Son casi las doce del
mediodía y yo estoy trepando. Hace tiempo descubrí que cuando más pienso es mientras
trepo, que si no trepo mis razonamientos son mucho más planos, que,
posiblemente, trepar sea, al menos para mí, una de las formas más idóneas de
activar los mecanismos del intelecto, no solo la circulación de la sangre o los
músculos. El de cada uno según sus posibilidades, como es lógico, tampoco es
que me haga más lista. Hablando metafóricamente, digamos que resulta muy
efectivo para eliminar óxido acumulado y poner los engranajes en marcha. Claro
que, con eso basta ¿no? tampoco hay que pedir peras al olmo.
En momentos así, jadeante
por el calor y el esfuerzo, hasta las divagaciones más disparatadas sirven.
Como decía, asciendo por la escalinata rocosa algo desmayada, soñando con el
almuerzo y sin embargo, un poco a regañadientes. He pasado horas haciéndome la
muerta: tendida en horizontal bajo el sol y sobre el agua, balanceándome con la
líquida oscilación, contemplando por debajo de mis párpados cerrados relucientes círculos rosados sobre fondo negro.
Solo he echado de menos
una cosa, no poder dormirme porque estaba en el agua. Me diréis que para eso
están los barcos. Ya, pero no es lo mismo balancearse en seco que dormirse con
el agua al cuello sin tener que preocuparse lo más mínimo. ¿Será posible que a
estas alturas de la técnica no podamos dormir sumergidos aunque sea a medias? Si
resulta complicado lograrlo en un estanque o cualquier otra superficie extensa,
¿por qué no en una simple bañera? Solicito a los sesudos inventores que vayan
pensando en solucionarlo.
Escribo mientras septiembre dobla el cabo de Hornos
dispuesto a convertirse en el mes otoñal por excelencia; puede parecer
una fecha algo tardía para toda esta parafernalia estival. A eso objetaré,
primero, que es deber incuestionable de todo buen lector no poner en duda lo que
dice el articulista, segundo, que no tenéis ni idea de cuál es la latitud en que me
encuentro.
Reconozco que mis
deseos siempre han sido algo atípicos, a los catorce años no veía el momento de que hermanas alcanzasen esa edad. Quería compartir cosas con ellas, como
es lógico. Pero ¿qué? ¿Creen que se trataba de jugar al futbol en familia, frecuentar
las discotecas, hablar de chicos o de trapos? Nada de eso. Hacía poco que había
descubierto el latín. Sí, esa asignatura que estudiábamos en tiempos
prehistóricos, la lengua muerta, la madre de los idiomas románicos. Con esos
antecedentes, no parecerá tan raro que eche de menos un aparato o técnica que
posibilite el sueño en el agua.
Desear nunca ha sido
malo y, en ocasiones, hasta ha contribuido al progreso. ¿Quién le iba a decir a
Julio Verne que su demencial cápsula submarina acabaría convirtiéndose en un
artefacto real?
Todo esto presupone que las civilizaciones humanas evolucionan con el tiempo, que la
historia sigue una línea ascendente, que cualquier realidad futura es más
deseable que la anterior. Se trata de premisas comúnmente aceptadas y que yo
considero discutibles. Naturalmente, la fisonomía del planeta, nuestras
costumbres y pensamientos no pueden ser los mismos que hace siglos,
naturalmente, todo va cambiando, naturalmente la técnica ha alcanzado cotas
inimaginables hasta hace (casi) cuatro días.
Pero, ¿de verdad hemos evolucionado tanto como creemos?
(Continuará)