Cómo atraer la atención. El suspense y la intriga
Existen varias técnicas para
involucrar al lector en la historia, sólo así conseguirás que no abandone el libro hasta el final.
En primer lugar, el lector ha de ver, literalmente,
qué es lo que está ocurriendo: no se lo puedes contar, tienes que hacer que pase. Colócale delante a los personajes, como
en el escenario de un teatro, mejor aún, como ante una cámara de cine que capte
la vida real, con todos los detalles que consideres necesarios. Pero no los
acumules, redúcelos a unos cuantos rasgos significativos, nunca aleatorios; y
deja que la imaginación complete el resto. Crea ambiente, muestra a los
personajes en su escenario, síguelos paso a paso. Explica cómo hablan, qué
hacen, qué les rodea. Trata de que tu esbozo de la escena sea un complemento de
la historia, no añadas datos insustanciales. De esa forma conseguirás darle
vida, pues sólo lo que está vivo interesa de verdad.
Una historia debe ser visual en el más amplio sentido de la
palabra. Más que visual deberíamos decir sensorial,
pues hay que implicar en ella a los cinco sentidos, huir de las abstracciones,
presentar datos físicos concretos, no sólo la vista: según lo que quieras
comunicar tendrás que traer a escena movimientos, gestos, olores, sonidos...
Aprende a dosificar la información.
No conviene dejar al lector en la ignorancia, a ciegas completamente, porque se
aburrirá y perderá las ganas de seguir leyendo, pero tampoco hay que contarlo
todo de golpe. Necesitarás combinar sabiamente lo que revelas y lo que ocultas.
Enseña algo pero siempre con la mano cerrada. Hazle saber que aún queda mucho
por descubrir, ve mostrándolo poco a poco e insinúa que lo que falta es lo más
interesante. Y, de vez en cuando, da un vuelco inesperado a la historia.
Alterna las técnicas
narrativas: narración, descripción y diálogo para romper la monotonía.
Practica, además, otras tretas: conseguir que el lector simpatice con los
personajes, introducir de vez en cuando información sorprendente, nuevos
personajes o motivaciones desconocidas hasta el momento, crear falsas
expectativas que acabarán desbaratándose, presentar un solo punto de vista para
que el lector se pregunte qué pensarán los demás personajes, inventar acciones
absurdas o descabelladas para dar luego un giro al relato y convertirlas en
sensatas. Pero, si además de todo esto, puedes sorprenderte a ti mismo en algún
punto de la trama, el lector se sentirá milagrosamente atrapado, pues no hay
nada más imprevisto que aquello que ni el propio escritor espera.
Verosimilitud y realidad
Un relato ha de resultar
creíble hasta el final, y esto depende no sólo de lo que cuentes sino de cómo lo
presentes, de la argumentación que utilices para demostrar algo a los lectores o
de cuáles son las conclusiones que estos tienen que extraer. También de la
atmósfera que consigas crear. Algo fundamental, de lo que va a depender que tu trama
se sustente o caiga estrepitosamente, es tener en cuenta que lo verosímil y lo
real no son la misma cosa. A veces es imposible introducir en una trama un
suceso tal como se produjo pues, si no se modifican ciertos detalles, nadie podría creerlo.
Para lograr esa credibilidad tan
necesaria, tienes que proponer desde las primeras líneas un marco concreto y
procurar que el lector aprenda a moverse por él. Todo depende del contexto en
el que la historia se desarrolla, algo que nunca podría suceder, por ejemplo en
una calle, resultará fácilmente comprensible si lo sitúas en un manicomio o en
un sueño. Si estableces desde el principio las pautas de un relato fantástico,
el lector estará preparado para sucesos poco comunes. Un ambiente de gánsteres,
le hará anticipar hechos terribles. Todo irá bien si consigues no caer en
contradicciones, lo que se te pide es coherencia entre las diversas partes del
texto, no un calco de la vida diaria.
No pierdas de vista que el
lector sólo conoce aquello que está escrito, puedes contar con su complicidad,
pedirle que complete aquello que sólo insinúas, pero no puedes pretender que
adivine. Las pruebas de que lo que dices
es verdad tienes que aportarla tú mismo: pequeños detalles repartidos con
maestría a lo largo del texto de forma que todo concuerde terminarán
introduciéndole por completo en el hilo narrativo.
El relato de época precisa de
la documentación necesaria para que no contenga anacronismos, lo mismo ocurre
con aquél que se sitúa en civilizaciones muy diferentes a la tuya, o en lugares
que no has visitado y a los que quizá nunca tengas acceso (el fondo del mar,
Australia, el planeta Marte). Una obra realista no puede contradecir las reglas
que observas en la vida cotidiana; por el contrario, un mundo de fantasía posee
sus propias leyes internas, que marca el escritor y que el lector acepta
siempre que sean coherentes entre sí. El realismo mágico tiene un
funcionamiento más complejo: se rige por esquemas realistas pero sus mecanismos
resultan insólitos; en él, la magia, la fantasía, lo extraordinario, puede
aparecer y el lector estará preparado para ello, pero existe una sutil frontera
entre el mundo real y el de maravilla que sólo se mantendrá en pie si encuentras
el factor clave que haga creíble el conjunto. Por ejemplo, convencer al lector
de que lo que sucede está en la mente de unos individuos sencillos y crédulos,
o al revés, hacerle dudar de sí mismo de lo que ve y oye, hasta que se convenza
de que es perfectamente admisible aquello que al principio le parecía tan
irreal.
Y recuerda:
Como norma general, sea cual
sea el tipo de historia que escribas, has de presentar los actos cotidianos
como si fueran insólitos y lo excepcional como algo corriente, de modo que el
que la lea tenga la sensación de haber presenciado algo esencial para él, de
que sin esa lectura el mundo hubiese estado menos completo.
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