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lunes, 28 de abril de 2014

Don Rufo bufa: La eficaz lavandería vaticana

 

¡Vaya lavado de imagen que se marcó ayer –domingo, 27 de abril- nuestra (pretendida) santa madre iglesia! Lavado, centrifugado y hasta lifting corporal.
 
La verdad es que ya estaban tardando. La institución se ha vuelto tan humana que se la hubieran llevado los demonios si esos antipáticos seres tuviesen la ventura de existir. Y añado: más humana y pecadora que la mayoría de las laicas. No solo por lo que usted está pensando, también la corrupción, el tráfico de influencias, los delitos financieros y fiscales son considerados delitos. ¿Por qué solo ella ha de quedar exenta de culpa?
 
No voy a describir la ceremonia. Ni es mi intención hacerles propaganda –ya se bastan ellos solos para eso– ni me molesté en conocer los detalles, me pareció una payasada más de las suyas y me bastó con encogerme de hombros. Una payasada ingeniosa, añado, y puede que algo desesperada. Se ve que su reputación empieza a preocuparles, y eso significa que, por fin, han dejado de considerarse impunes.
Empezaron montando aquel circo en el que Benedicto invitaba a hacer turismo barato a los jóvenes, pero parece que el esfuerzo no sirvió de mucho. Entonces arrinconaron a Benedicto y empujaron a la palestra al personaje que hacía falta en una época como esta, bautizada por Vargas Llosa de la civilización del espectáculo. Ahora Francisco (y su corte) canoniza a los dos que cree más presentables. Mejor a lo grande, así es como se deben dar los buenos golpes: con contundencia y a la cabeza, nada de ñoñerías ni medias tintas.
No comentaré la esmerada actuación que el actual papa está ofreciendo al mundo. Todos pueden verla, cada uno que lo interprete como le indique su cerebro. Es evidente que este papa posee un talento innato para la escena. Quizá por su condición de argentino, lleva en su ADN, además de afición a la psicología, una innegable vena histriónica. Un papa argentino, es decir, un papa actor y un papa estudioso de la naturaleza humana. Repito: precisamente lo que estaba necesitando la iglesia.
Francisco es un malabarista asombroso un hombre paradójico e incongruente capaz de disfrazar de coherencia tanto su actitud como su discurso. No me negarán que es imposible ser el mayor jerarca de algo y a la vez disentir de su esencia, renegar de su idiosincrasia. Todos sabemos que la iglesia ha sido una abanderada de la desigualdad y de lo bélico, al menos, desde que salió de las catacumbas.
Estas dos canonizaciones quizá despisten a algunos, pero son el testimonio palmario de quién lleva aquí las riendas. Un papa nunca puede ser rebelde: si osa contradecir a quienes le encumbraron, rápidamente se le aparta. Dos muertes fulminantes en menos de cuarenta años sería demasiado pero, como ocurrió con Benedicto, se le puede obligar a dimitir.
 
Todo ese boato habrá servido para arrancar nuevos golpes de pecho. Unos por hipocresía, otros por credulidad sincera. Aunque, en una época como esta, quien todavía no ha abierto los ojos es porque no quiere abrirlos. Si la ciencia no hubiese demostrado aún, hasta la saciedad, que dios no existe, ahí están sus jerarcas para que no le quede la menor duda a nadie que tenga los ojos abiertos.

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