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domingo, 18 de agosto de 2013

Enma Bovary y las dos Anas

Delante del salón de té Les Liles, de París, se acumulan las boñigas. Tres suntuosos carruajes han llevado hasta allí a otras tantas distinguidas damas. Pero ya no están dentro. Antes de la llegada del ocaso, se han apresurado a recogerse.
Las enteladas paredes del local han escuchado sus palabras, en cambio los mozos, portadores de sendos candelabros, han ensordecido sus pabellones auditivos y no podrían repetir ni una sílaba. La sacrosanta discreción envuelve a este templo de la confidencia, en el que los tertulianos disfrutan a partes iguales de la repostería del local y de la invisibilidad que sus paredes proporcionan. No hay confabulación, ni desvergüenza, ni costumbre licenciosa, ni transacción equívoca en toda la Europa elegante que no hayan contemplado estas paredes. En realidad nada de lo que ha ocurrido o se ha dicho aquí ha tenido lugar realmente, puesto que lo que no se conoce no existe.

La opulenta mujer morena que ocupó el asiento más cercano al ventanal es Ana Ozores, una asturiana de Oviedo, que comparte nombre con la que se sienta enfrente. La esbelta figura con tez de porcelana llamada Anna Karenina nació una década antes y vive en San Petersburgo. La mujer que se ha sentado entre las dos y que, por edad, bien podría ser su madre, es una parisina menuda de nombre Emma y cuyo apellido matrimonial es Bovary.

Lo que han hablado entre ellas quedará fuera de las crónicas. Pero un duende zumbón escuchó algo, tomó notas y las dejó olvidadas por ahí. Agradeciendo el sempiterno despiste de los duendes franceses, nos apresuramos a trasladar aquí lo escrito:

-La vida, sin amor no tiene sentido -suspira lánguidamente la francesa- Antes que ser despreciada, prefiero la muerte.
 
-Y ¿qué es el amor Enma?-pregunta la española-. Yo todavía no lo conozco.
 
-No nos basta con ser amadas -interrumpe Anna, soñadora-. A todas nos quieren nuestros maridos.
 
-Será a vosotras, el mío no me hace ni caso. - replica la regenta - Si me fuese ahora, ni se enteraría. Él vive en su mundo.
 
-Pero sería lo mismo si notases su amor. -señala la rusa- Lo maravilloso es ser amada por alguien bello y apasionado, aventurero, encantador. Por alguien...
 
-¡Ah! -vuelve a suspirar Emma.
 
-Si estuviésemos ocupadas como ellos, si pudiésemos salir de casa, atender a los negocios, intervenir en los debates públicos, divertirnos, hacer vida social, ser libres.
 
-No sueñes, Ana, eso no ocurrirá nunca.
 
-Es tan aburrida esta vida doméstica.
 
-Carecemos de horizontes.
 
-¿Hay mayor horizonte que el amor?
 
-Puede que sí. Ellos no parecen echarlo de menos, si nosotras tuviésemos su vida, todo sería diferente. ¿No dices nada, Enma?
 
-No lo sé. No puedo imaginarme cómo sería yo si pudiese tomar las riendas de mi vida. Es una fantasía que está fuera de mi alcance. Solo sé que no quiero vivir más en este mundo vulgar y prosaico. No puedo resistir haber sido despreciada, lo he perdido todo, la vida es gris, monótona y absurda, solo sé que quiero morirme.
 
-Pues yo lucharé por lo que quiero- proclama aguerrida Anna.
 
-Me tacharéis de mojigata, pero creo que hay que conformarse con lo que el destino ha reservado para cada una de nosotras. El amor fuera del matrimonio es impuro y deleznable, tenemos que resignarnos y buscar alternativas, refugiarnos en nuestro propio mundo, alimentarnos de sueños. La mente es un arma poderosa.
 
-Pues yo necesito realidad. -Alega Enma- O eso o la muerte.
 
-Morir no es la solución. No me suicidaré nunca. A no ser que esté tan desesperada que me deje llevar de un impulso. -pronostica Hanna.
 
-Señoras, mi cochero ya ha llegado. -Informa la Ozores.
 
-Tengo que pasar por la botica y el mío no debe enterarse. ¿Me llevas, por favor, a la más próxima? Solo está a dos manzanas.
 
-¡Cómo no, Enma! ¿Qué tienes que comprar?
 
-Un ungüento para mi hija, tiene una erupción en la espalda.
 
Ahora sabemos que era arsénico lo que pidió al boticario. 
 
Un mozo retiró las sillas, se levantaron recogiéndose las faldas y salieron del local una tras otra. Ya pagarían la cuenta los maridos, ellas no llevaban dinero.

A falta de un auténtico cronista, nos tenemos que conformar con estas notas. Por fortuna, sus vidas no empezaron ese día ni acabaron al poner el pie en la calle. Están escritas. Y rodadas más de una vez.

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