Se
despertó en su bungaló con la primera claridad del alba. Recordaba el último
brindis como una sucesión de manchas borrosas. La envolvía un círculo de gente,
después alguien la sentó y todo se volvió oscuro. No podía haber vuelto a casa
por sus propios medios y el que la había llevado quizá seguía allí, husmeando
en su vida o durmiendo. Alarmada, se asomó al porche, al cuarto común, a las
instalaciones prefabricadas, multifuncionales y asépticas, ahora tan desiertas
como de costumbre. Quienquiera que se hubiese tomado la molestia se había asegurado
de dejar la cerradura encajada. Falsa alarma, pues, pero seguía molestándole
haber perdido la noción del tiempo, no saber calcular cuánto había dormido. Empezó
a llenar la bañera y puso agua en el microondas. Esas infusiones que vendían
dentro de bolsas de tela en el chamizo compuesto por un mostrador de cuatro
tablas y un toldo hecho jirones hacían más efecto que el café.
Se había adelantado la temporada de lluvias, solo por unas cuantas horas no había interferido en el rodaje. Escuchando el golpeteo sobre el tejado de uralita empezó a compensarle tanto andamiaje artificial. Hasta entonces, con la ingenuidad del que no imagina cuántas calamidades pasaban los autóctonos, había lamentado la inautenticidad que significaba no ser acogida por paredes de tablas ni dormir bajo mosquitero ni sufrir la caldosa calorina nocturna. Estaba claro que el pretendido encanto de la miseria no podía competir con el confort y la higiene que habían constituido su paisaje.
Edward Hopper |
Se había adelantado la temporada de lluvias, solo por unas cuantas horas no había interferido en el rodaje. Escuchando el golpeteo sobre el tejado de uralita empezó a compensarle tanto andamiaje artificial. Hasta entonces, con la ingenuidad del que no imagina cuántas calamidades pasaban los autóctonos, había lamentado la inautenticidad que significaba no ser acogida por paredes de tablas ni dormir bajo mosquitero ni sufrir la caldosa calorina nocturna. Estaba claro que el pretendido encanto de la miseria no podía competir con el confort y la higiene que habían constituido su paisaje.
Soñó
despierta hasta que el agua se enfrió tanto que se sintió expulsada de golpe.
Imaginar escenas, tras semanas de no haber hecho otra cosa, se había vuelto lo
más sencillo del mundo. Una triunfadora vestida de diseño. Flashes, micrófonos
rodeándola, demoradas entrevistas para revisar una vida tan anodina como todas.
¿Qué circunstancia vital le ha conducido a ser la que es? Celebro que me haga
esa pregunta. Tópico tras tópico. Todo estaba sobado y resobado, nada que no
hubiese presenciado mil veces. Pensó que le hastiaría cualquier episodio que
protagonizase a partir de ese momento, ni siquiera el éxito iba ser capaz de
saciarla.
(Continuará)
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