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sábado, 18 de julio de 2020

La Bertiada (Novela por entregas) - Episodio IV

(Ver lo publicado anteriormente)

En los diez o doce metros que me separan de la pista transportadora, intento aplacar esta tensión. Los sensores no deberían detectarla, ignoro lo que puede ocurrir en ese caso y eso significa que no sé nada de nada, o lo que es lo mismo, soy una moribunda. Desde luego, no auguraría nada bueno ni para él ni para mí. Él por la audacia de hablarme, yo por mostrarme receptiva a sus palabras.

Sé que este contacto no es personal sino político: por algún motivo, él ha supuesto que su mensaje no caerá en saco roto. Y creo que ha sido así, no por la persona elegida –tanto da quién sea, yo o cualquier otro– sino por la elección cuidadosa de los significantes. Ahora que has completado la frase, sé lo que quieres decir y, como cualquiera que haya nacido en este siglo, comprendo que tienes razón, que habría que hacer algo aunque siempre con muchísima cautela. Yo, desde luego, no me siento capaz, nunca he sido una heroína, solo una profesional común y corriente, madre de familia y esposa, aunque estos dos últimos roles los ejerzo cada vez menos. Ya hemos procreado en la cantidad y calidad esperadas, después educamos a nuestros hijos para que se integren, convenientemente adiestrados, en esa sociedad que los espera. A partir de ahí, cada uno tiene que ir por su lado, mantener un contacto mucho menos estrecho. Son las normas.
Si el hombre de la sonrisa espera una respuesta por mi parte, acabará decepcionándose y eligiendo a cualquier otro. Lo habrá intentado más veces, unos habrán aceptado el reto y otros, como yo, se habrán mantenido a distancia. Supongo que será el reclutador de alguna célula revolucionaria. Son cosas que se comentan, incluso hay películas sobre esos seres misteriosos que siempre acaban derrotados. Fantaseo con esta idea, que me parece seductora y estimulante, hasta que estoy sentada en mi puesto. Ahora que las yemas de mis dedos han de pulsar las teclas y mi pupila concentrarse en la pantalla tengo que dejar mi mente en blanco, enviar mis sensaciones al rincón más alejado de mi consciencia. Sin entender muy bien por qué, no me cabe duda de que sería peligroso que me delatase ante los algoritmos.
A la hora de la Convivencia observo a mis compañeros. Se comportan como siempre, su estado de ánimo es plano, nunca son efusivos, no expresan alegría, enfado, dolor, ni siquiera aburrimiento. Un día tras otro, escucho los mismos comentarios, jamás están en desacuerdo, parecen ciborgs y quizá lo sean. Pienso que, junto a mi familia y al Controlador-Que-Me-Sonrió-Una-Sola-Vez, puedo ser uno de los últimos humanos de este mundo, entonces experimento un vértigo salvaje que oscila entre el gozo y el pánico.
Luego viajo y viajo, sobre todo con la mente. Vuelvo a casa, procuro dejar activos el menor número de sensores posible, prescindir de esas bebidas homologadas que tanto influyen en mi estado de ánimo, de lociones y colirios, que aparecen en la Plataforma de Acceso por gentileza de algunas empresas sin que nadie los haya encargado, seleccionar mejor los alimentos. Y, lo más importante, requiero la presencia de mi hijo. “Mira chaval, si no te dan tiempo suficiente para llevar a cabo lo que te piden, protesta, pero tienes que ver a tu madre, con la que vives, al menos un rato todos los días”. Va a ser difícil lograr mi propósito: esta generación no tiene idea de lo que significa protestar, están absolutamente entregados al Sistema. Pero puedo provocar ese instinto, latente en la especie y que no puede haber desaparecido tan pronto, instalándole en el conflicto: yo exijo una cosa y tus superiores la contraria, a alguno de los dos has de oponerte, y una vez hayas aprendido cómo se hace, ya solo tienes que elegir. No lo va a tener fácil, pero entiendo que eso es educar. Me doy cuenta también de que, a mi modo y aunque él nunca llegue a saberlo, estoy reaccionando al mensaje de Sonrisa Única. Y que esto es solo el comienzo, porque Jaime y Medea no se van a librar tan fácilmente de mí. Ese Gran Propósito, quienquiera que sea, va a tener que pelear duramente si de verdad pretende separar a mi familia. Por mi parte, no tengo ninguna intención de rendirme.

3

Este sol deslumbrante no ilumina nada. Voy y vuelvo del trabajo bajo su foco, dejándome inundar –¡qué remedio!–  por las imágenes que emite el mono-tranvía, por la publicidad animada que nos rodea, por la omnipresente música ambiental. El martilleo de las sienes es tan rutinario que apenas lo noto, incluso, y a pesar de él, siento alegría porque ayer conseguí que Tarsi bajase a verme. ¿Cuánto hacía que no nos veíamos? Calculo que unos tres meses y me asombro, casi me asusto, al comprobar que han pasado sin apenas darme cuenta y que mientras tanto el chico ha dado un buen estirón.
Solo al comprender lo preocupada que estaba accedió a abandonar un rato la tarea. Cenamos juntos anoche, me explicó sus éxitos con mucho más detalle que lo hace a través de la Luna-Exprés. Lo noté algo pálido, pero saludable y muy contento, incluso se dejó abrazar.
-Estás rara, madre –repetía.
-Mmm, es que te echo de menos.
-¿Por qué? Nos vemos todos los días. Es normal que tenga más responsabilidades y esté más atareado que cuando era pequeño.
Verse a través de una pantalla no es lo mismo que compartir espacio, lo pienso y estoy a punto de callármelo. No querría discutir con él.
-Tarsi, eres muy joven para decidir por ti mismo lo que es normal y lo que no, –bajé la voz– para hacerlo se necesitan referencias. A mí, que soy más vieja, verte cada día a través de una pantalla no me parece tan lógico. Tenemos que reunirnos cada noche  diez minutos como mínimo. También podríamos salir de vez en cuando a divertirnos, ¿te apetece?
Se ruboriza:
-Ya soy mayor, madre.
Lo encuentro tan reacio que ni me atrevo a plantear el asunto de su padre y su hermana. Si consigo establecer esa rutina de diez, veinte minutos, ya tendré tiempo de insistir.
Y otra vez estoy en la cola.

-Soy yo, ¿me reconoces?

(Continuará)

miércoles, 8 de julio de 2020

Y entonces dejó de llover (Relato apocalíptico)




Lo primero que echamos en falta fue el maná, esos panecillos crujientes, con un regusto dulce, que caían en láminas finas al amanecer y en el ocaso. Los propietarios de aquellos enormes depósitos que los acumulaban y conservaban  calientes para luego distribuirlos a precio de oro se arruinaron y, a su vez, tuvieron que pagar por el alimento.
Después, se secó el agua de los depósitos, mirábamos al cielo pero no volvió a caer ni una gota. Agonizámos junto a los acaudalados constructores de las cisternas, que no solo habían perdido la fortuna acumulada a costa de nuestra sed, sino que se arrastraban junto a nosotros por los caminos arañando el suelo desesperadamente.
Perdimos también el sol. La tierra se volvió lóbrega y fría. Se secaron los mares y los ríos. Nadie volvió a percibir un céntimo por el consumo de rayos solares, ni por permitir fletar un barco, nadar por placer o refrescarse.
Nos aventurábamos por aquel desierto oscuro, bajo la amenaza de los traficantes de cuerpos, siempre en busca de un hierbajo o un charco conservado entre las rocas, disputándoselo a los animales que, mucho más perspicaces que nosotros, nos guiaban hasta ellos y, carentes de armamento, eran ajusticiados por cientos de rifles, cuchillos y hasta piedras. Nos habíamos convertido en fieras salvajes los escasos supervivientes. Estábamos aniquilando vacas y gaviotas, los únicos seres civilizados que habían logrado sobrevivir. No hubo resurrección posible, el mundo había llegado a su fin y los charlatanes que auguraban este desenlace desde hacía decenas de siglos, no se percataron de las verdaderas señales y sucumbieron como todos. Ni uno solo de ellos quedó en pie para contarlo, permanecemos sepultados todos los seres humanos del primero al último. Yo mismo, a pesar de mi vocación de testigo, fui derribado por la hambruna y no soy más que un mero concepto o, si lo prefieren, un cadáver con conciencia.

miércoles, 1 de julio de 2020

Retazos de Arco Iris




SEXO Femenino:
-Cromosomas XX
-Predominio de hormonas femeninas
--Caracteres primarios femeninos (genitales y mamas)
-Caracteres secundarios femeninos (poco vello, voz aguda, musculatura poco desarrollada, escasa tendencia a la calvicie etc)

GÉNERO Femenino:
-Educación para la paciencia/tolerancia
-Educación para la falta de autoestima
-Frecuente infravaloración por parte de los varones
-Id. tratamiento condescendiente
-Id. mansplaining
-Menos posibilidad de encontrar trabajo
-Menos posibilidad de ascenso
-Menos sueldo a igual  categoría
-Posibilidad de que te acosen
-Abusos sexuales de palabra, obra y tentativa, frecuentes y a cualquier edad
-Mayor vulnerabilidad personal/laboral con el consiguiente peligro de prostitución/embarazo por encargo 
-Posibilidad de ser violada
-Posibilidad de sufrir violencia de género
-Posibilidad de ser maltratada
-Posibilidad de ser asesinada

(ESTO ES EL GÉNERO. No creo que nadie quiera someterse a esta experiencia pudiendo elegir. La gente está MUY EQUIVOCADA, incluidos algunos miembros del gobierno).

Rasgos IRRELEVANTES:
-Que hayas jugado con muñecas, cocinitas etc.
-Que hayas jugado al fútbol, indios y vaqueros etc.
-Que te guste el fútbol y/o los coches
-Que te guste el color rosa, el maquillaje, los tacones etc.
-Que te gusten las matemáticas o la física nuclear
-Que te guste la poesía o los culebrones
-Que quieras entrar en el cuerpo de bomberos o te guste la ingeniería
-Que estudies peluquería o enfermería
Etc. 

viernes, 12 de junio de 2020

La Bertiada (Novela por entregas) - Episodio III

Aprovecho esos minutos para programar el Suministrador de Alimentos instalado en mi Luna-Exprés. En eso de preparar los menús, el chico es más eficiente que nosotros. Pero es que antes no era así, había cocinas y almacenes donde íbamos a hacer la compra. Hace años de esto, mis hijos no ha llegado a conocerlo, pero para alguien de mi edad resulta difícil acostumbrarse. Recuerdo también que las familias eran más variadas, no estaba reglamentado el número de hijos ni su sexo. Nosotras fuimos tres chicas, en cambio ahora es obligatorio parir al cincuenta por ciento. En poco tiempo, el número de mujeres y hombres será exactamente el mismo.
Me siento bien porque ahora todo empieza a cobrar sentido, pero cuando llego al vestíbulo me espera una sorpresa inquietante. El joven controlador no está en su puesto, su lugar lo ocupa una mujer que me observa con atención. Pero esos ojos, incluso esa mirada, son los mismos de antes, aunque trasplantados a un rostro femenino y bastante más maduro que el otro. Estoy desvariando. Puede que tenga que pasar por el Revisor de Emociones, más conocido como loquero. O pedir unos días de descanso para restaurar mis circuitos. Sé que es una forma de hablar, que el lenguaje de las máquinas invade nuestro vocabulario, pero sigo obsesionada con el asunto de la mujer ciborg –o sea, yo– que no se reconoce a sí misma. ¿Será esto posible? ¿Estaré perdiendo la razón?
Mientras pulso la Luna-Exprés para regular la temperatura y el alimento antes de llegar a casa, pienso en la penumbra que me espera, en los asientos mullidos, los Conectores de Entretenimiento. Necesitaría descansar durante meses. Será fácil, pues voy a pasar sola muchos días. Jaime se ha enrolado en una exploración científica por los desiertos del sur y cuando vuelva dedicará una semana a impartir conferencias por toda la región central, a Tarsi no lo veré tampoco: su Escuela le ha encargado un proyecto y tiene que encerrarse en su estudio vigilado a distancia por un Asistente Pedagógico. Ninguno de los dos me preocupa, sé que a su modo son felices. Pero pienso en Medea y en ese ensimismamiento tan extraño. Aunque estos tiempos son raros para todos los que pasamos de los treinta. Me dicen que hoy día a los jóvenes les suele pasar esto, tienen que madurar, emanciparse en cuerpo y mente, pensar en su futuro, adquirir otra perspectiva, que su familia de origen debe quedar atrás cuando se está a punto de formar una nueva y comienza una etapa laboral brillante. Pero me importa un bledo lo que hagan los demás jóvenes, si lo tolero no es porque sea costumbre sino porque ella lo quiere así. Si es que interviene su voluntad y no está manipulada por alguna autoridad o abducida por una máquina. Ya sé que estoy pasada de moda, intento ajustarme a estos tiempos pero es un hecho que me vienen un poco grandes.



2

Ha amanecido un día tibio, brumoso, sin ese sol cayendo siempre a plomo que te amartilla el cerebro. Me siento descansada, como si hubiera dormido varios días. Veo en la Luna-Exprés la cara de mi hijo que come y bebe antes de seguir trabajando, me habla de perfiles y de áreas coloreadas que comprendo vagamente. Vuelvo a pensar en el Controlador de mi Unidad. ¿Habrá vuelto a su puesto de trabajo o le seguirá reemplazando aquella mujer? ¿No serán ambos la misma persona bajo aspectos tan distintos? Hay algo detrás de esas mejillas que transpira complicidad.
Se me acelera el corazón cuando me incorporo a la fila. Al principio, no me atrevo más que a mirar de reojo. Allí está. El hombre de la sonrisa no es muy alto, tiene las mejillas un poco hundidas y el pelo gris oscuro debajo de la gorra reglamentaria. Me siento halagada cuando noto –gracias a un parpadeo acelerado, al iris que se desplaza insistentemente hacia el borde del ojo–  que está pendiente de mí, que aguarda quizá con impaciencia los dos segundos que estaremos a menos de un metro de distancia. Apenas llego a  su altura, me fijo en su boca. Tiene un rictus severo y no habla hasta que  nos separan escasos centímetros, yo de perfil, él susurrando entre dientes.
Dice:
-Solo está vivo el que sabe.
Pero este hombre es un fenómeno. La frase de ahora enlaza con la anterior.
¿Cómo se llamará este individuo de ojos azul marino y mirada de hielo? Ya no quiero que sea un ciborg, confiaría más si se tratase de una persona cabal, fuera del alcance de programadores poco escrupulosos. El espíritu de un mortal siempre es único, mientras que en la mente de un humanoide hurga mucha gente, y siempre hay intereses políticos.

(Continuará)

lunes, 1 de junio de 2020

No eras inmortal (Relato elegíaco)

Tú y yo salíamos de casa al amanecer. Mientras yo echaba la llave de abajo y corría el cerrojo tú ponías el coche en marcha. Te costaba porque el motor, siempre helado, simulaba arrancar una y otra vez con sus broncos rugidos de todas las mañanas, y yo tiritaba de frío a tu lado, arrebujada en mi impermeable forrado de lana de borrego. Madre lo había confeccionado con tela encerada, cosida a la lana cuyas propietarias habías esquilado tú. Las conservamos algún tiempo, pero nadie hacía tan buenos quesos como Madre. Ahora la casa quedaba vacía y helada pues no había nadie para avivar el fuego, y tú me preguntabas en cuanto enfilábamos la carretera:
-¿Seguro que has cerrado bien?
La excusa eran los forasteros que solían merodear por allí, pero en realidad nos parecía extraño tenernos solo el uno al otro, que no hubiese nadie esperándonos a la vuelta. Yo temía esa pregunta porque dejaba nuestro desamparo en evidencia y me impedía soñar que Madre se había quedado en la cocina retirando la nata del hervidor o recostada en la mecedora para curarse el resfriado.
Lo decías y yo miraba por la ventanilla para que no me vieras las lágrimas.
Luego aparcábamos en un rincón del puerto y nos dirigíamos a la lonja. Siempre negociábamos un buen precio en la subasta, tú tenías muchos años a las espaldas de bregar con los pescadores y además les caías bien. Al acabar subíamos la cuesta hacia la plaza, yo cargada con las cestas, tú sujetando el caballete sobre los hombros y el tablero con las manos por encima de la cabeza. Ambas piezas se convertirían en el mostrador que íbamos a instalar en nuestro hueco del mercado. Mientras tú sacabas los clavos y el martillo del saquito que llevabas colgado de la cintura, yo apuntaba la manguera hacia los cuerpos plateados y perfumados de sal. Alguno todavía coleaba y boqueaba, como implorando que le enchufase el chorro salvador. También eso me apenaba, sin comparación con el recuerdo de Madre, claro está, pero lo suficiente como para ponerme melancólica. Cada mañana transportábamos y vendíamos docenas de cadáveres marinos y yo era una chica muy sensible.
La pena se volvía cada año un poco más llevadera, nos acostumbramos a nuestras mutuas soledades, al carácter taciturno que, seguro, yo había heredado de ti; nuestros gestos de personas solitarias así como el reparto de tareas se fueron volviendo una costumbre. Pasaron cinco años y un día apareció el Julián en nuestra puerta.
Venía a comprarnos los quesos. Según dijo, se lo había encargado su madre. Le llevé al antiguo corral, donde tú pasabas las horas afilando palitos y tallando tocones que algún día se convertirían en estatuas de madera. Habías preparado el bárniz y los pinceles mucho antes de la muerte de Madre, pero nunca llegaste a dar forma a ninguna de las piezas. A veces me pregunto si alguna vez habías llegado a acabar una figura o simplemente sacabas virutas de los bloques para calmar los nervios y mantenerte entretenido en las largas y desmayadas tardes.
Con el Julián fuiste algo brusco, no hacía falta increparle ni asegurar que su madre estaba en la inopia ni informarle de cuanto tiempo llevaba la quesería cerrada. 
Pero él se lo esperaba, echó una media sonrisa y me miró de arriba a abajo.
-Y con la chica, ¿puedo hablar?
Te encogiste de hombros.
- Yo que sé. Pregúntaselo a ella.
Paseamos por la alameda que va de un pueblo al otro. A mitad de camino nos sentamos en unas piedras y él abrió una bolsa de pipas. Claro que su madre sabía de la muerte de la mía, y de que no fabricábamos quesos desde que ella faltaba, aquello había sido una ocurrencia suya, que había entrado en casa para verme de cerca y se había quedado sin nada que decir al encontrarse contigo frente a frente.
Nos casamos ese verano. Tuviste que firmarme una autorización porque hasta noviembre no cumplía los dieciocho. Tu consuegra se encargó de los invitados, la comida y las gestiones con el cura y el alcalde. La celebración fue en nuestro patio. Vinieron los pescadores para cumplir contigo, los pastores por la memoria de Madre, los muchachos del pueblo por amistad con el Julián, las comadres de tu consuegra y sus maridos para acompañarlas. A lo tonto, se acabó juntando el pueblo entero, lo que no había en casa lo traían de la suya y entre todos me habían preparado un bonito ajuar.
No hicimos viaje de novios porque nos parecía una costumbre de señoritos, pero fuimos a la ciudad con nuestras maletas, nos alojamos en una pensión y pasamos una semana fingiendo que éramos turistas. Aunque yo ayudaba a la patrona a limpiar y lavar la ropa, eso pagaba el alojamiento, lo único que no nos perdonaba era la comida.
Encontramos un piso barato y lo alquilamos con nuestros ahorros. El Julián se colocó en una obra, yo entré de interna en casa de un médico. Apenas nos veíamos, solo me dejaban salir los domingos por la tarde y casi no cruzábamos palabra, yo le daba el salario de la semana y luego íbamos al cine, cenábamos sardinas fritas en una tasca del barrio y acabábamos recorriendo los dos kilómetros y medio que separaban mi casa de la nuestra. Él me daba un beso en la frente y yo subía corriendo a encerrarme en mi cuarto porque tenía que madrugar al día siguiente.
A mí todo aquello me parecía normal porque no conocía otra cosa, sentía una nostalgia feroz de la época que había pasado contigo, con vosotros, de todo el tiempo que fui soltera, pero espantaba esos pensamientos que me parecían de mala esposa, de mujer desagradecida, e impropios de mi nuevo estado civil. Al poco tiempo comprendí que el Julián me había dejado embarazada cuando dormíamos en la casa de huéspedes y así se lo dije, también le pregunté si me echarían del trabajo cuando empezase a echar barriga y me dijo que no, pero no me dio más explicaciones.
Pasaban las semanas y cada vez lo encontraba más raro. La mujer del médico me acompañó un día a casa y nos dijo que estaba contenta conmigo y que podía volver al trabajo como externa después de dar a luz. El Julián cabeceaba como si estuviera de acuerdo en todo, pero yo me daba cuenta de que apenas podía hablar. Cuando ella se fue, dormimos juntos por primera vez en cuatro meses e hicimos el amor como si él fuese un pirata de los que salían en las películas. Como siempre había sido así, no encontré motivos para quejarme. Debido a esa misma inercia, me parecía propio de una esposa decente no hacerte nunca una visita. Pero esta vez hubo una novedad que sí encontré insoportable y es que el Julián olía más a alcohol que una licorería. Por eso tenía la lengua de estropajo y los ojos vidriosos las últimas semanas que nos encontramos para ir al cine y un olor agrio que achaqué a que no se lavaba lo suficiente. Aunque tampoco es que se presentase muy limpio, y eso que el domingo era el único día de la semana que le dejaban ver a su esposa, o sea, a mí.
Desde ese día la señora me dejaba dormir con el Julián los domingos pero nunca se lo dije para que no me obligara a quedarme con él. Cuando me puse de parto, le llamaron y me llevó al hospital en taxi. Nunca más volví a verle, di a luz sola, después volví a casa con el niño, que ya entonces era igualito a ti, padre, y lo sigue siendo, encontré a una cría del barrio que se quedaba con él por cuatro perras y regresé a la casa del médico. Cuando Gregorio cumplió dos años, la señora puso otra camita en mi antiguo cuarto y volví a trabajar como interna. Encontré una guardería que me podía permitir con lo que me ahorraba del alquiler del piso y allí pasaba mi hijo las mañanas.
Así vivimos hasta que un día empezó a hacerme preguntas. Le conté que su padre nos había dejado, que yo era huérfana de madre y que tenía un abuelo que se llamaba como él. La señora me oyó.
-¿Es eso posible?
-Es la verdad.
-¿Y qué pasa, estáis enfadados?
- No sé, es que no tengo tiempo.
Se quedó mirando a mi hijo.
-Esta chica es tonta.
Lo era. Y lo sigo siendo, aunque la vida te va enseñando y más cuando eres madre, entonces tienes que espabilar lo quieras o no. Pero lo de volver al pueblo fue idea de la señora. Gregorio estaba muy contento, iba a ver a su abuelo que se llamaba como él. Iba a verte a ti.
Todo el pueblo salió a la puerta a ver pasar el coche, que tiene un aspecto imponente esa es la verdad. Cuando nos acercábamos y vi mi casa tan cerrada, sentí como si me estrujasen por dentro. Aquella era muy mala señal.
El niño iba detrás, cantando. Intenté prepararle pero no sabía qué decirle, hasta que aparcamos y vi llegar corriendo a la madre del Julián.
-Hija, ¿qué ha sido de vosotros? ¿Cómo es que nunca más se supo?
-No la regañe, -respondió la señora en mi lugar- es una buena chica pero ha tenido muy mala suerte.
Le dije que aquella mujer era mi suegra para  que no hablase mal del Julián delante de ella ni del niño, pero no fue buena idea porque a partir de entonces se puso a despotricar y a poner a mi marido como un trapo. La otra se calló y bajo la cabeza, si le molestó no lo sé..
-Hijo, da un beso a tu abuela, es la madre de tu papá.
No quería y tuvimos que obligarle. A él solo le importaba ver a su abuelo, aquella mujer no era nadie.
La señora y yo habíamos comprendido, pero el niño seguía preguntando. Fue muy duro explicarle que no iba a poder conocerte.
Habíamos perdido todos aquellos años. Pensando en cómo eras, ahora sé que me echaste mucho de menos, que te preocupaste al no tener noticias mías, que no dejabas de preguntarte que podía haberme ocurrido, que te sentiste terriblemente solo, que compartías tus desdichas con la consuegra. Lo entiendo y me siento una ingrata, pero si no volví no fue por falta de ganas, pensaba en ti a todas horas, habías sido un buen padre, es que no sabía qué es lo que se esperaba de mí. Creí que mi obligación era esa: romper con todo lo anterior y resolver mis problemas yo sola.
Y aquí estoy, llorando, en nuestra vieja casa. Tu nieto duerme en la cama que fue tuya y yo intento que no salga ni un sonido de mi boca. Se le pasará pronto la pena, al fin y al cabo él no te llegó a conocer.
¡Descansa en paz, Padre!

sábado, 30 de mayo de 2020

La Bertiada (Novela por entregas) - Episodio II



Está instalado bajo el Arco de Partículas Sensibles y tengo que pasar por su lado todas las mañanas. Lo que empezó siendo una simple mueca se convirtió en sonrisa, cada vez más amplia, que ahora acompaña con frases cortas, contundentes. Me mira con simpatía, sus ojos son francos, no parece que esté intentando seducirme, yo diría que le han infundido poderes y conoce mi estado de ánimo, incluso mis pensamientos y hasta mi historia. Es como si leyese dentro de mí. En mi juventud me hubiese asustado, pero hoy día es imposible sustraerse a los avances de la técnica y, de todas formas, hay que verlo como una garantía de seguridad. Los ciborgs son nuestra mayor protección y, en este caso, espero que lo sea, pero no puedo distinguirlo de un hombre común. Se me ocurre a veces si no seré uno de ellos, así como toda mi familia. ¿Cómo saber si eres un humano genuino cuando te consta que a ellos les injertan la memoria de un muerto y se sienten tan personas como tú? Solo hay una prueba irrefutable, nunca podremos competir con ellos en velocidad y exactitud. Por eso es un alivio comprobar que me equivoco y que para realizar cualquier operación sigo necesitando la ayuda de las máquinas. A no ser…
A no ser que hayan simulado en mí un cerebro imperfecto, pero no tendría sentido. ¿Para qué querrían un ciborg que no funcione como tal? Puede que necesiten autómatas que les obedezcan ciegamente para ejecutar sus planes más aberrantes. Pero me estoy yendo por las ramas y mi capacidad crítica parece en plena forma. Eso me tranquiliza. Creo que la nube que había en mi cabeza está a punto de empezar a disolverse, y admito que no pensaría como pienso si me hubiese convertido en un No-Humano.



No olvido aquella advertencia. ¿De verdad hemos muerto todos? El ente con aspecto varonil que controla los resortes de seguridad de los accesos al edificio no puede estar trastornado. Ni mentirme. Su ética e inteligencia están fuera de duda, pero ¿a quién obedece? ¿Será un Discrepante? Me han hablado de ellos, pero nunca he conocido a ninguno. No es probable que puedan ocupar un puesto clave, aunque de esa gente se dicen muchas cosas. ¿Será verdad que se adiestran unos a otros para escapar al control del Sistema Único, que son capaces de fingir ser ciborgs auténticos o simplemente personas de confianza? El hombre de la sonrisa ¿habrá boicoteado algún sector de la Filial?
Cada mañana acudo a mi Departamento de la Zona Q, me siento y extraigo miles de datos con la ayuda de tres máquinas.  Todo está bajo control. Frente a mí, una pared metálica va cambiando de color para mejorar mi estado de ánimo, aumentar mi energía o relajarme, dependiendo del momento; la música ambiental anima o calma sin permitir que me desconcentre. Periódicamente, unos brazos metálicos nos acercan la bebida energética y una porción de proteínas vitaminadas. Hacia la mitad de la jornada, las plataformas se mueven y nos van desplazando hacia la zona central. Es el momento de la Convivencia que todos agradecemos, salvo cuando el Director aprovecha la pausa para soltarnos uno de sus discursos. ¿Será un ciborg ese hombre? Con ese aspecto tan descuidado es prácticamente imposible, pero ¿cómo ha podido llegar tan alto un individuo con tan mala presencia? No nos atrevemos a decirlo en voz alta, ni casi a pensarlo, pero las miradas que cruzamos entre nosotros son bastante elocuentes.

(Continuará)

martes, 26 de mayo de 2020

No soy un hombre fácil (Je ne suis pas un homme facile) - 2018


No hay cómo dar la vuelta a las costumbres más arraigadas para entender que no existe simetría entre los sexos. Es lo que hace esta directora, y aunque no se plantea grandes cuestiones ni se complica demasiado la vida, a pesar de que recurre fácilmente a los tópicos, nos ofrece una comedia bastante divertida que se deja ver siempre que no nos pongamos excesivamente exigentes.
En primer lugar nos topamos con un supuesto triunfador pretendidamente guapo, o lo que es igual, con un hombre de esos que se creen irresistibles y van avergonzando a toda mujer que consideran atractiva a base de meter la pata. Porque –y esto es un hecho comprobado que se refleja muy bien en la peli– la estupidez de ellos rebota de tal manera que quienes se sienten incómodas son ellas y no al contrario. Paradojas de una sociedad desigual.
El mensaje satírico suele calar mejor en los espectadores cuando se recurre a la fantasía y al absurdo. En este caso, nuestro héroe se despierta en un mundo al revés, ahora son las mujeres quienes mandan y ellos los objetos sexuales a quienes se trata como un cero a la izquierda. Podrían haberlo situado en una sociedad igualitaria pero de esta forma el contraste es más efectivo. Excepto por un pequeño detalle: todos están acostumbrados a esta inversión de roles en relación al mundo real menos el protagonista, que sigue anclado en el machismo y, aunque acaba transigiendo un poco, se comporta más o menos como antes. Me pregunto si esta conducta del personaje se concibe de forma premeditada por las guionistas o es debida a un inconsciente mantenimiento de esquemas preconcebidos. Y me temo que se trata de lo segundo.
Quizá sea ese el motivo de que ella presente un aspecto marcadamente andrógino. ¿Es que no podemos imaginar una realidad en que la mujer domine conservando su aspecto femenino, su liviandad y delicadeza? Así es la fisiología femenina, que naturalmente no la convierte en débil, aunque sea lo que interesa hacernos creer.
Es evidente que un mundo al revés nunca podría ser una copia invertida del de ahora. Aun aceptando que las mujeres aprovechasen su poder para dominar al otro sexo tal como sucede ahora con los varones, los esquemas serían necesariamente distintos, no se trata de copiar mecánicamente lo que siempre hemos visto ni todo consiste en que el sexo débil se depile, cuide a los niños o enseñe las piernas. Si la ficción quiere crear una estructura social opuesta a todo lo que conocemos necesita realizar un análisis profundo y una revisión mucho más exhaustiva de los mecanismos que determinan el poder en general y las pequeñas dominaciones cotidianas. Es cierto que se trata de una película simpática, desarrollada con corrección y que puede servir para que reflexionen las mentes recalcitrantes de ambos sexos siempre que no se cierren en banda, pero en definitiva nos encontramos ante una comedia romántica en la que el amor acaba resolviéndolo todo y, a pesar de interesantes giros de guión, se muestra bastante conciliadora: el espejo que nos refleja es marcadamente más amable que el verdadero y las situaciones desagradables, discriminatorias etc. que tienen que sufrir los varones no se acerca ni de lejos a lo que viven y han vivido las mujeres desde el principio de los tiempos. En resumidas cuentas, merece la pena verla pero resulta mucho más convencional de lo que quieren hacernos creer.

Título original: Je ne suis pas un homme facile
Año: 2018
País: Francia
Duración: 98 minutos
Dirección: Eleonore Pourriat
Guion: Ariane Fert, Eleonore Pourriat
Reparto: Vincent Elbaz, Marie Sophie Ferdane, Pierrre Bénezit, Blanche Gardin, Moon Dailly, Céline Menville, Camille Landru-Girardet
Música: Fred Avril
Fotografía: Penélope Pourriat
Género: Comedia

domingo, 24 de mayo de 2020

La Bertiada (Novela por entregas) - Episodio I



1

De un tiempo a esta parte siento que ha cambiado todo. No sé si sentir es la palabra,  un vértigo extraño se ha apoderado de mí y  me empuja cuesta abajo hacia un precipicio sin fondo. Me desperté el día de año nuevo con una resaca terrible, recordaba vagamente la fiesta, pero luego ese recuerdo fue sustituido por otro, que a su vez se fue diluyendo y, día tras día, una escena nueva ocupaba el lugar de la anterior. Ya no estoy segura de nada. ¿Asistí a esa fiesta? ¿Pasé la noche en una cabaña de leñadores, rodeada de jaulas, dando de comer a las chinchillas que un día adornarían el cuello de una mujer sin sentimientos? ¿O ese recuerdo es un castigo a mis exabruptos en las perfomances contra el maltrato animal? ¿Estuve presa el verano pasado? Es todo muy raro, este año se me está yendo de las manos, cada mes es como un volcán más cerca de la erupción que el anterior y solo estamos en abril. Desconfío de mi memoria, esa facultad peligrosa y traicionera que deberíamos erradicar por completo.
Jaime no parece el mismo. Aquella fiesta de fin de año fue una sucesión de escenas sórdidas, fuegos artificiales, una oscuridad tibia en la que brillaban treinta pares de ojos como alfileres de plata, vestidos de noche, champagne y serpentinas, un camarote en la oscuridad con nosotros haciendo el amor al compas del balanceo, o un laboratorio brumoso donde alguien con bata blanca hurga en mi brazo, en la espalda de Jaime, en un tobillo de Medea, y excava bajo nuestras pieles.
Medea ya no me reconoce, siento su vista resbalar por mi cuerpo como si fuera transparente. Es triste convertirse en Nadie, más aún si es tu propia hija la que se encuentra perdida en su mundo. A cambio, se ha convertido en una triunfadora, la Directora de Convenciones más joven de la historia de su empresa, está a punto de firmar un Contrato Matrimonial con el hijo de un aristócrata, le han implantado mechones de pelo, un iris más azul y brillante, una barbilla nueva, y han estado enredando en su cerebro. Y no es la única: nos ha invadido una fiebre que nos lanza hacia adelante casi a la velocidad de la luz. Mis compañeras del Departamento de Proyectos Estimulantes y su ansia por destacar en el mundo de los negocios, mis padres y esa manía que tienen de acumular cachivaches, Jaime y sus delirantes inventos, esas rayas y puntos que rastrean continuamente el tiempo y el  espacio. Sé que está inquieto, que se empeña en avisarme de algo, pero no le quiero escuchar, ya no sé quién es, ni él ni nadie. No me fío de ellos. Solo puedo acudir a mis recuerdos, volveré a confiar en los demás cuando desenrede por completo esta madeja y mi memoria vuelva a estar tan clara como antes. Puede que alguna vez ocurra. La verdad está aquí dentro, todavía algo borrosa, abriéndose paso como una luciérnaga que aletea indecisa y que por fuerza acabaré atrapando. Entonces se me caerá esta venda en los ojos y sabré quienes somos, qué ha ocurrido en estos meses, quién o qué nos amenaza y qué debo hacer para destruirlo.
-Todos hemos muerto – me susurra el Controlador de la Zona Q.
(Continuará)

viernes, 22 de mayo de 2020

Much Loved (Zine li fik) - 2015


Cuanto más retrógrada es una sociedad, mayor es el volumen de negocio de los cuerpos. Al contrario de lo que pretenden hacernos creer y tal como indica el sentido común, la prostitución (junto a los vientres de alquiler y cualquier actividad que suponga comerciar con nosotras mismas) se encuentra en el otro extremo de la libertad, de la libertad sexual en este caso. Una mujer libre, dueña de sí misma, que busca el placer como lo puede hacer cualquier varón y no pasa por apuros económicos propiciados por una economía que la discrimina, puede actuar como ellos, buscar pareja si lo desea o bien aventuras esporádicas. Eso es ser realmente libre. Como regla sencilla, solo hay que comparar: si la práctica que examinamos es común a ambos sexos no habrá discriminación, en caso contrario, el machismo ha invadido la plaza pública. Y es un hecho que el invasor está presente en todo el planeta. No hay más que ver las restricciones en la venta de órganos, nadie puede comerciar con ellos en pro de una supuesta libertad, por mucha necesidad que tenga, en cambio, cuando el objeto de comercio no es común a ambos sexos, es decir, cuando se trata de vender algo que no poseen los varones, las trabas legales desaparecen, se relajan o los encargados de hacerlas cumplir hacen la vista gorda. De ese modo, el mercado de trabajo disponible se amplía para el privilegiado varón, ya que se elimina una gran cantidad de competencia y el cupo disponible se reserva para su propio placer. O para obtener hijos por un módico precio sin que haga falta una pareja femenina –en el caso de los gays – o que la esposa fértil se estropee soportando embarazos y partos cuando siempre habrá alguien –una mujer sin medios, empobrecida adrede, junto con otras muchas, para utilizarlas sin escrúpulos– dispuesto (dispuesta, en este caso) a sustituirla porque es la única manera de que entre comida en su casa.

Pero volvamos al asunto de la prostitución. Decía, hablando en plata, que cuanto más retrógrado es un pueblo más puteros produce. España –que, mal que nos pese, sigue siendo puritana hasta límites inverosímiles– no es precisamente un dechado de virtudes paritarias, solo hay que fijarse en esos supermercados del sexo que inducen a la Europa patriarcal a cruzar los Pirineos y sumarse a la torpeza y falta de escrúpulos de los foráneos. Les importa un bledo que esas mujeres hayan sido víctimas de trata, vivan esclavizadas y sus servicios supongan una tortura continua; como si de objetos se tratase observan de soslayo su preocupante falta de autoestima, el desamparo, la vulnerabilidad, la confusión mental y el estado de esclavitud en que malviven.
Much Loved se estrenó en Francia allá por septiembre de 2015 y ha sido exhibida en los festivales de Cannes y Toronto, su acción se situa en Marruecos, en Marrakech, concretamente. A través de cuatro mujeres (Noha, Randa, Sukaina e Hilma) y a pesar de evidentes omisiones –siempre hay métodos para retratar algo mejor la humillación sin abandonar la elegancia ni llegar a rozar lo pornográfico– refleja parte de la realidad más cruda insistiendo en sus aspectos amables y evitando estigmatizar a las víctimas. Pero resulta evidente que cada una de las protagonistas, a pesar de su extrema juventud, arrastra una experiencia que la ha marcado, envejecido prematuramente por dentro, arrebatado la ilusión y convertido en una cínica que disimula como puede su desprecio y hastío en los momentos que necesita poner buena cara, ya que lo material es el único valor que aprecia porque eso es lo que le ha enseñado la vida.
Las comprendemos, porque ni siquiera imaginan vivir de otra forma, y hasta las admiramos por ser supervivientes auténticas. Y claro que nuestras protagonistas tienen sentimientos: encontramos instinto de protección en Noha (solo unos años mayor que las otras tres), el anhelo por encontrarse con un supuesto padre que según parece vive en España en un caso, el sentimiento amoroso en otro, una camaradería y espíritu de grupo envidiables, quizá un poco idealizado pero fácil de imaginar en circunstancias como estas. Tampoco faltan las rencillas, envidias y disputas. Lo cierto es que acabamos tomándolas cariño, y hasta nos desarman a veces con sus actitudes ingenuas. Hay que ponerse una venda en los ojos para seguir viviendo de esa forma, rodearse de un falso glamour, fingir alegría, aceptar humillaciones, emborracharse, bailar, ser el alma de la fiesta, vestirse provocativamente, acicalarse, flirtear, soportar al baboso de turno. No encontraremos escenas excesivamente sórdidas, al contrario, la escenografía es festiva la mayor parte de las veces, pero, tras tanto alarde frívolo la amargura espera a manifestarse dentro del hogar, una vez bajado el telón.
Desde luego, nunca llueve a gusto de todos. A mí me hubiera gustado que el director se mostrase más explícito, no sé si tenía intención de denunciar esta práctica perversa, es cierto que hablamos de un varón, pero solo por el hecho de tratar este asunto se le presume cierta conciencia y la muestra de una realidad, implícita pero aún así sin paliativos, ya es un aldabonazo para conciencias mínimamente sensibles. Pero así es como yo lo vivo, el gobierno marroquí en cambio censuró la película por considerarla un ataque contra la moral de la mujer marroquí, un escándalo por el asunto que trata y una defensa de la homosexualidad. Puede que esos jerarcas piensen que lo de la prostitución en Marruecos es una patraña de Ayouch. Aunque no los imagino tan ingenuos, supongo que más bien se trata de la actitud cínica con que se asumen estas prácticas y todas las que supongan discriminación hacia el sexo que dieron en llamar débil para sentirse más fuertes en su masculinidad todopoderosa.  
La narración evoluciona a buen ritmo manteniendo en todo momento el interés del espectador. De las escenas iniciales, en las que se enfoca más bien al grupo y predominan vorágine y desenfreno se pasa a individualizar progresivamente, primero al colectivo de chicas, luego a cada una, individualmente. El tono se va volviendo más serio, íntimo y profundo, el drama empieza a percibirse en toda su dimensión haciendo resaltar, por contraste, la hipocresía del paripé multitudinario que predomina al principio.
Una película valiente y muy necesaria, que como casi era de esperar ha atraído la violencia ultra: tanto su director como la actriz principal fueron atacados y, en el caso de ella, increpada y ninguneada por la policía y negado el auxilio hospitalario, las demás tuvieron que esconderse e incluso uno de los actores sufrió heridas en el cuello. Una vergüenza, por supuesto, pero que pone de manifiesto la mala conciencia de esos usuarios, beneficiarios y cómplices que habitan en Marruecos y en todos los lugares del mundo.


Título original: Zine li fik
Año: 2015
País: Marruecos
Dirección: Nabil Ayouch
Guion: Nabil Ayouch
Reparto: Loubna Abidar, Alima Karaouane, Asmaa Lazrak, Sara Elhamdi Elalaoui, Abdellah Didane, Danny Boushebel, Carlo Brandt
Duración: 108 minutos
Música: Mike Kourtzer
Fotografía: Virginie Surdej
Género: Drama

miércoles, 20 de mayo de 2020

Horse Girl (2020)


Gracias a su estreno en el festival de Sundance a principios de este año y a que fue recuperada poco después por Netflix, hemos podido ver Horse Girl aunque, por el momento, nos hayamos quedado sin salas. Una peli rara, de las que te dejan pensando y no acabas de saber a qué carta quedarte. En estos casos, las únicas alternativas parecen ser genialidad o fiasco, cualquiera de las dos nos convencen en un momento dado y al siguiente nos pasamos al otro extremo. Pero bueno, habrá que decidirse, o bien encontrar un término medio. Yo apuesto por una combinación de aciertos y errores; aunque es difícil dar en el centro de la diana, al menos habrá que intentarlo.

La protagonista absoluta es Sarah, interpretada por una genial Alison Brie, que también participó en el guión y cuya expresividad y economía interpretativa supone una de las mejores bazas de la cinta. Perseguimos sus miradas y el menor de sus gestos porque son creíbles y cautivadores, porque vemos en ellos a la mujer antes que a la actriz y porque despiertan en nosotros toda clase de sensaciones contradictorias.

La puesta en escena abunda en imágenes introspectivas muy bellas, incluso poéticas, con frecuentes incursiones en lo onírico. En ocasiones, nos parece haber entrado en territorio surrealista, pero la vida real, con su crueldad característica, invade de repente la pantalla cortando de raíz nuestros sueños e interfiriendo en los del personaje. Sueños extraños, visiones que nos informan progresivamente de su indeciso estado mental, afirmaciones que rozan lo demencial emitidas con la mayor contundencia, la actitud del que se cree un elegido, muy por encima de los mortales corrientes. No tengo nada en contra de esos alardes de fantasía, tampoco me parecen mal los momentos en que predomina el enfoque realista, lo que no acaba de encajarme es esa mezcolanza de categorías tan dispares que apenas caben en el mismo producto, por lo menos, no con la frecuencia e intensidad con que se alternan aquí.

También el director debe decidir qué terreno pisa. Todos son válidos pero no siempre pueden coexistir sin que el resultado se resienta. Podía haber optado por un hermoso paseo por la mente de una mujer algo confusa, cuyo grado de perturbación nos trae al fresco porque se ha eliminado todo raciocinio y nos centramos en la cascada visualmente emotiva, en el torrente de sentimientos que se manifiestan a través de una cuidada fotografía y un trabajo actoral excelente. La otra posibilidad consistiría en el concienzudo análisis de una determinada patología mental –pónganle nombre si lo saben, yo no soy especialista– explicitada en confusión entre mundo real e imaginado, sueños recurrentes, angustia, afirmaciones que asustan a su entorno, ingresos psiquiátricos y otros síntomas de trastorno. Pero todo ello forma parte del mismo relato, que no acaba de resolver en qué terreno quiere moverse y acaba dando traspiés por carecer de una base sólida. Incluso ese final, que se anuncia como maravilloso, me ha parecido la solución de compromiso que es preciso adoptar cuando se ha llegado a un callejón sin salida sin ninguna posibilidad de regreso a los orígenes para enderezar lo que se torció desde el inicio.

Fecha de estreno: 2020
País: Estados Unidos
Dirección: Jeff Baena
Guión: Jeff Baena, Alison Brie
Reparto: Alison Brie, Debby Ryan, John Reynolds, Molly Shannnon, John Ortiz, Paul Reiser, Jay Duplass
Música: Josiah Steinbrick, Jeremy Zuckerman
Fotografía: Sean McElwee
Género: Drama
Duración: 104 minutos
  


viernes, 1 de mayo de 2020

El prócer (Relato sarcástico)

Terminaron su busto a mediodía y esa madrugada falleció de un ataque al corazón, ni siquiera hubo tiempo de inaugurarlo. Permaneció, pues, en el palacio del Gobernador, bajo un paño granate con ribetes dorados, hasta el día de la Victoria, dos meses después de su entierro. Los allegados lamentaban que no hubiese podido disfrutar del gran acto de homenaje. Se perdió los discursos, las pancartas, los rostros emocionados, las competiciones gimnásticas y poéticas, los niños que agitaban banderitas, las canciones, los bailes. Probablemente, más en una sola tarde que la suma de distinciones que había recibido a lo largo de toda una vida, que no eran precisamente escasas.
El gran vestíbulo de palacio se cerraba con doble escalinata de mármol y baranda de forja con aplicaciones de oro, guarnecida con alfombras de seda tejidas a mano por los artesanos más prestigiosos. En su sección central, frente al gran portalón de entrada y a medio camino del arranque de las dos escaleras, el prócer presidía inmutable las actividades administrativas con su rostro hierático y sereno.
El día que finalizaron los eventos, su secretario particular encontró sobre su escritorio una nota manuscrita con la letra inconfundible del prócer en la que agradecía todos y cada uno de los gestos que habían tenido lugar. Era evidente que el autor había presenciado las festividades, por otra parte, las grafías eran idénticas, pero hay gente muy hábil, debía tratarse de una broma de mal gusto.
Esta conclusión no pudo sacarla el secretario del Consejo, que acto seguido hubo de ser ingresado víctima de una apoplejía y nunca llegó a recuperarse del todo, sino la secretaria de este, una chica despierta y pizpireta, agnóstica de vocación, que jamás había creído en fantasmas.
Se acordó mantener en secreto el episodio, los testigos eran escasos todavía y el hecho no había llegado a oídos de la prensa. El pobre secretario nunca volvió a emitir sonidos inteligibles y perdió completamente la facultad de escribir, a la becaria se le concedió un puesto vitalicio cerca de la frontera oeste, con un salario que para alguien con una formación tan limitada podía considerarse jugoso.
Pero el prócer no se conformó con ejercer su discreto papel de buen cadáver y siguió formando parte de la vida cotidiana, censurando o aplaudiendo cada acción u omisión, en una palabra, marcando las directrices del país tal como había venido haciendo en las últimas tres décadas. Unas veces en forma de octavillas que aparecían diseminadas por todas partes, otras con artículos de opinión que enviaba a los diarios más relevantes, firmados y rubricados tan claramente que no cabía duda de su autoría. También había llamadas telefónicas que sus receptores escuchaban tan pálidos como el papel, porque ni el mejor actor hubiera podido imitar con tal exactitud esa voz, sus inflexiones y hasta el sarcástico vocabulario que empleaba.
El prócer
La población al completo estaba pendiente ya de las intromisiones del fallecido. El gobierno perdió credibilidad, su sucesor dimitió abochornado, y tras él todos los que tuvieron la osadía de aceptar el cargo. El puesto de gobernador quedó vacante pues nadie estaba dispuesto a ser el hazmerreír de la nación. La floreciente economía comenzó a marchitarse, los actos públicos apenas encontraban concurrencia, los artistas perdieron la inspiración y los niños dejaron de reír. Finalmente, la nueva mecanógrafa, aquella que sucedió a la primera tras su expulsión fulminante, recibió una enigmática llamada, luego otra, hasta que un representante de la cúpula tuvo a bien coger el teléfono.
La voz, distorsionada por procedimientos mecánicos instó al nuevo-aspirante-a-gobernador-y-nunca-nombrado-como-tal a observar diariamente el rostro de la estatua. ¿No había reparado en una sonrisilla incipiente que aumentaba a cada nueva travesura hasta haberse convertido en una franca, y muda, carcajada?  Aquel caballero se quedó lívido al escuchar tal cosa y bajó en persona corriendo a comprobarlo. Efectivamente, la expresión del fallecido era de chanza y chirigota y no recordaba en nada al rostro algo adusto que había tallado el artista. Entonces la voz comenzó a dar instrucciones, si querían que aquello acabase tenía que renunciar a su puesto en funciones y nombrar gobernador plenipotenciario a la persona que la voz designase.
El Consejo se reunió esa misma tarde y acordó por unanimidad no ceder a chantajes procedentes de voces sin rostro. Acto seguido, la presencia del prócer se multiplicó hasta realizar toda clase de desaguisados en todas las provincias a un tiempo. Aquella pesadilla parecía no tener fin. Mientras tanto, las dependencias del gobernador recibían puntualmente noticias del informante a las ocho de la mañana, un informante que en cada ocasión parecía un poco más eufórico.
Finalmente, el Consejo tuvo que rendirse. Transigió en todo lo que la voz reclamaba, que en realidad era más bien poco: todo se reducía a nombrar gobernador a la persona que solicitase audiencia tal día a tal hora en el antiguo despacho del prócer y que se identificase como aquel que había descubierto la causa de tanto desbarajuste.
Llegado el día, todo Palacio se hallaba conmocionado y expectante. A las doce del mediodía en punto, la puerta del despacho se abrió y en el umbral vieron una figura menuda y ágil que se retiraba la melena de la frente. Era la auxiliar del Secretario loco, confinado para siempre en el pabellón más lóbrego de una arcaica institución destinada a dementes profundos. La mujer avanzó taconeando y tomó asiento en el sillón destinado a las audiencias, frente a la silla presidencial, para escándalo de todos los asistentes que, no obstante, se abstuvieron de pronunciar palabra.
Las de ellas fueron pocas y contundentes. Tendría que ser nombrarla gobernadora de inmediato, tal como había indicado reiteradamente por teléfono. En cuanto se hubiese trasladado a la población la noticia de su nombramiento, haría lo necesario para que la presencia del muerto dejase de interferir en la vida del país. Así se hizo. Semanas más tarde, en un acto reservado a cuatro o cinco asistentes y ocultado escrupulosamente a cualquiera que no fuesen ellos, la flamante Gobernadora armada de un martillo hizo añicos el odiado retrato de piedra. Tanta inquina hizo sospechar a algunos que había tenido algo que ver con su fallecimiento. Pero nadie se molestó en remover el asunto porque a esas alturas, una personalidad como la suya resultaba absolutamente intocable.
Todo arreglado. La voz dejó de sonar al fin, la Gobernadora devolvió su esplendor al país, se ganó la simpatía de ciudadanos y colaboradores, demostró una eficiencia exquisita. Un año más tarde, se permitió visitar de incógnito a su padre, el escultor que había tallado el busto, y a su hermano, un reconocido actor de doblaje. Cenaron los tres pasada la media noche en la fonda más destartalada del rincón más remoto del valle más profundo, brindaron y rieron felicitándose por su astucia y de aquello no se enteró ni un alma.

miércoles, 29 de abril de 2020

Paisajes del año 3050 (Relato apocalíptico)

Soy Gaia, nieta y abuela del planeta y de todo cuánto contiene. Recuerdo un tiempo, todavía cercano, cuando me poblaban unos fantoches con ínfulas conocidos como hombres. Ellos se denominaban así, fueron quienes pusieron nombre a todo. Tenían cierto encanto, pero no siento nostalgia de ellos. Contemplo a sus nietos, los homínidos del siglo XXII y me siento más que satisfecha. Veo a Grug, a Saf, a Ess y los demás caminando por el borde de los ríos, navegando en balsas construidas con juncos o fabricando sus viviendas con masa vegetal prensada y mi futuro me parece mucho más amable.
Me asfixiaron esos animalillos vocingleros y, aunque sentí verdadera lástima de ellos, no tuve más remedio que vengarme. Sus nietos contemplan perplejos las ruinas que dejaron, no saben qué pensar, las evitan. Ellos no han tenido tiempo aún de transmitir lo que saben, pero entre la civilización y yo me prefieren a mí. Espero que no me defrauden. ¡Aún son tan inocentes!
Forman pequeños grupos que caminan sin cesar, abandonando cada poco tiempo sus construcciones efímeras. Son más bajos de estatura que aquellos, más fornidos, la forma de su cráneo es diferente así como la longitud de sus brazos, tienen los ojos más separados y la nariz más prominente. Se afanan a diario por sacar provecho de las viejas cosechas, matan animales o intentan defenderse de ellos, no han necesitado inventar dioses para explicar nada, pero observan este mundo en ruinas y empiezan a esbozar hipótesis. Son muy prolíficos, siempre van rodeados de niños a los que cuidan con esmero para que no mueran antes que ellos, pero no es tarea fácil en un entorno tan hostil.
Ess exhibe su vientre abultado una vez más. Se siente orgullosa y baila. Tiene un vello rojizo y sedoso, camina muy erguida, segura de que sigue sus pasos la recua de chiquilines de color caramelo que ha ido engendrando desde que es adulta. Lucha cuerpo a cuerpo con animales de su tamaño y huye de los más grandes. Por lo general, no consigue abatirlos, ni ella ni nadie tiene mucho éxito, pero siempre ha salido indemne de la lucha.
De madrugada, les escucho murmurar junto a una hoguera. Hacen planes para viajar cada vez más lejos, están resultando grandes exploradores, solo tienen que aprender a orientarse y, quizá, refinar sus técnicas. Intercambian estrategias para encontrar alimento, comunican sus descubrimientos a los demás, inventan canciones, y algunos las acompañan pateando con gran regocijo de todos. A veces, viéndolos progresar, temo que vuelvan a las andadas. Pero no, estos son distintos, una especie menos soberbia y bastante más pacífica.
Sin embargo, y aún aprobando lo que hacen, no deja de sorprenderme la indiferencia, rayana en el desprecio, con que estos homínidos acogen los restos de la civilización perdida. Evitan los antiguos edificios, convertidos ahora en una pila de cascotes; en general, el urbanismo les parece una trampa, por eso rodean las ciudades y se desparraman por montañas y llanuras, siempre buscando el agua, huyendo de las fieras, persiguiendo bichos pequeños. 
Si me sorprendo es porque aún no me he acostumbrado a esta nueva mentalidad y porque sé que, a poco que indagasen, encontrarían materiales suficientes para progresar con rapidez. Si es que a aquello se le puede llamar progreso, claro. Pero parece que han nacido con una sabiduría nueva, mucho más acorde a nuestras necesidades mutuas, y que no sienten ningún interés por aprovechar esos materiales, aprender viejas técnicas, rastrear el lenguaje de los libros, deducir cómo funcionaban las máquinas. En una palabra, por quitar el óxido a la historia.
Intuyo que esa historia va a empezar de cero, que la herencia dejada por los humanos acabará convertida en polvo y hundida definitivamente, como una capa más de mi epidermis. Pasarán los años y los siglos, el mundo, o sea yo misma, adquirirá una fisonomía distinta a la de ahora. O puede que no. Pero si les da por alterar mi nueva y plácida vida, espero que los cambios sean leves, respetuosos, armónicos y, sobre todo, reversibles.

miércoles, 8 de abril de 2020

El día que todo cambió (Relato catástrófico)

-De la noche a la mañana, todo aquello se hundió y unos días después rescataron a tu pobre abuela.

-¿Pobre? ¡Qué arte! ¡Qué arte, mi abuela! El terremoto la había pillado en su cuarto, cerca del cofre de los tesoros. Llevaba todas sus alhajas puestas y se había construido un ataúd. Debió pensar: "Puesto que nadie va a enterrarme, me entierro yo como es debido".

Y el ataúd le salvó la vida. Fue ingeniosa, se metió en la caja del reloj de su familia envuelta en una manta gruesa, (el sudario que tenía más a mano) y, encogida como estaba, los cascotes apenas la rozaron, solo rompieron el cristal. También fue valiente y muy lista, pero lo que encontramos ya no era ella. Trastornada por el hambre y el pánico, se había convertido en un ser adusto, incapaz de sonreír. Y, a pesar de todo, feliz. Feliz a su manera, disfrutando al contar su historia una y otra vez a los forasteros que llegaban al pueblo para verla. Orgullosa de su fama, ella a la que nunca, nadie, había mirado dos veces.

Publicado originalmente el 7/4/20 en Clásicas y Modernas

lunes, 6 de abril de 2020

La espera (Fábula moderna)



Fábula moderna 

Antes de que todo empezase, el Hombre del Sombrero, con el cráneo descubierto porque estaba en su casa, se parapetó tras el Telescopio que era su herramienta de trabajo y reparó en mil detalles a los que no había prestado atención hasta entonces. Vio a un muchacho recortado contra el borde del acantilado contemplando el vacío que parecía a punto de saltar, los peces del lago se perseguían formando círculos concéntricos, una familia de cinco miembros recién llegada a la ciudad se había parado en una esquina y todos observaban el tráfico con aire pensativo y perplejo, dos sombras alargadas se balanceaban al otro lado de un cristal roto, una madre caminaba con su hijo de la mano secándose las lágirimas, dos individuos de colmillo afilado. habían armado un tenderete que ofrecía grandes ganancias a cambio de una módica suma, a la puerta del mercado un campesino montado en un asno ofrecía a precio de oro verduras y conservas, una bandada de cuervos rasgaban una tela a picotazos en lo alto de una cornisa, un alud bajaba de la montaña, golpes de viento levantaban remolinos en la plaza del mercado, un ciervo se arrastraba sangrando por el borde de la carretera. Aquella era una pequeña porción de terreno, pero llena de maldad y dolor.
Desde el pueblo vecino intentaron ayudar pero la maldición no conocía fronteras. A ellos les afectó de otra forma, les dejó inmóviles, paralizados por la angustia. Su férrea voluntad se concentró en evitar esas miserias, pero se sintieron impotentes, y el mismo impulso que les había inducido a moverse acabó por paralizarles. Mujeres con los brazos agarrotados, niños con una pierna detenida en el aire; hasta los perros y las gallinas parecían figuras de barro y no seres de carne y hueso. Mi padre se quedó en el marco de la puerta con los ojos en blanco y un dedo señalando el techo. Entonces era casi un niño y aún no había conocido a mi madre.
El Hombre del Sombrero había sido hasta entonces un científico de poca monta, pero esta vez se puso a trabajar para encontrar un remedio a tanto desbarajuste. Primero recurrió al teléfono, pero estaban cortadas las líneas, Se secó el sudor frío, entró en el laboratorio, machacó unas hierbas con el almirez y le añadió unos polvos verdinegros. Luego subió a su coche lleno de aprensión porque aquel era el día de los disparates y nada parecía funcionar, pero el motor respondió con la rapidez de siempre y pudo recorrer la distancia que le separaba de la ciudad a velocidad de vértigo sin que nadie se lo impidiese. Imaginaba a los policías desmayados sobre sus escritorios, a la población entera sujetando los picaportes de sus casas, con las mandíbulas tensas y la voluntad irrefrenable de arreglar el mundo, paralizados por su propio exceso de energía. Tenia que encontrar a sus colegas, despertarlos a bofetadas si fuera necesario, repartirlos por las calles y los campos e inyectar el remedio a la gente utilizando jeringuillas enormes, expandirlo por los montes para calmar a los animales y estimular las cosechas, aventarlo para suavizar el clima y refrenar las avalanchas.
 El hombre del Sombrero se puso al frente de aquel batallón pacífico, los repartió por el territorio y entre todos dispensaron toneladas de producto. La espera, no obstante, fue larga. Los días se convirtieron en semanas y estas en meses. Bocas abiertas, dedos agarrotados, plantas a punto de germinar que no reaccionaban a la terapia. El combate fue largo y desesperante, pensaron que no lo conseguirían, solo el temple del Hombre del Sombrero les mantuvo unidos y trabajando a pleno rendimiento. Tardaron cien días justos, solo la hibernación que padecieron de forma natural consiguió que aquella multitud no muriera de hambre. Finalmente, muy poco a poco, la vida se fue reanudando hasta alcanzar la normalidad.
Pero el Hombre del Sombrero había desaparecido. Lo buscaron por todos lados y por fin lo encontraron en su casa.sentado, como siempre, detrás de su Telescopio. Al ser interrogado afirmó reiteradamente no haberse enterado de nada.