Cuando te pongas delante del teclado, has
de tener en cuenta que una obra de
ficción no es otra cosa que acciones
humanas en el tiempo. Me
explico, los personajes constituyen la materia con la que trabaja un escritor;
teniendo en cuenta lo que dije ya en otro post, a saber, “de
planteamiento a desenlace ha de producirse un cambio por leve que sea”,
debes conseguir:
- que los
individuos del final sean diferentes a los que presentaste en un principio,
- que el
lector perciba claramente ese cambio.
Procura no caer en un error,
tan común en los principiantes, de acumular reflexiones y estados anímicos de
un personaje sin que este haga nada más que estar pensando, es decir, sin que
exista un auténtico relato. Más adelante, cuando te hayas convertido en un
virtuoso, ya tendrás tiempo de saltarte las normas y aprovechar esa
transgresión en tu beneficio, pero si hasta ahora anotabas tus reflexiones para
desahogarte o entenderte a ti mismo sin ningún propósito artístico ni necesidad
de que lo leyese nadie y estás empezando a sentir la necesidad de contar una
historia, tienes que cambiar tus planteamientos. Cuando se modifica el objetivo
hay que buscar otros métodos, lo cual no significa que tu personaje no pueda pensar, que no puedas introducir monólogos
interiores, pero hace falta que lo
tengas muy bien definido en tu cabeza para que el lector lo conozca y le
resulte interesante. Una vez conseguido esto, estará dispuesto a seguirlo
por cualquiera de sus vericuetos mentales.
Con personajes e historia se da
el célebre dilema de el huevo o la
gallina. Ambos están tan ligados que ninguno de ellos predomina sobre el
otro. Si se te ha ocurrido una idea
estupenda pero no encuentras los personajes adecuados para darle vida de forma
convincente, la historia se cae. Lo mismo ocurre si creas un personaje la mar
de atractivo y no sabes ponerlo en movimiento. La trama argumental surge de
los personajes en sí mismos y de las relaciones que establecen entre ellos. Si
eres capaz de imaginar a individuos
concretos, con rasgos determinados, vida propia y suficientemente creíbles,
ellos mismos acabarán moviéndose. Eso significa que algo, lo que sea, está a punto de ocurrir. Lo que no debes
hacer nunca es manejarlos como marionetas que representan una historia ajena a
ellos mismos, tienes que centrarte en su personalidad, dejar que se expliquen,
que confiesen quienes son, sumergiéndote en sus vidas. Para empezar, te vendrá
bien hacerte preguntas como “¿Qué va a
hacer ahora X?”
Cuando hablamos de acción en un relato o novela, nos
referimos a lo que sucede tanto en el interior como en el exterior de las
personas. Las acciones de un personaje
le caracterizan y lo dan a conocer al lector, por tanto, a medida que se
desarrolle la trama le irá aportando más pistas. Incluso dentro del género de acción, el criterio definitivo para
determinar su calidad es no anteponer la acción al diseño del personaje. Si
acción y personalidad no coinciden, estaremos creando un producto artificial,
inspirado por intereses meramente comerciales, sin ningún valor artístico. A
pesar del papel, a veces importantísimo, de los acontecimientos (destino, azar,
fatalidad o como queramos llamarlo), la respuesta del personaje siempre es
crucial, ya que ante cualquier vicisitud –pongamos la muerte de alguien a causa
de un incendio fortuito– cada individuo responderá de la forma que marque su
temperamento.
Si pretendes que el lector se solidarice con alguno de tus
personajes, intenta que ambos deseen lo mismo, por muy lejos que este deseo se
encuentre de los valores y razonamientos que rigen la vida cotidiana. Para eso
hará falta –a pesar de los graves defectos que presente tu héroe –asesino,
estafador, lo que sea– que destaques su aspecto más humano desvelando sus
miedos, frustraciones, debilidades y esperanzas. Si consigues esto, sus
decisiones podrán considerarse lógicas o por lo menos comprensibles. Desde
luego, esto no es nada fácil porque tienes que manejar muchos resortes internos
de tu criatura, de lo contrario estarás dando vida a un ser tan simple que más
que una persona parecerá un muñeco y no resultará nada atractivo al lector.
Creación de personajes
Para empezar, tienes que
distinguir entre personaje y persona. No todas las historias están
protagonizadas por seres humanos. También pueden intervenir animales –y hasta
vegetales y minerales–, objetos (acuérdate de Pinocho), personas muertas (como
en la novela Pedro Páramo) y hasta
ideas o entes abstractos (muy comunes en obras alegóricas, como el teatro de
Calderón). En general, el secreto para
transformar en personaje a un objeto inanimado, un espíritu o cualquier otra
entidad que se te ocurra, es darle la posibilidad de realizar conscientemente
una acción. Con ello, lo que estás haciendo es asignar rasgos humanos a
alguien que en realidad no los tiene, un
recurso conocido como humanización o personificación. Pero recuerda: el
personaje, por muy extraño que sea, debe tener siempre su propia psicología.
Cuanto mayor sea tu experiencia
vital –tanto humana como literaria– más creíbles
serán tus personajes, ya que vas a depositar en ellos, muchas veces de forma
inconsciente, los rasgos que has ido encontrando en la gente que has conocido.
La mayor o menor profundidad psicológica que tenga un personaje determinará su
importancia en el conjunto de la trama. Esta profundidad estará determinada,
entre otros factores, por la longitud de la historia: el protagonista de un
cuento de dos páginas será solo un esbozo a partir de unos cuantos rasgos
significativos, pero en una novela de cuatrocientas páginas hay espacio para
que el lector le conozca a la perfección: hábitos, ideas, simpatías y antipatías,
trayectoria personal etc.
Como, lógicamente, no existen
pautas concretas para construir un personaje, tienes que utilizar las que tu
propia creatividad te dicte. Esto unido a las ideas aportadas por los modelos
literarios que se adapten a lo que buscas, debería ser suficiente. Y no
racionalices demasiado: confía sobre todo en tu intuición. Una vez dentro del
proceso de creación, te encontrarás construyendo sus perfiles y tomando
decisiones cada vez más detalladas sobre el tipo de relación que existe entre
ellos. A veces, un personaje menor va
cobrando importancia a medida que transcurre el relato sin que nos lo hayamos
propuesto previamente.
En
cuanto al nombre, no es imprescindible ponérselo a todos, ni siquiera el
personaje principal, pero sí tiene que haber una forma de nombrarlos. Hay quien
los identifica por un rasgo como la profesión (el guardián o el juez, personajes
de Kafka) o por la inicial del apellido del autor, con nombres de variables
matemáticas (en el mismo Kafka: la inicial K, o las letras A y B) o por el
apodo con que es conocido por el resto de los personajes. Otras veces se conoce
el nombre propio de alguien pero el autor, por el motivo que sea y porque está
en su derecho, se refiere a él usando un adjetivo que lo define. Otro recurso
es que el nombre informe del rol que se le asigna en la historia para que
aumente la sensación de realidad (es lo que ocurre en Rayuela, novela de Julio Cortázar, con el personaje conocido por La Maga). Pero lo más común y verosímil
es emplear nombres corrientes y sonoros que no se utilicen a menudo.
Otra
posibilidad a tu alcance es que tú mismo seas tu propio personaje, si cada
elemento es susceptible de convertirse en literatura tú no vas a ser una
excepción. Podrías ser un simple observador pero, además de contar con ejemplos
ilustres como la novela Niebla de
Unamuno, es difícil resistir la tentación de convertirte en protagonista de lo
que estás escribiendo, y más en una época dónde la autoficción cobra cada vez más importancia; además, facilita
muchísimo el trabajo. Pero si no estás muy atento esto puede jugar en tu contra
porque:
- en un campo tan trillado como ese resulta casi imposible ser original
- al haberse abusado tanto de este procedimiento, los lectores se están saturando y empiezan a sentir rechazo por esa clase de producto.
Otro
procedimiento, aunque muy difícil de aplicar correctamente, es convertir a uno
de los personajes del relato en narrador omnisciente. Aquí habría que recurrir
a tretas como que los demás confíen en él y le cuenten lo que saben informando
de paso al lector.
En
realidad, todo está permitido siempre que seas capaz de sacarlo adelante con
eficacia. Pero sé sensato, primero mide
tus fuerzas recurriendo a los usos más sencillos, y proponte nuevos retos a
medida que vas adquiriendo experiencia. Piensa que, hasta que no hayas
reunido una obra más o menos extensa, no puedes saber lo que te da resultado y
lo que no.
Para acabar, te recuerdo
que existen novelas con protagonista
múltiple. Son las novelas corales, cuya dificultad, como podrás
imaginarte, es mucho mayor. Cito alguna de las imprescindibles: Mientras agonizo
de Faulkner, Cien años de soledad de
García Márquez, Ensayo sobre la ceguera
de Saramago y La Colmena de Cela. Si
no has leído alguna de ellas ponte a ello, ya que todo escritor que se precie debe conocerlas,
incluso si no tiene intención de imitarlas, para aprender a mover los
personajes y por otra infinidad de motivos.
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