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sábado, 10 de octubre de 2015

El artista y la modelo (L'artiste et son modèle) - 2012




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Cualquier objeto que merezca el nombre de artístico debe partir de una búsqueda, una indagación a partir  de los materiales aportados por la naturaleza –en la que se incluye la memoria del propio artista– y sus limitaciones como creador y ser humano. Eso es lo que se refleja en esta película a través del personaje de un afamado escultor, ya en la fase final de su carrera, que inspirado por la belleza de una modelo ocasional e inexperta –en cuyo aspecto, lamentablemente, se echan de menos marcas que indiquen sus trágicas circunstancias– reclama la aparición del chispazo, de ese destello revelador cuyas consecuencias en la obra no es posible establecer a priori, una revelación que aparece en un momento muy concreto y que ha dado lugar a esas composiciones prodigiosas que se admiran desde tiempo inmemorial y se continuarán admirando por los siglos de los siglos. Pero, además, el propio film constituye una búsqueda –de unos efectos estéticos muy particulares, de respuestas a los dilemas de siempre, de la más adecuada expresión de unas vivencias– y en eso consiste su gran mérito.

La elección del momento histórico, la segunda guerra mundial, así como las condiciones personales de la joven modelo, fugitiva de la guerra civil española que malvive en la Francia ocupada, son quizá lo más flojo del guión pues lo que se narra podría haber ocurrido en cualquier época y no hay nada en personalidades ni argumento que indique esta circunstancia.

Sabemos que el cine se alimenta de una mirada, la de cada espectador. Pero  lo que este mira aquí es, a su vez, la mirada de los distintos personajes. Y uno de sus logros, este involuntario, es haber reflejado el sexismo omnipresente, tanto en la sociedad de los años 40 como en la de hace solo tres años. Miradas como la de los niños curiosos. La del cura. La del propio artista, en cada una de sus fases, alentada por la esposa con esa condescendencia tan maternal, de que suelen hacer gala los personajes femeninos creados por un guionista varón ante los devaneos del hombre, especialmente si bordea o está enfangado en la frustración de la impotencia senil. A la mujer, históricamente, se le han arrebatado los deseos ¿cómo se podría sentir desencantada cuando estos llegan a su fin? La mirada de la sirvienta, representada por Chus Lampreave, que no entiende prácticamente nada, no por su estatus sino porque la edad la ha entontecido más, si cabe, mientras el protagonista –bastante más mayor, por cierto– conserva sus facultades intactas. La del maquis, al que, como hombre joven que es, le es dado desahogarse. La de la esposa cómplice, Claudia Cardinale, que ejerce plenamente su papel porque hasta ella, con todos sus privilegios, está educada en ese desnivel terrible. La del director, que insinúa pero no muestra el fallecimiento de un artista a quien la decadencia de la virilidad le priva de motivos para seguir viviendo mientras ellas han tenido que reprimir y ocultar las manifestaciones de su feminidad ante el peligro de ser tachadas de putas, ninfómanas o padecer de furor uterino. La del marmolista, una mirada fría, acostumbrada a los desnudos según el escultor. Pero ni siquiera para él es así. Es su excusa para conseguir que la modelo no interrumpa el posado. Porque el engaño a las mujeres es algo tan aceptado socialmente que ni a nosotras mismas nos molesta, estamos tan acostumbradas que no llegamos a ser conscientes de ello. Y es que las jóvenes son demasiado ingenuas y las mayores están demasiado gagás, pasando de una fase a la otra sin períodos intermedios. La del propio Trueba, que va mostrando el cuerpo de la modelo por partes, recreándose en el erotismo. Y es que los creadores lo confunden con la belleza. Me gustaría ver a una directora tratando la misma cuestión a través de un joven efebo y una artista añosa. Podría convertirse en el mayor escándalo de todos los tiempos si fuese posible rodarlo. Pero 1 No existe directora a la que se le pase tal cosa por la cabeza, 2 No habría actor que se prestase a un papel tan humillante, 3 Nadie se la financiaría, 4 Se realizaría tal campaña de descrédito que no habría sala que se atreviese a proyectarla, 5 No acudiría un solo varón a verla y muchas mujeres tampoco se atreverían, 6 No habría crítica por falta de profesionales que se prestasen a ello, y en caso de que haberla resultaría nefasta. 

Finalmente, la mirada de la propia modelo, a quien el escultor ¡cómo no! pretende moldear a su gusto y que vemos evolucionar profesionalmente, perder el pudor previo al comprender lo que se espera de ella, pero no siempre, depende de la intención del observador y la intención la marcan los momentos.
El mito de Pigmalión está muy presente en esta cinta de 2012. Demasiado, creo yo. No existe revisión, superación del mito. Trueba, sin pretenderlo, demuestra que no hemos avanzado prácticamente nada, que las mujeres siguen siendo las segundonas y lo serán eternamente si no empiezan a poner los puntos sobre las íes y continúan narcotizadas por ese remedo de igualdad. La época histórica aporta su propia visión a estas cuestiones pero, la verdad, no existe gran diferencia entre la interpretación actual y la de Flaubert,  pongamos por caso, o la de la Odisea, o la de La lozana andaluza. La virilidad, la comprensión y sumisión femeninas, la juventud y la vejez tan en las antípodas si se trata de uno u otro sexo me parecen muy similares, demasiado tras siglos y siglos de por medio.

La mayoría de los artistas han sido hombres y las excepciones han sido silenciadas cuando no abortadas antes de tiempo, o bien apropiadas por sus maridos o algún varón de su familia. Y como la historia del arte la ha escrito y protagonizado el varón, mantiene un sesgo inadmisible que costará tiempo y esfuerzo nivelar.
El artista y la modelo
Y aún así, salvando todos esos escollos antediluvianos, me parece una cinta hermosa, que al estar rodada en blanco y negro contiene unos matices arcaicos que diluyen cualquier decrepitud. En ese juego de contrastes, la belleza –tanto del entorno natural como de las personas– resalta por encima de todo. La juventud, mejor dicho, pues no es un secreto para nadie que lo bello absoluto tiene una edad y caduca muy pronto acabando con esa imagen de mito inalcanzable. Aunque, ciertamente, exista otra clase de belleza, más allá de la puramente física, que aún es patrimonio del varón y que nosotras estamos a punto de conquistar para las generaciones futuras. Pero aún queda mucho camino por recorrer. De momento, cada vez que la mujer se vuelve real, es decir, cuando abandona esa hornacina en que se la intenta mantener con bastante poca fortuna por cierto, los hombres la temen por mucho que intenten disimularlo.

El tópico de la mujer fatal, cuya primera representante en nuestra cultura judeocristiana fue Eva, y que ha producido maravillas en todos los ámbitos artísticos, encuentra algunos de sus ejemplos más ilustres en el cine de entreguerras. Esta devora-hombres típica continuaría siendo la propia Eva, quien conducirá a la perdición al pobre corderito que sucumba a sus tentaciones en productos que, más que reflejar un estado de cosas real, contribuyen a alimentar el morbo.

Además de su evidente impacto visual, el film aporta elementos para el análisis, es  rica en matices, induce a la reflexión, a la interpretación y a la polémica. Al repasar todo un entramado de relaciones se indaga sobre las limitaciones de cada fase vital y otros elementos fundamentales en el devenir humano que aparecen como por casualidad en la escena. Pero las mejores películas son, precisamente, esas que se introducen en la existencia de unos cuantos individuos como a través de un agujero en la materia, convirtiéndonos en observadores indiscretos, casi en voyeurs, de pensamientos, actitudes y sensaciones, de los pequeños o grandes dramas cotidianos, tan universales y tan privados a la vez. En este pedazo de vida –y salvando escollos sexistas– la cuestión de la edad se presenta en todo su dramatismo, relacionándola, con la pérdida de vigor y hermosura pero también con eso que el protagonista tanto repite: “Queda poco tiempo”. ¿Para qué? Para crear, para amar, para disfrutar de los placeres y, por encima de todo, para estar vivo.

Director: Fernando Trueba
Reparto: Jean Rochefort, Aida Folch, Claudia Cardinale, Chus Lampreave, Götz Otto, Christian Sinniger
Guion: Fernando Trueba, Jean-Claude Carriere
Sonido: Pierre Gamet
Fotografía: Daniel Vilar (B&W)
Género: Drama
Idioma: Francés
Duración:  104 minutos
Premios: Goya 2012, 13 nominaciones incluyendo mejor película y mejor director. Concha de Plata del Festival de San Sebastián 2012 al mejor director

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