Pierre-Auguste Renoir |
Esa misma mañana pronunciará
el "sí, quiero", con el sol de este extraño noviembre colándose,
resplandeciente y cálido, por las vidrieras de la capilla. Se comprometerá a
vivir con ese hombre hasta que la muerte les separe, recitará todos los votos
imaginables. Esa noche se montará en el avión que, tras dos escalas de varias
horas, les depositará en Australia. Miguel se reía cuando lo decidieron:
-Ya puestos a viajar, ¿para
qué nos vamos a ir a Palencia?
-Si pudiésemos excavar un
tunel largo, largo, con un taladro gigantesco -le explica ella a Ana, su hija-
y viajar por el interior de la Tierra, llegaríamos a...
-¿A Melbourne?
-No exactamente. -Siempre le
ha fascinado esa ausencia de asombro, esa disposición a suponer que todo es
posible. Le recuerda a ella misma a los siete años- Pero si nadásemos unas
cuantas horas atravesaríamos este cachito de mapa y...
-Casi sería mejor que
fuésemos en globo, saldríamos en Sydney. -supone pensativa- ¿Se puede viajar en
globo hasta allí?
No le dice que no, ¿para qué?
Sería una crueldad arrebatarle la ilusión ahora. Dentro de poco estudiará
geografía, entonces se le caerá ese velo compuesto de fantasía y hambre de
aventuras.
Vuelve la vista. Allá dentro
todo parece oscuro, como una cueva, solo los chupones de la lámpara reflejan
cada rayo de sol con una arco iris danzante. Esos brillos le recuerdan a su
infancia. El aparador estaba en el rincón de enfrente y al lado, junto al marco
de la puerta, el severo teléfono negro pegado a la pared. "Cierra la
puerta que se escapa el gato", le decían. Pero no había gato en aquella
casa y su ingenuidad la obligaba a perseguirlo por debajo de los muebles. Ya no
hay teléfono negro. Ni tarima de madera atravesada por los rodales del triciclo. Hace
mucho que no juegan a la brisca, desde que alguien tiró aquel mantel de hule
de un blanco amarillento y un rojo tan descolorido que casi parece naranja.
Detrás de la cristalera se adivina una sombra masculina, pero no es el padre,
que viene a cargarla en sus hombros sino el novio, el flamante novio que ese
día no va a desayunar.
-Venga. ¿Estáis preparadas?
-¿Para qué? ¿Para irme a
Australia o para casarme?
-Elvira, no bromees con eso.
-No. Si me puedo ir sin
tenerlo asumido. Es que está tan lejos aquel dichoso continente...
La niña sale corriendo y se
tumba en la hamaca de golpe cerrando las puertas a tanta indecisión. Miguel se
impacienta. O lo finge.
-Ya es un poco tarde para
ponernos dramáticos, además, ¿no somos nosotros tu país?
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