica cuando alcanza a verlo?
R: Cuando creen que van a ser censurados lo ocultan, solo lo dejan entrever si tienen la certeza de que van a ser aplaudidos.
P: ¡Cómo puede ser que alguien justifique tanta ruindad, tanta cobardía, como pueden contemplar las agresiones físicas y psíquicas a las que algunos someten a sus parejas llegando incluso a quitarles la vida y quedarse de brazos cruzados! ¿Por qué las agresiones de género no producen la misma indignación y repulsa que cualquier otra?
R: Precisamente, los agresores se aprovechan de esta atonía social. Existe cierta inercia en la opinión pública: como es algo que ha existido siempre parece que hay que seguir tolerándolo. Ahí va una muestra de cómo funcionaba el pensamiento hasta hace no mucho; parece que hemos recorrido un gran trecho pero insensateces parecidas siguen aún muy arraigadas, mucho más de lo que imaginamos.
“.... Continuando con el análisis del lenguaje llegamos a la expresión ESTADO HONESTO, verdadera perla de nuestra lengua sexista, que significa: “el de soltera”. Hay aquí dos fenómenos que resaltar. En primer lugar, la identificación de honestidad con soltería, lo cual insinúa por transparencia la idea de identificar deshonestidad con matrimonio. Una vez más, la ligadura obsesiva entre pecado y relación sexual. En segundo lugar, obsérvese que el estado honesto no se define como “el de soltería”, como parecería lógico, sino como “el de soltera”. La cosa es clara: en las mujeres, la honestidad y la soltería se identifican, es decir, se establece (o al menos, se insinúa) que la no soltería es deshonesta. A los varones, en cambio, este razonamiento no se aplica. Una huella más en nuestro lenguaje de la asociación mental mujer-sexo-pecado tan común en nuestros antecesores.”
Álvaro García Meseguer – Lenguaje y discriminación sexual – Ed. Montesinos – 3º edición, 1984
(Pg, 103)
P: ¡Lamentable! Pero esta manera de pensar, ¿no revela una gran miseria de espíritu?
R: Naturalmente. Que cierta forma de ver las cosas se encuentre arraigada en un amplio sector de la población no la hace menos despreciable.
P: ¿Queda alguna esperanza?
R: Hay que modificar mentalidades y eso lleva tiempo.
P: Pero no lo tenemos. ¡Las mujeres se están muriendo a chorros!
R: Por eso hay que ponerse a divulgar con todos los recursos a nuestro alcance tratando de llegar al mayor número de gente posible.
P: ¿Brindamos para que se resuelva rápidamente?
R: Con champagne francés, a ser posible.
P: ¡Chin chin!
R: ¡Chin chin!

martes, 15 de noviembre de 2016

Escritor, ¿quién quieres que cuente tu historia?

El narrador
Los elementos que intervienen en cualquier relato o novela se corresponden con los de la lengua oral: emisor/autor, destinatario/lector, mensaje/narración. Pero el concepto de autor es ambiguo, con él podemos referirnos a la persona, con nombre y apellidos, que en un punto concreto de su vida escribió algo, pero, habitualmente, el que nos habla en el texto es un individuo diferente a aquel que firmaba en la portada, alguien que no tiene más biografía que la establecida en el relato que estamos leyendo, y es en ese contexto y solo en él donde podemos situarlo.
Distinguimos, pues, al autor real de la historia del autor ficcionalizado, a quien conocemos exclusivamente a través de la lectura. Cada autor se desdobla en tantos ficticios como obras escribe, el autor de ficción resultante tendrá los rasgos que precise la historia que se cuenta. El ficticio es el vehículo para que el real se exprese. La distancia que les separa varía dependiendo de la naturaleza del texto. Cuando el texto está escrito en tercera persona, salvo por rasgos psicológicos, estilísticos y estructurales, resulta difícil distinguirlos.
El punto de vista
Desde la primera vez que alguien decidió escribir una historia esta cuestión se tuvo que poner sobre el tablero y continúa vigente hasta hoy. El escritor necesita hacerse unas cuantas preguntas básicas:
 ¿Quién es la persona que le habla al lector?
¿Qué posición ocupa en la historia que cuenta?
 ¿A quién se la cuenta?
 ¿Qué tipo de personalidad se refleja en lo que está narrando?
¿A qué distancia se coloca del lector?
Y otras por el estilo.
El narrador es, fundamentalmente, un punto de vista, una perspectiva concreta en cuanto a ideología, tiempo, espacio etc. acerca de lo que está contando. Desde principios del siglo XX hasta ahora mismo, esta perspectiva es mucho más importante que en las obras de ficción anteriores pues consideramos que la realidad mostrada es aceptable siempre que el enfoque adoptado por el narrador resulte convincente a los lectores.
Una vez diseñado ese narrador concreto y creíble, el autor tiene que procurar no dejarse ver, esconderse tras él por completo, de lo contrario destruiría la coherencia y verosimilitud del relato. Desde ese momento, estructura, ideas, escenario, hechos que se conocen o ignoran, todo debe girar en torno al punto de vista.
Los hechos pueden relatarse en cualquiera de las tres personas verbales. La primera –utilizada en el flujo de conciencia y el monólogo interior– tiene la ventaja de la familiaridad que se establece con el lector, la facilidad con que será comprendido y la confianza con que este dará por verdaderas sus afirmaciones. Pero si los sentimientos propios resultan más verosímiles, la subjetividad de los demás personajes estará fuera de su alcance en principio. Eso significa que el escritor deberá utilizar todo su ingenio para que las afirmaciones del narrador parezcan verdaderas. La segunda sugiere la dualidad del ser humano, su desdoblamiento en varios “yos” que entran a menudo en conflicto. Puede ser que el narrador establezca lo que Unamuno denominó monodiálogo, es decir, el debate interior del que narra. Cualquier obra que adopte esta perspectiva es necesariamente intimista. La tercera es el enfoque de la omnisciencia, pero también de otras técnicas más modernas. Con cualquiera de ellas da la impresión de que la novela se cuenta sola.
Unas veces el narrador estará dentro, es decir, formará parte de la trama; otras estará fuera. También puede emplearse una técnica mixta. A veces es un semidiós que lo ve todo, en cambio otras confesará sus limitaciones y no tiene más remedio que callarse todo lo que debe ignorar. También el tono de la historia (dramático, irónico, sentimental etc.) dependerá directamente de quien la esté relatando.
Este personaje podrá presentarse bruscamente, haciendo declaración de principios, permitiendo, y hasta exigiendo, que se conozca su personalidad enseguida. O al contrario, puede dosificar las pistas para que se le conozca de forma paulatina. Incluso puede ocultar su identidad durante muchas páginas o, como ocurre en algunos relatos cortos, no desvelarla hasta la última frase. Por otra parte, puede estar perfectamente diseñado o desdibujado de principio a fin.
Lo habitual es que lo que cuenta, cómo lo cuenta, lo que calla, la lentitud o rapidez con que aborda determinados pasajes, revele gran parte de su forma de ser por mucho que se esfuerce en ocultarla. Por su actitud respecto a lo narrado, podríamos convertirlo en: observador (impasible, interesado o apasionado), imaginativo, mitómano, didáctico, moralizante o cualquier otro que se nos ocurra.
Los puntos de vista que podemos utilizar van del narrador omnisciente –cuya perspicacia no tiene límites: puede adivinar pensamientos, intenciones, el pasado, el presente y el futuro: suele introducirse en el hilo narrativo para anticipar, matizar o expresar su opinión, incluso en la mente de los personajes mediante el estilo indirecto libre y que tiene ventajas evidentes, como dinamismo, economía narrativa, y el inconveniente de resultar escasamente verosímil–, al yo-testigo, un personaje de la acción que desvela, en primera persona, sucesos en los que juega un rol secundario o al yo-protagonista, que es como el anterior pero representando el papel estelar en la historia. Existe una omnisciencia neutral, cuando el personaje, en tercera persona, conoce todos los detalles pero no se dirige directamente al lector; una omnisciencia selectiva, cuando uno solo de los personajes controla toda la situación, y una omnisciencia multiselectiva si se cuenta lo vivido por los personajes según el criterio de cada cual y a medida que va sucediendo.
Hay dos técnicas en las que el narrador está ausente. La cámara, que proyecta la historia como si se viera reflejada en una pantalla y es tan objetiva como poco selectiva y organizada; y el modo dramático, donde el autor se esconde detrás de los personajes cuyo diálogo se presenta directamente y es lo que hace avanzar la trama. Según el tipo de historia y el objetivo que persigamos elegiremos una técnica u otra.
En cuanto a la relación con el lector, unas obras están dirigidas a un público concreto y otras no. En las novelas del siglo XX, el burgués era su único destinatario; a partir de entonces lo habitual es que no estén pensadas para nadie en particular, los autores solo pretenden expresarse y son los lectores quienes toman la decisión.
Antes de empezar un relato o novela, tienes que elegir el punto de vista y determinar las características que tendrá tu narrador. No olvides que será la voz que hable por ti y que ha de resultar creíble, parecer alguien de carne y hueso y no una marioneta que manejas a tu antojo.
¡Suerte!

jueves, 10 de noviembre de 2016

La Baronesa (IX)

Entre Catalina y yo se estableció una asimetría involuntaria. La llevé pegada a mis talones cuando nos acercábamos al taller de costura, un sótano que limitaba con el aparcamiento de la plaza. La prueba consistió en tomar medidas a la figurante que hacía las veces de clienta, inquieta ya antes de pasar al probador, manifiestamente alterada cuando la tuvo a menos de dos pasos y quejándose repetidamente de sentir el frío de sus palmas desde que aproximó a su piel la cinta métrica. No me tragué el cuento del manoseo y me presté a hacerlo en su lugar. Me ofrecieron el puesto, como no podía ser de otro modo, pero mi iniciativa solo había sido una pose. Estábamos seguras de que Henriette se negaría firmemente a que ella se ocupase de los niños.
Convertirme en la criada de la criada (nuestra patrona trabajaba de pinche en una de las desvencijadas taberna del barrio) con Catalina a mi cargo ante la imposibilidad de encontrar un trabajo para ella, no fue sencillo pero me ayudó a madurar rápidamente.
Cuando el quinto embarazo empezó a hacerse evidente conocimos a una Henriette nueva. Se sobresaltaba al menor ruido, nos despertaba ululando como una sirena y una tarde, mientras los chavales merendaban en el descampado dando patadas a un viejo neumático, descubrí que era epiléptica. Su compañero de entonces no solía servir de mucha ayuda, al contrario, disfrutaba avivando el fuego con sus berridos de borracho, pero aquel día me ayudó a estabilizarla aconsejando pacientemente sobre cada uno de los pasos a seguir. En cuanto conseguimos calmarla y acostarla, bajó a la calle y la emprendió a pedradas con los cristales de las farolas. Los vecinos se arremolinaron en los alfeizares. Antes de que se plantase allí la policía, había que salir por pies.
Joaquín Sorolla - La otra Margarita (1892)
Me di de bruces con Catalina que volvía cabizbaja de llevar el pan a los niños. En lugar de explicarle nada, le arrojé uno de los hatos de ropa y tiré de ella con todas mis fuerzas hasta que se convenció de que tenía que seguirme.
El último tren acababa de salir. Si dormíamos bajo techo, no nos quedaría gran cosa para viajar al día siguiente. En el andén había un tipo que no nos quitaba ojo, Catalina se acercó a él. Vi como la apretujaba con sus manazas y me negué a seguir vigilando. Estaba harta de hacer de ángel de la guarda. Ella sabrá donde se mete, no es la primera vez que lo hace pensé, además, ya es mayorcita, cumplió los dieciseis hace mucho tiempo.
A lo largo de esos meses, me imaginaba sacudiéndome el polvo de los zapatos minutos antes de abandonar París, una ciudad, por lo demás, tan hostil como todas con aquellos que no tienen suerte. Pero ni siquiera pude darme un gusto tan sencillo. Cuando salí, aterida, de la cabina donde me había acurrucado para dormir un par de horas, la nieve mediría más de dos palmos. Me acerqué a la taquilla contando las monedas. Odiaba con todas mis fuerzas aquella imponente blancura, toda la belleza de aquel amanecer nevado me estaba marchitando por dentro, más llevadero hubiese sido arrastrar mi precariedad –física, mental, económica – por los aledaños de lo feo, rebozarme en detritus, barrizales, escombros, muros desconchados, basura.
A Catalina no volví a verla hasta muchos años después.

(PUEDES LEER EL RESTO DE LOS EPISODIOS DE LA BARONESA, AQUÍ)
(Continuará)

domingo, 30 de octubre de 2016

Cita a ciegas

PRIMER ACTO

“Los mayores progresos de la humanidad se han obtenido a golpe de talonario. Nada es ajeno a la economía, hasta la propagación de la especie se consigue dotando al sexo débil de regalías materiales para que se avenga a reproducirse.”

-Frase polémica donde las haya, y la firma un tal Bledo. ¿Qué significa “bledo”? Objeto insignificante, ¿no? Algo que no importa nada en absoluto, nunca lo he oído en otro contexto. Eso da a entender que solo quiere polemizar, que no nada es sincero y…
-O sincera.
-¿Cómo? ¿Supones que algo así se le puede haber pasado por la cabeza a alguien del sexo femenino?
-A estas alturas, Angélica, me puedo creer cualquier cosa.
-Ya salió el pedante. Que me lleves ocho años no significa que…
-Admito que es más que probable que lo haya escrito un hombre, lo que quiero decir es que no hay que descartar nada.
Era un buen arranque para lo que, según proyectaban, sería un magnífico trabajo de campo
-¿Le harías una entrevista?
-¿Y que conseguiría con eso? Creo que, en este caso, la más indicada eres tú.
-A ver… “Bledo”. Aquí está. ¡Anda! Si es una planta, mira.
-“De tallos rastreros”. Algo rastrero sí parece el tío.
-Dijiste que era una tía.
-Para nada. Lo que dije es...


SEGUNDO ACTO

Angélica y Julio, que además de ser pareja trabajaban en el mismo periódico, habían pasado semanas buscando un tesoro oculto para utilizarlo en una investigación sociológica. Convencidos de que derribarían tópicos con su genial idea, habían llegado a planear, solo en el caso de que el reportaje llegase a tener éxito, publicarlo por extenso en forma de libro. Pero ninguno de los foros consultados (sociológicos, políticos, de género, BDSM, LGTB etc.), había producido una perla lo suficientemente polémica. Por eso ahora, tras dejarse las pestañas delante de la pantalla durante horas, echaban espuma por la boca de puro deleite. Él exhibía su trofeo, encontrado en un oscuro rincón dedicado a movimientos artísticos recientes, con el mismo orgullo que si hubiese ganado un óscar.
Ella consiguió, por fin, arrastrar al susodicho a un privado donde habían podido hablar a solas de asuntos más o menos personales. Naturalmente, le había dado un nombre supuesto, ocultaba profesión y estado civil y se había visto obligada a iniciar un discreto coqueteo. Por su parte, el tal Bledo seguía en sus trece, aferrándose a aquel absurdo apelativo y no facilitando ninguna pista sobre su verdadera identidad. Pero intercambiaron teléfonos y llegaron a hablar cinco minutos. Definitivamente, era varón.
Lo reconoció entre montones de viandantes porque, entre todos ellos, parecía el único digno de lástima: a unos diez metros del célebre Monumento a las Musas, se había encasquillado en la aglomeración de una parada de taxis sufriendo estoicamente los empujones de unos y otros sin lograr avanzar un solo paso.
Le llamó.
-Te estoy viendo. Te espero delante de la estatua. Esa acera está imposible, no pretenderás que me acerque.
-No sé qué estatua dices.
¿El monumento más aclamado de la localidad y no era capaz de dar con él? ¿De verdad era un experto en arte aquel hombre? Recordó las palabras de Julio: “No te fíes un pelo de él, hazme caso, que tú eres muy confiada.”
-La estatua a las Musas, Bledo. Conocidísima. Además, la tienes al lado, menos mal que no es un tigre.
-¿Ya me has reconocido? ¿Tan pronto? ¿Qué quieres decir con lo del tigre?


TERCER ACTO

Tras comprobar que todo un doctor en Historia del Arte era incapaz de reconocer los edificios más señeros del centro histórico, Angélica se había dejado conducir a las tascas más cochambrosas que haber puede. Había que reconocer que, de garitos, el fulano entendía, ¡vaya que sí!
Acabaron sentados en un mesón que preparaba unas raciones estupendas.
-Te recomiendo la de ensaladilla. Muy buena. Podemos compartir, si quieres.
Julio, ella, los compañeros, también eran asiduos de aquel sitio, el único recomendable de todos los que habían visitado
-No sé. A mí, lo que me gusta de aquí es la tosta de morcilla con manzana.
A Bledo le quedaban solo unas greñas que se había teñido de rubio, tenía ojos saltones y muchas venitas coloradas transparentándose en sus mejillas. Se preguntó cuántos  chatos de vino habrían caído ese día aparte de los que habían tomado juntos.
Modigliani - Jacques and Berthe Lipchitz

CUARTO ACTO

Decidió pasar al ataque. Si no preguntaba cuanto antes por el significado de la frase de marras, corría el riesgo de resbalar entre una voz cada vez más estropajosa y un estado mental mucho menos claro de lo que el otro intentaba aparentar. O lo que es lo mismo, como no espabilase no iba a sacar nada en limpio de aquello.
Su teléfono vibró, Julio le mandaba un mensaje preguntando si todo iba bien.
-Ok, ok.
Un momento poco oportuno para interrupciones. No había tiempo que perder, se daba cuenta.
-Sobre lo que comentabas en aquel foro…
-¿En el foro dices?
-Sí. Escribiste que absolutamente todos nuestros actos tienen un fundamento económico y que nosotras…
-Para, chica. ¿Te vas a poner filosófica ahora? ¡Venga ya! ¿No ves que no es el momento?
-Ya. ¿Y quién decide cuándo es el momento para algo? ¿Tú, yo, el camarero, los clientes, el limpiabotas, la mujer de los servicios?
Él masticaba ávidamente. Cuando acabó con la ensaladilla, la emprendió con la tosta, no paró hasta dejar el plato reluciente. Angélica casi se había resignado, si buscaba teorías demenciales iba a tener que inventárselas. Empezaba a plantearse si no sería buena idea acordar una retribución, aunque fuese simbólica. ¿Cuánto podría cobrar un individuo como ese por manifestar sus pensamientos más peregrinos? Sería cuestión de planteárselo, por lo que llevaba visto no le parecía que fuese a pedir un dineral.
-Ahora vengo– dijo.
Y se encaminó hacia la puerta.
Angélica creía no haber visto nunca un WC en aquella dirección. Habría jurado que en todo el local solo tenían dos, uno en el lado opuesto y otro en la planta de arriba.

QUINTO ACTO

A los tres minutos, cuando la sospecha de que el fulano la había dejado plantada comenzaba a convertirse en certeza, sonó el teléfono.
-Hola. Soy yo. Bledo.
-Lo sé. Dime.
-Mira... Es que he visto a mi ex, ¿sabes? Y me resulta muy violento volver a la mesa, no me gustaría tropezármela. En la puerta te espero. Haz el favor de pagar lo que hemos tomado y ahora mismo te lo doy ¿De acuerdo? Oye… y recoge el chubasquero que he dejado en la percha.
¿Todo tiene un fundamento económico? ¿Quedas con una contertulia de la red solo para que te invite a cenar? Bah! Angélica, aparta telarañas mentales, seguro que el pobre hombre te espera como un clavo a la salida.
Pero no estaba allí, ni en ningún otro lugar de la terraza, ni fuera, en la calle, ni en los alrededores del bar.
Se había hecho de noche. Ahora sí que tenía mala pinta aquello. Comenzó a alejarse rápidamente, casi corriendo entró en una calle lateral sin dejar de mirar a su espalda. De repente se fijó en que llevaba una parka en la mano, la más barata del mercado pero completamente nueva, y casi le da un patatús. Mientras buscaba una papelera, palpó a conciencia por todos los lados. Solo un paraguas, también recién comprado por cuatro perras, en el bolsillo derecho. Ninguna cartera, afortunadamente. Nada personal.
El teléfono vibraba en su bolsillo. Ojalá fuese Julio, se dijo, pero no iba a tener esa suerte. El tal Bledo dejó sonar el timbre hasta que se cortó solo, envió un mensaje: “Palmira, ¿por qué no sales? te estoy esperando”, luego volvió a telefonear.
Pero ella ya no era Palmira, había recuperado su personalidad y, sintiéndolo mucho, aquel era un hecho irreversible. Nunca debía haber venido, Julio lo hubiese hecho mucho mejor, al menos no tenía motivos para temer nada. ¿A cuál de los dos se le había ocurrido semejante estupidez?
Cuando se disponía a atravesar el puente atisbó, a la luz de las farolas, una figura muy parecida a Bledo. Creyó ver que trastabillaba, al borde de la barandilla, con una botella en la mano. ¿Es que a partir de ahora cualquier sombra que se me cruce me va a recordar a ese infeliz? Dio la vuelta y, sin pensarlo dos veces, se escabulló por un callejón contiguo. Le picaba la curiosidad, ¡cómo no! pero la tentación está para hacerle frente. Hay muchos motivos para hacer lo que hacemos –pensó mientras se subía las solapas–uno es el dinero, sí, otro el miedo, y por supuesto, la ambición profesional que es lo que me ha traído hasta aquí. Seguro que se me ocurren muchos otros, pero mejor seguir cavilando más tarde, cuando haya llegado a la avenida.