Apabulla, anonada,
abruma, desconcierta, turba, confunde la espantosa realidad que estamos
presenciando, la inconcebible desfachatez de los implicados, de los que no
lo están todavía y de los que no lo estarán nunca porque son más hábiles que ellos.
Cientos de personas cubiertas de lodo hasta las cejas. De un lodo espesísimo.
Millones de euros circulando alegremente, cambiando de lugar, blanqueándose en
unos infames rayos UVA a la inversa, devolviéndonos una imagen deplorable de
nosotros mismos. Como estado, por la vergüenza de pisar el suelo que acoge a tal
nido de delincuentes, como individuos por la angustia de estar siendo robados, día
tras día y de todas las formas posibles. También por el bochorno de no haber
sido conscientes hasta ahora y la rabia que produce suponer que, con bastante
probabilidad, seguimos siendo presuntamente expoliados a manos llenas por algún
respetable prócer de la patria.
Estarán de acuerdo
conmigo en que resulta sorprendente, como mínimo, que no acaben de concretarse
del todo esas prologadas penas de cárcel, esas multas millonarias que el común de
los mortales habríamos esperado en un principio. Puede que sea porque no
entiendo de leyes, o porque el código penal necesita una reforma a fondo, o al
menos, que se llegue a aplicar como es debido para alcanzar de una vez esa justicia
para todos que alguien con corona mencionó una Nochevieja a modo de disculpa. Pero
no me negarán que la sensación que le queda finalmente al profano es de la
impunidad más pavorosa.
Nos sentimos
taciturnos.
Manos Limpias presenta una querella contra Jordi Pujol y su esposa por siete delitos |
Se diría que el
país se desliza vertiginosamente por una enorme montaña rusa que le acabará
sepultando en el abismo.
¿No hay dinero? ¿Se
escatima en los servicios más básicos? ¿En las pensiones? ¿En las medicinas y
tratamientos de parados y pensionistas? ¿Se arroja de sus casas a familias
enteras? ¿Se habla de copago como una medida legítima, como si se nos estuviese
regalando algo, cuando esos servicios están pagados de sobra y debería llamarse
repago y requeté-pago para hablar con propiedad? ¿Y nos encontramos con
tremendas fortunas que crecieron como la espuma surgiendo de la nada, o más
bien de un pozo atestado de inmundicias inconfesables?
Ya se sabe, a río
revuelto, ganancia de pescadores (en este caso de espabilados, si queremos
ser exactos). Y no existe río más agitado y turbio que el actual
sistema económico.
Hemos retrocedido siglo y pico. Como en 1898,
nos hallamos de nuevo en pleno desastre. También ahora nos duele España y ya no
tenemos a un Unamuno, un Machado, un Azorín, un Ortega y Gasset que nos orienten.
Peor aún. Ahora ni siquiera llegamos a sentir ese dolor, más bien la incomodidad
que produce arrastrar a todas horas un miembro tumefacto.
Con la corrupción
hemos topado como don Quijote topó con la iglesia. Aunque la frase, tal y como
ha pasado a la posteridad, no aparece en ningún lugar de la novela, sí su
sentido, porque los estamentos, cuya mera existencia propicia ese estado de
cosas, siguen siendo los mismos que en tiempos de Cervantes. Y no creo que esta
generación sea capaz de cambiar nada. Al menos mientras nos dure la abulia.
Sumido en el
ajetreo veraniego –mar, piscina, cubitos de hielo– el país se remoja en el jugo
de su propia ruina sin buscar ningún remedio a lo que ocurre. No existe nada lo
suficientemente efectivo que consiga arrancarnos de este sopor.
Puede que lo más inquietante
de todo sea vivir con la sospecha de que, sin la amenaza del proyecto
soberanista, los tejemanejes de la familia Pujol, no hubiesen salido nunca a la
luz.