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domingo, 30 de diciembre de 2012

Charlas con Paco Tella: La traición

- Estoy depre, no quiero ver a nadie.

Mi amigo Paco viene de la estación. La capital le conmociona tanto en los últimos tiempos que hoy se ha dejado caer por la playa con sus trastos de pesca y la intención de quedarse quieto unas cuantas horas, todo el día, el resto de su vida si fuera posible. Pero tiene mujer e hijos, un negocio que dirigir, aunque debido a su salud apenas pueda atenderlo personalmente. Tomamos unas rebanadas de pan con aceite en el primer chiringo que encontramos abierto. Le noto tenso, a punto de explotar pero no me atrevo a preguntarle. Me consta que el café le relaja, pero solo cuando le quema los labios. Tras unos cuantos sorbos de achicharrarse a conciencia, se fija en las primeras luces que asoman por la línea del océano y suelta lo que lleva encima.

- Soy un tipo despreciable.

- Lo sé, Tella, estuviste en la cárcel por contrabando. Eso no se hace, hay que respetar la ley.

- Aquello no fue más que un fallo técnico. Hubiese sido legal con solo un par de sellos en la parte derecha de los pliegos, ellos me estafaron a mí.

Me callo para no recordarle que también estuvo a punto de atracar un banco. En realidad no es mal chico, solo que en aquella época le dio por tomar sustancias. Pero parece que me adivina el pensamiento.

- Lo del banco lo planeé yo, pero luego me enfrenté a todos porque no quería que se hiciese. Por eso me salí de la banda.

Eran otros tiempos. Y ellos una panda de mequetrefes larguiruchos que acabaron en un correccional, no sé qué habrá sido de los otros. Paco se asustó tanto que cambió de barrio y encontró trabajo en una tienda de flores. Tuvo suerte de que le contratasen de aprendiz; con el tiempo, llegó a tener su propio negocio, abrió incluso varias sucursales. Ahora se conforma con su tiendecita.

- No metas al pasado en esto, Molina. Estoy jodido porque ayer tarde me llamó Pili para pedirme que la acompañase hasta el metro. Yo iba en dirección contraria, tenía cita con un proveedor pero como no habíamos quedado en una hora fija...

- ¿Pili?

- Sí, esa que trabaja en la radio; la has visto, seguro. Vive en la esquina de mi calle enfrente del parque, su marido es camionero...

En mi antiguo barrio todos nos conocíamos. Pili apenas ve más que unos cuantos bultos. Una vez me indicó cómo ir a la central de teléfonos y, aunque el camino era enrevesado, consiguió grabármelo en la cabeza, de tal modo que llegué hasta allí sin contratiempos. Estaba sorprendida, caminé más orientada que si hubiera llevado un GPS. Luego me enteré de que era ciega y entonces lo entendí. Pili iba para pianista. Desde el accidente se dedica a entrevistar a grupos de rock pero sigue tocando el piano.

- El mes pasado tuvo un concierto. Yo no fui. Me dijeron que había estado bien.

- ¿Te invitó acaso?- le pregunto con ironía - Sé que Paco aborrece la música clásica, si admira a Pili es por su programa de radio.

- Claro. El Triski y yo somos colegas.

Triski es el camionero, un melómano empedernido. Escucha lo que le echen, no hace distingos, de Mari Fe de Triana a Bethoven pasando por el rap. Con la comida le pasa igual, dentro de poco van a tener que fabricarle otra cabina, a medida. Y con costuras, a ser posible.

- Cuando Pili me llamó estábamos todavía en la mesa. Esa tarde no tenía que presentarse en la emisora  sino en un acto benéfico al que habían invitado a varias bandas míticas. ¡Yo que sé! Estaba muy nerviosa porque a su jefe se le había olvidado decírselo con tiempo. Tenía que coger un par de autobuses para llegar a la estación, pero si la acercaba yo no le llevaría más de media hora. Empecé a preparar mis cosas muy despacio...

- Pero Paco, tú no puedes apresurarte.

- Por eso lo digo. Pili ya sabe que tengo un problema de bronquios. Quedé con ella en el aparcamiento del hiper, arriba, frente a la puerta, en mi hueco de siempre.

- Lo conozco. Y sé lo que vas a contarme: sentías que te ahogabas y tuviste que dejar que fuese a pie. - Intenté terminar yo la historia para que Paco no se sintiese incómodo, sé que esas crisis suyas le dan un poco de vergüenza.

- Esta vez no - sonrió - eso te lo hice a ti una vez pero ayer no estaba tan mal, en ese caso hubiese aplazado mi entrevista. Llevé a Pili hasta la boca de metro, pero era un camino nuevo para ella, se sentía insegura y me pidió que bajase y la acompañara hasta el andén.

Entonces supe lo que iba a contarme. Paco tuvo que abandonar a Pili a su suerte y no podía perdonárselo. Lleva años sin entrar en un andén de metro, tampoco en aparcamientos subterráneos.

- Te juro que lo intenté, - apuró el tercer café con amargura, la gran rebanada brillaba frente a él, ya fría. -  Le dije que llegaría hasta donde pudiese y ella lo entendió, no hay problema, me conoce desde hace mucho. Me costó bastante bajar las escaleras del brazo de Pili, tuve que parar varias veces, me dieron dos ataques de tos... Conseguimos llegar hasta los torniquetes, pero me faltaba el aire. Pili estaba muy asustada, no sabía dónde tenía que ir. Le describí lo que podía ver desde allí pero más no podía decirle, yo tampoco conocía esa estación. Quisé avisar a algún empleado y no me dejó.

- ¿Has hablado después con ella?

- Sí, sí. Me llamó anoche en cuanto llegó a casa. Había llegado bien, sin tropiezos, quería que lo supiera y me dio las gracias de todas formas. 

Hizo bien en agradecérselo, somos pocos los que podemos imaginarnos el esfuerzo que tuvo que hacer ese hombre. Pili puede ponerse en su lugar porque a ella también le cuesta mucho hacer lo que para otros no tiene ninguna importancia. Paco recogía ya la caña de pescar y la cesta, se puso la gorra. Esta vez no le dejé pagar. Sé por lo que ha tenido que pasar, las miradas de condescendencia, las acusaciones de locura, los guiños, los desprecios, solo porque tiene una enfermedad pulmonar y se ahoga a la primera de cambio. Pero la gente no lo entiende. Y él mismo se siente abrumado por la culpa cada vez que le sucede algo así. Su único fallo fue haber fumado cientos de cajetillas desde que tenía doce años, hasta que un día no pudo llevarse a la boca el cigarro que había encendido porque le faltaba el aliento. Tuvieron que suministrarle mucho oxígeno para sacarle de aquella y desde entonces no ha podido volver a fumar.

- No tiene ningún mérito, - nos dice siempre - yo nunca conseguí dejar el tabaco, me dejó él a mí el muy capullo.

Visita mi nuevo blog sobre la cuestión respiratoria: http://charlasconpacotella.blogspot.com

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