Páginas

domingo, 30 de diciembre de 2012

Charlas con Paco Tella: La traición

- Estoy depre, no quiero ver a nadie.

Mi amigo Paco viene de la estación. La capital le conmociona tanto en los últimos tiempos que hoy se ha dejado caer por la playa con sus trastos de pesca y la intención de quedarse quieto unas cuantas horas, todo el día, el resto de su vida si fuera posible. Pero tiene mujer e hijos, un negocio que dirigir, aunque debido a su salud apenas pueda atenderlo personalmente. Tomamos unas rebanadas de pan con aceite en el primer chiringo que encontramos abierto. Le noto tenso, a punto de explotar pero no me atrevo a preguntarle. Me consta que el café le relaja, pero solo cuando le quema los labios. Tras unos cuantos sorbos de achicharrarse a conciencia, se fija en las primeras luces que asoman por la línea del océano y suelta lo que lleva encima.

- Soy un tipo despreciable.

- Lo sé, Tella, estuviste en la cárcel por contrabando. Eso no se hace, hay que respetar la ley.

- Aquello no fue más que un fallo técnico. Hubiese sido legal con solo un par de sellos en la parte derecha de los pliegos, ellos me estafaron a mí.

Me callo para no recordarle que también estuvo a punto de atracar un banco. En realidad no es mal chico, solo que en aquella época le dio por tomar sustancias. Pero parece que me adivina el pensamiento.

- Lo del banco lo planeé yo, pero luego me enfrenté a todos porque no quería que se hiciese. Por eso me salí de la banda.

Eran otros tiempos. Y ellos una panda de mequetrefes larguiruchos que acabaron en un correccional, no sé qué habrá sido de los otros. Paco se asustó tanto que cambió de barrio y encontró trabajo en una tienda de flores. Tuvo suerte de que le contratasen de aprendiz; con el tiempo, llegó a tener su propio negocio, abrió incluso varias sucursales. Ahora se conforma con su tiendecita.

- No metas al pasado en esto, Molina. Estoy jodido porque ayer tarde me llamó Pili para pedirme que la acompañase hasta el metro. Yo iba en dirección contraria, tenía cita con un proveedor pero como no habíamos quedado en una hora fija...

- ¿Pili?

- Sí, esa que trabaja en la radio; la has visto, seguro. Vive en la esquina de mi calle enfrente del parque, su marido es camionero...

En mi antiguo barrio todos nos conocíamos. Pili apenas ve más que unos cuantos bultos. Una vez me indicó cómo ir a la central de teléfonos y, aunque el camino era enrevesado, consiguió grabármelo en la cabeza, de tal modo que llegué hasta allí sin contratiempos. Estaba sorprendida, caminé más orientada que si hubiera llevado un GPS. Luego me enteré de que era ciega y entonces lo entendí. Pili iba para pianista. Desde el accidente se dedica a entrevistar a grupos de rock pero sigue tocando el piano.

- El mes pasado tuvo un concierto. Yo no fui. Me dijeron que había estado bien.

- ¿Te invitó acaso?- le pregunto con ironía - Sé que Paco aborrece la música clásica, si admira a Pili es por su programa de radio.

- Claro. El Triski y yo somos colegas.

Triski es el camionero, un melómano empedernido. Escucha lo que le echen, no hace distingos, de Mari Fe de Triana a Bethoven pasando por el rap. Con la comida le pasa igual, dentro de poco van a tener que fabricarle otra cabina, a medida. Y con costuras, a ser posible.

- Cuando Pili me llamó estábamos todavía en la mesa. Esa tarde no tenía que presentarse en la emisora  sino en un acto benéfico al que habían invitado a varias bandas míticas. ¡Yo que sé! Estaba muy nerviosa porque a su jefe se le había olvidado decírselo con tiempo. Tenía que coger un par de autobuses para llegar a la estación, pero si la acercaba yo no le llevaría más de media hora. Empecé a preparar mis cosas muy despacio...

- Pero Paco, tú no puedes apresurarte.

- Por eso lo digo. Pili ya sabe que tengo un problema de bronquios. Quedé con ella en el aparcamiento del hiper, arriba, frente a la puerta, en mi hueco de siempre.

- Lo conozco. Y sé lo que vas a contarme: sentías que te ahogabas y tuviste que dejar que fuese a pie. - Intenté terminar yo la historia para que Paco no se sintiese incómodo, sé que esas crisis suyas le dan un poco de vergüenza.

- Esta vez no - sonrió - eso te lo hice a ti una vez pero ayer no estaba tan mal, en ese caso hubiese aplazado mi entrevista. Llevé a Pili hasta la boca de metro, pero era un camino nuevo para ella, se sentía insegura y me pidió que bajase y la acompañara hasta el andén.

Entonces supe lo que iba a contarme. Paco tuvo que abandonar a Pili a su suerte y no podía perdonárselo. Lleva años sin entrar en un andén de metro, tampoco en aparcamientos subterráneos.

- Te juro que lo intenté, - apuró el tercer café con amargura, la gran rebanada brillaba frente a él, ya fría. -  Le dije que llegaría hasta donde pudiese y ella lo entendió, no hay problema, me conoce desde hace mucho. Me costó bastante bajar las escaleras del brazo de Pili, tuve que parar varias veces, me dieron dos ataques de tos... Conseguimos llegar hasta los torniquetes, pero me faltaba el aire. Pili estaba muy asustada, no sabía dónde tenía que ir. Le describí lo que podía ver desde allí pero más no podía decirle, yo tampoco conocía esa estación. Quisé avisar a algún empleado y no me dejó.

- ¿Has hablado después con ella?

- Sí, sí. Me llamó anoche en cuanto llegó a casa. Había llegado bien, sin tropiezos, quería que lo supiera y me dio las gracias de todas formas. 

Hizo bien en agradecérselo, somos pocos los que podemos imaginarnos el esfuerzo que tuvo que hacer ese hombre. Pili puede ponerse en su lugar porque a ella también le cuesta mucho hacer lo que para otros no tiene ninguna importancia. Paco recogía ya la caña de pescar y la cesta, se puso la gorra. Esta vez no le dejé pagar. Sé por lo que ha tenido que pasar, las miradas de condescendencia, las acusaciones de locura, los guiños, los desprecios, solo porque tiene una enfermedad pulmonar y se ahoga a la primera de cambio. Pero la gente no lo entiende. Y él mismo se siente abrumado por la culpa cada vez que le sucede algo así. Su único fallo fue haber fumado cientos de cajetillas desde que tenía doce años, hasta que un día no pudo llevarse a la boca el cigarro que había encendido porque le faltaba el aliento. Tuvieron que suministrarle mucho oxígeno para sacarle de aquella y desde entonces no ha podido volver a fumar.

- No tiene ningún mérito, - nos dice siempre - yo nunca conseguí dejar el tabaco, me dejó él a mí el muy capullo.

Visita mi nuevo blog sobre la cuestión respiratoria: http://charlasconpacotella.blogspot.com

viernes, 28 de diciembre de 2012

Los árboles azules 4: Auko quiere volar

Pero no puede. Ella nació sin alas, como todos los  que no somos pájaros ni insectos.

Hace pocos días me envió una extensa carta. Se ha marchado muy lejos, según dice, y no quiere que la encuentre nadie. Todavía, pienso yo. A veces llegamos a cansarnos de estar perdidos.

Los padres de Auko también me escriben, o me llaman por teléfono. Se sienten confusos de tener una hija que, por algún motivo, procede de un árbol azul. "Es diferente a todos, se quejan, pero, si ella quisiera, podría ser igual". Bajó de los árboles, es cierto, y ¿de dónde venimos los demás? Unos de una hoguera, otros de una gruta perdida en el océano, algunos de la semilla fósil de una planta mesozoica. Pero nos vestimos, hablamos y pensamos igual que el resto porque no nos gusta ser distintos."

Auko vive ahora en un viejo rascacielos. Pero no en el último piso, aclara, sino en uno de los primeros. Cree que todavía tiene vértigo y que no le conviene precipitarse. Estas son sus palabras:

"Salve, Molina. Ha sido un viaje muy largo. Llegué hambrienta, dormía en la calle y comía lo que encontraba por ahí. Manjares exquisitos, no creas que me conformaba con poco: empanadillas de cabello de ángel y merengue para desayunar, ya sabes lo golosa que soy. Los cogía del mostrador del pastelero y me los comía allí tranquilamente, luego este me dijo que no podía hacerlo y tuve que cambiar de sitio, pero siempre acababa encontrando a alguien que me surtiese de lo que más me gusta. Por la noche me tumbaba en la hierba, al borde del mar para escapar del calor que hace aquí y dormía como un tronco, mucho mejor que ahora. Un día me quedé mirando a una chica que cosía bolsos a mano detrás de un escaparate y me gustó lo que estaba haciendo. Pensé que esa vida no podía durar mucho, así que entré y pedí trabajo allí mismo. Me hicieron una prueba y la pasé.

También me he enamorado. No es que tenga prisa por hacerlo todo en un momento, como piensa mi amiga Carlota, pero quiero empezar a vivir ya. No creas, el afortunado aún no lo sabe y puede que no se entere nunca. Es mi jefe. Sí.

Me gusta querer a alguien así, sin que lo sepa. Es la manera de disfrutar de una sensación tan bonita sin que nadie consiga agobiarme. Carlota se ríe, dice que ya cambiaré.

Estoy segura de que vas a preguntarlo, por eso, aunque no le doy ninguna importancia, te lo cuento ya. Él es un hombre, con eso basta. Parecerá poco decir pero es lo único que importa realmente. Sí, es alto y guapo, ¡no irás a pensar que tengo mal gusto! Manda mucho. Refunfuña. Trabaja sin parar hasta la noche teniendo muy presentes a los dos hijos que le aguardan. No hay madre: murió en un accidente. Los chicos se quedan con los abuelos cuando el padre está trabajando. A él le gusta el motociclismo y las películas de guerra, los domingos lleva a los niños al cine, a jugar al baloncesto y hacen acampadas al aire libre.

Yo no espero a tener fiesta para hacer lo que me gusta. Nado en la playa todo el tiempo que puedo porque es la mejor forma de soñar: con los ojos cerrados, despierta y rodeada de agua. Carlota quiere que alquilemos un barco un día, llegar más allá del horizonte y sumergirnos. Mientras cose, se pincha con la aguja,  corta retales o pone remaches en las esquinas de los bolsos me cuenta su vida entera. Yo, en cambio, no tengo mucho que decir. Todavía. Nací en un árbol azul, me caí a una azotea, la tuya, y cogí un tren para ver el mundo. Ella al principio se ríe pero pronto se pone seria: "Añadirás muchas más cosas a eso y yo lo veré todo." Sí, es algo curiosa pero se preocupa por mí de verdad."


Auko continúa, a su manera, algo desordenada pero también sabia, contándome durante muchas páginas todo lo que está viviendo. Unas veces se entretiene en acumular detalles, otras es lapidaria. Encantadora y excéntrica, siempre. Debería haber un eslogan que afirme: "Ponga a una Auko en su vida", o mejor "Sea Auko, no se arrepentirá". Pero no todos tenemos la suerte de ser ella. Mientras tanto seguiré leyendo sus cartas. ¿Qué otra cosa podría hacer?
(Continuará)

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Charlas con Paco Tella: Yo solo pienso en respirar

Ahora somos amigos, pero antes de haber hablado nunca con él solía verle sentado ante la ventana, frente a la buhardilla de mi rústica casa de antes, en un sillón verde claro, bajo una lámpara de flecos, con las gafas siempre puestas y un libro abierto en las rodillas, durante horas y horas, sin que, aparentemente, moviese un solo músculo. Se hubiera dicho que hasta las páginas pasaban por su cuenta. No exagero, la primera vez que le vi me asaltaron serias dudas de si lo que había al otro lado del cristal era una persona viva o, más bien, una estatua sedente de tamaño natural y un exagerado hiperrealismo.
Paco parece serio pero se guasea de cualquier cosa, persona o animal. Yo no escapo a sus chanzas, él mismo tampoco. Parece vivir con una ceja permanentemente arqueada, como un signo de interrogación que cuestionase este mundo y todo cuanto contiene. Es curioso cuánto puede cambiar la visión de las cosas según sea el ángulo desde el que se miran. Mientras paseamos por el parque o tomamos el té en una terraza de la avenida, Paco contempla con sorna a la gente que pasa corriendo, se ríe de los titulares del periódico que acaba de comprar, lo mira todo con esa condescendencia del que está de vuelta o del que ve desde arriba cómo cientos de hormigas corretean afanosas con algún fin cuya trascendencia es incapaz de explicarse.

Porque habitualmente ha de conformarse con leer. Paco tiene las vías respiratorias obstruidas porque, durante años, se fumó todo el tabaco que cabía en sus pulmones. Cuando estos no aguantaron más, se negaron a seguir trabajando y le dejaron sentado durante un buen pedazo de vida. Por eso le hace tanta gracia que la gente se pelee o sufra por cuestiones tan banales, aunque a ellos les parezcan de vida o muerte.

- Lo tienen todo - dice cuando deja la taza - pero no lo valoran porque ni siquiera lo barruntan. Pueden poseer cosas o no, amar o no, disfrutar, comprar o vender mucho o poco, pero a todos les entra una buena bocanada de aire varias veces por minuto. En esta vida, lo único que importa de verdad es respirar.

Cierro los ojos y me lleno el pecho de aire cada vez que lo imagino paseando, algo cabizbajo, con su mochila a la espalda y un tubito que se divide en dos al llegar a su nariz. Él piensa que es afortunado porque puede divisar la gran montaña al fondo de su paisaje particular, siempre quieta pero siempre distinta, escuchar a Aretha Franklin, leer un cuento de Borges o comerse una tortilla con pimientos.


Ayer apenas podía hablar, se atragantaba de risa.

- ¿Qué te ha pasado que estás tan contento? - le pregunto.

- Jajaja, acabo de encontrarme con el chico que me trae la prensa y me ha dicho: "Don Paco, usted ¿qué hace todo el día? ¿no se aburre de estar parado siempre?"

He tenido que sujetarle las correas, no fuera a ser que la bombona se desplazase demasiado en su espalda y le hiciese caer. Nos hemos acercado al  banco más próximo para descansar un poco, él sujetándose el vientre, que tenía dolorido de tanto reir.

- Bueno, y ¿tú que has respondido?

- Pues mantenerme con vida ¿te parece poco lo que tengo que hacer?

Paco es, a su modo, un epicúreo, un hombre que vive a diario el carpe diem que le tenía reservado el destino, el indiscutible héroe anónimo del barrio que dejé.

Visita mi nuevo blog sobre la cuestión respiratoria: http://charlasconpacotella.blogspot.com

lunes, 24 de diciembre de 2012

Los árboles azules 3: Descubrimientos

Auko nació un 11 de abril. Como era miércoles, todo el mundo andaba despistado, comprando la prensa sin detenerse a hablar con el quiosquero, sacando una mano por la ventanilla para recoger el periódico - los que conducían - mientras sujetaban el volante con la otra, devorando su sándwich de ensaladilla en medio del atasco; acumulando grandes dosis de paciencia, llegando tarde a trabajar, escuchando en la radio el último parte meteorológico, el chismorreo más atrevido de la semana, mecanografiando un informe mientras escuchaban los exabruptos del jefe que no se privaba de afearles la conducta pues, además de haberse retrasado más de veinte minutos tenían la manga izquierda de la chaqueta y la pechera de la camisa cuajadas de lamparones, peleándose con el abogado que les recurría las multas de tráfico, porque es imposible resolver nada cuando todos se alían en tu contra…

Egon Schiele "Haus mit Holzdach" (1915)
Según iba creciendo Auko, su árbol se iba cubriendo de pétalos y escondiéndola de la mirada de todos. Se acostumbro a ver el mundo entre las ramas. Aprendió lo que hacían los hombres, luego se fabricó una especie de escafandra con una bombilla pintada de verde, se vistió con papel de aluminio y salió a investigar. "Ya era hora" me dice, "tenía entumecidas las piernas". Bajó a la playa, anduvo por las calles, no se cansaba de ver y oír. Cuando decidió introducirse en alguna vivienda, pasó mucho miedo, siempre encontraba algún animal doméstico acosándola. Aterrorizada, tuvo que salir huyendo más de una vez. Por fin, recaló en mi escarpado refugio. El gato Mancha había salido a husmear el rastro de cierta comadre vagabunda y tardó mucho tiempo en conocerla. En el fondo es un animal amistoso, no ataca a nadie a menos que se sienta amenazado, entonces se convierte en una fiera.

Ya digo, era un alocado día más de aquel año demente cuando, en uno de los nidos olvidados de un árbol que no tardaría en volverse azul, nació una niña. Las flores todavía no eran más que capullos, pequeñísimos botones, del tamaño de cabezas de alfiler que ningún transeúnte distinguiría, pero nadie pudo ver al bebé porque era minúsculo. Solo los pájaros acudieron a saludarlo, solo ellos se congratularon de ese nacimiento.

Auko no come: olfatea. Le sirvo cantidades minúsculas en un platillo de café, lo que cabría en una hoja de parra sin hacerla oscilar. Se sienta muy erguida sobre dos o tres cojines y  no se lleva nada a la boca, solo aspira muy fuerte lo que ha desmenuzado antes. Lo que queda tiene el aspecto de un pedrusco.

Auko es una primorosa costurera. Ella misma fabrica sus vestidos con los trapos que encuentra tirados por ahí. Combina colores, se fabrica puntillas y volantes, mezcla trozos de cuero con telas, plásticos y toda clase de materiales flexibles. Lavar no entra en sus cálculos, una vez usados los tira y se fabrica otros nuevos. Es artesana por naturaleza, necesita construir tanto como respirar y, desde luego, mucho más que comer.
Emil Nolde - "Figures Craning their Necks"

Se ha convertido en mi confidente. Salimos en bicicleta a pulsar el ambiente del paseo marítimo, nos gusta mirar a los que pasan, revolver las baratijas de las tiendas y nadar despacio hasta la isla. A Auko todo le hace gracia. Tiene una mente curiosa y una forma de ver las cosas muy particular. A veces la llamo mi pequeña filósofa. Pero no he conseguido que entienda la actividad que desempeña un filósofo. “¿Una persona que se dedica a pensar?”, se sorprende, pues no entiendo por qué solo piensan unos pocos. Y todos los demás, mientras tanto ¿qué hacen? ¿No han nacido todos con cerebro? No entiendo como lo pueden dejar quieto, a mí me parece que es imposible no hacerse preguntas, no intentar responder a todas las cuestiones que plantea este entretenido mundo.”
Auko tiene razón.
Me maravilla esa forma suya de captar el entorno. Cuando lee registra palabras enteras: ella no entiende nada de letras. De números, menos aún.  Acepta que la uve sea la inicial de violín pero le recuerda mucho más a un arpa. La eme de madreselva se desparrama como el helecho, no imagina qué pueden tener en común un gorrión o un guijarro. Tampoco en esto se equivoca, su memoria es prodigiosa y su forma de relacionar elementos muy distinta de la mía. Habrá que dejar que discurra de la forma que mejor le dé a entender esa mente fantástica que le ha tocado en suerte.
(Continuará)

sábado, 22 de diciembre de 2012

¿Tienes asma o EPOC? Ojo con los productos de limpieza

No nos engañemos, incluso en el ámbito de la difusión de cuestiones sanitarias existen parientes pobres y parientes ricos, enfermedades sobradamente divulgadas y otras, igualmente graves, que parecen ocupar un lugar secundario tanto en el imaginario colectivo como en las fuentes de divulgación pública. Es el caso de las patologías pulmonares que, para colmo de males, son las que más dependen, con diferencia, de factores como el comportamiento ciudadano.  Sin embargo no podemos exigir sensibilidad, ni siquiera ante un problema tan marcadamente grave como este, en el que nada menos que la capacidad respiratoria de los interesados puede verse gravemente afectada, cuando, tanto a divulgadores como a público, se les hurta la información más elemental. Aceptemos que tan loable es que se divulguen síntomas o medidas preventivas de patologías sobradamente conocidas, caso de la diabetes, el cáncer o las enfermedades coronarias, como de lamentar que casi todo lo relacionado con enfermedades respiratorias continúe en el mayor de los silencios.

Como decía, esta clase de datos llegan con cuentagotas a las páginas de salud de la prensa o se escuchan muy de tarde en tarde en programas televisivos de divulgación, ni siquiera los especialistas en neumología se esfuerzan demasiado en darlo a conocer. Y, sin embargo, su gravedad se incrementa a causa de la desinformación general y, en ocasiones, de los propios afectados. Un asunto que exige soluciones urgentes por parte de gestores administrativos y hospitalarios ya que, como es de suponer, su incidencia no se limita a limpiadoras y amas de casa sino a todas las personas - con patologías respiratorias o riesgo de adquirirlas - que visitan centros públicos donde se limpia en horarios de afluencia, y sobre todo usuarios de hospitales y centros de salud afectados de EPOC (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica) o asma bronquial.

Y, sin embargo, son tanto los actuales enfermos como aquellos que se sumarán a ellos debido a la desinformación reinante y su consecuente falta de medidas preventivas los que más lo necesitan ya que su salud, calidad de vida, incluso esta misma en ciertos casos, dependen de lo que sus conciudadanos arrojen a la atmósfera, sea humo, polvo o losproductos químicos a que se refiere el artículo, ya que, con solo un poco de cuidado - que estaría asegurado la mayor parte de las veces si, repito, se contase con la información más básica -, podrían evitarse fácilmente. 

Hablo de los productos comunmente utilizados para el aseo de lugares privados y públicos, la mayoría de ellos fuertemente irritantes, que podrían sustituirse por otros mucho prácticamente inocuos sin mayor problema en lo tocante a desinfección. Eso unido a la incomprensible costumbre, que se ha ido generalizando en los últimos años, de limpiar los locales en horas de afluencia de público, y no antes o después de la jornada laboral, producen graves perjuicios en la salud respiratoria de los clientes.

Visita mi nuevo blog sobre la cuestión respiratoria: http://charlasconpacotella.blogspot.com

LA RAZON.ES

Medicina y Sanidad
El asma amenaza a los empleados de limpieza 
Los profesionales de este sector inhalan a diario productos desinfectantes y desengrasantes que a largo plazo provocan irritación y alteración de la mucosa bronquial 
    18 de marzo de 2012. 00:00h A. Jiménez .



Se exponen a productos irritantes porque son su herramienta de trabajo. Los profesionales de la limpieza conviven a diario con compuestos nocivos, como amonio cuaternario, sprays desengrasantes, lejía (hipoclorito sódico) y otros desinfectantes que, bien por separado o combinados, pueden provocar asma. De hecho, aunque pocos son los estudios longitudinales, según explican desde la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (Separ), los últimos datos de un trabajo realizado en Finlandia, desvelan que existe un 42 por ciento de incremento de riesgo de asma en personal de la limpieza en comparación con otros profesionales. Y otra investigación basada en las encuestas del Europeo de Salud Respiratoria informan de un aumento del riesgo de asma, de entre un 30-50 por ciento en adultos que usaban productos de limpieza en forma de spray en sus hogares, al menos, una vez por semana.

Pero no se trata de asma «común». Según explica el neumólogo Xavier Casas, miembro de la Separ, «no se manifiesta con atopía o niveles de alergia aumentados (hipersensibilidad a alérgenos), sino que se produce por un mecanismo de irritación del bronquio, una alteración del a mucosa bronquial».

Y aunque afecta tanto a trabajadores de empresas como de hogares, en estos últimos el peligro es mayor. «Afecta a ambos tipos pero, aunque los productos son similares, en las empresas suele existir un mayor control de las concentraciones que se emplean, mientras que esto no ocurre en el personal doméstico, donde los usan sin normativas y a más altas concentraciones». Xavier Casas también puntualiza que, dentro del grupo de personal de limpieza no doméstica, el mayor riesgo se encuentra principalmente en los trabajadores en cocinas, hospitales y colegios.

Síntomas
A la hora de diferenciar los signos del asma, el experto de la Separ matiza que «una cosa es la hiperreactividad bronquial que produce la inhalación de un producto de forma más puntual y que puede desaparecer a los seis meses, y otra el asma de este colectivo, que se observa a largo plazo, y se debe a una exposición en bajas dosis de irritante, pero prolongada en el tiempo».
Como decía, esta clase de datos llegan con cuentagotas a las páginas de salud de la prensa o se escuchan muy de tarde en tarde en programas televisivos de divulgación, ni siquiera los especialistas en neumología de la salud se esfuerzan demasiado en darlo a conocer. Y, sin embargo, su gravedad se incrementa a causa de la desinformación general y, en ocasiones, de los propios afectados. Un asunto que exige soluciones urgentes por parte de gestores administrativos y hospitalarios ya que, como es de suponer, su incidencia no se limita a limpiadoras y amas de casa sino a todas las personas - con patologías respiratorias o riesgo de adquirirlas - que visitan centros públicos donde se limpia en horarios de afluencia, y sobre todo usuarios de hospitales y centros de salud afectados de EPOC (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica) o asma bronquial. En estos casos la inhalación de estos productos irritantes supone - no me cansaré de repetirlo - un grave riesgo para la vida de estos enfermos o, en el mejor de los caos, un fuerte retroceso en sus patologías. Conviene que esta realidad salga a la luz y son los especialistas en neumología y los propios pacientes unidos para hacer oír su voz a quienes corresponde divulgarlo, así como a los profesionales de la información servir de portavoces para poner fin de una vez por todas a una indefensión tan flagrante.

jueves, 20 de diciembre de 2012

Los árboles azules 2: El mirador de Auko

Llegué arriba a la vez que una gran cinta de color mandarina se instalaba en el horizonte. Me acomodé en el porche y miré abajo. La informe masa oscura se arremolinaba a mis pies, pedruscos rocosos que entreví desplomarse hacia la arena. El mar. Una baranda de madera. Un suelo de tarima barnizado. La hamaca. A través del cristal, la suave luz de las pantallas. Mi nueva casa me esperaba, con todas sus luces encendidas, después de una larga caminata a pie y una plácida travesía por unas aguas que a partir de entonces iban a convertirse en mi refugio. Oscurecía deprisa y el farol que asomaba desde la cornisa apenas me dejaba ver nada. Miré dentro.

El mismo entarimado de fuera, alacenas, un diván naranja y un biombo de esterilla ocultando la cama sencilla y grande. Al pie de ella, un jarrón estriado y barrigudo del que sobresalía una muñeca vestida de azul, como en la canción. Pero nada de vestiditos: unos vaqueros cochambrosos e increíblemente grandes para ella y una camisa de chico con las mangas remangadas. Al principio solo asomaba la cabeza y parecía ser del mismo tamaño que el jarrón, luego, a medida que iba saliendo, la muñeca animada, fue pareciéndome más grande. Una enanita articulada con mejillas  ardiendo, como si las hubiesen pintado con carmín.  Intenté levantarla sujetándola por las axilas y noté que forcejeaba un poco

- Me llamo Auko y no estoy en venta -  dijo.

Me llevé el susto de mi vida, di un salto atrás y ella aprovechó para sacar las piernas. No era una persona ni un maniquí ni un holograma ni un robot, y lo era todo al mismo tiempo.

- ¿Estás viva?

Puso cara de asco y me dio la espalda. Naturalmente, ¿qué te crees? No sé de qué te extrañas - parecía decirme - cuando lo más natural del mundo es que un ente inclasificable con aspecto de camionera minúscula salga de un balón de cerámica y deambule por tu casa tan campante. Yo seguía petrificada, no sabía qué pensar.

- ¿Quién eres? - Deseé intensamente que todo fuese un sueño y entonces supe que era mentira, que me moría de ganas de que aquello estuviese pasando. Había un extraño encanto en toda la escena, como si la iluminase una luz de ultratumba. Nunca he creído en los espíritus pero todo lo que sea misterioso me atrae.

- Pues Auko - ladró - ¿quién si no?

- Aaaauko, ya, ya, - dije para mí misma. Alguien me estaba tomando el pelo. Una ristra de películas empezó a desfilar por mi mente.


Salvador Dalí "Ecuestre retrato" Óleo
  Además, me temblaban las piernas, así que le di la espalda. Si quería algo de mí, que lo dijese, yo tenía que deshacer el equipaje. Nunca me ha gustado discutir, y con muñecas parlantes menos aún. 

Pero hicimos buenas migas pronto. Me dijo que vivía en la terraza y que cuando me vio trepar entre las rocas corrió a esconderse dentro. Auko - como comprobaría más tarde - se regía por una lógica incontestable, pero los materiales que tenía a su alcance no iban más allá del cálculo elemental: era extremadamente simple. Y, sin embargo, nadie más imprevisible que ella. Eso me confundía e inquietaba, aún no era capaz de barruntar si era peligrosa o no. Me tumbé en la hamaca, ella puso un cojín sobre la tierra reseca de una de las macetas y se sentó encima.

- No creas que estoy siempre despierta. - me confió. - Solo cuando los árboles de allá abajo se vuelven azules.

- ¿Qué árboles azules? - me asombré. Había visto unos palitroques desnudos dispersos por la arena antes de encaramarme a la roca. Esas ramas secas tenían un color parduzco, nada que ver con el azul.

- Se vuelven azules en mayo. ¿Ha llegado ya?

- ¿El qué, el mes de mayo? Auko, - resoplé - estamos a mitad de noviembre.

- ¡Ah!, bueno. - pareció tranquilizarse - Entonces has sido tú.


Después de un buen rato de jugar con las palabras, me pareció entender que Auko solo despertaba en primavera. A no ser que un ser humano, sin intención de dañarla, se cruzase en su camino. En eso consistía su particular instinto de supervivencia, dejaba de ser muñeca solo cuando no se preveían amenazas. También cada vez que aquellos troncos sin vida, esas feas ramas que se extendían sin gracia a lo largo de la playa, resurgían formando una red de tupidas copas, de forma que, incluso desde allá arriba, la orilla apenas podía verse. Me asomé a las sombras, la arena se había tragado los árboles, el mar se había convertido en una masa violeta y el fondo tenía el color de la herrumbre. Hasta el amanecer era imposible distinguir nada. Dije adiós a Auko y me fui a acostar.
(Continuará) 

martes, 18 de diciembre de 2012

Si tienes un arma la usas. (Sobre el tiroteo de Newtown, Connecticut)

Este mundo anestesiado es incapaz de conmoverse o rebelarse. Somos un puñado de grillos metidos en un saco de arpillera. Se han asegurado de que quedemos bien atrapados, conducidos sobre los hombros del gran poder, convencidos de que quienes elegimos somos nosotros. De vez en cuando, alguien rompe unas hebras de la urdidumbre y escapa. A veces se lleva consigo a unos cuantos, los demás entreabren perezosamente los ojos un momento y enseguida vuelven a refugiarse en su sopor.

La tierra se ha convertido en un inmenso juguete con el que nos dejan jugar, la técnica (antigua y moderna) inculca en nosotros la impresión de dominio. Todo es falso: somos más peleles que nunca. Si en siglos precedentes la religión fue el recurso para asegurar mentes sumisas - y, cuando ella misma llegó a convertirse en fuente de disidencia, la represión violenta, vía hoguera u horca, se impuso con firmeza - ahora es la ciencia económica, quien se dice en la absoluta posesión de la verdad, y los pequeños e inofensivos desahogos (internet, pero también los medios de comunicación e incluso la creciente efectividad de los transportes desde hace más o menos un siglo) cooperan con éxito en la producción de letargos. Nos dejan cantar tras los barrotes pero algo no funciona bien. La crisis - formidable excusa para arramblar con las que creíamos eternas conquistas socialdemócratas - no es más que un triste síntoma, esas mentes desequilibradas que se escurren entre los flecos del sistema dejando una estela de desastres es otro.

René Magritte "Les Fanatiques" (1955) - Oleo sobre lienzo
Como demuestra aquella sencilla frase que conservo desde hace años, el que lleva un arma consigo acaba por usarla. Fue emitida por un periodista que, viviendo momentos de gloria, acabó víctima de sí mismo. En un lamentable acceso de furia mató, fue encarcelado, vio caer su carrera, su reputación, su libertad, su halo de  triunfador y todo sobre  lo que hasta entonces había edificado su vida se vino abajo como un castillo de naipes. La frase es lapidaria, sobre todo cuando procede de quien sabe bien lo que dice y lo expresa con toda la contundencia y la desolación de que es capaz. Años de sufrir las consecuencias se pueden resumir en esta simple frase. Porque, continuaba diciendo el personaje, siempre va a haber un motivo, algún individuo que te enerve, una situación que te saque de tus casillas y entonces recuerdas lo que llevas en la guantera, esa pistola aparentemente inofensiva que reposa en su cubículo, y la sensación de poder es insoportable. Cierto que hay infinidad de medios de cometer crímenes, pero ese aura de soberbia dominación que posee el que tiene un arma de fuego en sus manos, ese inevitable endiosamiento no lo proporciona ningún otro.

Desde Europa esto parece evidente, sin embargo también aquí suceden a veces inexplicables desgracias. Pero, sobre todo, lo alarmante es su carácter sintomático porque bajo ese orden aparente, ocultos por la superficie calmada de las aguas - que ya empiezan a agitarse con más vehemencia de la esperada, y esto es solo el principio - se encuentran todas las incongruencias, malentendidos, represión, desequilibrio social, en definitiva, un sistema amenazante y malencarado que intenta convencernos de una benevolencia y una sabiduría que está muy lejos de poseer.

Este tipo de hechos son un producto de nuestra sociedad. Y afirmarlo no supone justificación ninguna, los inquisidores eran producto de la suya y nadie piensa que eso suponga un atenuante. Quien los comete sabe lo hace, conoce sus consecuencias, la crueldad que lleva dentro, el sufrimiento que genera. Es tan culpable como los que sostienen las riendas del mundo. Unas culpabilidades producen otras.

Miguel Prieto "Los lobos... (1950) - Oleo sobre lienzo
Han muerto dos decenas de niños y casi la mitad de adultos. El mundo se estremece y una localidad está aún aturdida por los efectos de tanta crueldad. Vivimos momentos dolorosos. Y mientras nuestro despiadado planeta gire movido por la misma cómoda inercia, las convulsiones seguirán sucediéndose, de vez en cuando una mente enfermiza se parará de repente y gritará que no puede más realizando algún acto terrible. Son los verdugos-víctimas, demasiado débiles para seguir soportando tanta hipocresía, demasiado perezosos para sobreponerse. La constatación de nuestra decadencia.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Don Rufo bufa: Lacras sociales


La opinión pública, nos guste o no, suele estar distorsiada. Se dan por buenos una serie de esquemas, procedentes por lo general de quienes tienen la sartén por el mango, y se atacan los adoptados por otras tierras y otros tiempos. En nuestra sociedad es un lugar común pensar que hemos superado la antigua barbarie y, por tanto, nuestras costumbres son civilizadas correctas y justas. Que estamos por encima del bien y del mal, que hemos llegado al fin de la historia, a partir del cual lo único que necesitamos es repetir las magníficas soluciones que hemos descubierto. Que todo está ya hecho, que las actuales mentalidades son las adecuadas y, en consecuencia, no hay nada que cambiar.

Craso error. Tanto hoy como en la Edad Media o en cualquier otro momento histórico, así como en cualquier punto del planeta se aceptan muchas conductas aberrantes. Por ejemplo, aunque hasta hace poco lo hemos considerado anacrónico, es un hecho irrebatible que sigue habiendo piratas - que son perseguidos -, esclavitud - más tolerada que otra cosa, prostitución - que algunos sectores aplauden -, mendicidad - que, si nadie lo remedia, acabará proliferando en muy poco tiempo -, ejecuciones en la plaza pública - en forma de crueles programas televisivos, perpetuados e incrementados gracias al (para mí incomprensible)  consentimiento social -, enconadas persecuciones callejeras con el único fin de rellenar programación de forma barata y cómoda sin que los perjudicados tengan la opción de defenderse. En otros países se valora mucho más la intimidad, aquí da la impresión de que hemos olvidado aquello tan elemental de que la libertad de uno acaba dónde empieza la de los otros.

Pero volviendo a las lacras sociales, querría echar un vistazo a dos de ellas en concreto: prostitución y esclavitud. Y si las menciono a la vez es para defender que, por mucho que ahora se sostenga lo contrario, no son la misma cosa, es más, ni siquiera se parecen. A algunos esta confusión les conviene, otros la aceptan de buena fe pero, si se sigue perpetuando esa idea, muchas generaciones futuras habrán asimilado estos esquemas - cuidadosamente presentados para instalarse como convicción casi general - y perpetuarán la división entre sexos, sobre todo entre las clases menos favorecidas cultural y económicamente.



Las señoritas de Avignon. Pablo Picasso
Oleo sobre lienzo. MOMA
En primer lugar, y aunque nadie parezca ponerlo en duda, la prostitución no es el oficio más antiguo del mundo. Y aunque lo fuese, una gran parte de estructuras antiguas se han rechazado por obsoletas: las primeras viviendas fueron cuevas y hoy nadie viviría voluntariamente en una gruta prehistórica. Y, sobre todo, no es un oficio. Los primeros oficios, como todo el mundo sabe aunque parece olvidarlo cuando se trata esta clase de asuntos, fueron la caza y la recolección. En cuanto a la sexualidad, o bien era una actividad voluntariamente aceptada por ambas partes o era una forma de esclavitud, de dominación, del más fuerte hacia el más débil. Podemos imaginar la existencia de lo que en la actualidad consideramos violaciones y que en aquella época debían tener rasgos muy distintos ya que, probablemente, eran aceptadas con la resignación e inevitabilidad imaginables en etapas previas a la aparición de los derechos humanos.
Asimetría
La prostitución aparece únicamente cuando entra en juego el dinero y eso no ocurre hasta la llegada de la civilización industrial. Y jamás fue voluntaria, como no puede ser voluntaria ninguna forma de exclusión social. Las mujeres que procedían de clases humildes y no estaban protegidas por un marido ni por un padre no podían ganarse la vida de otra forma. Hoy día la sociedad se ha diversificado, es más igualitaria en lo referente a los sexos, existen instituciones que defienden a los débiles. Si los varones que atraviesan momentos difíciles, por extremos que sean, no piensan recurrir a medios que atentarían radicalmente contra su dignidad de personas, ¿por qué algunas mujeres lo hacen argumentando que su decisión es voluntaria? Por pura manipulación, porque se ha intentado con la mayor vehemencia - y, lamentablemente, conseguido en gran parte - identificarlo con la liberación femenina. Pero nada más lejos, en realidad se trata del fenómeno contrario. Cuando el dinero está en juego lo que se entroniza es la genitalidad del varón. Aquí los deseos y decisiones de las mujeres no tienen ninguna importancia, su dignidad queda en entredicho. Y ¿quien podría argumentar seriamente que se trata de un trabajo como cualquier otro? Acaso usted, señora, recurriría a ello si se encontrase en apuros. La respuesta es obvia. Solo aquellas que han sido confundidas por un propaganda interesada y sexista intentan convencerse de que lo que hacen es de lo más natural.  Mientras siga instalada tal desigualdad, el espectáculo que supone ese tipo de transacciones (sean o no visibles, eso es lo de menos, pues, en cualquier caso, son sobradamente conocidas) inclinarán la balanza del lado de siempre, la mujer - como género - se mantendrá en inferioridad de condiciones, su dignidad seguirá en entredicho. La de todas: vengan del lugar que vengan, cualquiera que sea su mentalidad, formación o costumbres. Por esa enorme razón, el reinado del placer masculino debería acabar cuanto antes. Pero para instalar el equilibrio con la urgencia necesaria, es preciso olvidar la frivolidad con que se contempla. Por parte del sector femenino, porque piensan que no les concierne, por el masculino, porque se considera una diversión más, sin consecuencias. Y mientras tanto el abismo continúa abierto.

Hablaba antes de esclavitud. Cualquier iniciativa que se realice contra la voluntad de los que participan en ella merece exclusivamente este nombre. Así ha de llamarse cualquier forma de lucro que se ejerza a costa de la libertad de las personas. Ya sea el comercio de mujeres, la reclusión de seres humanos de cualquier sexo para ejercer trabajos poco o nada remunerados y en condiciones abusivas, el trabajo infantil o cualquier otro. Da igual lo que se obligue a hacer, lo importante aquí es la coacción, el enclaustramiento, la ausencia de una vida libre. En estos casos, los que se consideran dueños de personas deberían responder ante la ley. En cambio, para merecer el nombre de prostitución, dicha actividad debe ser ejercida por decisión propia – al menos aparentemente, sin tener en cuenta la (más que segura) coacción subliminal – solo así, al tener por objeto a personas plenamente responsables de sus actos, podrá perseguirse debidamente.

Basta de confundir a la gente. Ni las esclavas son prostitutas, ni la prostitución voluntaria es liberal y progresista, ni es un oficio y menos aún el más antiguo del mundo. Solo la llegada del comercio - que aportó unos valores y pervirtió otros - trajo consigo el denominado comercio carnal. Cualquier otro argumento no es más que pura demagogia.

Emil Nolde - "Naturaleza muerta con bailarinas" (1914)
Esto se entenderá mejor si consideramos que, todavía en estos tiempos, cualquier cuerpo femenino es, para la mayoría de los hombres, aunque ya no se atrevan a confesarlo, objeto de de transacción comercial en potencia. Una mujer es siempre un cuerpo, haga lo que haga, pertenezca al estatus que sea, trabaje duramente o no, tenga formación universitaria, un cargo directivo, responsabilidades de gobierno o permanezca en casa con sus hijos. Las atractivas porque poseen lo que ellos codician. Las que no lo son porque tienen la desfachatez de no ser agradables a la vista. Es así nos guste o no y todavía no podemos evitarlo. Si alguna vez  llegasen a ser conscientes de ello, se sentirían sumamente incómodas pero las ironías, desprecios y marginaciones continuan estando a la orden del día. Mientras el sambenito sexual vaya por delante de cualquier otra consideración, ninguna mujer será considerada persona en la plena acepción del término.

viernes, 14 de diciembre de 2012

¿Qué hace Berlanga limpiando tu cocina?

Esta noche ha sido... yo diría que teatral, con personajes entrando y saliendo continuamente de escena. Alguien parecido al actor Fernando Fernán Gómez se ofrecía amablemente a ayudarme con un trabajo urgente. Pasábamos una eternidad sentados a la mesa del comedor de la vieja casa materna, tal como estaba en tiempos de mi abuela no como quedó después de la reforma. Los techos seguían siendo altos y podías perderte por los corredores u ocultarte, como entonces, tras la multitud de macetas, adivinar a quién pertenecía la figura que se agitaba tras el cristal esmerilado, acurrucarte junto al fuego al lado del mastín, segura de que él te protegería de las miradas y que tardarían un buen rato en encontrarte. Era el mundo del misterio, también de la solemnidad y la rutilancia. Más tarde lograron desvirtuar su esencia con el pretexto de que debía ser práctico. Bajaron techos, sustituyeron las grandes puertas antiguas por otras más feas y funcionales y la magia se desmoronó de repente.

Tras archivar centenares de documentos, me levanté a preparar café pero el contador del gas se puso a arder de pronto. Unas llamas engendraban otras alargando la hoguera por momentos, saltaban de un lado a otro o se aferraban a los resquicios en una inquietante danza que nos aterrorizaba y fascinaba a la vez. Todos callaban. Conseguí pedir ayuda con un hilo de voz mientras recorría el largo pasillo, hasta encontrar a mi nuevo amigo en el último cuarto, sentado de cara al  balcón y de espaldas a mí. Entonces la angustia se disolvió como el azúcar y el mundo volvió a ser habitable.

Mi hermana - que nos dejó hace ya mucho tiempo - entraba en el comedor radiante, con el pelo de un rubio ceniza que le sentaba realmente bien, rebosado salud. Nos sentábamos para charlar con mi sobrino - convertido ahora en bebé - por videoconferencia. Junto a la cuna estaba postrado un anciano, probablemente alguien de la familia, que no reconocí.

Tiempos pasados y futuros, el enconado revuelo de las épocas. El niño se abrió paso hasta nosotros a través de la pantalla, atravesó tres habitaciones y cayó de un culetazo en la enorme cama principal, todavía más minúsculo bajo aquel soberbio dosel de brocado que tanto lamento haber perdido.  

Sin transición, llegó la noche. Una intrusa tumbada en un desvencijado sofá rojo reía a carcajadas cuando reclamé mi sitio asegurando que tenía que leerme el tarot cuanto antes. No hubo tiempo de declararme escéptica, el devenir volvía a arrastrarme. Ahora, de la cocina, llegaba un ruido de cacharros, agua cayendo a chorros, arrastrar de bayetas. Me asomé y lo que vi fue a Luis Berlanga, nada menos, limpiando con fruición los fogones.


En este punto los rostros se desvanecen, a mi alrededor no quedan más que restos de voces, crujidos que se extinguen,  puedo sentir la oscuridad a través de mis ojos cerrados. El lejano rumor que escuché antes se va convirtiendo en un estruendo tal que empieza a resultar amenazante. Oí decir a la intrusa: "¿Qué hace Berlanga limpiando tu cocina?"

Con un esfuerzo enorme conseguí despertarme por fin. El cuarto, tan acogedor como siempre, seguía a oscuras y en silencio. De Berlanga y de la medium ni rastro.

Y, a pesar de todo, puede que hubiese caído en un paraíso estéril. No hay serenidad cuando faltan interrogantes, sin ellos nos sometemos a una especie de limbo. Ciertamente, fue todo un alivio librarme de la asfixiante dama del futuro pero ¿era preciso también expulsar a Berlanga de mi vida, de las vidas de todos? ¿Dónde se han ido los Berlanga, los Bardem? No los de ahora sino los directores de aquellas imperecederas películas. ¿Por qué no nos limpian ya las cocinas, apagan los incendios, sirven el café, adivinan el futuro, resucitan a los muertos, hacen cucamonas a los niños, nos echan una mano cada vez que los quebraderos de cabeza nos asaltan?

 Fotografía de Bruno Barral

Si esas amargas y divertidas historias se quedasen para siempre con nosotros, comprenderíamos mucho mejor nuestro presente, tanto los que han olvidado el pasado como los que no han llegado a conocerlo. Esos libros de historia viva siguen siendo tan divertidos como entonces, Berlanga tiene que venir a limpiar nuestras cocinas para contarnos quienes somos, algo que parecen no saber muchos cineastas modernos. Tanto él como Bardem han de seguir utilizando el estropajo y la bayeta de Muerte de un ciclista (1955) y Calle Mayor (1956  - dirigidas por este - Bienvenido, Mister Marshall (1952) guionizada por ambos y dirigida por el primero, Calabuch (1956), Plácido (1961), El verdugo (1963), La escopeta nacional (1977), Patrimonio nacional (1980), La vaquilla (1981) Todos a la cárcel (1993) y tantas otras. Tras dejar nuestras cocinas relucientes, repararían cañerías, harían de deshollinadores y hasta de bomberos. El país, y el mundo entero, está pidiendo a gritos una buena limpieza general.

¡Que vuelvan! que se vean de nuevo todas sus películas, que nos hacen muchísima falta. De ninguna manera pueden quedarse donde están ahora, expulsados de la memoria de todos.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Los árboles azules 1:Mudanza

Es preciso llevar dentro de uno mismo un caos para poder poner en el mundo una estrella.
Friedrich Nietzsche




Llevar el caos dentro. Muy distinto de ser uno mismo un caos. Alguien se convierte en un caos cuando no lleva nada dentro. Algo mucho más fácil de conseguir de lo que parece a simple vista.

El mundo suministra suficiente contenido que, obviamente, no surge del interior sino que los llevamos fuera, como un traje: opiniones prestadas, frases hechas para adaptar a cualquier ocasión, prejuicios, fidelidades a personas y personajes que nos ahorran decidir por nosotros mismos... No somos nada, como mucho una copia entre miles, un clon mental y moral. Estamos expuestos a convertirnos en caos. De hecho, ya lo somos. Solo falta derribar el ínfimo punto de apoyo que nos sostiene para que se disgregue en ínfimos granos nuestra personalidad arenosa.

El cielo deja de ser negro y empieza a volverse azul, muy lentamente, por detrás de los árboles. Van surgiendo las siluetas, los colores. Otro día más, tan frío y húmedo como todos en este inhóspito mes que atravesamos. El corteza terrestre, los árboles, la masa atmosférica, mi mano, la estela de humo que se eleva sobre el caserío del otro lado del puente, el perro que baja la colina para beber en el río. Todos son orden en sí mismos y llevan dentro un caos que el individuo de la especie humana debería observar con más frecuencia.

Ya es la hora. La cortina empieza a moverse. Lo hace porque el cristal vibra. Esos temblores los provoca la grua instalada al pie de la casa, que empieza a funcionar, como todos los días, desde el primer atisbo de luz. Derribarán el tejado, los cimientos, todo lo que guardo dentro: ropas, muebles, cuadros, lámparas acabarán destruidos si no me doy prisa en sacarlos de aquí. Sigo en la cama. El cielo blanquea ya. Ahora, dentro de casa impera un caos magnífico. De estilos decorativos, objetos de toda procedencia, libros, discos, películas tan diversos en mensaje y estética, pinturas que chocan entre sí y a la vez se apoyan, figuras puntiagudas y esferas, plantas colmadas de flores y cactus, sedas y arpilleras, mármol, madera, plástico, cristal, molinillos de café con manivela y portátiles de última generación, Tápies y El Greco, caluladoras y copas de Murano. Dentro de doce horas, la casa misma será un caos. Habrá desaparecido la música, el calor de las mantas, la luz de las bombillas, el calor, los pensamientos y se habrá convertido en un caos compuesto de baldosas pulverizadas, yeso, ladrillos y toda clase de materiales mezclados en un amasijo informe.

 Pero los árboles, el puente, la casona, el río y el perro permanecerán en su sitio. Ni siquiera repararán en que ha desaparecido la casa. Y en poco tiempo, ni siquiera los vecinos recordarán qué había allí antes. Se habrán retirado los restos, limpiado el lugar y todo volverá a estar en orden. Amanecerá un día más. El cielo será entonces rosado o azul o blanco como ahora y nadie echará de menos ese universo peculiar, la mezcla de color, volúmenes, sonidos y aromas que colman ahora mi vida.                                 
Me mudo a un nuevo hogar. Aún no sé si más placentero o más inhóspito que este. Tampoco sé si lograré construir un caos tan magnífico como el de ahora, si resultará o no gratificante vivir en él. Quizá sea más destartalado, demasiado pequeño o grande o frío o poco luminoso. Se adaptará a mí como un guante o me sentiré incómoda en él. Me pregunto si podré reconstruírlo, acumular de nuevo los objetos que me alegran, deformarlo, amasarlo, saturar su atmósfera de todo lo que me hace feliz.
Dentro de mi casa nueva ha de haber un caos, como lo hay en esta. Como lo hay dentro de mí misma. Para que lo sature, lo impregne, lo llene de contenido, de propósito, de sentido, dirección, para que sea flecha y caracola, para que me cobije y me dé alas, pero sobre todo para que mi caos interno permanezca, para que ninguna construcción se desmorone, para seguir entera y cohesionada.

¿Dónde irán ahora el ficus, las palmeras, mi gato Mancha, la ardilla que visita el patio interior?

La casa y yo. 
(Continuará)