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viernes, 5 de septiembre de 2014

¡Y yo con estos pelos! (I)

El desorganismo de Daniel Johnston - por Ricardo Cavolo


Quizá no hemos reparado aún lo suficiente en ello, pero, en lo que llevamos de siglo, la forma de relacionarnos con la cultura y de relacionarnos entre nosotros se ha modificado de forma radical, y los cambios no tienen intención de detenerse, al contrario, su avance es implacable y sigue su curso cada vez a mayor velocidad, de tal forma que nunca dejarán de sorprendernos. La creatividad se ha ido diversificando. Youtube, videojuegos, tweets, blogs, collages plásticos, poéticos, novelísticos: literatura híbrida en general. Junto a ello, cine, vídeo, publicidad, perfomances, teatro, pintura, escultura con materiales de todo género, música, fotografía. ¿Medios de expresión o una forma de aprovechar el enorme altavoz mediático para prosperar lo más rápidamente posible? Sin embargo, paralelamente a lo efímero del gusto, los recientes soportes mediáticos facilitan la permanencia. Resulta una paradoja curiosa. Hoy día, todo el cine y la música de la historia están al alcance de la mano, podemos contemplar cualquier cinta por muy antigua que sea, escuchar grabaciones olvidadas, visitar virtualmente los museos de cualquier rincón del mundo sin movernos de la silla, de ahí que algunas modas actuales presenten un carácter retro. Cierto que no podemos examinar cada pincelada, considerar dimensiones, comparar el efecto de la pintura desde todos las distancias y ángulos, ni hay posibilidad de olfatear las salas persiguiendo rastros de materia pictórica, pero eso al espectador-consumidor medio (exceptúo, claro está a los artistas) ya no le importa mucho, ha dejado de interesarle el vivo y el directo, lo que quiere es estar al día, conocer lo que hay, en conjunto, sin detalles, prescindiendo del disfrute individual, poder compartir impresiones, responder a las demandas de otros consumidores, en una palabra, presumir de enterado en su círculo, ya sea real o cibernético. En definitiva –y aunque sea en detrimento de la calidad técnica del producto artístico– lo que prima es la nube.


Posición de lectura para una quemadura de segundo grado - Dennis Oppenheim (1970)
Todo esto nos conduce al ideal posmoderno. Cultura de masas de esta sociedad globalizada, hedonista, decadente, paradójica, proteica, feminista, anti utópica, clónica aunque individualista, enamorada de la imagen y de lo novedoso, contextual, multicultural y multiforme, la posmodernidad –caracterizada ante todo por los valores que rechaza ya que no muestra gran apego por ninguno– ignora el prestigio de la llamada alta cultura apostando por las aportaciones populares, cuestiona el principio de autoridad por sistema defendiendo un pluralismo nivelador o no jerárquico, es partidaria de obtener la mayor rentabilidad a partir de la mínima inversión en todos los aspectos y, frente al tradicional carácter homogéneo de las obras, aboga por lo híbrido. Esta tendencia no se ha impuesto de forma repentina, se viene gestando desde hace décadas, pero es que lo posmoderno, como tal, es bastante viejo. Nació allá por los 70 –aunque hay quien apunta todavía a más atrás– y alcanzó la mayoría de edad, ya en el filo de los 90, con la desaparición de los grandes bloques y el inicio de lo que conocemos como globalización. Si bien se va renovando, o mejor, reinventando a sí misma. (Frase –y concepto– estos de reinventarse, posmodernos por excelencia, así como la idea de que es la palabra quien crea el concepto y no al contrario). El puzle, el pastiche triunfan porque forman parte del ADN del hombre actual, porque con su absoluto relativismo, su ausencia de solemnidad y su potencial cercanía al gran público cumplen los requisitos de lo posmoderno. Un ejemplo de hibridación a gran escala serían las redes sociales. Y es que son los mass media, en general, la nueva divinidad que ejerce su omnipotencia proclamando lo que existe y lo que se ignora, marcando las pautas a seguir, sacralizando la más absoluta inmediatez, sustituyendo la información real por una indiscriminada y abusiva saturación de datos tal que impide a sus destinatarios asimilar, organizar y, sobre todo, valorar lo que reciben. Por encima de cualquier objetivo utilitario o criterio selectivo, el mero entretenimiento adquiere un prestigio enorme, no importa si procede de una novela gráfica con caché, de una transmisión futbolística o de las truculencias emitidas por el telediario de las nueve. El culto al cuerpo y a la tecnología mueve fortunas ingentes y hace que soñemos con acercarnos a un ideal robotizado, aparentemente perfecto, que para obtener lo que desea no necesita hacer ningún esfuerzo.

Solo hay que echar una ojeada para comprender que estamos en plena etapa expansiva de esta posmodernidad que se va prolongando. Con el cambio de siglo prosperan cada vez más las nuevas formas de expresión escrita. Poesía en redes, literatura fragmentada. En novela, Bolaño, Auster, Pynchon, DeLillo, Foster Wallace, Juan Francisco Ferré, Michel Houellebecq, Chuck Palahniuk, entre otros, han llevado a cabo una completa revisión de los conceptos literarios. Ahora más que nunca, predomina la confusión entre fantasía y realidad, la ruptura de secuencias espacio-temporales, metaficción e intertextualidad por doquier, participación necesaria del lector en la construcción completa del texto, coexistencia de géneros o de diversos puntos de vista, propiciada tanto por la actual tecnología y el influjo de lo audiovisual como por las convulsiones sociales del momento.
(Continuará)

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