lunes, 5 de septiembre de 2016

El arte de narrar 1: Inspírate

Esta es la segunda entrega de unas recomendaciones para autores novatos que abordará conceptos básicos unas veces olvidados y otras no tenidos en cuenta. Por tanto, le pueden servir a todo el mundo. Obviamente, el arte de contar historias (o contar historias con arte) no es un universo cerrado ni un problema de matemáticas cuyo resultado ha de ser 536,8 y, lo mires por donde lo mires, no hay más. Aquí no, el objetivo de esto no es solo construir un maravilloso argumento ni ser más ingenioso que nadie, como parecen creer algunos autores (muy) modernos, sino rozar con los dedos algo tan etéreo e indefinido como la perfección literaria. Es lo que tenemos que intentar –nunca llegaremos muy lejos si no nos proponemos las metas más altas– primero, poco a poco, con argumentos sencillos y formatos de extensión reducida, más tarde, y según vayamos adquiriendo pericia, podremos ser más ambiciosos. Pero si has escrito ya diez novelas y lo que vas a leer no es nuevo para ti tampoco te hará daño reflexionar otra vez sobre ello. Incluso a los lectores puros, a esos que jamás han emborronado una cuartilla, visitar alguna vez la cocina literaria, con su aparataje, ingredientes y utensilios, les puede resultar de lo más curioso.
Desde que existe, la especie humana ha sentido la necesidad de narrar. Lo hacemos constantemente, y casi sin darnos cuenta: refiriendo lo ocurrido, lo que, suponemos, va a ocurrir, manifestando deseos y hasta dejando volar la fantasía. Me refiero al lenguaje oral y cotidiano, pero ¿qué es narrar con arte? ¿dónde reside el secreto de la belleza?
Nicolas Poussin - La inspiración del poeta (Louvre)
La respuesta es: en ningún sitio y en todos. Igual que una flor natural no se construye pétalo a pétalo, o que a base de combinar brazos, cabeza, venas e hígado, nadie ha podido dar vida a ningún frankestein, la buena obra literaria no consiste en la suma de sus partes. Necesita algo más, un poderoso aliento de vida, cuya presencia le infunde ese poder, un hálito misterioso, desconocido, que es donde reside la auténtica excelencia. Queda claro, pues, que es imposible elaborar un recetario con fórmulas mágicas que nos conviertan en genios de la literatura, pero sí desvelaré el que, para mí, es componente imprescindible, el que no puede faltar en el conciencia del que escribe ni en el fondo y forma de cualquier obra que merezca la pena y, sin embargo, no encontrareis en ningún manual: la pasión. Por la vida, por el arte y, sobre todo, por las historias.
Damos esta pasión por supuesta. Ahora es preciso encontrar, dentro de nosotros, los  otros dos factores que cimentarán nuestra futura obra maestra: inspiración y trabajo. El segundo todo el mundo sabe en qué consiste, pero ¿qué es eso de la inspiración? ¿ de verdad existe o no es más que un invento de los artistas?
Personalmente ¡cómo no! apuesto por su existencia. Todo creador la siente de vez en cuando, de ahí que el término no nos haya abandonado desde el inicio de las civilizaciones o cuando el arte encontró su lugar en el mundo. La tradición ha atribuido a los dioses el poder de otorgarla a unos cuantos elegidos y no la ha cuestionado jamás, pero desde  1850, con Freud y el descubrimiento del subconsciente –o sea, desde anteayer– existe un gran escepticismo al respecto. Nadie ha conseguido todavía demostrar su presencia, averiguar su naturaleza o establecer sus límites.
Pero, la experiencia, como el algodón, no engaña y ¿quién no ha sentido su chispazo alguna vez? Estoy convencida de que hasta el individuo más prosaico ha tenido una idea genial, sin pretenderlo, en algún momento de su vida. Suele tratarse de un material breve y efímero: una frase, una visión, un recuerdo. Se ha dicho que si se hubieran conservado solo los primeros versos de la lírica, la historia de la poesía se habría ahorrado mucha palabrería gratuita. La inspiración es, pues, un instrumento escaso que cada autor debe analizar, elaborar, dar forma, y que suele presentarse, más que como solución, como generadora de diversos problemas. A partir de ahí, las facultades humanas –voluntad, razón, fantasía etc.– se aliarán para sacar adelante el proyecto artístico.
El escritor novel confía en esas iluminaciones ocasionales, descubrimientos que propicia la fortuna, hasta que comprende que son bienes escasísimos. Es un error pensar que la labor artesanal no puede mejorar los frutos de la inspiración. Una vez aparecido el soplo inspirador, el artista debe reelaborar lo que sea necesario, adaptarlo a sus objetivos y a las características del conjunto de su obra. Y ahí es donde introduciremos el factor trabajo del que hablaba más arriba: a  partir de entonces, nos dedicaremos forzosamente a adquirir una técnica si queremos continuar escribiendo. Me consta que el manejo de un material tan delicado puede provocar temor pero debemos tener claro que solo aquél que consigue moldear lo que ha surgido espontáneamente conseguirá, mediante el dominio de su técnica, elaborar valiosos productos. El pulimento de la prosa, la consecución de un estilo propio, entre otros, son valores mucho más estables que la espera eterna de un azaroso hallazgo ocasional. La búsqueda de originalidad dará paso a una permanente escucha de la propia voz; la maestría por sí misma será, en adelante, capaz de realizar obras de mérito y esto produce en el escritor que ha alcanzado la madurez en su oficio una impagable tranquilidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Explícate: