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lunes, 18 de diciembre de 2017

La joya de la familia (Relato enigmático) (I)



El verano pasado decidí desempolvar una vieja historia de la que había oído hablar rara vez y siempre en voz baja. Fue una indagación premeditada. Desde hacía meses acaricié esa idea recreándome en las sucesivas etapas que debía recorrer, las circunstancias, los obstáculos, las preguntas y respuestas, el recorrido expectante por las páginas de cartas y documentos. Me trasladé hasta el pueblo manchego donde vivía mi abuela, el único testigo, aunque indirecto, de unos sucesos que el tiempo había ido difuminando.
Cuando le expliqué a lo que había ido se escandalizó (o fingió que lo hacía).

Diario de Dora

Para mi nieto Julio. Querido: Empecé a escribir estas memorias cuando solo tenías cinco años. Siempre supe que en cuanto crecieses querrías saber. En el cuaderno que encontrarás dentro del paquete va mi testimonio, todo lo que sé sobre el asunto. No me culpes de un silencio que solo entenderás con el tiempo y la ayuda de estos papeles. Todavía has de comer muchas longanizas, hacerte un hombre  aunque tú creas que ya lo eres –y eso significa esperar a que esté muerta– para que te permita husmear en los secretos de familia. Agradece que no espere a que tengas mi edad, aunque solo entonces podrás comprender lo incomprensible y, sobre todo, entender la importancia de estas confidencias.

-No comprendo qué pretendes. –protestaba–  ¿Por qué ahora, después de tanto tiempo, se te ocurre escarbar en la basura? Deja al pobre Blas tranquilo, esté donde esté.
-Se me ocurre ahora, abuela, porque cuando pasó aquello yo aún no había nacido. Inicio el camino ahora y aquí estoy. De niño me hacía otra clase de preguntas.
-Bueno, bueno –murmuró– Pero, ¿por qué ese interés por Blas?
-Porque nadie quiere hablar de eso.
-¿Sólo por eso? ¿Siempre llevando la contraria?
Noté que los labios le temblaban un poco y me ablandé.
-No es por fastidiar, en serio. –la miraba fijamente, un truco que no solía falla–Lo que pienso es…
-No pienses.
Me sorprendió el tono chillón, tan impropio de ella, o eso pensaba.
-¿Cómo?
-Lo que te digo. Me parece bien que seas fantasioso, pero imaginar no sirve de nada, no puedes adivinar y la verdad es la verdad, no hay vuelta de hoja, no hay que inventarse cosas y pensar que son ciertas.
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Edward Hopper - The Bistro or the Wine Shop (1909)
-Abuela…
-Ni abuela ni gaitas –rezongó, y se puso a buscar las gafas como hacía siempre, a tientas, palpando la mesa camilla igual que si estuviera ciega, para que yo adivinase lo que quería y fuese a buscarlas a su cuarto. A la abuela, mi capacidad deductiva le parecía bien cuando le convenía, como a todo el mundo, pero resultaba extraño en alguien tan cargado de razón como ella.

Diario de Dora

Siempre has sido muy novelero, Julito. Te advierto que no lo sé todo y te prevengo: si no intentas averiguar más de la cuenta, mucho mejor para ti. El tiempo ha envuelto los hechos con una niebla benigna, los ha convertido en leyenda. Déjalos así, si quieres escribir sobre ello inventa lo que haga falta e intenta no escarbar demasiado. Blas era mi primo, habíamos jugado de pequeños, cuando sucedió aquello yo era una cría, tu abuelo no había llegado al pueblo aún. Tú no alcanzaste a conocerlo. Vino a tomar posesión de su plaza, nos gustamos ya en el primer baile y enseguida hablamos de boda. Con él tuve una buena vida, rutinaria, consagrada a cuidar de él, a bordar y a leer, sin sobresaltos que alterasen nuestra paz.

Ignoré su mueca de disgusto y me senté para fingir que leía mientras ella movía garbosa las agujas con las lentes resbalando por la rampa de su augusta (y afilada) nariz. Suponía que todo ese silencio ocultaba una historia inquietante y extraña, pero su actitud me prohibía explicárselo. La verdad es que no hacía ninguna falta: ella también adivinaba el pensamiento. Noté sus esfuerzos por evitar que la comprometiese, nuestra complicidad era tan grande que mis zalamerías podían soltarle la lengua fácilmente y acabar arrepintiéndose cuando ya no tenía remedio. Enderezó la espalda y apuntó los cristales a mis ojos.
-No te quepa duda.
Me pareció que hablaba con esa volubilidad que se suele atribuir a los ancianos, pero cuando puso mis pensamientos en palabras me alarmé de verdad.
-Inquietante y extraña, por supuesto que sí. Y las cosas raras que molestan mejor dejarlas como están.
-¿Yo he dicho eso?
Esbozó una sonrisa traviesa. Sospeché que había pensado en voz alta, pero ella agitó los brazos sin parar de tejer.
-No has hablado pero piensas muy fuerte y los viejos, a veces, podemos oír esas cosas.

Diario de Dora

Sí, lo confieso. Tal como imaginas, después de desaparecido llegaron a mis manos sus memorias. Las leí, claro, como cualquier otro papel que se cruzase en mi camino, pero de eso hace –hoy, mientras escribo– más de cuarenta años, y tu abuelo se empeñó en que quemásemos todo. El tío Blas era un chico delgado e inquieto, todavía más novelero que tú, Julito, (Deja que te llame así por una vez). Por eso, porque sois parecidos, me preocupa que te metas en berenjenales. Sé lo que estás pensando, que tú no vas a acabar como él, pero este es el día en que todavía no sé si acabó. Sí, después de tanto tiempo, ni siquiera puedo afirmar que haya muerto; si tengo que ser honesta, he de reconocer que no estoy segura de nada.


(Continuará)

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