Páginas

viernes, 20 de junio de 2014

Cymbalaria


Ella no es de aquí. La sembraron o la trasplantaron a esta roca, ya ni siquiera lo recuerda. La palmera y ella no se parecen en nada, no es posible que sientan lo mismo. No obstante, ambas pisan el mismo césped y contemplan el mar melancólicamente. Una porque lo adora, la cymbalaria porque le refresca, aunque su salinidad le irrite un poco. En realidad, ninguna de las dos tiene más horizonte.

La pequeña planta, no por rastrera menos orgullosa, se ha fijado en un cártel metálico sujeto con dos clavos en el viejo tronco cubierto de liquen. ¿Es posible que haya cumplido 191 años ya, o no se trata más que de un número de serie? No puede saberlo pero le parece plausible que la cifra corresponda a una edad arbórea. Debía ser ya bastante vieja cuando ella nació. Incluso ahora, después de tantas décadas, sigue pareciendo más joven. Mucho más.

Palmera ignora a Cymbalaria, que se resignó hace tiempo a no saber nunca lo que la otra está pensando, pero se niega a conceder valor a su altivez. Acepta que es incomparablemente más alta, también, con toda seguridad, más soberbia, pero ¿existe algún motivo para tanto orgullo, tanta persistente altanería? No cree que su antigüedad le añada valor, tampoco la inclina a despreciarla pues todavía no la considera un ser decrépito.

-Palmera, -le susurra a veces. Y el viento le devuelve un “…era, …era” tan acariciador como deprimente

¿Quién eres, Palmera? Yo me conozco bien. A ti no te intereso. En cambio tú apareces ante mí tan repleta de enigmas.

La brisa se carcajea de ella a menudo. ¿Por qué te comparas con la palmera, de dónde has sacado esa envidia? Pero la brisa se equivoca, ella no está compitiendo, quiere que sus pensamientos trepen allá arriba y solo se tiene a sí misma para coger impulso. Lo que anhela es algo muy sencillo: dialogar, conocerla mejor, que lleguen a disfrutar las dos de su mutua compañía. Si intenta saber mDos o tres lagartijas la rodean inquietas, los guacamayos –esos seres presumidos cubiertos de plumas rojas en la frente y azules en la garganta– se lanzan en bandada sobre ella para acribillarla a picotazos, convencidos de que su intención es devorar a la palmera. Ellos piensan eso con sus mentes simples. Que tenga fama de invasora les confunde, ni por asomo piensan que sea capaz de brindar ningún cariño. No se le ha ocurrido devorar a la palmera, tampoco le hace falta, ¿es que nadie ve la enorme extensión de roca dispuesta a ser invadida por la propia cymbalaria? Para sobrevivir, no le hace falta atacar, ni comprende el mutismo de su compañera, esa obstinación en observar el horizonte hora tras hora, minuto tras minuto.ás de ella es para encontrar un camino, porque todavía no ha dado con la forma de hacer que le responda.

-¡Guacamayos! Impertinentes, gritones, siempre de cháchara unos con otros. ¡Quién sabe qué insidias van propagando por ahí! Si temen perderte, Palmera, no es porque te amen, es por puro egoísmo. Saben que sin ti se quedarían sin casa y sin esas bayas sabrosas que son su principal fuente de alimento. Nada más.

(…)

-Tú y yo no necesitamos alterar el aire con sonidos, podemos intercambiar pensamientos sin ruido ninguno, tan discretamente como solo pueden hacerlo las plantas.

(…)

-¿Te han dicho que me llaman Picardía y eso te hace desconfiar? No te confundas, Palmera, lo que cuenta es la intención, no el carácter. Reconozco que soy algo traviesa, que tengo demasiada imaginación y enredo un poco de vez en cuando. Pero mis tretas no suelen hacer daño, solo pretendo divertirme.

(…)

-Si unas veces miro al sol y otras le doy la espalda no es por inconstancia: debo buscar un buen lugar para propagarme, trabajar sin descanso; además, tengo tantos corazones como hojas,  ¿entiendes lo que eso significa? Hasta alivié enfermedades hace tiempo, si finalmente prescindieron de mí, no fue por mi inutilidad, como alegaron, sino porque no supieron aprovecharme.

Ha cambiado de estrategia. Ahora, en lugar de preguntar pretende darse a conocer. Cymbalaria es obstinada pero no le sirve de mucho. Ahí sigue, encaramada a su roca, creciendo y colonizando nuevos territorios, dando cobijo a los insectos. A pesar de su empeño, en todos esos años no ha conseguido que la otra salga de su mutismo ni una sola vez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Explícate: