Ni
perfección técnica ni efectos especiales ni apabullantes presupuestos. Al cine
actual le pedimos algo muy sencillo: que respire verdad, no queremos otra cosa
de él. Algo tan novedoso y revolucionario como eso, nada de cortas-y-pegas de la historia del cine,
de repetir fórmulas exitosas, de calcular minuciosamente el porcentaje de cada
elemento en juego, de eludir aquello que –se prevé- disminuirá el número de
espectadores, apartarse de lo considerado minoritario, aplicar criterios
rigurosamente comerciales, de…
La
vida suministra historias extremadamente sencillas a las que solo hace falta
poner al menos un poco de alma, mimarlas y quererlas. Con esos mimbres, el buen
hacer del auténtico cineasta aportará lo que sea necesario.
Un
matrimonio joven. Él trabaja, ella no. Se quieren. Ambos, sin saberlo, poseen
un alma sensible. Son felices a su modo. Mejor dicho, son felices en unas
condiciones que la mentalidad de hoy día consideraría fuente de todas las desdichas.
No poseen más que lo imprescindible, el medio que les acoge es esencialmente
feo: una ciudad anodina, una vivienda pequeña y no demasiado confortable. Para
ganarse el pan es preciso madrugar, llevar a cabo un trabajo tan rutinario y
poco agradecido como es el de conductor de autobús. Día tras día, el
protagonista contempla las mismas calles, idéntico panorama, hasta las caras de
los pasajeros se repiten. La melancolía se adueña de los días. Parece que nos
hallamos ante una historia triste. Pero ellos son felices porque nada les
impide soñar.
Cada
uno a su modo, uno en su simplicidad teñida de lírica, la otra con su manía
decorativa monotemática y sus anhelos de grandeza se elevan sobre su vida
cotidiana. El mundo nunca es como es, todo depende del color del cristal: se
puede ser profundamente infeliz teniéndolo todo y viceversa.
Porque
Paterson –sí, se llama igual que la ciudad donde vive; es plano y sin relieve
hasta su nombre– Paterson, decía, posee algo único e irrepetible: una libreta.
No una cualquiera sino la suya, esa en la que anota los poemas que se le van
ocurriendo, un verdadero tesoro. También tiene otra cosa, admiración
incondicional por un poeta que habitó en su misma ciudad: William Carlos
Williams. Vivir con eso dentro de uno es algo maravilloso que no está al
alcance de cualquiera, y solo quien lo experimenta lo sabe.
Habrá
quien piense que al personaje le sobra algo, los molestos viajeros de cada día.
Pero hasta eso depende del enfoque de cada cual: él los ve como un
entretenimiento, fuente de amenos diálogos, eternos proveedores de historias.
La pareja
convive con un perro, tan encantador como feo, tan peculiar como antipático, que tiene a su cargo el único giro argumental de importancia.
Un casting
acertado, unas interpretaciones más que convincentes y una fotografía estilizada,
que acentúa la impresión de simplicidad, completan el efecto.
Jarmusch
consigue algo casi insólito: que a base de minimalismo, con solo un puñado de elementos,
el espectador ni siquiera pestañee. Precisamente por eso, puede que sea una
película para ver, por lo menos, dos veces. No porque nos hayamos perdido nada,
al contrario, debido a una desnudez de recursos que, al pillarnos
desprevenidos, nos impedirá asimilarla por completo hasta que ya es demasiado
tarde.
·
Director: Jim Jarmusch
·
Reparto: Adam Driver, Golshifteh Farahani, Sterling
Jerins, Luis Da Silva Jr., Frank Harts, William Jackson Harper, Jorge Vega,
Trevor Parham, Masatoshi Nagase, Owen Asztalos, Jaden Michael, Chasten Harmon,
Brian McCarthy, Jared Gilman, Kara Hayward
·
Guion: Jim Jarmusch
·
Fotografía: Frederick Elmes
·
Año: 2016
·
País: Estados Unidos
·
Duración: 113 minutos
·
Género: Drama
Me encantan tus críticas y las películas que presentas, estoy compartiendo en Pinterest, espero que no te importe. Un abrazo.
ResponderEliminarNo me importa nada, al contrario, me encanta que las divulgues. ¿Aparte del cine, hay otras secciones del blog que te gusten?
ResponderEliminarAbrazos y gracias