sábado, 30 de agosto de 2014

La encrucijada de Cronos, de Isabel Anaya Moreno (y II)


Isabel Anaya Moreno
Sobre estas cuestiones planea el pasado de los conquistadores, la encrucijada que se presentó ante ellos hace ya unos cuantos siglos. La figura de Lope de Aguirre y de su hija aparecen envueltas en una fantasmagoría efímera, deudora del realismo mágico latinoamericano. La documentación histórica junto a ciertas visiones de las protagonistas, así como ritos esotéricos de los nativos servirán para aclarar enigmas. Aunque no todos. Intuimos que por debajo de las apariencias subsiste otra realidad, paralela y cargada de misterio, que contiene la fascinación de lo inquietante y, por tanto, contribuye a aumentar la tensión, a añadir un tipo de intriga distinto en un ambiente tan cargado que, en ocasiones, se diría a punto de explotar, como si globos invisibles cargados de dinamita flotasen en el aire.

“Semioculto por los telares que adornan el altar instalado en la fachada de la iglesia, un hombre mestizo, con una cicatriz cruzando la mejilla izquierda, no se pierde detalle de la fiesta.”

Todo esto, pasado y presente, enmarcado en la omnipresente naturaleza, en esos ríos, esos desfiladeros, esos árboles y fieras, que acompañarán a los personajes en todo momento pues cuentan con vida propia en estas páginas. Se nos enfrenta a la presencia determinante del medioambiente para todos nosotros, por mucho que nos empeñemos en ignorarla. Tanto el próximo como el más alejado, porque en este planeta todos y cada uno de sus elementos se mantienen en permanente interconexión: tiempo, espacio, grupos humanos, el mundo animal, vegetal y mineral y el hombre como una especie más de esos mundos. Y esta es la principal consecuencia que puede extraerse de esta historia.

“El muchacho deja la mente en blanco y la atención en el entrecejo. Allí visualiza un poderoso jaguar. Los latidos de su corazón se hacen más lentos, la respiración apenas se le nota. Yagüire tiene que morir, al menos ritualmente, para dar vida a su tótem. Va sintiendo cómo crece su pelo, transformándose en cerdas que le cubren todo el cuerpo. Sus uñas se convierten en garras y en la boca crecen afilados colmillos. Si rugido hace que los monos agarren las lianas y escapen en tropel a otros árboles, los más alejados de la temible fiera.”

La trama se inicia cuando los padres de Victoria deciden trasladarse a Perú con la intención de poner su profesión de médicos al servicio de las gentes del lugar. Ella les acompaña, no de muy buena gana al principio, pero acabará atrapada por el embrujo de la naturaleza, el misterio del lugar, seducida por el encanto de sus gentes y por su forma de vida, implicada tanto en las incipientes relaciones amistosas y amorosas que van surgiendo como en la denuncia de los abusos y el apoyo de las justas reivindicaciones de los moradores de la región. 

Como decía, se advierte claramente el influjo del realismo mágico en las visiones que asaltan a Victoria y su amiga, aunque ellas las intentan racionalizar documentándose todo lo posible. Buscan asesores, consultan libros, es evidente el paralelismo entre el afán de los personajes por conocer la verdad y el que manifiesta la propia autora. Al lector no se le oculta el ingente trabajo de investigación que hace falta para alumbrar una obra como esta, un esfuerzo más que meritorio y que, de haberse eludido, hubiese dado lugar a un producto infinitamente más frívolo que este.

“Ante las muchachas, como en una película proyectada sobre la pared rocosa del agua, se van sucediendo escenas de una época antigua, pero con los mismos paisajes que las rodean ahora. (…) Un caballero, que responde a la descripción de Lópe de Aguirre, entra corriendo en la cabaña más grande. Allí se reúne con la muchacha de piel cobriza y ojos de color azul violeta. El hombre habla a la joven india y esta lo escucha con gestos que denotan miedo. El supuesto capitán marañón llora desesperado y, sacándose del cinto una daga, la hunde en el pecho de la muchacha mestiza, que cae muerta al instante.”

Isabel Anaya ha conseguido, no solo mostrar esa selva, sino que nos sintamos inmersos en ella, que nos encariñemos con quienes la habitan y hagamos nuestros sus problemas e ilusiones. Con Oroa, fray Fulgencio, los contrincantes Ciriaco y Yagüire, con Chole, con la hechicera Alia, el doctor Jaime Fonseca y su esposa, el comisario Gándara, Wikachole, Chuyaki, el arrepentido Facundo, pero también, nada menos que con el histórico personaje de Lope de Aguirre y su hija Elvira, que pretenden enviar un mensaje a la época presente.

Por fin, entre tanto acierto, encuentro un elemento que –a mi juicio, completamente subjetivo– lastra ligeramente el conjunto. Es el afán didáctico, excesivo quizá, sobre todo en las primeras páginas.



PRIMERA EDICIÓN 2012 – MITAD DOBLE EDICIONES – PRÓLOGO DE AUGUSTO LÓPEZ – PÁGINAS: 303

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lunes, 25 de agosto de 2014

La encrucijada de Cronos, de Isabel Anaya Moreno (I)


Toda vida está llena de encrucijadas, unas más decisivas que otras. Las que se presentan durante la primera juventud son, en general, determinantes. Esta novela juvenil plantea unas cuantas de esas encrucijadas personales, no solo las que afectan a los jóvenes protagonistas, también la mayoría de personajes adultos se encuentra, en algún punto de la trama, con un sendero que se bifurca y, lo quiera o no, habrá de tomar partido. El dilema moral es, pues, una constante en La encrucijada de Cronos, pero el título se refiere a otra, a la que, como claramente explicita tuvo lugar en algún momento de la historia y que afectará, no a uno u otro de los personajes del reparto sino a la sociedad entera, de Perú, país donde se desarrolla la mayor parte de la acción, del mundo entero y a las generaciones que vengan después.
Un relato extraordinariamente comprometido, que pretende alertar –a todos pero sobre todo a los más jóvenes- sobre cuestiones de las que suele hablarse a la ligera, con poco conocimiento de causa como si se tratase de un asunto intrascendente más, un tema más de conversación que se ha puesto de moda, eso sí, pero solo para amenizar las reuniones en estas últimas décadas. Nos adentramos en lo más intrincado de la selva amazónica. Se nos inicia en los misterios de sus hechiceros, nos implicamos en sus problemas, esa angustia de indígenas y occidentales establecidos allí que sufren por la inminente destrucción de esos hermosos parajes y, con ello, la desaparición de un modo de vida, de su libertad y sus fuentes de abastecimiento. En otros sitios, ajenos a ese drama, nos encontramos todos los demás, inmersos en otros asuntos, paisajes urbanos, problemáticas que nos parecen acuciantes sin sospechar que si se agotan los caudales de la vida nada de lo que tenemos ahora será posible en un futuro más o menos próximo.


“En la cabaña de la ceiba hay una actividad frenética: los pequeños indios bajan e improvisan utensilios, herramientas, armas de cañas o de cualquier materia de la selva. Simulan cazar y vuelven a subir a la chocita con un animal imaginario, que puede ser una piedra o resto de maleza. Una vez arriba, lo cocinan y se lo comen con otros compañeros.”


Es necesario prestar atención a esta obra porque pone opone entre sí varios mundos, y no en un solo ámbito sino en varios. El físico y el mental, el pasado con el presente, las sociedades indígenas del Perú con las prosperas y tecnológicas de Occidente, jóvenes frente a adultos, la actitud vital solidaria y próspera con el materialismo y afán de lucro a ultranza. De ello resulta un producto más complejo de lo que parece a primera vista, en el que se alternan varias tramas: las amorosas, el contencioso entre nativos y empresas petroleras, la convivencia de aquellos con los voluntarios europeos, la proyección en el presente de ciertos sucesos ocurridos durante la conquista, la progresiva construcción de una amistad, el conflicto generacional, la conciencia ecológica y unos intereses opuestos a ella que se relacionan, más o menos directamente, con la delincuencia organizada amparada por la permisividad de los poderes corruptos, la actitud traidora de uno de los religiosos para inclinar la balanza del lado de las multinacionales por simple y pura codicia, el compromiso solidario, el rito iniciático de los jóvenes antes de encontrar su espacio, la cadena de decisiones que condicionarán el futuro de unos y otros. Y será Victoria, la joven malagueña que hubo de abandonar su hábitat de siempre obligada por sus padres, quien se convertirá gracias a su carismática personalidad en el eje central de todo cuanto ocurre.

(Continuará)

PRIMERA EDICIÓN 2012 – MITAD DOBLE EDICIONES – PRÓLOGO DE AUGUSTO LÓPEZ – PÁGINAS: 303
PARA SOLICITAR EJEMPLARES O CONTACTAR CON LA AUTORA: https://www.facebook.com/isabel.anaya.355


miércoles, 20 de agosto de 2014

La jaula dorada (La cage dorée) - 2013



 
No hace mucho descubrí que aquellas leyendas ancestrales –más tarde convertidas en cuentos infantiles que muchos consumimos junto a productos mucho más modernos, pretendidamente más adultos, y que no eran ni una cosa ni otra– descubrí, decía, que eran infinitamente más sabios de lo que parecía dar a entender su estatus pretendidamente infantiloide. El mundo se dividía en buenos y malos, existía un héroe salvador, una princesa a quien salvar (bueno, esto es una reminiscencia del machismo monárquico de entonces, quitémosles referencias tanto a sexo como a jerarquías y se queda en individuo mondo y lirondo), un dragón que impedía encontrar el tesoro. ¡Un tesoro! efectivamente, obstáculos naturales: mares, montañas, huracanes, lluvias ardientes, pero también episodios en los que la naturaleza se vuelve protectora en forma de grutas que ocultan, acogedores osos que abrazan al aterido cuerpo que sucumbe en la nieve, brotes gigantescos que nos pueden elevar hasta las nubes…
Esas fábulas, cuya sabiduría ignoramos según fuimos creciendo, sobre todo desde que pudimos acceder a obras de primera fila, a la literatura en toda su dimensión, mucho más complejas y menos ingenuas, elementales, lineales y toscas que aquellos primeros cuentos, relegados ya al rincón más polvoriento de nuestra memoria.

Muchas vueltas hubo de dar la vida para que advirtiera que si un relato es sabio, si nos habla de nosotros, si nace de las  más recónditas profundidades humanas, lo es por los siglos de los siglos. Lo haya escrito Coetzee, Homero o Kafka, provenga de los corrillos de campesinos acurrucados junto al fuego en días de lluvia o lo haya concebido en la soledad de su escritorio el catedrático más eminente.

Siempre han existido (y existirán) ogros prepotentes, brujas malvadas de ambos sexos que envenenan manzanas o elaboran pócimas de dudoso contenido, castillos tenebrosos, sastrecillos valientes, azarosos viajes por procelosos océanos, corceles alados, calabozos lóbregos, cofres del tesoro, paraísos repletos de prodigios, gnomos, hadas, avaros (y avaras) reyes midas, sospechosos videntes amparados en sus bolas de cristal. Si enfocamos bien la mirada, podríamos percibir incluso la fina línea –no por fina menos real– que separa los buenos de los malos. El mundo es, probablemente, mucho más maniqueo de lo que estamos dispuestos a creer en esta era nuestra, en este siglo XXI de la técnica y los inabarcables avances.

¿No conocéis a ningún pulgarcito, a ningún enano del bosque o a la última mujer de barba azul? En realidad, los hay a millares. En ellos, y en ese maniqueísmo tan indiscutible como anacrónico en apariencia, he pensado desde que vi esta película.
También La jaula dorada es una especie de parábola, laica por supuesto y situada en la época actual. Encantadora, es cierto, pero con un trasfondo más crítico y menos amable de lo que aparenta a primera vista.
 
¿Gente sencilla, crédula, eficiente y convencida de su eficacia, abnegada, sin doble fondo ni maldad? Cuando aparecen en el film, les reconocemos pues, aunque ocultos en lo más recóndito, todavía quedan unos cuantos. Gente que un día se lleva un chasco, que cae en la cuenta que no todo es tan justo como pensaban, que les han estado engañando, abusando de ellos siempre que era posible y si venían mal dadas dorándoles la píldora, con intenciones aviesas, exprimiéndoles, tratando de sacar tajada, sin interés alguno en su bienestar, ignorándoles, despreciándoles, fingiendo una amabilidad inexistente. No puede faltar la subtrama romántica, con pareja de distinto extracto social al estilo de West Side Story, aunque bastante convincente y con su propio peso específico en el conjunto de la historia.

Otro aspecto de interés es el repaso a los tipos sociales, que no se reduce a meros arquetipos: hasta el más secundario presenta un esbozo de personalidad. Bajo el pretexto de la casa de vecinos, van apareciendo diferentes especímenes de los más diversos extractos. El barrio, la portería, los chismes de vecindad, siempre han dado mucho juego, sobre todo cuando un guión sencillo y convincente cuenta con interpretaciones tan soberbias. Junto a la convivencia y los niveles socioeconómicos, aparecen cuestiones como la inmigración o el ascenso meteórico, todo bien sazonado de hipocresía, complicidad y conflictos diversos para lograr una comedia costumbrista tan verosímil como coherente y, a pesar de presentar huellas del más diverso pelaje, con un sello particular procedente de su inspiración autobiográfica.
 ·         Año: 2013

·         Duración: 90 minutos

·         País: Francia, Portugal

·         Director: Ruben Alves

·         Guión: Ruben Alves, Hugo Gélin, Jean-André Yerles

·         Fotografía : André Szankowski

·         Reparto : Rita Blanco, Joaquim de Almeida, Roland Giraud, Chantal Lauby, Barbara Cabrita, Lannick Gautry, Maria Vieira, Jacqueline Colorado, Jean-Pierre Martins, Alex Alves Pereira, Sergio Da Silva.

·         Género: Comedia

viernes, 15 de agosto de 2014

Mil veces buenas noches -Tusen ganger god natt (A Thousand Times Goodnight) - 2013


Las actuales generaciones, al haber nacido en una civilización mecanizada, nos hemos acostumbrado a estirar el brazo y servirnos. No solemos tener en cuenta que el proceso necesario hasta tener a nuestro alcance el producto, cualquiera que este sea, puede resultar largo y costoso, a veces heroico, es posible que, incluso, exija un sacrificio enorme.
Y no hablo solo de productos de primera necesidad. Al menos en sentido estricto. Porque imprescindible es para nosotros, aunque no nos demos mucha cuenta, la información transmitida puntualmente y a velocidad de vértigo, prácticamente a la vez que se produce. Me pregunto qué sería del mundo tal como lo conocemos si, de repente, desaparecieran todos los canales de noticias. Indudablemente, la civilización sufriría un cataclismo, todos nos sentiríamos extraños, desorientados, nos faltaría algo tan básico como el alimento físico. Porque esos nutrientes intelectuales que consumimos en cantidades ingentes sin apenas reparar en ello nos resultan hoy día tan indispensables como el aire o el pan.
He visto esta película hace un par de días. Podría definirla de varias maneras, pero si elijo lo primero que me viene a la cabeza, diré que me ha parecido desazonante. Supongo que esta será una impresión bastante común, pero en mi caso se incrementa porque estoy leyendo –nada menos– Gomorra, de Roberto Saviano. A primera vista película y libro no tienen mucho que ver ¿verdad?. Pero si pensamos de qué modo un reportero de guerra tiene condicionada su vida, siempre jugándose el pellejo, actuando con toda su sangre fría cada vez que tiene ocasión, colocándose muchas veces en primera fila del horror, y luego imaginamos de qué forma ha podido obtener información privilegiada alguien a quien la mafia napolitana ha amenazado de muerte, y cómo han de transcurrir sus días una vez emitida esa sentencia, comprenderemos que la piel que envuelve a unos y otros ha de tener necesariamente una consistencia similar.
Precisamente, a causa del exhaustivo reportaje que es Gomorra, cuando me senté a ver Mil veces buenas noches, tenía el fondo de los ojos repleto de imágenes terribles. Y así, con el ánimo encogido, me mantuve hasta el fotograma final. Cierto que todos hemos visto películas mil veces más duras, más crueles, inhumanas, angustiosas, terroríficas, lo que sea. En cambio, el mecanismo que conmueve –más bien conmociona– de esta historia es la intrincada mezcolanza de sentimientos sinceros y violencia, de amor e insensibilidad. Constantemente. Con tanta rapidez que apabulla. Sangre y flores, armas de fuego y cafeteras, calor de hogar y campamentos de refugiados, en un totum revolutum que no tiene ninguna intención de darnos tregua.
No voy a desvelar el argumento. No es mi costumbre, a no ser que me interese destacar algo de él. Y si prescindimos del relato tampoco hay mucho más que decir. Destacaré, sí, la sublime actuación de Juliette Binoche así como el impecable desarrollo argumental. Tuve algún presentimiento, me pareció a punto de decaer en un par de ocasiones, pero me estaba adelantando a la trama, previendo derroteros mucho más trillados que no llegaron a concretarse. Al contrario, lo que ocurría en la pantalla era tan verosímil como imprevisible, tan innegablemente real y humano que no tuve otro  remedio que dejarme atrapar.
Y como la perfección no existe, ahora viene el inevitable pero, el elemento que diluye un poco esa casi omnipresente sensación de realidad. Se trata de la edad de los protagonistas. Sí, hay muchas parejas de edades diferentes. Incluso con hijos en común. Hasta puede ocurrir que la mayor sea ella. Pero el espectador –o sea, yo– no consigue quitar de su cabeza esa combinación de actriz consagrada y madura a la que –como homenaje a tantos años de dedicación profesional o vaya usted a saber por qué– se embute en papeles juveniles y a la que, por tanto, hay que buscar un partenaire acorde con la edad adjudicada. Lo hemos visto, sobre todo, en galanes maduros, como Kevin Costner, Richard Gere o Robert Redford. Pero el fenómeno también se produce en mujeres, siempre que hayan adquirido suficiente popularidad. ¡Qué lástima! Un error tan burdo en un artefacto tan complejo y completo, que consigue abordar tantas cuestiones palpitantes y diversas: injusticia, violencia, vida de pareja, familia, educación de los hijos, hambre en África, nomadismo, vocación, emancipación de la mujer, adolescencia…
 
Podría seguir.
 
*Año: 2013
*Duración: 117 minutos
*País: Noruega, Irlanda, Suecia
*Director: Erik Poppe
*Guión: Erik Poppe, Harald Rosenlow-Eeg
*Música: Armand Amar
*Fotografía: John Christian Rosenlund
*Reparto: Juliette Binoche, Nicolaj Coster-Waldau, Maria Doyle Kennedy, Larry Mullen Jr., Mireille Darc, Lauryn Canny, Adrianna Cramer Curtis, Mads Ousdal
*Género: Drama
*Premios: Festival de Montreal 2013

domingo, 10 de agosto de 2014

Mi tierra (Né quelque part) - 2013

 
Los vaivenes de la cultura. Respuesta de creadores y público a los avatares históricos. Tengo la sensación –desde luego, completamente personal y subjetiva–de que el último período testimonial del cine tuvo lugar hace décadas. Se desarrolló, quizá, paralelamente a la experimentación formal, luego fue sustituido por un periodo mucho más frívolo, desenfadado y consumista. La reflexión se mantenía en el cine asiático, el africano, el latinoamericano, en una minoritaria producción europea y algún residuo norteamericano quizá más extenso en Canadá. Por supuesto, todas las líneas coexisten, nada desaparece del todo, pero hablo de predominio de tendencias.
Por fin, hemos vuelto a mirarnos al espejo. El cine testimonial ha regresado, incluso, parece, va adquiriendo la pujanza de otrora. Esta vez no parece tener ganas de embarcarse en experimentos, la herencia de producciones lineales, de los films de consumo fácil que han inundado las pantallas desde hace lustros, pesa demasiado en el inconsciente colectivo. Para bien o para mal, la moda de embarcarse en aventuras formalistas ya paso.
 
Hace unos meses, repusieron Mi tierra en un Cine Club cercano. Cuando yo la vi, hacía tiempo que había salido de las salas comerciales en las que se había estrenado hacía apenas seis meses. No sé durante cuánto tiempo la exhibieron, muy poco en cualquier caso. Este tipo de cine sigue reservado a minorías. Por fortuna, ni siquiera se molestan en doblarlo. Como siempre, en realidad. La diferencia con épocas recientes, si es que la hay, estaría en que esta minoría va en aumento, en que los rodajes que imprimen un sello personal –al margen de modas, sin ninguna expectativa de ganancia, realizados igual que se emite un grito de rabia o se da un puñetazo a la mesa– parecen estar multiplicándose.
 
Siempre hay un síntoma, un descubrimiento. Llamémosle una toma de conciencia. Me consta que la expresión está pasada de moda, quizá sea hora de recuperarla, no lo sé. En este caso lo que desencadena la explosión de rebeldía es la constatación de que se han creado dos mundos separados por una frontera muy frágil. De que pertenecer a uno o a otro es simple cuestión de suerte y de que, en ciertos casos, basta dar un mal paso para caer de bruces al abismo. Que no es tan sencillo regresar una vez se ha traspasado la frontera, que muchos deberán asumir su destino sin ningún atisbo de vuelta atrás, y que otros se quedarán siempre allí, en el horror, y que este seguirá existiendo durante mucho tiempo, pues por mucho que miremos el horizonte no se vislumbra ningún indicio de cambio.
Eso que hemos dado en llamar Occidente está plagado de defectos y, según parece, estamos yendo a peor. También es cierto que aún contiene suficientes elementos para dotar de esperanza a una vida. A muchas. No a todas, por desgracia. Pero al otro lado de ese muro invisible, el panorama que la gente tiene ante sus ojos solo puede calificarse de terrorífico, el futuro no existe, su destino es la desesperación más absoluta. No existen las medidas higiénicas, la sanidad está en mantillas, se encuentran a merced de las plagas, resulta imposible acceder a la cultura, la libertad es una palabra vacía porque los integrismos han arrasado los espacios comunes, las guerras asolan el territorio, la infancia es mero tránsito hacia la muerte, una sala de espera en la que se mendiga en la calle, se juega a ser soldado o se padecen trabajos extenuantes por un sueldo de miseria. Condiciones que, una a una, o todas a la vez, impulsan a la gente a escapar, la arrastran hacia el borde de la nada, hacia la muerte en pateras, o en verjas electrificadas, hacia una angustiosa y desgraciada huida para ser, en demasiadas ocasiones, reportados al poco tiempo.
 
Farid, el personaje principal de esta cinta, tuvo más suerte. El había adquirido el privilegio de residir en la parte habitable del planeta. Cayó por casualidad al otro lado y se libró por muy poco de quedar atrapado allí. Por fin, en un desenlace con demasiadas concesiones para mi gusto, logra aclarar el embrollo, demostrar su verdadera identidad. Otro guión que acaba bien, pero la pantalla es una cosa y la vida otra mucho menos previsible.
 
El relato está irreprochablemente construido, repleto de guiños cómplices, de simpatía a raudales, pero el humor contiene grandes dosis de ironía y no se excluyen las sombras que arrojan esas luces. Contemplamos una Argelia que no es, precisamente, una sucursal del país galo, piensen lo que piensen quienes viven en él. Y lo hacemos por medio de los alucinados ojos de Farid, el joven que viajó al país de sus ancestros para resolver una cuestión administrativa y se encontró atrapado en una ratonera.
 
Un casting perfecto, actuaciones impecables, una escenografía correcta convierten a esta película en un producto lleno de virtudes, uno más que el gran público se habrá perdido sin saberlo. Y es una pena, porque este tipo de relatos es lo único que tenemos, lo auténtico y sincero, lo que, al margen de interesados cantos de sirena, construye nuestra realidad, la de unos y la de otros, porque los detalles son lo de menos, lo que importa es la frustración, la incomunicación, el deseo de prosperar, el apego a las raíces, la solidaridad, la rebeldía, la desorientación, la impotencia, la ilusión, los  descubrimientos. Y esas son experiencias que todos tenemos en común.
 
La fuente en que bebe el argumento no es otra que la memoria del director. “En el año 2005 mi padre enfermó y me di cuenta que nunca podría disfrutar de esa casa con él. Así que me fui a Argelia con mis padres, mis dos hermanos y una de mis hermanas. Para mí fue como volver a mi patria, después de 21 años de ausencia. Cuando vi a mis primos me pregunté: ¿Y si mi padre se hubiera quedado aquí? ¿Y si hubiera nacido aquí? ¿Cuál sería mi vida sin escuela, cine, algo? La historia se desarrolló alrededor de eso".
No se trata de una historia coral, su protagonista está perfectamente definido. Sin embargo, me resisto a llamarle así porque la fuerza del resto del reparto es tal que consigue hacer girar la rueda argumental, desarrollar hechos, producir desencadenantes. En una palabra, hacer avanzar el vehículo fílmico hasta un desenlace que, por  demasiado previsible, empaña un poco el conjunto.
 
*Título original: Né quelque part
*Año: 2013
*Duración: 87 minutos
*País: Francia-Argelia
*Director: Mohamed Hamidi
*Guión: Alain-Michel Blanc, Mohamed Hamidi
*Música: Gigi Akota
*Fotografía: Alex Lamarque
*Reparto: Tewfik Jallab, Jamel Debbouze, Fatsah Boullamed, Abdelkader Secteur, Malik Bentalha, Fehd Benchemsi, Mourad Zaoui
*Género: Comedia dramática
 
 

martes, 5 de agosto de 2014

Don Rufo bufa. Canícula feroz (y III)


VERANEANTE: ¿Y quieren que el personal mire hacia África con el calor que hace por allí? Ni pensarlo. ¡En pleno verano! A mí denme botijos, abanicos, una bota llena de sangría bien fresquita y una corrida de toros de vez en cuando. ¿Solidaridad? ¿Y eso con qué se come?
PEPITO GRILLO: (Pero lo de las vallas es que clama al cielo)

V: Aún así, no voy a dejar que me despierten. Oficialmente, hasta septiembre duermo el sueño de los currantes. Después, ya veremos. Tampoco tengo ganas de complicarme demasiado la neurona.
P: (La única que tienes)

V: Ahí le has dado. No tengo más que una y tampoco es cuestión de sobrecargarla.
P: (Bueno, bueno. Al menos, ¿me dejas que te cuente una historia?)

V: Mira que estás pesado. Sí me va a hacer pensar ¡NO!
P: (No es más que un cuento infantil, facilón, para pasar el rato. ¿No dices nada? Bien. El que calla, otorga.)

“Había una vez tres cerditos que correteaban felices por el campo. Andaban un poco despistados, todavía eran jóvenes y no tenían conciencia del peligro. Pero corría toda clase de rumores y empezaron a sentir miedo, además, el otoño andaba cerca y las noches cada vez eran más frías.
El primer cerdito construyó rápidamente una cabaña de plástico. Era muy fina, y oscilaba al menor soplo de viento, pero él tenía conciencia ecológica. Como también era pobre, no podía pagar ningún material de construcción. Pero eso no le parecía un inconveniente. Siempre había sido confiado, incapaz de apreciar la malicia, y, por tanto, estaba convencido de que con aquello sería suficiente, De paso, aprovecharía los residuos sólidos evitando así que fueran a parar al subsuelo contaminando el medio ambiente.

El segundo, era un cerdito habilidoso y con ciertas facultades artísticas. Para él, construirse una vivienda era sobre todo un medio de expresión, no se planteó nada más. Edificó un conjunto de cubos, unidos solo por las aristas, que dejaban entre ellos huecos cúbicos de igual medida por los que pasaba el aire produciendo una melodía cambiante. El resultado fue una torre quebrada, cuya silueta recordaba a un signo de interrogación, con las paredes construidas a base de latas de refresco ingeniosamente unidas por un sistema de alambres que eliminaba el efecto de contracciones y dilataciones producidas por los cambios de estación.
El último cerdito era mucho más próspero que los otros. No tenía conciencia ecológica ni inquietudes artísticas, pero sí un gran sentido práctico. Sin reparar en gastos, contrató a un buen arquitecto y a un excelente equipo de albañiles que, tras adquirir los mejores materiales, trabajó escrupulosamente. El resultado fue una vivienda algo insulsa, pero tan sólida y práctica como su propietario había exigido  a los técnicos.

La tienda de campaña del primer cerdito se fue al garete ese otoño con el primer soplo de viento, pero aquello no supuso un gran problema. Le recogió el cerdito mediano y, hasta enero, vivieron juntos en su artefacto, tan luminoso, por cierto, que se había hecho popular en toda la comarca convirtiéndose, incluso, en una especie de faro terrestre que servía de orientación a los caminantes que andaban perdidos. Sin embargo, cuando empezó a helar el metal disminuyó drásticamente la temperatura interior y ambos quedaron agarrotados y por tanto incapaces de moverse. Los vecinos dieron la voz, llegaron los bomberos, consiguieron rescatarles y muy pronto los servicios de urgencias les pusieron en forma otra vez. Pero el ayuntamiento decidió derribar la hermosa torre por no reunir condiciones de habitabilidad y, aunque no les hacía mucha gracia, se encontraron agitando el aldabón de bronce que el hermano mayor había colocado en su puerta.
Desde los más profundo de la vivienda, se escuchó una voz cavernosa:

-Fuera de aquí, cerditos infames. Con el tiempo, os habéis convertido en unos haraganes malolientes. De tanto tomar el sol os habéis puesto muy oscuros, el frío os ha erizado el pelo y, probablemente, algún rayo de las tormentas pasadas os ha chamuscado las ideas. Ya no os parecéis a mí. Me dais tanto asco que ni siquiera voy a molestarme en echaros de aquí. Llamaré a la policía para que os muela a palos si no me dejáis en paz.” 
V: Pero ¿qué patraña me estás contando? ¿Con esto quieres que me olvide del calor, con un cuento pueril, archiconocido y más pasado de moda que el tergal? Por no ser, ni siquiera es postmoderno: ¿no ves que es completamente lineal, que con esa moraleja antiestética no hay por donde cogerlo?

P: (Vale, vale. Deja de acribillarme con toda la artillería y dame la ocasión de defenderme. Dices que es infantil, que es manido, pero no más que toda la telebasura que te tragas. En cuanto a la moraleja, usas ese término porque afecta a otros, si lo que cuento te estuviese ocurriendo a ti, lo defenderías como reivindicación legítima, causa justa o cualquier otro sinónimo.)
(Y ahora cierro el telón)