El viernes, 13 de noviembre de 1987, más de siete mil
personas vieron y escucharon a Miles Davis en el Palacio de los Deportes de
Madrid, dentro de la 8ª edición de un Festival de Jazz que se celebra
anualmente en otoño.
“Más de siete mil personas vieron y escucharon…” Tenía
que haber utilizado la primera persona del plural. Porque yo estaba allí.
No sé si Davis tocó como siempre o como nunca ya que aquella
fue mi primera oportunidad de presenciar una actuación suya en vivo. Y la
última. Por desgracia, nos dejó cuatro años más tarde.
Recuerdo bien lo que escuché y vi. Una música espléndida,
que nos invadía por completo, en la que nos instalamos y hasta flotamos, que
nos mantuvo extasiados durante horas –porque aquello no acababa nunca aunque entonces
no nos diéramos cuenta– y un músico arrebatado, lleno de entusiasmo, de
energía, vida, inspiración prodigiosa, felicidad, tesón. El concierto duró
bastante más de lo previsto, salimos de madrugada, pero así es la música en
directo, el jazz sobre todo, cuando se deja llevar por la pasión.
El diario ABC habla de emotividad –en una reseña diminuta
en comparación con la importancia del evento en la que se le da el apelativo de
Príncipe del Silencio – y no exagero
si digo que se queda corto. Emotiva la actuación y la respuesta del público
pero también complicidad y fervor por ambas partes. Aquel momento único que hechizó
a toda una multitud se despachó en menos de 400 palabras. Injusticias de
aquella –tan idealizada y denostada–transición.
“Escuchar a Miles Davis, y además, verle es un espectáculo que, no por repetido, cansa. A su música, la plástica de su actuación, cual prolongación natural, justa y necesaria a ella, se convierte en inusitado “ballet” expresivo del alma que va esculpiendo en cada nota al trompetista que hoy sigue sacando provecho a la elección realizada en su juventud al suprimir el “vibrato”. Por ello toca como toca y como tocaba.Su inagotable magia arrastra sus paseos sobre el tablado, no sólo los objetivos de los fotógrafos, sino las receptivas y atónitas miradas de todos los espectadores del Palacio, que asistieron a una historia con introducción, nudo y desenlace, cuyo argumento se gestó hace mucho tiempo, y que en el futuro podrá tener muchos finales, pero siempre con la misma moraleja, fruto de su providencial sabiduría.”
ABC
–ESPECTÁCULOS – SÁBADO 14 11 1987
Aunque creo que queda algo confuso, con el contenido coincido en lo esencial. Precisamente, el ritmo de la película intenta
reproducir todo ese vértigo, el del propio Davis y el de la trompeta jazzística,
y lo hace alternando secuencias de diferentes momentos de su vida, dejando en
un segundo plano el registro de lo que sucedió para resaltar el carácter y la
sensibilidad del músico. Es su temperamento y su forma de tocar lo que inspira
esas secuencias atropelladas, repletas de intensidad y dramatismo. Peleas
amorosas, peleas en general, amor, infidelidad, esfuerzo, adicciones, violencia,
virtuosismo. Y la propia música invadiéndolo todo, dando sentido
al guión, implicando al espectador y alzándolo por encima de la sala, más allá
del propio argumento.
Cheadle no ha pretendido elaborar una biografía
exhaustiva de la estrella, se conforma con presentar unos cuantos fogonazos –salpicados
de episodios que recuerdan al género negro –de dos etapas muy concretas de su
vida: un momento de los inicios de su carrera y otro, crítico en lo personal y
profesional, después de haber llegado a la cumbre. Gracias a la contención y al
realismo con que se ha abordado el guión, los posibles objetivos del director,
y a la vez guionista: dar a conocer lo que él considera la esencia del personaje
mediante una historia amena y una música envolvente, se han conseguido por
completo.
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Director: Don
Cheadle
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Guión: Steven
Baigelman, Don Cheadle
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Reparto:
Don Cheadle, Ewan McGregor, Michael Stuhlbarg, Emayatzy Corinealdi, Lakeith Lee
Stanfield, Morgan Wolk, Austin Lyon
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Banda Sonora:
Robert Glasper
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Ejecución
musical: Herbie Hancock
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Fotografía:
Roberto Schaefer
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País:
Estados Unidos
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Estreno:
2015
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Género:
Drama, Musical, Biografía
Duración: 100 minutos
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