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miércoles, 28 de mayo de 2014

Pánico en el tour (y VI)

-¿Tampoco funciona nada en la planta de arriba?

-No señor. –Terminó de convencerle el empleado– Tanto el bar como el restaurante están aquí abajo y han cerrado hace más de dos horas. Todos los servicios del hotel han acabado por hoy, y no creo que encuentre nada en todo el barrio.
-Legal no, por supuesto. – Dijo, pero en un susurro que solo escuchamos nosotras.

Aquello no acababa nunca. Todavía delante de los ascensores hizo lo que pudo por convencernos para que juntásemos el alcohol de nuestras neveras y acabar la juerga en la habitación de alguna de nosotras. ¿Él encerrado con las cuatro en una habitación? Solo de pensarlo, Noelia y yo sufrimos un calambre.
 
Nos quedamos sin saber qué decirle, pero esta vez protestaron ellas.
 
-En nuestro cuarto, imposible. Lo compartimos con una chica que se acuesta todos los días a las diez.
 
Sabíamos que era verdad.
 
Antes de que se volviese hacia nosotras, dije lo primero que se me ocurrió.
 
-Al nuestro ha subido la gallega que se ha peleado con el novio, a la pobre le ha dado un cólico del disgusto y la dirección le ha puesto allí una cama turca.
 
Todas miraron a otra parte para no soltar la risa, me lo había inventado todo: ni había gallega ni novio ni cólico ni cama turca.
 
Los cinco ascensores seguían allá abajo esperándonos, el recepcionista nos lanzaba ojeadas recelosas, aquello se empezaba a volver resbaladizo. Gonzalo abrió los brazos:
 
-Bueno, entonces ¿qué hacéis? Sé adónde podemos ir, será solo un rato y no está lejos.
 
-Yo estoy muy cansada.
-A mí me duele la cabeza.
 
Nuestras excusas ni le importaban ni le sorprendían, nosotras en cambio nos quedamos pasmadas al oír:
 
-De acuerdo, pero nada más que un ratito.
 
¿Para eso  habíamos estado todo el día haciendo de niñeras? A Gonzalito le brillaban los ojos.
 
-No hables –advertí en el ascensor a Noelia.
 
-Pero…
 
-Ni pienses. Dentro de un rato tenemos que levantarnos para volver a España ¿no? Pues vamos a dormir bien, no pienso malgastar ni un minuto en preocuparme. Son mayores de edad y nadie les ha obligado a irse.
 
Noelia sonrió.
 
-Ya veo. Además de un cabreo mayúsculo y, por mucho que disimules, tienes un susto de muerte.
 
Todavía era de noche y ya estábamos cargando las maletas. De vez en cuando, una de nosotras dejaba lo que estaba haciendo y volvía la cabeza, pero por aquella puerta no salía nadie. Esta vez me tocó a mí la ventana. Eché una ojeada vacía a los manchones de grasa que cubrían la explanada, la risa de las chicas no se me iba de la mente, me hice el firme propósito de no mirar atrás pero sabía que esos dos asientos vacíos iban a agriarnos el viaje. Noelia había abierto un libro para no tener que hablar ni pensar. Un avión nos pasó por encima. El conserje, que caminaba desabrochándose un casco de moto, se paró para ver subir a la gente. Llegaba otro autocar.
 
Y entonces vi a Gloria. Pálida como nunca, habló con el conductor unos segundos, luego fue retrocediendo y se paró en nuestra ventanilla. Nos buscaba, tenía una sonrisa triste.
 
.¿Qué pasa? ¿No subes? –le pregunté haciendo muecas.
 
Noelia la había visto también y estaba pegada a mi hombro.
 
-Ma-rí-a.- Vocalizó.
 
Ella hizo bocina con las manos.
 
-¡Buen viaje! Nos quedamos unos días más.
-No se lo cree ni ella. –Rezongué.
Le indicamos que se acercase a la puerta del centro y nos abalanzamos hacía ella.
-¿Y María? ¿Está bien?
Asintió con la cabeza, se le saltaban las lágrimas.
Noelia tuvo un repentino arranque de valor.
-Mmmm. ¿Está viva?
No habló, no hizo un solo gesto. Se cerraron las puertas, el motor empezó a desperezarse.
-Mira, -me alertó Noelia- fíjate en su mano izquierda. Lo noté en cuanto se la puso delante de la boca.

Como si pudiese oírnos, Gloria echó los brazos hacia atrás, pero aún así me dio tiempo a ver un muñón vendado en el lugar de su dedo índice.

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