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lunes, 25 de mayo de 2015

Urnas de vidrio rojo

-Un café con leche, por favor.
-¿En taza o en vaso?
-En taza si puede ser, me molesta un poco quemarme.
La cafetería del colegio electoral aparecía más bulliciosa que nunca. Unos habían visitado ya su aula correspondiente, otros aún reuníamos fuerzas. Había decidido no desayunar en casa. Evitaba cualquier excusa que retrasase el momento crucial. Jamás había ocurrido nada, pero ¡quién sabe! Como alguna vez dijo alguien, Perogrullo probablemente: “Hoy es hoy”.
-¿Algo más?
-¿Croissants tiene?
-No. ¿Caracolo, viena, zapatilla, bolluco?
-Pues…
Acodada en la barra a mi izquierda, con su copa de vino y una larga melena rizada, la mujer que no dejaba de observarme decidió meter baza por fin.
-El caracolo, elija el caracolo.
-¿Está rico?
-Es un pan redondo, que sirven tostadito, con mantequilla y mermelada. Mucha gente lo pide aquí.
-Vale… póngame un caracolo.
-Le ha costado ¿eh?
-Es que estoy aquí de paso y no conozco las costumbres. A mí, lo que me va para desayunar son los churros y las porras.
-Yo desayuné hace horas. Ya he votado y todo.
-…
-¿No será usted de Madrid?
-Sí…
-Lo sabía, el acento no engaña. Yo viví un año en San Blas y dos meses en La Elipa. Aquí hay churros en muchos sitios pero a mí nunca me han hecho gracia. ¿Va a votar ahora?
-Voy a intentarlo…
-Jaja, ¡qué graciosa! Y, dígame, ¿cuál es el favorito?
-¿De quién?
-¡De quien va a ser! De los de Madrid.
-Supongo que habrá de todo. Últimamente hay mucha gente entusiasmada con Manuela.
-¿Quién es esa? ¿Una mujer mayor?
-Sí. Una jueza jubilada que inspira confianza y respeto.
Alguien la tocó el hombro al pasar: “Hola, Rita, ¿dónde has dejado al marido?” “No está aquí, anteayer se fue a Gironda para echar un vistazo a lo suyo”. “¡Ah, bueno! ¡Qué vaya bien!”
-Me molesta esa gente que finge interesarse por ti y no les importas una mierda. –Comentó Rita dirigiéndose a la camarera que secaba un plato frente a ella sin dejar de mirarla.
-Desde luego, –respondió la otra- no son más que puercos chismosos que se dedican a desollar a todo el mundo.
-Nunca se paran a hablar conmigo, y eso que les conozco de toda la vida.
-Te preguntan por tu marido para ver qué contestas y después largar todo lo que puedan y más.
Café Montmartre - Santiago Rusiñol
-La verdad, me ha gustado que se interesen por él. Pero…
Me pareció que no hablaban de lo mismo. Pero yo venía de otro planeta y debía mantenerme discretamente al margen. La camarera se apartó y Rita volvía a ocuparse de mí.
-La gente mayor debería retirarse para dejar paso a los jóvenes.
Ella no aparentaba mucho menos que la candidata a la alcaldía de Madrid. Parecía una muñeca antigua, con falda estampada y chaqueta de ganchillo, cuyo rostro ha ido envejeciendo a la par que el de la niña a la que perteneció en otra época.
-Pero Carmena ya estaba retirada, han sido esos jóvenes los que han ido a reclamarla.
-¿A qué partido representa?
-A ninguno. Su principal reclamo es la honestidad.
-¡Humm! Yo tengo 65 pero me retiré nada más cumplir los cincuenta. Cuando trabajaba, creía que vivir sin hacer nada iba a ser terrible. Luego me accidenté y olvidé hasta cómo me llamaba. Pedí la invalidez, pero no había cotizado bastante. Trabajaba con un hermano mío que, con eso de que éramos familia, nunca me dio de alta.
-Pues ¡vaya forma de demostrar que son hermanos!
-Ya. Tuve que buscarme un abogado que me sacó los dineros y no hizo nada por mí. Luego, me aconsejaron acudir a la trabajadora social y ella me consiguió una pensión no contributiva de esas. ¿Sabe de lo que le hablo?
-Sí, claro. La que le dan a los que no tienen derecho a otra.
-Suponía muy poco dinero, pero mientras tanto me había recuperado algo y me puse a cuidar ancianos con Alzheimer. Me fue tan bien que reuní lo suficiente para comprarme un apartamento por aquí cerca. ¡Menos mal! Desde que me separé de mi primer marido me había quedado sin nada.
-¿Y recuperó la memoria?
-Más o menos. A veces tengo ausencias y se me olvida dónde estoy, pero lo arreglo respirando hondo y echándole paciencia.
-Entiendo. Ha aprendido usted a convivir con su problema.
-Ya ve... Al final, tuve que dejar de cuidar viejos. Perdí las fuerzas cuando mi hijo entró en la cárcel y el cáncer se llevó a mi hermano al otro barrio. No al que me estafó, a otro más joven. Vivía en mi casa, él y mi hijo eran toda mi vida, así que me entró una depresión terrible. Si quisiera, aún podría seguir trabajando, se me daba bien, por aquí me conocía mucha gente, algunos todavía me reclaman, pero ya no quiero saber nada de viejos chiflados. Entonces disfrutaba pero es una tarea muy dura.
-Me lo imagino.
-¿Qué? ¿Le ha gustado el caracolo?
-No está mal.
Un bollo de pan insípido y algo seco, que contrastaba desagradablemente con la mermelada que había untado por encima. Estaba preguntándome dónde le veía ella la gracia cuando soltó:
-Estaba segura de que le iba a gustar. En cambio yo no puedo soportarlo.
Me dejó estupefacta.
-¿No le gusta a usted el caracolo?
-Nada de nada.
Saqué un billete del monedero, mejor no seguir indagando.
-¿Sabe? Me ha encantado sincerarme con usted. Como lo más seguro es que no volvamos a vernos… Eso ayuda a veces. A los del rincón aquel, en cambio, jamás les contaría mi vida.
-Son conocidos suyos, ¿no?
-Precisamente por eso. Yo vivo aquí, a la vuelta.
-También yo me alojo cerca, pero soy bastante despistada. Si no le digo nada, salúdeme cuando nos crucemos por el barrio.
-A mí me pasa lo mismo. Hasta más ver ¿eh?
Y allá se quedó, pensativa, con un poso de tinto ensuciando el fondo de la copa.

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