El Reflejo del Cuerpo - Tom Araya (2005) . Técnica mixta |
Se acababa de cortar la melena según la última moda, con flequillo y a capas, algunos mechones se le escapaban de la coronilla y saltaban por su cuenta cada vez que apresuraba el paso. La escuela universitaria estaba a un tiro de piedra, en la estrecha calle paralela a Santa Engracia, solo tenía que doblar la esquina y recorrer apenas una manzana de edificios. Estaba decidiendo de qué se compraría el bocata para tomar a la hora del recreo, le apetecían unos calamares fritos pero se enfriaban enseguida y así, blandos, resultaban incomibles. Su amiga Fuencisla tenía permiso para llegar más tarde, quizá podría llevárselos ella si le llegaba el mensaje a tiempo. No era agradable que no les dejasen salir en toda la mañana, pero los padres así lo habían decidido en la última reunión y no había nada más que hablar. No veía el momento de ser adulta, una señora con hijos que trabaja y es independiente como la madre de... Entonces la vio. Estaban frente a frente, a solo un par de metros y ninguna podía creerse lo que estaba pasando.
- ¿Rebeca?
- ¡Oh, dios mío. ¿Eres tú? Quiero decir:
soy.
- Esto no puede ser verdad, estoy soñando.
- Rebe, escúchame, no creo que esto sea un
sueño, las dos estamos despiertas, mejor dicho, yo lo estoy... No sé, creo que
estoy sufriendo un espejismo.
- ¿Estoy loca? ¿Cómo si no puedo hablar
conmigo misma?
- Yo estoy loca, puedo imaginarte porque
ya te conozco. Tú a mí, en cambio no, sé que no existes y estoy hablando
contigo. Es preocupante esto.
- Cuando he salido de casa todo el mundo
dormía, ayer tuve una bronca con Maribel porque no quiero que se ponga mis
camisas, mamá...
- Todo eso no prueba nada, son cosas que
recuerdo perfectamente porque las he vivido antes.
- ¿Cuántos años tengo?
- Fácil, diecisiete.
- ¿Y tú?
- Lo siento, no soy capaz de recordarlo.
- ¿Ves? El espejismo eres tú, no yo. ¿Cómo te vas a acordar de lo que pasó hace mil años y no de lo que estás
viviendo ahora mismo?
- Es extraño, sí, pero puedo asegurarte
que la real soy yo, me debo haber dado un golpe en la cabeza.
- Yo, en cambio, estoy empezando a creérmelo.
- ¡Claro! Porque eres joven y crédula,
cuando llegues a mi edad…
- ¡Vaya! ¿Conmigo presumes de sabihonda?
- Conmigo misma, en realidad. Estoy
haciendo recuento de mi vida, no creo que esté hablando con nadie.
- Muy bien. Ahora mira a tu alrededor.
- ¡Madre mía! Ha desaparecido la calle.
- ¿Ves? Alguien nos ha subido a una nube
para que podamos hablar tranquilamente.
- Recuerdo esos pantalones, también el
corte de pelo, en cambio la camiseta...
- Nos tocó en la feria, en una tómbola, y
en cuanto me la encuentro planchada me la pongo. ¿Cómo puedes no acordarte con
lo que me gusta y lo bien que me sienta?
- Creo que recuerdo algo.
- ¿Engordaste?
- Puede...
- Vamos, ¿dejaste de ponértela porque no
te valía o fue por otra cosa?
- Fue por eso, pero también se estropeó.
- ¿Algún sabotaje?
- Para nada, nuestros hermanos no son tan
malvados como piensas.
- ¡Venga! ¿Me lo vas a contar o no?
- Ahora estoy sintiendo una especie de
amnesia.
- ¡Venga ya! Antes no mentías tan
descaradamente.
- Es cierto, Rebe. Se me ha borrado todo
lo que ha pasado hasta hoy, es decir, hasta el preciso día que tú estás
viviendo. Pero recuerdo lo de la camiseta.
- ¿Qué pasó con ella?
- La quemaste, con la plancha.
- ¡Ah! Jaja, esa fue otra, una con rayas
naranjas que nos regaló Alejandro. Va a ser verdad que no te acuerdas.
- ¿Alejandro?
. ¡Claro! Mi novio. ¿Por qué pones esa
cara? ¿Tampoco te acuerdas de él?
- Tengo una vaga idea de su cara, pero el
nombre...
- Una vaga idea dice, pues sí que me he
vuelto pedante. Entonces ya no estás con él, deduzco. ¿Ves? Yo también se
hablar bien cuando me pongo.
- Rebe, créeme. No puedo contarte nada,
aunque me gustaría. Algo se ha borrado en mi cabeza.
- ¿Algo?
- Más bien todo, es como si me hubiesen
pasado una esponja.
- ¿No me puedes decir si te has casado, si
tienes niños, a qué te dedicas? Sería estupendo saberlo.
- Yo creo que no, la naturaleza es sabia,
no estamos aquí para que yo desvele tu futuro, debe de haber otra razón.
- Por lo menos sé qué aspecto voy a tener.
- O no. Todo depende de la vida que
lleves.
- ¿Sabes qué te digo? No molas nada y no
quiero convertirme en esto.
- Crees que lo sabes todo, ¿verdad?
- Creo que sé lo que sé.
- No lo sabes, solo lo supones. Fíate
menos de ti y todavía menos de los que intentan convencerte de algo.
- ¿Te refieres a la gente de mi edad?
- Básicamente.
- Pero sí me tengo que fiar de los
mayores, empezando por ti, o sea por mí cuando tenga tus años. Mira, te has
vuelto tan rancia como todos y tengo claro que no quiero parecerme a lo que estoy viendo.
- Pues no hagas caso de lo que te digo y
lo conseguirás. Aunque no respondo de tu futuro.
- Tú no eres quién...
- Pero, Rebe ¿te estás oyendo? Si yo no
soy quién ¿alguna vez vas a escuchar a alguien sensato? ¿No eres capaz de hacer
caso ni a ti misma?
- ¿Me estás llamando niñata?
- Me lo estoy llamando a la que era yo a
tu edad. ¿Algún problema?
- Al menos dime cuántos años tienes.
- Te he contestado que no tengo ni idea.
¿Me vas a insultar por eso?
- Este encuentro debe significar algo.
- Sí, y creo que entiendo de qué va: estoy
aquí para advertirte. La vida te ha dado esta oportunidad y deberías
agradecérselo.
- Ya lo pillo. No nos hemos conocido para
que sepa cómo va a ser mi futuro sino para que tú me des la turra.
- Exacto.
- Pues ¡venga! Estoy dispuesta a
escucharte.
- Ya lo he hecho, no me queda nada por
decir.
- ¿De verdad? ¿Qué pasa? ¿Adónde vas ahora? Joder, estoy aquí parada hablando sola y el semáforo ya se ha puesto en verde. Esta mañana no quiero hablar con nadie, será mejor que me compre el bocadillo yo misma.
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