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martes, 5 de agosto de 2014

Don Rufo bufa. Canícula feroz (y III)


VERANEANTE: ¿Y quieren que el personal mire hacia África con el calor que hace por allí? Ni pensarlo. ¡En pleno verano! A mí denme botijos, abanicos, una bota llena de sangría bien fresquita y una corrida de toros de vez en cuando. ¿Solidaridad? ¿Y eso con qué se come?
PEPITO GRILLO: (Pero lo de las vallas es que clama al cielo)

V: Aún así, no voy a dejar que me despierten. Oficialmente, hasta septiembre duermo el sueño de los currantes. Después, ya veremos. Tampoco tengo ganas de complicarme demasiado la neurona.
P: (La única que tienes)

V: Ahí le has dado. No tengo más que una y tampoco es cuestión de sobrecargarla.
P: (Bueno, bueno. Al menos, ¿me dejas que te cuente una historia?)

V: Mira que estás pesado. Sí me va a hacer pensar ¡NO!
P: (No es más que un cuento infantil, facilón, para pasar el rato. ¿No dices nada? Bien. El que calla, otorga.)

“Había una vez tres cerditos que correteaban felices por el campo. Andaban un poco despistados, todavía eran jóvenes y no tenían conciencia del peligro. Pero corría toda clase de rumores y empezaron a sentir miedo, además, el otoño andaba cerca y las noches cada vez eran más frías.
El primer cerdito construyó rápidamente una cabaña de plástico. Era muy fina, y oscilaba al menor soplo de viento, pero él tenía conciencia ecológica. Como también era pobre, no podía pagar ningún material de construcción. Pero eso no le parecía un inconveniente. Siempre había sido confiado, incapaz de apreciar la malicia, y, por tanto, estaba convencido de que con aquello sería suficiente, De paso, aprovecharía los residuos sólidos evitando así que fueran a parar al subsuelo contaminando el medio ambiente.

El segundo, era un cerdito habilidoso y con ciertas facultades artísticas. Para él, construirse una vivienda era sobre todo un medio de expresión, no se planteó nada más. Edificó un conjunto de cubos, unidos solo por las aristas, que dejaban entre ellos huecos cúbicos de igual medida por los que pasaba el aire produciendo una melodía cambiante. El resultado fue una torre quebrada, cuya silueta recordaba a un signo de interrogación, con las paredes construidas a base de latas de refresco ingeniosamente unidas por un sistema de alambres que eliminaba el efecto de contracciones y dilataciones producidas por los cambios de estación.
El último cerdito era mucho más próspero que los otros. No tenía conciencia ecológica ni inquietudes artísticas, pero sí un gran sentido práctico. Sin reparar en gastos, contrató a un buen arquitecto y a un excelente equipo de albañiles que, tras adquirir los mejores materiales, trabajó escrupulosamente. El resultado fue una vivienda algo insulsa, pero tan sólida y práctica como su propietario había exigido  a los técnicos.

La tienda de campaña del primer cerdito se fue al garete ese otoño con el primer soplo de viento, pero aquello no supuso un gran problema. Le recogió el cerdito mediano y, hasta enero, vivieron juntos en su artefacto, tan luminoso, por cierto, que se había hecho popular en toda la comarca convirtiéndose, incluso, en una especie de faro terrestre que servía de orientación a los caminantes que andaban perdidos. Sin embargo, cuando empezó a helar el metal disminuyó drásticamente la temperatura interior y ambos quedaron agarrotados y por tanto incapaces de moverse. Los vecinos dieron la voz, llegaron los bomberos, consiguieron rescatarles y muy pronto los servicios de urgencias les pusieron en forma otra vez. Pero el ayuntamiento decidió derribar la hermosa torre por no reunir condiciones de habitabilidad y, aunque no les hacía mucha gracia, se encontraron agitando el aldabón de bronce que el hermano mayor había colocado en su puerta.
Desde los más profundo de la vivienda, se escuchó una voz cavernosa:

-Fuera de aquí, cerditos infames. Con el tiempo, os habéis convertido en unos haraganes malolientes. De tanto tomar el sol os habéis puesto muy oscuros, el frío os ha erizado el pelo y, probablemente, algún rayo de las tormentas pasadas os ha chamuscado las ideas. Ya no os parecéis a mí. Me dais tanto asco que ni siquiera voy a molestarme en echaros de aquí. Llamaré a la policía para que os muela a palos si no me dejáis en paz.” 
V: Pero ¿qué patraña me estás contando? ¿Con esto quieres que me olvide del calor, con un cuento pueril, archiconocido y más pasado de moda que el tergal? Por no ser, ni siquiera es postmoderno: ¿no ves que es completamente lineal, que con esa moraleja antiestética no hay por donde cogerlo?

P: (Vale, vale. Deja de acribillarme con toda la artillería y dame la ocasión de defenderme. Dices que es infantil, que es manido, pero no más que toda la telebasura que te tragas. En cuanto a la moraleja, usas ese término porque afecta a otros, si lo que cuento te estuviese ocurriendo a ti, lo defenderías como reivindicación legítima, causa justa o cualquier otro sinónimo.)
(Y ahora cierro el telón)

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