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martes, 18 de diciembre de 2012

Si tienes un arma la usas. (Sobre el tiroteo de Newtown, Connecticut)

Este mundo anestesiado es incapaz de conmoverse o rebelarse. Somos un puñado de grillos metidos en un saco de arpillera. Se han asegurado de que quedemos bien atrapados, conducidos sobre los hombros del gran poder, convencidos de que quienes elegimos somos nosotros. De vez en cuando, alguien rompe unas hebras de la urdidumbre y escapa. A veces se lleva consigo a unos cuantos, los demás entreabren perezosamente los ojos un momento y enseguida vuelven a refugiarse en su sopor.

La tierra se ha convertido en un inmenso juguete con el que nos dejan jugar, la técnica (antigua y moderna) inculca en nosotros la impresión de dominio. Todo es falso: somos más peleles que nunca. Si en siglos precedentes la religión fue el recurso para asegurar mentes sumisas - y, cuando ella misma llegó a convertirse en fuente de disidencia, la represión violenta, vía hoguera u horca, se impuso con firmeza - ahora es la ciencia económica, quien se dice en la absoluta posesión de la verdad, y los pequeños e inofensivos desahogos (internet, pero también los medios de comunicación e incluso la creciente efectividad de los transportes desde hace más o menos un siglo) cooperan con éxito en la producción de letargos. Nos dejan cantar tras los barrotes pero algo no funciona bien. La crisis - formidable excusa para arramblar con las que creíamos eternas conquistas socialdemócratas - no es más que un triste síntoma, esas mentes desequilibradas que se escurren entre los flecos del sistema dejando una estela de desastres es otro.

René Magritte "Les Fanatiques" (1955) - Oleo sobre lienzo
Como demuestra aquella sencilla frase que conservo desde hace años, el que lleva un arma consigo acaba por usarla. Fue emitida por un periodista que, viviendo momentos de gloria, acabó víctima de sí mismo. En un lamentable acceso de furia mató, fue encarcelado, vio caer su carrera, su reputación, su libertad, su halo de  triunfador y todo sobre  lo que hasta entonces había edificado su vida se vino abajo como un castillo de naipes. La frase es lapidaria, sobre todo cuando procede de quien sabe bien lo que dice y lo expresa con toda la contundencia y la desolación de que es capaz. Años de sufrir las consecuencias se pueden resumir en esta simple frase. Porque, continuaba diciendo el personaje, siempre va a haber un motivo, algún individuo que te enerve, una situación que te saque de tus casillas y entonces recuerdas lo que llevas en la guantera, esa pistola aparentemente inofensiva que reposa en su cubículo, y la sensación de poder es insoportable. Cierto que hay infinidad de medios de cometer crímenes, pero ese aura de soberbia dominación que posee el que tiene un arma de fuego en sus manos, ese inevitable endiosamiento no lo proporciona ningún otro.

Desde Europa esto parece evidente, sin embargo también aquí suceden a veces inexplicables desgracias. Pero, sobre todo, lo alarmante es su carácter sintomático porque bajo ese orden aparente, ocultos por la superficie calmada de las aguas - que ya empiezan a agitarse con más vehemencia de la esperada, y esto es solo el principio - se encuentran todas las incongruencias, malentendidos, represión, desequilibrio social, en definitiva, un sistema amenazante y malencarado que intenta convencernos de una benevolencia y una sabiduría que está muy lejos de poseer.

Este tipo de hechos son un producto de nuestra sociedad. Y afirmarlo no supone justificación ninguna, los inquisidores eran producto de la suya y nadie piensa que eso suponga un atenuante. Quien los comete sabe lo hace, conoce sus consecuencias, la crueldad que lleva dentro, el sufrimiento que genera. Es tan culpable como los que sostienen las riendas del mundo. Unas culpabilidades producen otras.

Miguel Prieto "Los lobos... (1950) - Oleo sobre lienzo
Han muerto dos decenas de niños y casi la mitad de adultos. El mundo se estremece y una localidad está aún aturdida por los efectos de tanta crueldad. Vivimos momentos dolorosos. Y mientras nuestro despiadado planeta gire movido por la misma cómoda inercia, las convulsiones seguirán sucediéndose, de vez en cuando una mente enfermiza se parará de repente y gritará que no puede más realizando algún acto terrible. Son los verdugos-víctimas, demasiado débiles para seguir soportando tanta hipocresía, demasiado perezosos para sobreponerse. La constatación de nuestra decadencia.

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